El ermitaño
La vida simple. Sylvain Tesson. Traducción de César Aira. Alfaguara. Madrid, 2013. 240 páginas, 18,50 €.
Huir del mundo, evadirse de lo cotidiano y de sus coerciones, escapar a la maquinaria establecida hasta significarse en la verdad del sujeto autónomo y autosuficiente, Hipias moderno que caza y pesca su sustento, recoge y corta su leña, persigue y consigue su agua, anhela y enciende su fuego. He ahí un acto de radicalismo, quizá el más profundo que pueda existir hoy día. No luchar contra el orden porque se anhele formar parte de él, lógica oculta en la mayoría de los llamados movimientos antisistema, sino ignorar al Leviatán, obviar su existencia, convertirlo en un ente transparente. En palabras de Walt Whitman: «No tengo nada que ver con este sistema, ni siquiera lo necesario para oponerme a él». La tentación de convertirse en un lucro cesante para el Estado, de sabotear la pertenencia a su red inextricable de deberes, de eludir el cuerpo omnipresente que nos roba no sólo todo lo que somos, sino todo lo que podríamos llegar a ser.
Entre febrero y julio del año 2010, el escritor francés Sylvain Tesson, conocido por sus viajes y premio Goncourt por Une vie à coucher dehors, habitó en una cabaña a orillas del lago Baikal, en Siberia, experiencia de la que dejó constancia en un diario traducido en español como La vida simple, título menos aséptico que el original Dans les forêts de Sibérie. Su trabajo es un espléndido retrato de un paisaje y de un paisanaje, un elegante ejercicio introspectivo y una trocha más abierta en el viejo mapa de la filosofía de la cabaña (de Thoreau a Heidegger, pasando por Tolstói o Wittgenstein), pero sin duda es la dimensión política de la emboscadura, por utilizar la célebre terminología jüngeriana, la que hace de este libro mucho más que una hermosa aventura literaria, hasta convertirlo en una pieza de resistencia, un texto revolucionario por su capacidad para apelar a una revuelta individual: la conquista de una independencia, posible y plausible, desde la asunción de una soledad profunda.
Tesson no siente añoranza del buen salvaje ni es un san Antonio redivivo. A su retiro se lleva puros, vodka y libros de Chateaubriand. Su visión no es inocente (sabe que el eremitismo es un elitismo) ni utópica (la retirada al bosque no es una solución a los problemas del ecologismo: el fenómeno contiene su contraprincipio). Es un hombre que va en busca de soledad para descubrir sus límites (los del cuerpo, cierto, pero también los de la conciencia y el espíritu) y para probarse a sí y a los demás que otra vida es factible, que existe una dignidad inalienable en la existencia en la naturaleza, en la franca y abierta evidencia de que nuestro mundo ha sido, es y puede seguir siendo un lugar perfecto para habitar en una «sobriedad lujosa».
Escribe Tesson al comienzo de su periplo una frase reveladora: «Este deseo de dar media vuelta cuando uno está a punto de tomar lo que desea. Hay hombres que retroceden en el momento crucial». Todos hemos sido demasiadas veces, todos somos cada día ese hombre al que la libertad aterra. Porque la libertad, a fin de cuentas, continúa siendo el empeño más difícil, la conquista más temible. De eso trata en realidad este libro bellísimo. De la experiencia dramática que toda libertad encierra, esa libertad que obliga al hombre a escoger entre un confort educado, con su gasolina, sus impuestos y su horizonte burgués, y la posibilidad de una vida sencilla por intensa, liberada del peso de tantos objetos y bienes inútiles, liberada también, en última instancia, de sus semejantes.
Enlace con documental sobre la escritura del libro: https://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=9-CxXrRieCM
Sobre Ricardo Menéndez Salmón:
Licenciado en Filosofía y novelista. Ha obtenido más de cuarenta premios literarios y es reconocido como uno de los narradores españoles más originales e intensos. Sus últimas novelas son La ofensa, Derrumbe, El corrector y Medusa, todas publicadas en Seix Barral.