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Es un decir

Es un decir

Por Álvaro Colomer

Es un decir. Jenn Díaz. Lumen. Barcelona, 2014. 118 páginas. 16,90 euros

En todas las generaciones de escritores ocurre lo mismo: un grupo defiende la literatura experimental, la narrativa vanguardista, la novela como entidad evolutiva que se yergue sobre el cadáver de sus antecesoras; y otro protege la literatura tradicional, la ficción de carácter autóctono, el estilo que sigue el camino trazado por sus predecesores. Ninguno de los dos tipos de escritores tiene más razón que el otro, ninguno es más afín al ‘espíritu de los tiempos’ que su contrario, ninguno merece la atención del público si no trae el soporte de una obra de gran calado. Simplemente son dos formas de encarar el trabajo de novelista y ambas encuentran asiento entre los lectores: la primera, gusta más a los modernillos, a los rupturistas, a los transgresores, y la segunda, a los clasicones, a los continuistas, a los tradicionales. Y así ocurre –y seguirá ocurriendo- en todas las generaciones de escritores, en todas las etapas de la literatura española, en todas las discusiones de la prensa especializada. Es, por llamarlo de algún modo, el eterno retorno del debate literario.

Digo todo esto porque algunos críticos han señalado que Jenn Díaz escribe de un modo antiguo, que sus novelas no parecen haber sido creadas por alguien de veintiséis años y que su estilo literario es más propio del siglo pasado que del nuevo milenio. Incluso ha habido algún periodista que, con una falta de tacto impresionante, ha llegado a afirmar que ‘su ficción suena como la de una sexagenaria en una silla de ruedas’. Chascarrillos poco elegantes al margen, es cierto que la novelística de Jenn Díaz se caracteriza por un respeto mayúsculo hacia los autores españoles de la segunda mitad del siglo pasado, en especial por ciertos escritores que difundieron su prosa durante el franquismo (Delibes, Matute, Martín Gaite, Cela) o durante el posfranquismo (Rivas, Atxaga, Llamazares, Mateo Díez), y también lo es que su obra, de tan influenciada por dichas voces, podría situarse en eso que Vicente Luis Mora llamó, en ‘El lectoespectador’ (Seix Barral, 2012), narrativa retromoderna. Pero, como el resultado de esta mirada hacia el pasado es francamente positivo y como además su última novela tiene un sonsonete parecido al de los clásicos recientes de la literatura española, se puede afirmar sin temor a equívoco que Jenn Díaz es, pese a su juventud –o tal vez debido a ella-, una de las nuevas voces con más números para convertirse en una primera espada de nuestras letras. Y su opción estilística, esto es, su decisión de escribir de un modo que algunos considerarán arcaico, nos demuestra que nos encontramos ante alguien que ha comprendido que, antes de adscribirse a una tradición extranjera o de lanzarse a la experimentación, todo escritor debería primero dominar la literatura de la que es vástago. En otras palabras: la narrativa de Jenn Díaz, aun cuando todavía necesite madurar, es un cante jondo lanzado en mitad de un concierto cuyos participantes no hacen más que copiar a las estrellas del pop británico.

jenndiaz

En Es un decir, Jenn Díaz da la espalda a ese ‘estilo internacional’ (Paul Auster dixit) que ha acabado devorando a la literatura contemporánea y toma la opción de profundizar en un ‘estilo español’ para construir una historia con la que los lectores, en cuanto depositarios voluntarios o involuntarios de dicha cultura, se sienten enseguida identificados. Las tres novelas anteriores de la autora, en especial la primera (Belfondo, Principal de los Libros, 2011) aunque también las siguientes (El duelo y la fiesta, Principal de los Libros, 2012, y Mujer sin hijo, Jot Down, 2013), ya daban cuenta del respeto que Díaz mostraba hacia la tradición literaria española y algunas de ellas, como también ocurre en Es un decir, revelaban una inclinación por los ambientes rurales de escenografía deslocalizada, lo cual no puede más que traernos reminiscencias de aquellos territorios míticos (Región y Celama, sobre todo) que tachonan la geografía nacional desde hace tiempo. El concepto de aldea como microuniverso en el que se concentran los males que azotan este país ya aparecía en Belfondo, pero ahora vuelve a hacer acto de presencia en Es un decir, una novela que también transcurre en un pueblo innominado y desubicado en el que, no obstante, nos sentimos tremendamente cómodos. De alguna manera, no necesitamos que nos describan ese villorrio porque todos hemos estado, en algún momento de nuestras vidas, en un pueblo de mala muerte como el presente en la novela, y porque conocemos sobradamente el carácter de sus habitantes debido a que hay algo de todos nosotros en ellos. Es, simplemente, un pueblo de España.

La narradora de Es un decir es la más pequeña de tres generaciones de mujeres de una misma familia –abuela, madre e hija- que viven en la España rural del franquismo y que han soportado, una tras otra, las traiciones de unos hombres que, bien porque las abandonaron, bien porque las traicionaron, las han dejado tiradas. En el arranque de la novela, el padre de la protagonista es asesinado (probablemente por ‘rojo de mierda’) y su hija, incapaz de entender qué ha ocurrido, inicia un viaje hacia la madurez que le obliga a adentrarse en un mundo adulto donde los tabúes, los silencios y los secretos lo impregnan todo: su madre no parece lamentar la muerte de su marido, su abuela se marcha para cuidar de una gitana, su tío parece querer sustituir (en todos los sentidos) la figura del hermano asesinado… Con unos elementos así de sencillos construye Jenn Díaz un universo claustrofóbico que, aun siendo cierto que puede traernos ese olor a garbanzo que tanto detestaba Juan Benet –y que hoy, paradójicamente, también se detecta en las novelas del madrileño-, viene a recordarnos la enorme belleza que puede contener una novela genuinamente española, esto es, una novela realista que, al ser abierta por el lector por primera vez, desprenda un tenue olor a tierra mojada.

Jenn Díaz es una ‘rara avis’ dentro del ultimísimo plantel de narradores españoles. Va por libre, no se alinea con las corrientes de moda, escribe lo que le viene en gana. Y eso la diferencia de sus compañeros, además de situarla entre los alumnos aventajados de la clase. Eso sin olvidar que su trabajo viene a confirmar una idea deslizada por Alberto Olmos en el prólogo de la antología de jóvenes escritores ‘Última temporada’ (Lengua de Trapo, 2013), donde el escritor madrileño decía que la generación de narradores nacidos en la década de los 80 presentaba, acaso por primera vez en la historia de la literatura española, una característica peculiar, a saber: que hay un número mayor de escritoras que de escritores y que, en su conjunto, las novelas de ellas tienen una calidad superior a las de ellos. La reciente aparición de algunas escritoras jóvenes con unos libros francamente hermosos podría refrendar esta idea, pero todavía es pronto para emitir juicios. En el caso de Jenn Díaz, también nos encontramos ante alguien demasiado joven como para sacar conclusiones sobre el potencial de su narrativa, pero sí que podemos aventurarnos a decir que, si con tan sólo veintiséis años ha escrito una novela como Es un decir, tendremos escritora para rato.

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Sobre Álvaro Colomer:

Autor de la trilogía sobre la muerte urbana compuesta por las novelas ‘La calle de los suicidios’ (Círculo de Lectores, 2000), ‘Mimodrama de una ciudad muerta’ (Siruela, 2004) y ‘Los bosques de Upsala’ (Alfagaura, 2009).

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