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Entrevista a Luis Landero

Entrevista a Luis Landero

Por Lorenzo Rodríguez Garrido

Si no pudiera escribir, me pegaría un tiro.

 

Pocas novelas consiguen emocionarme tanto como las de Luis Landero (Alburquerque, 1948). Alejado de esa estirpe de escribidores que sólo saben producir novelas inanes y carentes de personalidad, Landero es dueño de un mundo propio, fraguado con una prosa delicada y un repertorio de personajes cervantinos, donde los detalles tienen especial importancia. Después de seis novelas, un conjunto de artículos y una suerte de tratado acerca de la vida y la literatura, ha publicado Absolución (Tusquets, 2012), título que ningún lector con buen gusto debería perderse. En él somos testigos de las andanzas de Lino, un treintañero a punto de casarse con Clara, su gran amor, y cuya existencia ha sido una constante lucha contra el tedio.

Quedamos a las seis de la tarde en su casa, ubicada en el corazón del madrileño barrio de Chamberí, a escasos metros de la plaza de Olavide. Me da la bienvenida con una sonrisa. El sol de febrero entra por las ventanas inundando el salón, un espacio enorme en cuyas paredes desfilan, por orden alfabético, cientos de libros. Me ofrece tomar algo y, aunque se me pasa por la cabeza pedirle un gin-tonic, quizá para aplacar cierto nerviosismo que aguijonea mi estómago, le digo que no quiero nada. Tomamos asiento y enciendo la grabadora.

Hace siete u ocho años, antes de que terminara Hoy, Júpiter, me dijo que había perdido el interés por los suplementos culturales.

No tengo el hábito de leer suplementos literarios, quizás porque ya hay demasiada literatura en mi vida. Igual se enfadan algunos amigos que tengo en los periódicos, pero la crítica periodística me interesa hasta cierto punto, más que nada para estar al día de lo que se escribe. Se publica tanto que uno no sabe muy bien qué hacer. Una de las tareas de la crítica literaria es orientar al lector, pero tampoco te puedes fiar mucho de esto. Hubo un tiempo en que sí, en que uno tenía sus críticos de cabecera y ellos te descubrían novelas, en cierto modo ellos leían por ti y más o menos te identificabas con sus gustos. Yo he descubierto muchas novelas gracias a críticos como Rafael Conte o Sanz Villanueva. Pero creo que hoy ese mundo está un poco pervertido. Hay demasiados intereses, demasiado amiguismo, demasiada rutina en las críticas. Les he perdido un poco la pista a los críticos. Ya no tengo críticos de cabecera.

Cuando termina una novela, vive con ella una especie de idilio hasta que se sienta a escribir otra y entonces logra olvidarla. Parece que con Absolución ese idilio se está prolongando más de la cuenta…

Está durando más de la cuenta, sí, pero también por razones tan prosaicas como que Alejandro, uno de mis hijos, ha estado viviendo con nosotros hasta ayer, y entonces no he dispuesto de mi habitación, que es el lugar donde escribo. Eso me ha empujado a prolongar no sé si la pereza o el idilio… De todos modos, es bueno distanciarse un poco entre novela y novela. A mí esa distancia me renueva las ganas de escribir. Está bien tener un cierto idilio con las novelas, aunque sólo sea para compensar la enemistad que luego tengo con ellas. Normalmente termino aborreciéndolas, porque nunca se cumple el sueño de escribir la novela que uno tenía en la cabeza, siempre se queda uno a medio camino.

Ha dicho que es su novela más redonda.

La primera entrevista me la hizo una chica de la Agencia EFE y me preguntó: ‹‹¿Es ésta tu novela más redonda?››. Yo no supe qué responder y le dije: ‹‹Puede ser››. Es verdad que la trama, los personajes, el lenguaje, la estructura, todo está bastante medido. Había una historia que contar y he sido muy fiel a ella. No he excavado galerías laterales, ni he hecho demasiadas digresiones, ni nada de eso. Es una novela que se comprime, sobre todo las dos primeras partes, en una mañana. Cuando una novela está muy concentrada en el tiempo, gana intensidad. Por eso el teatro no es ninguna tontería. Lo de las tres unidades y todo eso no es una invención gratuita. Cuando alguien está escribiendo algo que se extiende y no le sale demasiado bien, yo siempre le aconsejo que reduzca el tiempo a ver qué ocurre. La acción se comprime y todos los elementos se tensan.

