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Entrevista a Sara Morante

Entrevista a Sara Morante

Por Áurea Moltó

El rojo es el color: una herida, unos labios, unos pezones

 

La belleza y la inteligencia poseen algo de rareza. Lo raro a veces tiene que ver con lo oculto o lo inaprensible. Otras es la sencillez, la claridad, lo que produce este efecto inexplicable de lo bello. Las ilustraciones de Sara Morante son una combinación inteligente de todo esto. Semejante presentación deja claro que el encuentro con la artista cántabra se produce con una inocultable buena predisposición, pero sobre todo con una gran curiosidad por conocer lo que hay más allá de la plumilla, del pincel, de la mano que de una manera tan personal y desprejuiciada va del modernismo al expresionismo, del gótico al surrealismo. En definitiva, una aproximación muy psicológica a los textos y a los personajes de los libros que ilustra.

Con Morante, los editores que en los últimos años han hecho del rescate de clásicos libres de derechos, descatalogados o inéditos en España marca de la casa han encontrado algo más que una embellecedora de libros. Sus ilustraciones están al servicio del texto, pero sobre todo lo duplican y ofrecen la lectura paralela de una artista con auténtica mirada, que cuenta entre sus mejores cualidades con un buenísimo sentido del humor: “cuando veo las cosas que salen, yo misma me sorprendo. Pero, mientras me dejen los editores, hago esto y más. ¡Y lo que tengo todavía en la cabeza!”.

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Máscaras chinas, mártires, muñecas antiguas, zarzas, rosales, cabarés y mujeres son algunas de las cosas que salen de la cabeza de Morante. Sobre todo mujeres: barbudas, refinadas, atrapadas en una jaula, con un incendio en la cabellera, con la mirada lánguida o los labios ardientes. Mujeres de belleza rara, ya estén seguras de sí mismas o aterradas, desinhibidas o sufriendo. Precisamente a las mujeres está dedicada su primera exposición en Madrid. Bajo el título “Elle n’était pas jolie, elle était pire” (“no era guapa, era peor”), el café La Tournée expone hasta el 14 de septiembre una selección de dibujos en los que la mujer es el centro. El título proviene de una frase de del libro de Stendhal Le Rouge et le Noir, el rojo y el negro, los dos colores que guían la obra de Sara Morante.

Residente en el País Vasco Francés desde hace años, se ha convertido en una habitual de la Feria del Libro de Madrid. La primera vez que la vi firmar, en 2010 o 2011, venía equipada con una plumilla y un bote de tinta china. Cada firma era un minucioso trabajo. Este año ha traído unos sellos con los que estampa una guirnalda de flores alrededor de su dedicatora. Su agenda en ferias y encuentros editoriales no ha hecho más que crecer y en cuatro años han logrado convertirse en una de las ilustradoras de referencia en editoriales independientes como Contraseña, Impedimenta, Nórdica, Nevsky o Páginas de Espuma, entre otras.

¿Cuándo te diste cuenta de que te habías hecho un hueco en el mundo de la edición independiente?

Empecé profesionalmente en 2010 y en 2011 ya había tres libros en el mercado que salieron prácticamente juntos. Ha sido tan de repente que todavía no lo he analizado. En los últimos tres años he estado trabajando sin parar y tengo encargos de forma regular. Creo que me he hecho un hueco en la literatura para adultos ilustrada. Mi primer encargo vino de Mundanal Ruido, con Señal, un poemario de Raúl Vacas. Presenté mi dossier al premio nacional de Arte Joven del Gobierno de Cantabria y gané la modalidad de Ilustración. Se organizó una exposición colectiva con las obras ganadoras y envié invitaciones a todos los editores de Cantabria. Los únicos que vinieron fueron los de Mundanal Ruido, que buscaban un ilustrador que se manejase con dos tintas, por un tema estético y económico. Vieron mis litografías y me propusieron Señal. Rompió bastante mis esquemas, porque yo pensaba que iba a trabajar en literatura infantil y juvenil, que era donde más oferta había. Aunque no era lectora de poesía, dije automáticamente que sí. Ese libro fue una escuela porque me tuve que enfrentar a poemas que hablaban sobre temas muy explícitos sexuales y había que buscar una metáfora. Estuve un año trabajando en ese poemario y me obligó a sacar una experiencia que no tenía.

¿Qué temáticas, personajes, mundos representabas antes de hacerte ilustradora de obras literarias?

