Mi patria A4
Por Roberto Valencia
Mi patria A4. Ana Blandiana. Traducción de Viorica Patea y Antonio Colinas. Pre-textos. Valencia, 2014. 190 páginas, 16 €
La pregunta por un supuesto orden que regiría el universo y la vida no se hunde necesariamente en el terreno religioso, si entendemos por tal las certezas subvencionadas por la fe que son vigiladas con celo por el rito social. Pero tampoco tiene por fuerza pretensiones científicas, porque la ciencia no constituye la verdad suprema de todas las cosas sino una tutela matemática cuya pretensión de conocimiento se olvida, las más de las veces, en favor del deseo de control marcado por el afán de predecir los acontecimientos del mundo natural. Y menos aún la pregunta metafísica cae por fuerza en territorio esotérico, es decir, en lo idílico que se materializa en una percepción blanda del espíritu y una versión naif de la biología y la astronomía.
Siempre he creído que la inquietud por el orden –o el desorden– de lo viviente alcanza su dimensión más interesante en la estética. No solo porque la palmaria incapacidad del ser humano de obtener certezas hace ridículo cualquier credo de los citados que éste se imponga a sí mismo para aliviar el desasosiego; no solo tampoco porque el interpelador estético puede trasladarse tranquilamente de la fe al agnosticismo, del pesimismo a la esperanza, en cuanto la complejidad de la pregunta rebase el esquema del ateísmo o de cualquier creencia organizada; sino porque lo estético –que no está adherido a ninguna ideología– proporciona al dubitativo absoluta libertad para observar la magnitud de lo creado desde cualquiera de las posiciones emocionales que conforman el amplio registro sentimental de lo humano.
La emoción, primer momento del disfrute estético, proporciona una guía, incluso un método, para intuir las complejidades inherentes a la curiosidad metafísica. A través de la emoción, se pueden asumir el gran número de inquietantes factores que merodean en torno a ésta. Por ejemplo, que en el ámbito de lo puramente biológico la vida se construye sobre el consumo y la destrucción; por ejemplo, que las distintas mitologías, cosmogonías y religiones inventadas por el hombre se levantaron inicialmente sobre intuiciones valiosas; por ejemplo, que la existencia de un supuesto primer motor de la vida generaría la expansión de la muerte sobre lo creado; por ejemplo, que el Padre cristiano tuvo que sufrir la humillación de la suplantación por el hijo (esto es puro antropomorfismo, sí); por ejemplo, que la carne mortal no es gozosa al cien por cien sino un enorme potencial de dolor causado por limitaciones y determinismos; por ejemplo, que la divinidad también inventó a los pecadores y a los indiferentes (y quizás debería salvarlos); por ejemplo…
Estos temas y mucho más aparecen expuestos en los poemas de Mi patria A4. El modo en que la poetisa rumana Ana Blandiana (Timişoara, Rumanía, 1942) aborda estos motivos es de manera indirecta, a través de preguntas que exploran la existencia y la posición del hombre en el universo. La mirada poética y la indagación filosófica cargadas de matices, derivaciones, consideraciones y controversias no cae nunca en la tentación del dogma. Su operación estética es honesta. Esta poeta represaliada por Ceauşescu hace algo que a veces eluden los malos poetas cuando se adentran en los terrenos del misticismo: olvidan el misterio de la conciencia individual a la hora de contemplar el misterio de la naturaleza, que es el punto de partida de toda indagación metafísica. Lo torpe sería tratar de conciliar el misterio universal con las posiciones fáciles del conformismo, la explicación simplista o esa esperanza de tarifa planta que resuelve cualquier destino: el del alma, el del cosmos, el del equilibrio energético, el de la naturaleza, el de la conciencia individual y, en fin, todo lo que haga falta. Los poemas de Ana Blandiana discurren sobre el misterio de la existencia sin naufragar en explicaciones simplistas o formulismos convencionales. No asigna al gran enigma la prepotencia de la simplicidad, no intenta de explicar el gran misterio con argumentos infantiles. Todo lo contrario, al adentrarse en el misterio del tiempo, de la existencia y del yo, lo amplifica.
