La belleza y las manos

Por Pilar Mejía

Hace unos años tuve una especie de visión cuando trabajaba sola en una sala de un palacio sin rehabilitar y donde sólo se escuchaba de fondo el chorrito de agua en una fuente olvidada. Esos sitios existen en Madrid, y yo, como princesa de cuento absurdo, me moría de estrés por aburrimiento. Así que miraba pasar las horas de mi jornada laboral con la ilusión enorme de llegar a casa y seguir con mi labor de ganchillo, ¡oh, vicio inconfesable!, que aun no sabía si terminaría, más aun, si me atrevería a coserla a una toalla. Mi momento de felicidad diario consistía en ese deleite de dejar la mente en blanco y, como mucho, imaginar si conseguiría mi objetivo. Pensé entonces en aquella “idea descabellada”de proponerle a una de las revistas femeninas, en las que publicaba artículos de vez en cuando, uno sobre el poder desestresante del ganchillo, pero no recuerdo si lo hice, y de hacerlo, debí recibir el silencio por respuesta. Parecía normal, la idea era una locura.

Sin embargo, el tiempo me ha dado la razón, y ahora no se conciben las técnicas antiestrés sin el punto y el ganchillo en la lista de opciones. También apareció Pinterest y entonces, a esta moda de entregarse al calor del sofá y la manta mientras dejas la cabeza en blanco y tejes, se unió la de hacer de todo lo salido de nuestras manos algo bello y fotografiable. Noches y noches invertidas en ver cosas bellas, “esto lo quiero hacer”, “y esto”, “y esto”… Las manos y la belleza.

Corren tiempos en los que la belleza es el refugio perfecto para lo que vemos día a día. Hemos sucumbido al Made in China por exigencias de un guión del que no sabemos si tenemos del todo la culpa, pero hemos tocado fondo y de repente recuperamos el ritmo lento. Me gusta imaginar el parón como el de un frenazo de máquina antigua que deja a su alrededor un tremendo silencio. No creo que se trate de una simple moda, del surgimiento de esa nueva tribu de las Malenis, como la definen algunos,que pasean disfrazadas de naif por las calles de Malasaña, se trata de la supervivencia a través de las cosas bellas. Proclamar sin complejos que haces punto, o que un verano le preguntaste a tu abuela cómo se bordaba, es toda una revolución, como que el Do It Yourself sea compatible con las horas libres de ejecutivas super profesionales, o afirmar que el mundo crafty no es sólo cosa de niños. Reivindicaciones de la esencia.

La Revolución de las Manos y el Hazlo Tú Mismo, sacarlo del baúl de lo rancio, renovar la etiqueta y actualizar su valor. Ponerlo en el sitio que se merece, admirarlo y lucirlo, sin ánimo de enaltecer el ego, sino con el orgullo del trabajo bien hecho, del tiempo bien empleado, del cariño en el trayecto. Eso mismo.

Fotografía de Emma Dime.

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Sobre Pilar Mejía:

Madre y publicista, más bien tirando a ejercer el periodismo, malabarista de la comunicación corporativa y de la vida misma. Autora del blog Historias del hombre pez que murió borracho. Desde hace años lucha contra la ansiedad en noches de series y crafty.

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2 Comentarios

  1. DIANA ROMERO
    20/02/2013 at 15:25 · Reply

    Me encanta, es refrescante y diferente

  2. Luis
    26/02/2013 at 12:09 · Reply

    Un excelente artículo, imaginativo, que invita a la reflexión. Vivimos en un perpetuo ciclo de ir y venir. Lo transgresor de un momento pasa a ser lo mainstream del siguiente, y viceversa. Y, en el ínterin, trasiego de euros y más euros del sufrido consumidor empeñado en funcionar como una veleta. Cuando el Sistema nos hizo pensar que eran cosa de cuatro raros apolillados, volvieron los jerseys de rombos, volvieron los pantalones acampanados y volvieron las camisas de leñador, siempre convenientemente adaptados para limpiar cualquier rastro de mala conciencia y hacer gastar el dinero a los tentados de sacar la prenda del ’84 del ostracismo.

    En este mundo cada vez más virtualizado, el punto y el ganchillo, y el Hazlo Tú Mismo por extensión, tiene un valor que es imperecedero, que es el de crear, con amor verdadero –y esto en primer lugar–, una cosa real, tangible, útil o no, a través de un esfuerzo físico. En definitiva, actuar como seres humanos auténticos.

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