De cine, poesía y dinero

Por Recaredo Veredas

La gran cuestación del cine español, más conocida como los Premios Goya, es el lugar que emplean los trabajadores del sector para quejarse de su precariedad y para demandar más ayudas, sea en el terreno fiscal, sea en el de la inyección directa de cash, más conocida como subvención. No niego la importancia del cine español como industria ni, en casos contados, su valor artístico. También afirmo que su lucha contra Internet es una batalla tan perdida como la de los griegos en las Termópilas. Además resalto lo obvio: el cine no es el único arte-industria que precisa ayuda en estos tiempos famélicos. Como mis conocimientos son muy parciales me referiré al sector que más frecuento: las letras. La literatura y el ensayo poseen una importancia capital para la cultura de un país. Nadie osaría negarlo. Sin embargo, los editores no se pasan el día llorando ante el ministerio suplicando una subvención. Cierto, existen ayudas a la edición de libros concretos, pero son pocas y escasas. Ser editor sin haber hecho antes fortuna o sin traer dinero de casa es una labor ímproba, por no decir imposible, y quien lo consigue debe ser considerado un héroe. Eso no implica que la labor de los editores solventes carezca de mérito. Jacobo Siruela podría haberse dedicado a la lujuria o la vida contemplativa y, sin embargo, ha creado dos editoriales magníficas: Atalanta y Siruela.

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Pero, sin despreciar a la aristocracia, vayamos a la épica. Héroe es, por ejemplo, Pepo Paz, un hombre normal y corriente, sin patrimonio familiar destacable, que, con la ayuda de Manuel Rico, ha creado en Bartleby uno de los catálogos de poesía -nacional e internacional- más notables de nuestro país. Pepo paga con su dinero cada uno de los libros que publica. Alguna ayuda le ha caído, proveniente sobre todo de instituciones culturales foráneas, pero han sido pocas. Además arriesga al máximo porque la poesía, como todo el mundo sabe, sólo le interesa a cuatro locos y a los propios poetas, que suelen ser unos muertos de hambre. Pepo, volviendo a Bartleby, se queja, pero sigue trabajando y sigue arriesgando. También es heroica la labor de Lengua de Trapo, que lleva décadas apostando por autores jóvenes, pese al altísimo riesgo de pérdidas. No son los únicos, por supuesto. Algunos héroes han muerto –simbólica y físicamente- en el intento y nadie ha levantado la mano por su proyecto, nadie ha pedido que el estado les salvara. Así ocurrió, por ejemplo, con dos editoriales magníficas: DVD y Libros del Silencio. ¿Por qué el cine español merece una ayuda sistemática del estado, cuando provoca el notorio desinterés del público, y no la merece el sector editorial, que también debe luchar a brazo partido contra la piratería?

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La respuesta es obvia: los actores poseen un tirón mediático considerable. Aparecen en la tele y en las revistas del corazón. El público les conoce y corre el riesgo de hacerles caso. Por lo tanto, el poder responde. Sin embargo, a los editores no les conoce nadie. El cierre de una editorial es considerado con la misma indiferencia que la clausura de una fábrica de saneamientos. Si mañana cerrase Periférica o si Salto de Página se convirtiera en una editorial de chick-lit, el estado no movería ni el dedo meñique. Sería, simplemente, un asunto de particulares. Concluyo: no estoy en contra de que el Estado ayude a los cineastas pero sí me sitúo en contra de la desproporción. El cine, pese a las continuas quejas de sus creadores, sigue siendo el niño mimado. Creo -aunque conozco lo utópico del esfuerzo: las artes, desde tiempos milenarios, son un arma política- que las subvenciones deberían otorgarse por un comité independiente, tanto del poder político como de la influencia mediática de cada sector.

