Balbuceos de un idiota
Por Teniente Drogo
“Entonces la Tierra estaba desolada y vacía, y la oscuridad estaba sobre la faz del abismo. Y un viento delante del Eterno se cernía sobre la faz de las aguas”
Ahora, igual que al principio, todo es el caos.
Pero esta vez no hay un Dios que vea que la luz es buena y la separe de la oscuridad.
Vivimos en el desconcierto de la oscuridad. En ese desconcierto donde se multiplican las voces y se construyen torres a tientas.
Son horas propicias para los profetas porque sobran signos de que vendrán malos tiempos. No hace falta estar loco como Casandra, ni iluminado por Dios como Isaías para anunciar que algo malo va a venir. Lo malo ya está aquí.
Aunque las voces de los optimistas siguen oyéndose con gran fanfarria ya nadie los cree porque en cuanto uno aparta sus ojos del televisor ve la cuenta que reclama el banco, el cansancio con el que vuelve a casa el que ha estado buscando trabajo todo el día, la policía que golpea la puerta con una orden de desahucio, el joven que se despide de sus padres y amigos en un aeropuerto para emigrar a lo desconocido, el miedo en los ojos del que teme ser despedido.
Ve las manos numerosas que se extiende por las calles o las miradas pérdidas de los que nunca tuvieron nada y acudieron a este país pensando que encontrarían el paraíso y lo hallaron vacío.
Aparece Moisés y nos anuncia que nos llevará a la Tierra Prometida. Solo se olvida de decir una cosa, que la travesía por el desierto durará 40 años y que esta vez no caerá maná del cielo.
Las tropas del Faraón están vigilantes, no necesitaran ni acercarse. Tienen drones, tropas por todas partes listas para atacar la caravana en cuanto les den la orden que les obligue a “cumplir con su deber”.
Pero lo peor de todo es que ni Moisés ni nadie en la caravana saben dónde ir, dónde está la Tierra Prometida.
Puede ser que no nos movamos, que nos quedemos en el mismo sitio y, entonces, llegará un nuevo Faraón, cuya cara aún no conocemos, enfundando su mano de hierro con terciopelo patriota. Ya pasó otras veces, pero nunca las caras de los nuevos faraones fueron iguales. Las travesías del desierto son siempre diferentes. La Historia no es maestra, es un espantajo que atrae nuestra atención y aumenta la confusión.
Desde la fortaleza Bastiani