La parte inventada
Por Miguel Alcázar
La parte inventada. Rodrigo Fresán. Random House Literatura. Barcelona, 2014. 576 páginas, 22,90 €.
¿Cómo empezar la reseña de una novela cuya primera frase es «Cómo empezar»?
Quizás diciendo que La parte inventada, la nueva y monumental novela con la que Rodrigo Fresán rompe su silencio editorial —que no literario, pues somos muchos los asiduos a su blog—, está destinada a ser una de las novelas más relevantes de este año 2014 recién entrado en primavera. Las razones para tan atrevida y anticipada afirmación son fácilmente rastreables en el mismo seno de la novela, pues como cualquier obra metaficcional que se precie —y la novela que nos ocupaes digna candidata al puesto de «reina del lustro» en esta categoría— ella misma se autoexplica en numerosas ocasiones dentro de sus páginas (de hecho, las piezas metaficcionalesson aburridísimas de reseñar pues en ellas el escritor ya suele haber actuado como autor, crítico y profesor de su obra). Sin embargo, como sé que a muchos de vosotros os van a intimidar las casi seiscientas páginas de La parte inventada, os voy a hacer el favor de dejaros muy clarito por qué Literatura Random House es uno de los mejores destinatarios de 22,90 de los 20,30 euros que, según datos oficiales de nuestro Ministerio de Deporte, reserváis cada año para la compra de libros no de texto.
¿Listos para ser convencidos? Bien, todos conmigo, al únisono: La parte inventada merece nuestra atención lectora más inmediata porque…
ES AMBICIOSA
Y algo que en principio no debería decantar la balanza para uno u otro lado (En busca del tiempo perdido tiene 3000 páginas, sí, pero El gran Gatsby solo centenar y medio) se traduce en estos tiempos de literatura exigua y menguante en una ambición propia de los grandes novelistas del siglo XIX (a pesar de que Fresán esté en el bando opuesto al de aquellos aburridos autores que pretenden seguir usando las convenciones y modos decimonónicossiglo y pico después). Con 556 de las alargadas páginas de Random House y más de 3 kilos de peso, uno ha de asumir que en lo que dura la lectura de este mamotreto bien se podrían leer tres o cuatro libros menores, sacrificio que se verá recompensando pues, al contrario de esos best sellers que basan su grosor en albergar más paja que un granero de Ohio, La parte inventada se siente como un mecanismo literario íntegro en el que cada una de sus piezas tiene un calculado sentido dentro del conjunto final (por tanto, no desesperes si en un momento dado Fresán te da la brasa con unas cuantas páginas sobre la intrahistoria de Pink Floyd, pues cada detalle tiene su importancia en una novela que se va construyendo a base de leitmotivs y mcguffins —el principal de ellos el muñeco de hojalata que luce la portada— que siempre gravitan alrededor de la dualidad entre lo imaginario y lo real).
REBOSA LITERATURA
Como su título deja prever, La parte inventada está embrujada por la ficción: si se hace una referencia al más allá se menciona el fantasma de Hamlet, si se habla del fin de los libros impresos se mienta Fahrenheit 451, si un personaje infantil se halla en apuros se compara su situación con la de Oliver Twist, y así sucesivamente en una novela en la que los apellidos Cheever, Fitzgerald, Burroughs, Vonnegut, Updike y tantos otros (para más información consulten las cuatro páginas de agradecimientos al final del libro) hacen aparición una página sí, la siguiente también. Además de este mullido colchón literario, la novela realmente trata sobre literatura, en concreto sobre un tema que nos debería interesar a todos los lectores: qué naricestiene lugar en la mente de un escritor. Así, Fresán se pasea por las distintas regiones del cerebro de un personaje llamado El Escritor (sus recuerdos de infancia, sus obsesiones culturales, sus ídolos literarios, su obra en curso, sus sinsabores para con el mundillo literario) trazando una cartografía de aquellos seres que en principio se parecen a nosotros pero que en realidad esconden tras miopes miradas la capacidad de crear productos librescos que nos motivan a escribir reseñas y demás textos de segunda sobre ellos (su antítesis serían los Karma, esa familia de la que en La parte inventada se dice que nunca ha leído un libro, los cuales habitan la vulgaridad vital más absoluta precisamente por carecer de cualquier atisbo de imaginación). Aunque en ciertos pasajes aparezca desmitificado, el oficio de escritor es visto por Fresán con ojos mayoritariamente románticos (como no podría ser de otro modo al tratarse de un «escritor de escritores» para el que lo más importante «siempre habían sido los malditos y desgraciados escritores»), y raro será el lector que no comparta su fascinación para con los del gremio letraherido.