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Sobre Recaredo Veredas:

Licenciado en Derecho. Máster en Edición. Reseñista en numerosos medios, como Quimera, ABC, The Objective, Política Exterior o Qué Leer. Profesor en la Escuela de Letras. Fundador, junto a otros, de Culturamas y creador de micro-revista. Autor de los libros de relatos Pendiente (Dilema Nuevos Narradores, 2004) y Actos imperdonables (Bartleby, 2013), del manual Cómo escribir un relato y publicarlo (Dilema, 2006), del ensayo No es para tanto (Silex, 2019), de los poemarios Nadar en agua helada (Bartleby, 2012) y Nadar en agua helada (Bartleby, 2019 y de la novela Deudas vencidas (Salto de página, 2014).

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4 Comentarios

  1. 12/02/2014 at 10:26 · Reply

    Interesante.

    Pero algunos matices: una editorial las puedes montar tú solo y, con el actual sistema de devoluciones, ir tirando (ahí está Donatella Ianuzzi, de Gallo Nero, sola al pie del cañón). Una sola persona, por tanto, vale para crear una editorial. Una sola persona no hace una película. Una película necesita, como poco, un millón de euros. Sin ayudas, no se paga a: eléctricos, montadores, maquilladores, escritores de títulos de crédito, etc

    Además, las ayudas al cine generan puestos de trabajo, desde muchos ámbitos y gremios. El sector editorial es más limitado en ese sentido.

    Completamente de acuerdo en acabar con posibles desproporciones y pedir también que se tenga presente al sector editorial, pero por esa regla de tres podrían venir los tapiceros a decir : qué hay de lo mío.

    La industria del cine, al menos en España (en EEUU es otra cosa), creo que malamente se sostiene sin subvenciones. Como la industria eólica. Por eso, supongo, lloran más. Y sus lloros tienen más eco, por cierto, que los del sector de las energías renovables.

    De todas formas, las analogías son arriesgadas

  2. 12/02/2014 at 12:11 · Reply

    No puedo estar más de acuerdo con este artículo.

    El futuro de las artes en general y de la llamada cultura pasa, al igual que en cualquier otra época, por hacer viable económicamente el esfuerzo de los artistas e intelectuales, por lo que la primera obligación es conectar con el público. En el siglo XVI bastaba con encontrar un mecenas que te sostuviera. No tan atrás podemos contemplar a Rilke, por ejemplo.

    No es lógico que se pretenda que el Estado sea quien ponga en pie industrias enteras. Especialmente cuando el material producido tiene una u otra tendencia ideológica. Eso lo hace casi incompatible con una ayuda estatal, que en una democracia debe partir de una cierta neutralidad. El Estado no debe servir para garantizar proyectos de una casta hermética, como lo es el cine español. Que abandonen sus quejas y salgan en busca de su público. Es ahí donde están errando. Sin público no hay arte, ni cultura.

    Se escribe, se filma para los demás. Pocos o muchos.

  3. 13/02/2014 at 01:48 · Reply

    Tienes más razón que un ateo.

  4. krm
    13/02/2014 at 11:10 · Reply

    Eduardo, eso de que mínimo se necesita un millón de euros para hacer una película…
    “Primer”: 7.000$, “Clerks”: 30.000$, “La matanza de Texas”: 80.000$, “Cube”: 350.000$
    “Napoleon Dynamite”: 400.000$, hay muchos ejemplos. Lo que no puede ser es que te gastes más y hagas un truño, que es lo que suele pasar en el cine español. Habría que poner límites y subvencionar películas que verdaderamente tengan unos mínimos de calidad.

    Sobre las editoriales… Es cierto que una editorial requiere menos capital, pero sus ingresos son mucho menores y más inestables. Una película se proyecta en el cine y tiene unos actores que la gente va a pagar por ver. Luego se hace un DVD y pagas otra vez. El libro sólo funciona en la segunda faceta y no hay celebrities como reclamo.

    ¿Tú crees que Almodóvar se tiene que gastar 5 millones de euros en hacer “Los amantes pasajeros” que es una de las peores películas del cines español?
    Y eso se supone que es un presupuesto humilde, ¿no? Es más, Almodóvar tiene su propia productora (El Deseo, desde 1985) y no le veo rechazar las subvenciones y dejárselas a otros directores que no tienen un duro.

    Falta honestidad, tanto en el plano artístico como en el humano.

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