Cómo todo acabó y volvió a empezar o los orígenes de un maestro

Por Ricardo Menéndez Salmón

Cómo todo acabó y volvió a empezar. E.L. Doctorow. Editorial Miscelánea. Barcelona, 2013. 240 páginas, 17 €. 

Si alguien deseara penetrar en la historia de los Estados Unidos de Norteamérica a través de la ficción y me preguntara qué escritor sería su mejor cicerone, no dudaría al responder: E. L. Doctorow. Ningún autor vivo de primera línea ha levantado una obra tan atenta al rumor de la breve pero intensa historia de su país. Toda su producción admite ser contemplada como un fresco que se va desplegando, no necesariamente en orden cronológico, en torno al ímpetu arrollador que configura el imaginario del gigante. Doctorow ha contado esta aventura con enorme talento, cifrando en un puñado de obras maestras el empeño de una sociedad en la que dinero, éxito, poder, religión y moralidad permanecen inextricablemente unidos. Basta citar al respecto las que tengo por cumbres de su trabajo: El arca de agua, quizá la novela más inquietante jamás escrita sobre Nueva York, Ragtime, uno de los monumentos literarios del pasado siglo, y La gran marcha, su recreación de la Civil War, un fruto a la altura del mejor Faulkner.

Antes de haber cumplido los treinta años, Doctorow debutó en la novela con una obra que ya insinuaba cuáles iban a ser sus preocupaciones éticas y estéticas, Welcome to Hard Times, recuperada por Miscelánea con el título Cómo todo acabó y volvió a empezar. (El título, que puede parecer desafortunado, no lo es: Hard Times es el nombre de un pueblo, lo que hace complejo mantener el original de la novela. Ya la primitiva edición de Grijalbo, de 1981, había optado por un rótulo alternativo: El hombre malo de Bodie). Es sabido que D. H. Lawrence propuso para el alma americana cuatro adjetivos: dura, solitaria, estoica y asesina. Doctorow acata la caracterización pero le aplica un quinto calificativo: digna. Porque la dignidad, la lucha por la dignidad, omnipresente en su escritura (Doctorow es, quizá, el más «izquierdista» de los autores en activo de la literatura norteamericana), es uno de los pilares centrales sobre los que pivota esta novela de formación.

como todo

Una novela que narra el intento de un hombre por sobreponerse a un instante de cobardía y vergüenza, y su fe, siempre al borde de la quiebra, en lograr impulsar un principio de cordura, civilización y esperanza en el marco de un paisaje durísimo y de un paisanaje violento. Así, en realidad, Cómo todo acabó y volvió a empezar es la crónica que una especie de alcalde, Blue, narra con frialdad de notario pero sensibilidad poética del empeño por levantar un pueblo en mitad de Dakota (es decir, en medio de Ninguna Parte): una historia de proxenetas y prostitutas, pioneros y asesinos, inmigrantes europeos y mineros desarraigados. Una novela que es un western, cierto, una especie de tragedia sofoclea en el Medio Oeste, pero también una puerta de acceso al móvil central de su literatura: la inserción del sujeto en los grandes movimientos históricos que conforman eso que, a menudo de forma paradójica, denominamos progreso.

Pues aunque Cómo todo acabó y volvió a empezar no es el mejor Doctorow, es Doctorow desde la primera hasta la última línea, lo cual, en este a menudo fraudulento mercado de voluntades que llamamos literatura contemporánea, significa, lisa y llanamente, palabras mayores.

Fotografía del autor de Francesca Magnani

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Sobre Ricardo Menéndez Salmón:

Licenciado en Filosofía y novelista. Ha obtenido más de cuarenta premios literarios y es reconocido como uno de los narradores españoles más originales e intensos. Sus últimas novelas son La ofensa, Derrumbe, El corrector y Medusa, todas publicadas en Seix Barral.

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Comentario

  1. Montserrat Huguet
    03/04/2013 at 07:54 · Reply

    Crítica de Menéndez Salmón muy acertada a mi juicio.
    Soy historiadora, y desde hace años leo y releo a Doctorow.
    Digo “releo” porque habiendo leído prácticamente todo lo que ha publicado, me quedo siempre con sentimiento de falta cuando termino sus libros.
    Muchos de sus textos sustentan las voces de los míos cuando relato pasajes de la historia del siglo pasado, los argumento o contextualizo, en mis artículos o libros. Obviamente, recomiendo la lectura del autor a mis estudiantes, universitarios, si bien -estos jóvenes tienen el hábito de desconfiar de lo extranjero- pocos son los que me hacen caso. Eso sí, el que lee a Doctorow, repite y agradece el consejo.

    En definitiva, gracias y larga vida al maestro, y saludos cordiales a sus seguidores.

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