Los poemas ascéticos de Ana Blandiana no rehúyen el dolor de la conciencia sino que lo toman como parte de la existencia. Dentro de esa vasta paleta de matices emocionales a la que antes hacíamos referencia, la poeta rumana se congratula de formar parte de una naturaleza hermosa y de sentir el pálpito vital, sí, pero también se enfada, maldice y se rebela contra esta supuesta armonía de lo creado en la que parece creer y que, sin embargo, genera un sufrimiento palpable en el ser humano. Lo hace desde una posición, creo, de estoicismo general, en la seguridad de que indagar en los secretos de un logos trascendente no significa –y ya las distintas teodiceas lo intentaron demostrar– esconder la pregunta del mal, del dolor, de la muerte, de la injusticia o de la incertidumbre. Creer en un orden significa, por un lado, admitir que sus consecuencias negativas –la aniquilación del cuerpo, la corrupción de lo material, el dolor de conciencia…– forman parte de un plan superior que quizás no toma en cuenta el bienestar del espíritu y, por otra, no dar nunca por finalizada la encuesta y seguir preguntándose eternamente por la naturaleza del tiempo, del ser humano y de la esperanza desde una posición de humildad y hasta de sometimiento.
El poemario empieza con veinte poemas fulgurantes sobre la experiencia mística y religiosa. A continuación otros versos avanzan meditaciones acerca del tiempo y de la muerte. Todas ellas son piezas emocionantes, hay que decirlo, en las que los lectores en español encontrarán severas diferencias estilísticas con sus libros en prosa editados anteriormente por Editorial Periférica. Se trata de dos libros de relatos, Proyectos de pasado y Las cuatro estaciones, que pertenecen a la mejor tradición de prosa fantástica de Poe, Kafka, Borges o Cortázar y que de manera indirecta, al estilo de Mihail Bugakov en El Maestro y Maragarita, presentan un panorama de la historia de Rumanía desde de la Segunda Guerra Mundial hasta la caída del Muro de Berlín, al tiempo que avanzan una radiografía acerca de la naturaleza psicológica e ideológica del fenómeno totalitario. Si bien en sus relatos la expansión faulkneriana o proustiana del lenguaje era un hecho y hasta parecía encontrar una sincronía entre esa genial exaltación estilística y el misticismo de su autora, aquí los versos operan por síntesis y por contención, demostrando que Ana Blandiana domina ambos registros, tanto el barroco como la austera concisión de factura simbolista. Son poemas sobrios, que capturan una intuición sobre el mundo o se construyen a partir de estados de ánimo que no son transitorios: la intensidad del sentimiento revela su conexión con la profundidad de la pregunta filosófica. La cumbre poética del libro llega hacia el final, cuando las intuiciones metafísicas se hacen carne en el poema “Réquiem”, escrito a la muerte de la madre de la poeta y que supone una cima del formato elegíaco. Esta pieza condensa el fastidio por la mortalidad de la carne y la estupefacción por ese estoicismo doloroso, y lleva al lector a unas conmovedoras coordenadas de sabiduría sufriente. Completa el libro un epílogo, “La poesía entre el pecado y el silencio”, en el que la poeta enseña su propia poética.
Sobre Roberto Valencia:
Nació en Pamplona en 1972. En 2010 publicó su libro de relatos "Sonría a cámara" en la editorial Lengua de trapo. En Pamplona coordina el Foro de Auzolan, programa estable de actividades literarias. Su trabajo crítico puede verse en el blog: www.robvalencia.wordpress.com. En 2014 publicó "Conversaciones. Todos somos autores y público", editado por Letra Última en el que dialoga con 17 escritores, intelectuales y pensadores del ámbito hispano.
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