Antes trabajaba en una oficina dedicada al transporte de mercancías, no había encontrado el camino. Había estudiado artes aplicadas en Irlanda, hacía talleres de litografía durante el verano, dibujaba, pero no le veía un fin. Mi profesor de litografía me animó a que probara en la ilustración porque creía que tenía trazo para ello. Empecé a mirar y me di cuenta que era algo que había hecho toda la vida, incluso ilustrando los problemas de matemáticas en el colegio o al presentar los comentarios de texto de los libros. Pero no tenía una línea de trabajo, aunque siempre he dibujado mucha figura femenina.

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¿Dirías que la literatura te ha llevado a encontrar el camino para tu estilo?

Totalmente. Además ahora me he abierto más otro tipo de lecturas gracias a mis maravillosos editores que me surten de libros. He ido descubriendo muchos autores. Como lectora, antes solo leía autores del periodo de entreguerras centroeuropeos. Es la estética, son las historias, los personajes que siempre me han gustado como lectora, y como ilustradora me apetecía mucho reproducir ese ambiente con mis propias historias. Conocí en la Feria del Libro de 2010 a Enrique Redel y le enseñé mi dossier. Me dijo que se notaba mucho un estilo muy literario, y me propuso el Diccionario de literatura para snobs. Yo creo que ese estilo viene de mis lecturas de Stefan Zweig, de Arthur Schnitzler, de Irène Némirovsky, de todos estos autores que representan la época que más me gusta, con personajes lánguidos, tuberculosos.

Al repasar la obra de Morante, me vienen dos ideas: me gustaría ver su mano y sus tintas sobre una sesión de psicoanálisis de Freud o, todavía más, sobre La noche del cazador, la estupenda novela de Davis Grubb. Sin embargo, su deseo es ilustrar El Baile, de Némirovsky… 

Es una batalla perdida. Incluso se lo he propuesto a sus editores en Francia. Adoro ese libro. Quiero ilustrarlo desde la primera vez que lo leí y tengo dibujos en casa. Pero es un proyecto personal que veo prácticamente imposible porque los editores en España, Salamandra, no trabajan el libro ilustrado. Además, El Baile funciona muy bien por sí solo y Némirovsky es uno de los autores indemnizados por el Estado francés a las familias, de manera que no estará en dominio público hasta dentro de 100 años. Me gusta Irène Némirovsky porque no desprende ese halo femenino. Hay escritoras que se nota que son mujeres. Así como lees a Stefan Zweig y no sabes que es un hombre porque tiene una sensibilidad muy fenemina, Némirovsky te cuenta las cosas sin la más mínima piedad femenina. Eso se ve, por ejemplo, en Jezabel, que está muy inspirada en su madre, que era una desnaturalizada y una ególatra.

 Aunque los personajes sean masculinos, en tu obra hay una fuerza gravitatoria en torno a la mujer. Parece que sabes muy bien lo que estás representando: el misterio, el miedo, el erotismo, la opresión… Dominas muy bien la simbología femenina. ¿Qué cualidades encuentras en la mujer?

No sé explicártelo porque no quiero caer en los tópicos. Me parece fascinante la figura de la mujer: sus luces y sus sombras. Es una forma de expresar mucho no solo del universo femenino. La mujer es la figura que me gusta representar porque es la que conozco. Incluso en mis estudios, en dibujo académico, empecé dibujando cuerpos de mujeres, porque son más interesantes que los de los hombres, y cuantas más carnes y más volumen, mejor. La mujer es el medio perfecto para expresar miedos, desasosiegos, pasiones, para todo lo que yo creo que rodea al ser humano.

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Luego están los escenarios, los contextos en los que sitúas a los personajes. Pertenecen a un mundo burgués, intelectual, donde hay mucho esteticismo y, al mismo tiempo, ironía. Algunos dibujos tienen algo del británico Aubrey Beardsley y su crítica a la sociedad victoriana, aunque tu trazo tiene referencias más modernas. ¿Qué influencias reconoces?

Me encanta Beardsley y también, aunque de otra época, [Edward] Gorey. Cuando entré en la ilustración era una completa ignorante de toda esta gente. Conocía a los expresionistas franceses de entreguerras, pero del mundo de la ilustración no conocía a nadie, no tenía libros de ilustradores. Empecé a dibujar sin saber quiénes eran Beardsley o Gorey. Las influencias me vienen mucho del cartelismo, de la litografía y de toda la gráfica de la época de entreguerras. También de Egon Schiele. Aunque técnicamente no me parezco a ellos. Más a Beardsley, en cuanto a que es más preciosista y fino en el trazo. Eso va con la personalidad. Yo no podría dibujar a lo guarro, aunque me encanta. Soy superordenada, organizada, porque caigo mucho en el caos y necesito ese orden, me calma.