NO TRATA DE LA CRISIS
Que sí, que está muy bien que en tiempos jodidos como estos la literatura ni sea ombliguista ni desvíe la mirada de los muchos problemas que la sociedad está padeciendo… hasta cierto punto. Haciéndome eco de un glorioso artículo que hace poco firmaba el también fresanista Patricio Pron (quien recordaba que «no hay libros que no den cuenta de la época en que fueron escritos» y sugería la contradicción que esto conlleva con la sutil imposición que escritores y editores están llevando a cabo respecto a la necesidad de plasmar la crisis económica en las letrascontemporáneas), no toda literatura «comprometida»ha de ser obligatoriamente buena, y, por tanto, somos muchos los que preferimos una ficción de calidad que trate sobre los misterios de la propia literatura a una de dudosa factura que denuncie en sus páginas las penurias de una defenestrada clase media española. Y es que, ¿qué tendrá que ver una cosa con la otra? ¿Acaso no pueden coexistir felizmente en librerías novelas como La habitación oscura de Isaac Rosa o La trabajadora de Elvira Navarro con novelas tan deliciosamente solipsistas como Kassel no invita a la lógica o esta La parte inventada? Por favor, señores, un poco de sentido común, que a día de hoy nadie con un mínimo de amor por la literatura recriminaría a un Cervantes o a un Sterne el haber hecho de la misma literatura el objeto principal de sus respectivas obras maestras, y no la denuncia de unos siglos XVI y XVIII a los que nadie querríamos volver por más de un día (además de que en La parte inventada sí que hay denuncia, solo que dirigida a las nuevas y frías tecnologías de lectura, a los escritores que quieren serlo sin pasar por el fastidioso trámite de escribir, o a las miserias de un mundillo literario español fundamentado desde hace décadas en el arribismo y no en la más efectiva pasión por el negro sobre blanco).
ESTÁ MUY BIEN ESCRITA
Por supuesto, ninguna de las razones anteriores serían suficientes si el autor de La parte inventada no escribiera como escribe, que es muy bien (y esto no solo lo digo yo sino también Enrique Vila-Matas en su, a día de hoy, último artículo para El País). Fresán reconoce en el estilo el valor supremo de la gran literatura y, en la tradición de la mejor ficción autoconsciente, hace gala de una prosa libérrima y llena de amor por el lenguaje en sí mismo (en sus páginas encontraremos divertidísimos juegos de palabras, duplicados o tachados párrafos propios de un auténtico work in progress, distintas tipografías y hasta alguna fotografía, de regalo). Por si este entrenimiento lingüístico fuera poco, el lector también se podrá divertir de lo lindo tratando de seguir una trama que es todo un rompecabezas y en la que lo que escribe un personaje resultará ser de vital importancia en la ficcional vida de otro (delicioso el miedo de los personajes de El Chico y La Chica ante el poder de su unamuniano creador X) o intentando dilucidar qué parte del Fresán real hay en el personaje de El Escritor, recogiendo pistas biográficas que sin duda serán tecleadas por muchos lectores en los Google de sus ordenadores (y es que ¿quién quiere videojuegos, con novelas como esta?).
¿Persuadidos ya? Pues ahora, y a modo de conclusión, un dentro, un detrás y un fuera.
Dentro de La parte inventada una novela de novelas (hasta siete hay en ella, cada cual escrita con un estilo muy diferenciado aunque todas unidas por el hilo conector de la figura del escritor) que sigue la estela de maestros metaficcionales del siglo XX como Nabokov, Borges o Calvino (las páginas dedicadas a los encantos de la biblioteca doméstica, repletas de belleza y amor a la literatura, están a la altura de la pasión por la celulosa de Si una noche de invierno un viajero). Detrás de La parte inventada la ubicua silueta de su creador, un Rodrigo Fresán cuya parte inventada, esa «sombra verdadera proyectándose sobre la parte real», hechiza la novela de principio a fin (¿qué hay de él en El Niño, El Chico o El Escritor? Mucho y nada: ahí la magia de la literatura). Fuera de La parte inventada vosotros, los lectores que, ochenta años después de que Suave es la noche —novela clave para Fresán— fuera menospreciada por la crítica estadounidense por carecer de relevancia política y social dentro del marco de la Gran Depresión, sabéis mejor que nadie que esta no es una razón de peso para distinguir, entre la literatura del presente, los que serán los títulos clave del mañana.
Os dejo el enlace a mi reseña comparativa de ésta y de “Alabanza”
http://escritossobregustos.blogspot.com
Debo anunciar que la segunda me ha parecido mucho mejor que la primera