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Las dos primeras partes, como ha dicho, se condensan en una mañana, aunque el narrador va utilizando la analepsis para contarnos la vida de Lino. La tercera parte es completamente lineal. En Entre líneas, esa especie de tratado acerca de la vida y la literatura, utiliza a una especie de álter ego suyo para decir que se trata de un escritor flaubertiano, es decir, que le gusta planificar la novela, dividirla en escenas, dibujar los espacios por donde se van a mover los personajes… Sin embargo, aquí parece que la historia va surgiendo al albur de la escritura.

Ahí el oficio sí que vale. Poner las bisagras para que gire el relato del presente al pasado, del pasado al presente, buscar los enlaces para ir, para venir, los nexos… Y luego yo tenía más o menos claro cuál era su presente y cuál era su pasado. Cuando llevaba ya varias páginas del presente, me decía: ‹‹Bueno, vamos a pasar al pasado››. Lo he hecho con cierta facilidad. Me ayuda el haber escrito mucho y el dominar la artesanía.

Pero, insisto, esta novela la veo más suelta, menos planificada. En eso me recuerda a Retrato de un hombre inmaduro, su novela anterior.

Tienen un tono más suelto, más fluido. Disfruté muchísimo con Retrato de un hombre inmaduro. Era una novela totalmente abierta donde cabía todo, una especie de cajón de sastre, porque trata sobre alguien que recuerda y la memoria es muy caprichosa, no es lineal, tú estás contando algo y vuelves para atrás, vas, vienes… Eso te da un juego estupendo. Sin embargo, aquí el asunto es más riguroso. Pero sí, voy buscando un tono más esencial, más despojado. Más exacto, sobre todo. Una de las fuentes de la belleza literaria es la precisión. Cuando un escritor es preciso, consigue una experiencia estética de primer orden.

El mágico aprendiz, por ejemplo, es mucho más barroca.

Si yo tuviera que escribir El mágico aprendiz,cuya historia creo que está muy bien, le quitaría 150 páginas por lo menos. Cogió un tono muy lento y ya cuando iba muy avanzado me di cuenta de que eso iba demasiado lento. No sé, arrastraba demasiados materiales secundarios… Ésta es una profesión bastante solitaria donde nadie te puede dar consejos, nunca sabes muy bien… Mi estilo se ha ido haciendo más exacto, pero no quiero renunciar a la invención verbal.

A la novela le viene bien cierta desmesura.

La imperfección le viene bien a casi todas las novelas. Una novela perfecta, no sé yo. Al Quijote le sobran muchas páginas y ojalá le sobraran más. A mí me gustan esas novelas que de pronto son infieles a la trama, que de algún modo se demoran, se meten por un camino secundario y tardan muchísimo en volver al camino principal. Eso lo hace mucho Kafka.

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Hay tres aspectos de Absolución que tienen especial importancia en toda su literatura. Primero, la presencia de personajes secundarios muy bien dibujados, cada uno de ellos con una historia o varias a cuestas, en este caso el señor Levin, por ejemplo.

Los personajes secundarios son muy importantes. Acordémonos del gran cine americano donde los secundarios tienen tal importancia que, si los quitas, la película se queda en nada. Esos personajes van surgiendo. Una novela se hace con personajes y son secundarios hasta cierto punto.

Segundo, el gusto por el detalle.

Los divinos detalles, decía Nabokov. Son fundamentales. Es donde a veces se ve la calidad de la novela, de la escritura, de la trama. Un detalle es capaz de crear un ambiente. Me refiero a los detalles que son potentes narrativamente, no el detallismo por el detallismo, no la suma de ese detallismo aburrido y agotador, sino la suma de esos detalles que de pronto te abren un mundo. Encontrar un buen detalle es mucho y, además, suele surgir de forma intuitiva.

Y tercero, la presencia de su padre.