 Efectivamente, se nota esa minuciosidad, en los estampados de los vestidos, en los encajes, las capas superpuestas…

Me trae problemas también, porque es muy difícil hacer litografía con ese grado de detalle. Es probable que la conexión con esos artistas se deba a que me he empapado musicalmente y literariamente de esa época. Desde muy pequeña me ha fascinado el fin de siglo, el periodo de entreguerras en todos los aspectos. Me pongo tibia de Debussy, de Fauré… Lo bueno de la ilustración es que me permite crear esos ambientes y satisfacer las ansias de toda mi vida, cuando decía “me encantaría vivir en esa época una semana”.

¿Te planteas probar otras formas de expresión artística? Conforme evoluciona tu trabajo podrías estar rozando el diseño, la dirección artística…

Después de dos o tres años sin parar, muy metida en la ilustración, este año he estado otoño, invierno y primavera sin hacer un solo libro. Inma Cuesta y su socia me propusieron la exposición en La Tournée y lo vi como la oportunidad para buscar otro formato sin que el destino sea el libro y sin estar respaldada en un texto. Me apetecía hartarme de dibujar y ver qué salía. Ahora voy a hacer algunos libros y en noviembre me han invitado a participar en los encuentros de Memoria Joven de Caja Granada. Para ello se me ha ocurrido destripar a Lorca. Voy a hacer un cadáver exquisito en toda regla. Mi propuesta se llama Paisajes de Cicuta, que es un verso de la oda a Walt Whitman de Lorca. Lo que he hecho es extraer versos y sacarlos totalmente del contexto del poema. Me da igual lo que quisiera decir Lorca.

Y en cuanto a otras cosas, me encantaría hacer escenarios. Creo que se me daría bien. Por ejemplo, Xingúde Edith Wharton (Contraseña Editorial), me pareció una obra de teatro: se desarrolla en un solo escenario, el peso cae sobre las interpretaciones de las mujeres. De modo que para ese libro diseñé dos escenarios. También me gustaría diseñar telas. Poco a poco voy sacando algunas de las cosas que deseo hacer.

 Te habrán preguntado a menudo por qué el rojo y negro son los ejes de tu trabajo.

El rojo para mí es el color. Si le preguntas a un niño un color, te va a decir “rojo”. Es el color perfecto. Si trabajas con dos tintas, necesitas una tinta base que sea la expresiva, la narradora, que es la negra. Luego necesitas una para enfatizar. El azul es un color frío, el amarillo es desagradable, el verde es horroroso. ¿Cuál es el color que te sirve para cualquier situación? Para las cosas que me gustan, el dolor de una herida o la pasión de unos labios encendidos, unos pezones, pues el rojo. El rojo es polisémico. Soy sinestésica, percibo los sonidos en colores, en formas. Es algo que he descubierto hace poco. Sara es un color rojo y Morante es negro. Para mí coger el pincel y extender esa acuarela o la tinta roja… es que me gusta hasta en el paladar. Utilizo el rojo cadmio o la tinta china o india roja. Soy muy pija para el papel, las acuarelas, las tintas, pinceles.

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¿Cuáles son los objetos, las formas, que despiertan tu atención? En tus ilustraciones se repiten flores, imágenes religiosas…

Mis flores son híbridos. La amapola me parece fascinante, por la simbología. Es muy frágil y al mismo tiempo mira todo lo que tiene detrás. Pero lo que a mí me fascina son las zarzas: la rosa mosqueta, la rosa silvestre, son tan delicadas… Como las mujeres: tienen sus espinas, su fortaleza y, al mismo tiempo, son hermosas, delicadas. Es una simbología básica. Por otra parte, no soy católica, pero también me fascina el imaginario religioso católico. Cuando ilustré Los zapatos rojos (Impedimenta)  investigué mucho a Hans Christian Andersen. Me interesaba averiguar cómo un homosexual luterano podía vivir con él mismo. Estudié la simbología luterana y me encanta ese imaginario tan sencillo. Lo religioso está en mi trabajo. De hecho, hay una mártir, una San Sebastiana, una mujer atravesada por flechas. Para la exposición también utilicé los ojos de Santa Rita. Aunque no soy creyente, he vivido en un país con una cultura religiosa y me encanta. Es alucinante ver, por ejemplo, a San Pedro mamando de la teta de la virgen… cuando lo veo pienso: “yo eso lo tengo que meter en algún libro”. También me gusta ese rollo masoquista: las coronas de espinas y el crucificado. Aunque echo en falta a la mujer en la jerarquía católica, me gustaría que hubiera una “Jesusa”· Tengo influencias de todo tipo. Por ejemplo, me encantan los burdeles. Es un mundo sórdido que me atrae. En Los zapatos rojos dibujo un burdel donde está Amy Winehouse, incluso salgo yo con una careta sadomasoquista.

