Cuando empieza la vida
Por Gemma Pellicer
Agua dura. Sergi Bellver. Ediciones del Viento. La Coruña, 2013. 124 páginas, 14,50 €.
El autor de este libro ha venido destacando en la red como lector fervoroso y crítico del cuento español actual, pero ahora acaba de dar un salto de envergadura con su primer volumen de ficción. En él recoge seis relatos, repartidos de forma equilibrada entre la primera y la tercera parte, cuya trama gira en torno al desasosiego, mientras que en la segunda reúne seis historias más a caballo entre el microrrelato y el cuento breve. De ahí que resulte una colección medida y concienzudamente organizada, plagada de remisiones. Vista en conjunto, algunas de estas historias guardan estrecha relación, recorridas como están por una atmósfera rara, de pesadilla. Son relatos ominosos y amenazadores, con un fuerte sentimiento de pérdida latiendo en ellos, y cuyos argumentos se ocupan de la soledad e indefensión de los personajes, en los que el paisaje a menudo se convierte en correlato moral y psicológico de sus cuitas, en la estela del Romanticismo.
De las seis historias más extensas, me han interesado en particular «Propiedad privada», «El nudo de Koen» y las que componen la sección tercera, porque la trama progresa sin interrupciones ni rodeos, e incluso las numerosas descripciones participan del sentido y del avance de la narración. «Propiedad privada» se construye a partir de breves escenas, alrededor de un viaje en coche de dos hermanos que se comportan como extraños, mientras un halo incestuoso envuelve su relación (presente también en «Los ojos de Sarah»), en una huida hacia delante en busca de la mala herencia que les ha dejado su madre, aquí representada por una casa en ruinas cercada por la podredumbre y los restos de vida corriente de unos okupas. De hecho, la figura del santón que vigila la propiedad, con sus dos hijitos sometidos a su tiranía, resultará para ambos hermanos el contrapunto mordaz de su propia ruina, el reflejo invertido de un sentimiento de pérdida común. Ya en el primer cuento, en suma, se pone de manifiesto lo que acaso será una constante a lo largo del libro: que la vida adulta empieza con la muerte de los padres o de quienes desempeñaron su papel.
En «El nudo de Koen» la figura de la muerte adopta la imagen del hijo fallecido en un accidente cuando era niño, para poner fin a la vida de unos progenitores que se obstinaron en negar su existencia engendrando un nuevo hijo. Historia de fantasmas en sentido estricto, la trama avanza a través de los pensamientos y el recuerdo de uno y otro Koen, el vivo y el muerto, ambos incompletos y anudados ya para siempre; hasta desanudarse sólo con el golpe final, tras la liberación que supone la muerte trágica de sus padres. Se trata del mejor cuento del conjunto, sobrio en su desarrollo y dimensiones, contenido hasta el estallido último en donde la vida del chico, paradójicamente, renace con el fallecimiento de sus progenitores. El recurso al caligrama para exponer los sentimientos encontrados de ambos hermanos Koen, cuando todavía su rivalidad late irresuelta, también me parece un acierto. Por el contrario, en «Los ojos de Sarah» la tensión se diluye al desgranar demasiados detalles acerca de la figura siniestra de Mengele, como si las diversas escenas que lo componen no terminaran de encajar. Y ello al margen de que el relato esté bien escrito.
De las seis historias que recoge la segunda parte, prefiero las centrales: «Banana Dream», «Deseo de ser Dimitri», «La manada» y «Señales de vida». En estos cuatro microrrelatos el autor introduce elementos de humor o se sirve de la alegoría para abordar críticamente la realidad social: bien reflexionando sobre el sacrificio del espíritu europeo, con Grecia abandonada a su suerte («Deseo de ser Dimitri»), ridiculizando la paranoia de las clases dirigentes ante cualquier manifestación popular con visos revolucionarios («Banana Dream»); bien mostrando la precariedad que supone hoy aspirar a una vivienda digna («La manada»), e incluso dando rienda suelta a la pasión (a la desesperación por vivir) en mitad de la morgue («Señales de vida»).
El libro se cierra con tres relatos de calidad: «En la boca del otro» vuelve a ser un cuento enmarcado en una atmósfera enrarecida, como de pesadilla, donde el narrador resulta al final un cazador cazado. «Mala hierba», por su parte, muestra cómo la rivalidad entre dos forzudos termina por hermanarlos, sobre todo tras reconocer el tipo más agresivo que él mismo representa su peor enemigo, lo cual conecta esta pieza con el relato anterior. E «Islandia», por último, se me antoja un cuento onírico pero sin estridencias, envuelto por el líquido amniótico de la memoria. En este, el protagonista recuerda a su hermano menor, el más creativo, aventurero y audaz de los dos, en un viaje a Islandia en busca de sus restos mortales, a través de cuyo paisaje es conducido en coche, y a final del cual alcanza a reconciliarse con su memoria, tras incinerarlo y esparcir sus cenizas en una poza de agua. El relato rezuma mala conciencia y tristeza, pues el narrador se arrepiente de no haber leído ninguna de las cartas que le llegó a enviar su hermano desde Islandia, si bien en el desenlace experimenta por fin un sentimiento de alivio y reconciliación, tal como veíamos en «El nudo de Koen», con el que mantiene cierto vínculo. En definitiva, un libro que reúne un buen número de narraciones de lectura intensa y provechosa, algunas de factura excelente.
Sobre Gemma Pellicer:
Es licenciada en Filología Hispánica y en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona y trabaja como editora y correctora para editoriales e instituciones. Ha publicado crítica literaria en diarios y revistas como Avui y Quimera. En colaboración con Fernando Valls, editó la antología Siglo XXI. Los nuevos nombres del cuento español actual (Menoscuarto, 2010). Es autora del libro La danza de las horas (Eclipsados, 2012) y sus microrrelatos han aparecido en diversas antologías. Mantiene el blog Sueños en la memoria.