Canto y recuento del cisne
Por Juana Salabert
Los bienes de este mundo. Irène Némirovsky. Traducción del francés: José Antonio Soriano Marco. Salamadra. Barcelona, 2014. 224 pags. 15 €.
Publicada en 1941, anónimamente y por entregas con vistas a sortear las prohibiciones antisemitas impuestas a los judíos por el infame gobierno colaboracionista de Vichy, Los bienes de este mundo, antesala en muchos aspectos de su inacabada obra maestra Suite francesa, sobrecoge como un canto de cisne. Nacida en Kiev en 1903 y asesinada en Auschwitz junto a su marido en 1942, la novelista judeoucraniana afincada en Francia Irène Némirovsky es uno de los mayores talentos de la modernidad literaria francesa. Su escritura tersa y elegante y la complejidad y agudeza de sus registros psicológicos la convirtieron muy pronto, desde la celebrada publicación en 1929 de David Golder, en una nueva Maupassant. Su obra prolífica y exquisita, que en España edita puntual y magníficamente Salamandra, aborda en claroscuro y sin complacencias los conflictos de la condición humana, sus miserias, ofuscaciones y grandezas en el hiriente filo del peor de los siglos. Podría, en este sentido, parecer a priori que Los bienes de este mundo, novela de un amor triunfante, el de Pierre y Agñès, contra el viento y marea de los convencionales designios e intereses crematísticos de una provinciana familia de industriales papeleros del norte de Francia, es otra pieza del inmisericorde microcosmos creado por la autora de El baile. Y, sin embargo, la historia de esta desheredada pareja, sus pormenores y vicisitudes confrontados a la Historia con mayúsculas sangrientas, de la guerra del 14 a la derrota francesa del 40 ante los ejércitos nazis que cierra el círculo de su modesta épica íntima, constituye, a mi juicio, un punto de inflexión en el mundo narrativo de Némirovsky. Porque todo en esta obra, escrita a las puertas de la tormenta y el tormento, al poco de la caída de Francia y del vergonzoso armisticio subsiguiente de Pétain, trasciende el marco de los acontecimientos narrados. Los bienes de este mundo exhibe, acaso inconscientemente, una necesidad impulsiva de catarsis en su reivindicación de lo que de veras importa y cuenta en las vidas… Los bienes capitales del alma y la carne, antes que los de la acumulación del capital; los tesoros de la querencia por encima de los beneficios de la herencia, insinúa la autora tras del parapeto, conmovedor y conmovido, de sus dos personajes. Que Pierre Hardelot y Agnès Florent hayan luchado hasta la victoria por la consecución y conservación de su amor, contraviniendo los deseos y órdenes del abuelo del primero, patriarca feroz y sin imaginación que eligió a la rica heredera Simone para su nieto desobediente, no es baladí. O no lo es, si el lector se inclina por una lectura capaz de ir más allá del argumento de estos amantes, de entorno codicioso y pacatamente burgués, cuya mayor gloria estriba en sus pequeñas resistencias, su voluntad de salvar el ánimo antes que los muebles… “Tenía la sensación de haber recogido su cosecha, de haber recibido todas sus riquezas”, escribe bellamente Némirovsky sobre una amorosa Agnès de vuelta de bombardeos y calamidades.
Como sucede con El paraíso de las damas de Zola, Los bienes de este mundo es, aparentemente, una novela feliz, además de magistral en su trasunto de ciertas dinámicas sociales apegadas al orden y al inmovilismo trastocados por las catástrofes sucesivas. Pero sólo aparentemente. Porque en este caso no podemos dejar de advertir con admiración, pero asimismo con enorme tristeza, que la psique y el imaginario de su autora, sobre quien ya se cernían las sombras criminales de las persecuciones y el exterminio nazi, necesitaron acogerse literariamente durante el proceso de escritura al invocado anclaje de los verdaderos tesoros humanos como mecanismo de autodefensa. Ello torna este hondo canto de cisne aún más grande y estremecedor.
Y nos reafirma en la inequívoca certidumbre de que su talento artístico y su vertiginosa brillantez pertenecen a los bienes del mundo que de veras cuenta y nos cuenta.
Sobre Juana Salabert:
Nacida en París y licenciada en Letras, ganó el Premio Biblioteca Breve por Velódromo de Invierno en 1991. Es una de las novelistas más destacadas de su generación. Su última novela es La faz de la tierra. Otras obras suyas son El bulevar del miedo o Arde lo que será.