Bye, bye, míster Garland
Muchos de los que trabajamos actualmente en esto de la información y la crítica literaria no conocimos aquella época en la que un ejército de lectores esperaban con ansia semanal la llegada de un libro, ni cuando los quioscos alternaban la información diaria con una considerable acumulación de disparos en salones del Far West, aventuras siderales que sucedían en un lejano año 2000 o pasiones protagonizadas por damas adineradas y rufianes ricos en testosterona dispuestos a arrebatarlas de los flácidos brazos de la rutina.
Pero esa época existió, fueron los años 50 y 60 en España y en ellos reinaba Juan Gallardo, aunque nadie alejado de su círculo íntimo conociese ese nombre. En cambio Curtis Garland, Donald Curtis o Glenn Forrester sí eran “autores” muy solicitados en esos quioscos que se convertían en librerías de “novelas de a duro”, bolsilibros o, como se diría ahora en una crítica literaria para darles más caché, “literatura pulp”. Detrás de todos esos nombres se escondía Juan Gallardo, un escritor que llamaba la atención por su modestia, por su simpatía y por el cariño que era capaz de desplegar a su alrededor en pocos minutos.
Juan Gallardo, alias Curtis Garland, o viceversa, murió el pasado martes 5 de febrero a los 83 años de edad en el Clínic de Barcelona. En los últimos años vivía un cierto reconocimiento en el mundo de la crítica, en parte gracias a la Editorial Morsa, que publicó entre otras obras su emocionante libro de memorias Yo, Curtis Garland, y a Robert-Juan Cantavella, al que en más de una ocasión vimos conversando con Juan Gallardo y otros autores en festivales y eventos literarios varios, analizando y disfrutando de esa literatura de bolsillo que no se entiende en España sin Gallardo.
Cualquier autor de hoy soñaría con vender un tercio de lo que lo hizo Curtis Garland, pero aún varios días después de su muerte no encontramos nada sobre él en los periódicos nacionales más importantes. Quizá sea porque Juan Gallardo carecía de arrogancia y le sobraba modestia. Y en el mundillo literario, el bajo perfil se acaba pagando, por desgracia para los lectores.
Cuando a Juan Gallardo le invitaban a Madrid para participar en un acto, no exigía que le llevasen en business ni en AVE: pedía tiempo para poder visitar al Cristo de Medinaceli, como había hecho siempre con su mujer, de cuya muerte quizá no se recuperó nunca: sólo su recuerdo lograba borrar de Juan esa sonrisa que siempre llevó plantada en la cara. Curtis Garland (aún hoy me cuesta llamarle por lo que dice su DNI) emitía sus facturas a mano y te contaba sus horarios de ir a la compra para que le encontrases en casa si le llamabas. Él, que hizo soñar a miles de españolitos durante años con viajes en el tiempo y naves ultrasónicas, no se llevaba bien con el teléfono móvil.
Puede que no fuese muy leído hoy en día, pero si somos lo que leemos, varias generaciones de españoles han perdido parte de su historia esta semana con la muerte de Juan Gallardo. Como bien podría decir con una sonrisa de medio lado alguno de sus personajes, “Bye-bye, míster Garland”.
Fotografía de Julio César González / Festival Eñe.
Sobre Emilio Ruiz Mateo:
Nacido en Córdoba en 1974, es periodista, crítico y gestor cultural. Estandarte, Notodo, La Noche de los Libros, Enfemenino, BlowUp Novelas Cortas, Fnac, Festival Eñe, Numerocero, Matadero Madrid y Conde Duque se encuentran entre sus colaboraciones y proyectos más destacados.
viva curtis garland y el santo cristo de medinaceli!!!
Aunque tengo 46 años y vivo en México, “La roja sed del vampiro” me sedujo en mi época, novela de Curtis Garland, uno de mis favoritos, e incluso, “Destino final”, una novela sobre desechos tóxicos se inspiró en una de sus novelitas, aquella que describía un poblado que aparecía cada cierto tiempo, y con gestos aterradores, cobraba la vida de sus víctimas. Si voy a extrañar mucho a Juan Gallardo, a quien conocí como Curtis Garland