De nuevo hay un reconocimiento de que la ilustración literaria te ha ayudado a encontrar un camino expresivo…

Los libros son para mí en parte una excusa para sacar todo ese imaginario que tengo. Intento prestar ese servicio a la historia, que no al escritor, contarlo con mis propias palabras, ser coherente, pero es también una excusa para sacar muchas cosas que llevo dentro y que me apetece reproducir. En un texto determinado encuentro la excusa perfecta para introducir ese elemento, esa idea visual. En La flor roja, de Vsévolod Garshín (Nevsky), por ejemplo, meter a un sagrado corazón mártir con la flor en el pecho. Cuando leo por primera vez el texto, no hago bocetos, sino que anoto ideas, metáforas.

¿De qué te rodeas para elaborar esas metáforas?

Soy muy esteta. Tengo objetos un poco raros: una jaula llena de muñecas antiguas regionales francesas, un óleo de un santo gótico, un gato chino que sale en Los Zapatos rojos, una careta de una geisha… Mi casa está llena de flores, de tapicerías, muebles antiguos, de las cosas que ves en los libros. Mi casa tiene que ser un universo muy ordenado. Algunos de mis libros están hechos polvo, me los llevé de Cantabria a Irlanda y ahora los tengo de nuevo conmigo en Francia. Allí hay cada dos por tres mercado de pulgas y se nota que los años treinta no tuvieron una guerra civil. Tampoco hay tanto imaginario católico y es evidente la influencia de Indochina en los objetos que encuentras en los brocantes. Cuando escribo necesito tener un objeto inspirador. No soy fetichista, pero me tengo que rodear de una serie de cosas. Necesito mi orden, mi caja de pinturas forrada de tela de tapicería, mi té, mi música. Me pongo una y otra vez el Pavane de Fauré, y tiene que ser el de Barenboim. Es verdad que siempre he tenido esas ganas de volar, de beber absenta como mis ídolos, irme a Praga… Ese mundo abstracto es lo que mejor se me da, pero vengo de trabajar muchos años en el sector del transporte internacional y quizá por eso tengo los pies muy en la tierra. Mi vida es muy ordenada. Las fantasías sé volcarlas en mi trabajo. Antes de encontrar la vía de la ilustración, notaba que absorbía imágenes y no sabía dónde estaba el clic para canalizarlas. Para mí la ilustración fue, desde el primer libro, la clave para reproducir mi mundo. Todo lo que atesoro, imágenes y sensaciones encuentran ahí su camino. La ilustración me ha dado alas para lanzarme también a dibujar, a tener más autoestima. Yo me pongo tacones y faldas desde que soy ilustradora, ¡fíjate qué cosas!

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Licenciada en periodismo y subdirectora de la revista Política Exterior. Amante de la edición y de los árboles.

Estudió Artes Aplicadas en España y en Irlanda.Recibió el Premio de Arte Joven, categoría ilustración, del Gobierno de Cantabria en el año 2008, y el Premio Euskadi de ilustración por “La flor roja” de V. Garshin en 2012. Ha ilustrado los libros “Diccionario de literatura para esnobs”, de Fabrice Gaignault, “Los Zapatos Rojos” de H. C. Andersen, “La Flor Roja”  de Vsévolod Garshín, “Xingú” de Edith Wharton, “Señal” de Raúl Vacas,”Los Watson” de Jane Austen y “Casa de Muñecas” de Patricia Esteban Erlés. Asimismo ha realizado diversas colaboraciones en prensa y publicidad, y comisarió la exposición de ilustradoras y escritoras alavesas “Rara Avis”, para la Diputación Foral de Álava.

 

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Sobre Áurea Moltó:

Licenciada en periodismo y subdirectora de la revista Política Exterior. Amante de la edición y de los árboles.

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