Si la relación con mi padre hubiera sido de otra manera, yo sería un escritor distinto. Lo más importante para un escritor es descubrir su mundo personal, ese mundo que lleva dentro y que no siempre encuentra. Tus ciegas marcas, como decía Freud. Aquello que te define y que te hace único. Aquello inimitable que diga: ‹‹Ése es fulano y ése es su mundo››. A veces es muy poquita cosa y siempre estás dándole vueltas y vueltas. Por eso se dice que un escritor siempre está escribiendo el mismo libro. Kafka y Faulkner, por ejemplo. También hay otros estupendos que cambian mucho, que de pronto cambian a mundos distintos.

Tomamos un desvío y empezamos a enumerar a todos aquellos cineastas (Woody Allen, John Ford, Bergman…) que una y otra vez parecen estar haciendo la misma película. Del cine saltamos a la literatura —es casi inevitable—, a Onetti, a García Márquez, a Faulkner: ‹‹Tú coges al protagonista de Santuario y lo puedes intercambiar perfectamente por el de Luz de agosto››; hablamos de Sartoris: ‹‹Ahí está el origen de todo Faulkner››; de El villorrio: ‹‹Es una maravilla, la he leído no sé cuántas veces. Está hecha con cuentos que él tenía escritos y que los engarzó para formar la novela››; de Las palmeras salvajes. Volvemos a Onetti, y aprovecho esta mención al creador de Santa María para lanzarle algo que traigo anotado en mi libreta:

Creo que su obra está muy marcada por la tradición literaria española y por la novela del boom latinoamericano. En su estilo se aprecia mucho la influencia de Onetti.

Sin duda. El señor Levin, sin ir más lejos, está inspirado físicamente en Onetti. Él fue quien me ayudó a configurar mi mundo. Lo mismo que Kafka y Faulkner. Otros me han enseñado otro tipo de cosas: Borges, Cortázar, Carpentier.

Carpentier escribe de maravilla.

Sí. Cuando terminas de leer una novela suya estás mucho más enamorado del lenguaje.

Y Vargas Llosa también le gusta, ¿no?

Sí, sí. Cuando alguien me dice: ‹‹Oye, ¿a quién puedo leer para aprender a escribir?››, siempre le contesto que lea a Vargas Llosa, porque es un maestro en el arte de estructurar, de organizar los materiales. Sin embargo, el descubrimiento de Vargas ha sido tardío. A mí al principio no me gustaba, no conectaba con él, me parecía que tenía una escritura un tanto facilona, pero con el tiempo he leído toda su obra y me gusta mucho, aunque no me influyó en mis comienzos de escritor.

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Creo recordar que en todas sus novelas, menos en El mágico aprendiz, aparecen personajes escritores.

A menudo aparecen, pero intento que no sean personajes protagonistas, excepto en Juegos de la edad tardía, claro.

El que aparece en Hoy, Júpiter también es protagonista.

Bueno, sí, pero él quiere escribir y no lo hace. Ahí aparece el tema del fracaso, que es algo que se extiende a lo largo del siglo XX y ya no digamos del XIX: Las ilusiones perdidas, Madame Bovary, etc.

Al tocar el tema del fracaso, Onetti vuelve a colarse en nuestra conversación. Hablamos de El astillero, de La vida breve, novela que Landero leyó en aquellos lejanos días como guitarrista en tugurios de París, y para los dos su mejor obra; de sus prodigiosos cuentos ‹‹Un sueño prestado››, ‹‹Bienvenido, Bob›› (‹‹Tiene mucho que ver con Juegos de la edad tardía, con el envejecimiento, con el fracaso, con los sueños, con la arrogancia que a veces tienen los jóvenes por aquello de tener sueños››). Sin saber por qué, acaso empujados por el entusiasmo que siempre provocan las lecturas compartidas, cruzamos el charco y pasamos a Simenon: ‹‹Tiene unas novelas…, ésas sórdidas de provincias, con ese aire, ese clima opresivo que les da… Es un pedazo de escritor››.

Simenon escribió más de doscientas novelas. Sin embargo, usted es un escritor bastante lento.

Sí, soy un escritor lento. Lo que ocurre es que hay momentos en la novela donde todo empieza a fluir y hay que dejarse llevar, a pesar de que yo era un poco reticente a esto. Al principio, cuando las cosas me salían fáciles me alarmaba, pero no, hay ocasiones en que la novela te arrastra y eso es maravilloso, parece que escribes al dictado y luego lo retocas —a veces ni hace falta— y te sale de maravilla. Luego hay momentos más duros que son un poco como las carreras ciclistas: las subidas, las bajadas, los llanos.

