Contarlo todo

Por Elena Cabrera

Contarlo todo. Jeremías Gamboa. Random House. Barcelona, 2013. 512 páginas. 22,90 euros.

La misma injerencia que ha permitido a esta novela convertirse en libro —en libro de Random House, en libro de autor peruano editado primero en España, en libro vendible y comprable— juega a su contra cuando la lectura desconvierte el libro a novela. Me refiero al padrinazgo de Mario Vargas Llosa y las altas expectativas que provoca. No obstante, una segunda lectura de las medidas palabras del premio Nobel “un escritor perfectamente dueño de sus medios expresivos, que sabe concentrarse en lo esencial, que es siempre contar una historia bien contada” sirve para revaluar esas expectativas.

Donde dijo “escritor” Vargas Llosa bien podría haber dicho “periodista” y todo eso de ir a lo esencial, del control de la expresión y de la historia bien contada habría tenido sentido. Ese lapsus, no obstante, habría aniquilado la principal motivación del protagonista Gabriel Lisboa, y al parecer del autor Jeremías Gamboa: dejar el periodismo para convertirse en escritor. Si todo lo que Vargas Llosa puede decirnos sobre esta novela es que está bien contada, quizá sus apuestas van al mercado de futuros y espera más de Gamboa que lo que ha dado de sí con su personaje Lisboa. A lo que voy es que está muy bien ser dueño de los medios expresivos, y Jeremías Gamboa lo es, pero lo que no me convence es que lo esencial para hacer “boom” —como anticipa su publicidad— sea contar bien una historia.

Decía el músico Cocó, peruano como Gamboa, que para escribir algo que mereciera la pena primero había que sentarse y contarlo todo, todo lo que saliera, vomitando sin parar hasta que empezaran a salir las palabras que se están esperando. Eso es esta novela y de eso habla, de la dificultad de escribir el primer libro y del hallazgo de decidir contarlo todo para así empezar a contar luego, quizá, otras cosas. Jeremías necesita 500 páginas para ponerse al día y al lector, para el que probablemente esta no es su primera novela sino que carga en la mochila la lectura de otras muchas primeras novelas, le sobran unas cuantas páginas. Jeremías (y Gabriel) se da cuenta de que su primera gran historia larga no le esperaba en lo extraordinario —como pensamos los periodistas— sino en la lectura extraordinaria de su vida y la de sus amigos.

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Como novela de aprendizaje, en la narración de Gabriel Lisboa —que a veces es en primera persona y otras se ve con tanta extrañeza a sí mismo que pasa a la tercera, de una manera poco natural— los amigos le apuntalan. Son los grandes personajes del libro, Santiago Montero, Jorge Ramírez Zavala y Bruno Lorente, el Spanton —trasuntos de Diego Otero, Jaime Rodríguez Z. y Sergio Llerena—, lo que le da a la crónica color y vida. El lenguaje español de Gamboa respira normalizado como en un telediario que pueda entenderse en cualquier país y época, salvo cuando da voz a sus amigos y nos arrastra a Lima, años 90 y entonces sentimos que de verdad estamos viviendo y no recordando. Es la primera parte del libro la más brillante a pesar de la repetición maniquea de expresiones más propias de los libros de memorias, donde todo se anticipa, que de la narrativa, de la que se espera una mayor capacidad de sorpresa. En ese Libro Primero, Gabriel Lisboa estudia en la Universidad de Lima, se paga sus estudios, se forja como periodista, encuentra a sus amigos poetas, pues todos los jóvenes limeños son poetas hasta que se demuestre lo contrario. Con estos argumentos, aludir a Los detectives salvajes de Roberto Bolaño y a Conversación en La Catedral de Mario Vargas Llosa roza lo evidente. Podríamos decir que hay un diálogo con esos libros, sobre todo con el segundo, porque parece esconderse en Contarlo todo un mensaje en clave dirigido a otros escritores: conozco vuestras maneras pero tengo que encontrar la mía propia.

El Libro Segundo, en cambio, se centra más en la relación amorosa del protagonista, en su lucha por depurarse para encontrar el estado mental que le permita convertirse en escritor y en la desintegración de su conciliábulo de amigos que le servía al protagonista como red de sus fracasos y catalizador de sus procesos. Esta segunda parte se hace tediosa, larga e innecesaria, aunque responde al objetivo del título del libro.

Si algo necesita Gamboa en la vida es un hogar, un lugar al que pertenecer y en el que no sentirse marginal, sino centrado. Se presiente que para él la literatura es eso y como eso es lo único que tiene, se aferra a ella, incluso cuando siente que le ha dado la espalda, que jamás será un narrador. La afirmación más lúcida de su libro es la de entender que incluso en la duda hay una historia. Paradójicamente, y lo digo sabiéndome intoxicada por estos tiempos de perdedores, tropezar con un final feliz es alentador para la vida pero empobrecedor para la literatura.

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Sobre Elena Cabrera:

Es periodista, nacida en Madrid en 1975. Le aburren infinitamente las biografías que parecen curriculums que glosan cuánto merece la persona estar donde está y aún más cuánto merecería estar en un sitio en el que todavía no está. Respecto a los placeres, ella piensa que no hay nada más importante en el mundo que la música y, a renglón seguido, la literatura. Le gustaba escribir en su blog, titulado The Last Dance, hasta que se sintió espiada y juzgada, motivo por el cual ya no escribe nada personal y ha cambiado el viejo título, con resonancias a The Cure y Disco Inferno, por esa cosa seca y triste que es su nombre propio. Elena Cabrera ha escrito esta microbiografía sobre si misma en tercera persona por tres motivos: tomar distancia, controlar la información y sentirse una diosa durante cinco líneas.

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