El cielo de Lima
Por Ariadna García
Quienes disfrutamos con la lectura de Los que duermen (Salto de Página, 2012) sabíamos que no nos iba a defraudar el estilo literario del siguiente libro que escribiera Juan Gómez Bárcena, que nos sumergiríamos en esas nuevas páginas con la confianza de nadar en aguas cristalinas y esplendorosas. El cielo de Lima (Salto de Página, 2014), debut novelístico del autor, satisface las expectativas estéticas de esos lectores que buscan, más allá de leer una buena historia, regodearse en las palabras que la visten.
La novela se basa en una anécdota real: la invención por parte de dos señoritos limeños –Carlos Rodríguez y José Gálvez– de un personaje de ficción –Georgina Hübber– para mantener una correspondencia con Juan Ramón Jiménez que les permitiera atesorar fetiches de su ídolo (libros de poemas, postales, fotografías y cartas). A partir de esta broma, Gómez Bárcena se inventa la historia de ambos jóvenes, y reconstruye –aunque por encima– las tensiones políticas y sociales del Perú de 1904.
A las virtudes estéticas sumamos, pues, las imaginativas del autor.
El narrador omnisciente autorial del libro es un acierto. Recordemos que esta modalización narrativa es la que impera en la novela realista y naturalista de finales del siglo XIX y principios del XX; el tipo de novelas que los dos señoritos limeños leen, y que sirven de modelo a su propia creación literaria; porque ellos también están creando una novela: la obra de Georgina y Juan Ramón.
Dicho narrador interpela de continuo a los lectores e introduce una ironía que ameniza las páginas del libro. Ahora bien, peca de interpolar –en exceso– comentarios meta-literarios. Ya Galdós en El amigo manso (1882) introducía una voz narradora consciente del carácter ontológico de los personajes y que reflexionaba sobre el propio proceso creativo, pero con discreción, al principio y al final de la obra. No convertía la dispositio en el eje argumental de su novela. Gómez Bárcena, en cambio, sí lo hace. Estas numerosísimas digresiones restan protagonismo a la construcción de los personajes y de su contexto histórico, evitan el desarrollo de conflictos. Y eso que la trama los ponía en bandeja, sobre todo en el caso de Carlos. Éste pertenece a una familia adinerada, pero carente de un pasado ilustre, es más, de origen indiano. Una lástima que el autor desaprovechase el insulto que le dedica el señorito José (“ya te salió el indio. Mucho tardaba, con esa sangre tan distinguida que tienes”, pág. 228) para ahondar en ese motivo, para mostrarnos a un personaje atormentado por el sentimiento de culpa y por su inferioridad, para retratar los defectos de la una sociedad racista. Una pena que el autor haya evitado ilustrar el conflicto entre operarios y patronos (como el padre de Carlos, sin ir más lejos: hombre déspota y dueño de una rica plantación en la que no ocurre nada) en plena revolución obrera; tan sólo hay una escena de salón donde la criada de la casa se dirige a Carlos para asegurarle que se conforma con la vida que tiene. Y una oportunidad perdida la que deja pasar el autor a propósito de la sexualidad del personaje, que duda en algún momento de sus inclinaciones heterosexuales, que admira incluso a un líder sindical, pero que no experimenta –salvo en teoría– esas tribulaciones eróticas. Es decir, los dramas sociales, obreros y sexuales se enuncian pero no se nos describen, salvo de pasada. La obra se concentra, prácticamente, en un espacio simbólico: el prostíbulo. En él se produce la evolución de Carlos, de la inseguridad a la violencia. Sin embargo, ese cambio se podía haber efectuado –quizás– en otros parajes, para mayor entretenimiento y diversidad de la obra.
Con todo, El cielo de Lima es una novela de amena lectura, que realiza un encomiable ejercicio de reconstrucción de época (ropajes, tradiciones, hablas, localizaciones), y que incluye agudas reflexiones sobre el poder que tienen las palabras para construir nuestra sensibilidad y nuestra percepción del mundo (opiniones que vierte el licenciado; ya en un fantástico relato de Los que duermen, “Cuaderno de bitácora”, Gómez Bárcena abordaba este asunto).
En resumen: debut interesante del autor, de quien ya esperamos su siguiente novela.
Sobre Ariadna García:
Ariadna G. García ha publicado los libros de poemas: Construyéndome en ti (1997), Napalm (Hiperión. 2001), Apátrida (Hiperión. 2005) y La Guerra de Invierno (Hiperión. 2013). Ha ganado los premios Hiperión, Arte Joven de la Comunidad de Madrid e Internacional de Poesía Miguel Hernández. También ha preparado la edición de las antologías Veinticinco poetas españoles jóvenes (2006), Antología de la poesía española (1939-1975) (Akal. 2006) y Poesía española de los Siglos de Oro (Akal. 2009). Ha traducido (en colaboración con Ruth Guajardo) el libro Vivo en lo invisible. Nuevos poemas escogidos, del escritor Ray Bradbury (Salto de Página. 2013). Ejerce la crítica literaria en diferentes medios. Mantiene un blog: El rompehielos.