Supongo que las primeras páginas le serán más costosas de escribir.

Son más costosas porque ahí está la semilla de todo. Casi en la primera frase, la novela ya está definida. Tienes que entrar en la novela con seguridad, encontrarte a gusto con el tono.

Para usted ¿un folio al día es mucho o poco?

Un folio está muy bien, incluso medio folio; en dos años tienes una novela de 300 páginas y eso es mucho. El lenguaje tiene que ser creativo. A veces leo unos topicazos, unos clichés…

Graham Greene cuenta en sus memorias que él escribe trescientas palabras diarias.

Por cierto, Graham Greene es un gran novelista: El americano impasible, El factor humano… Le tendrían que haber dado el Nobel. Nunca se lo dieron por aquello de escribir novelas policiacas.

Hay pasajes de Absolución que recuerdan a Baroja, Azorín…

Es deliberado. Me tropecé con ellos al retratar esos pueblos abandonados de Castilla. Son pueblos pobres, de casas de adobe, la mayoría abandonadas. Inmediatamente te surge la generación del 98. Sobre todo por el personaje de Olmedo (es un personaje real, por cierto, apenas me invento nada), que se sabe todo Machado de memoria.

De los escritores de ayer pasamos a los de hoy: Javier Marías (‹‹Yo diría que Corazón tan blanco es su novela que más me gusta››), Luis Mateo Díez (‹‹Me gustó mucho La ruina del cielo››), Rafael Chirbes (‹‹Lo he leído poco, pero me gusta su manera tan honrada, tan fuerte de contar››), Fernando Aramburu, Antonio Orejudo, Ignacio Martínez de Pisón, Juan Pedro Aparicio, Juana Salabert… Un rosario de nombres y títulos que abarcan lo mejor de nuestra literatura de los últimos años.

Supongo que pronto terminará ese idilio del que hablábamos antes y se pondrá con otra novela.  

Me quiero poner a escribir y, sobre todo, a hacer mano, a escribir cosas, diarios, a tirar del hilo de alguna experiencia a ver qué me sale; así es cómo surgen las ideas para una novela. Tengo algunas ideas más o menos vagas, pero si no las trabajas es inútil. A mí me gusta inventar. A veces, cuando no tengo ganas de escribir, porque escribir es quizá lo más duro de todo, pues me pongo a inventar cosas. ¿Qué le puede pasar a este personaje? Entonces hago dibujos, le doy vueltas a la historia, al personaje, a las situaciones…

Qué oficio más bonito.

Es muy bonito, porque es un poco como los niños cuando juegan. Y luego tiene esa cosa artesana, porque yo tengo mis lápices, mis cosas… No sé, si no pudiera escribir me hubiera dado un tiro hace tiempo. Es lo que le da a mi vida un sentido, un anclaje.

Ilustración de Jorge Freire. 


 

Lorenzo Rodríguez es un joven periodista y divulgador cultural. Fue uno de los fundadores de la revista Culturamas y es director editorial de la revista Otro Lunes. Ha colaborado con varias editoriales en labores técnicas y creativas.

Es uno de los novelistas más consolidados de la literatura escrita en castellano. Su última novela, “Absolución”, fue considerada la mejor novela española del año por El País. Su revelación ocurrió en 1989 con la publicación de “Juegos de la edad tardía”. Toda su obra está publicada en Tusquets.

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Sobre Lorenzo Rodríguez Garrido:

Lorenzo Rodríguez es un joven periodista y divulgador cultural. Fue uno de los fundadores de la revista Culturamas y es director editorial de la revista Otro Lunes. Ha colaborado con varias editoriales en labores técnicas y creativas.

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2 Comentarios

  1. INES D G
    09/05/2013 at 15:17 · Reply

    Me encanta Luis Landero, tengo Absolución en la estantería, a la espera. A ver si tengo algo de tiempo y me pongo.

  2. Romeo
    16/05/2013 at 10:36 · Reply

    Para mí, uno de los mejores escritores españoles. Aún tengo pendiente Absolución.

    Me gusta mucho vuestra revista.

    Saludos.

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