El paraíso cultural
Por Miguel Espigado
Las pasadas semanas, el proceso de tramitación de la reforma de Ley de Propiedad Intelectual ha vuelto a provocar un reguero de presiones al gobierno para que imponga mano dura contra las descargas ilegales masivas en nuestro país. El sector editorial se ha pronunciado a través de un informe elaborado por la Federación de Gremios de Editores de España donde, en resumen, nos dicen: contribuimos más que las siderúrgicas al PIB y al empleo español y europeo, somos la industria cultural más potente, ocupamos puestos líderes en el ranking mundial del sector, hemos hecho una adaptación impecable al nuevo contexto digital, y nuestra contribución a la educación y culturización españolas han sido capitales para la evolución social. Sin embargo, el pirateo de libros se ha convertido en un hábito generalizado y el gobierno trata de escurrir el bulto pese al enorme perjuicio para España que eso supone. Por todo ello, reclamamos una nueva ley que “ha de servir de instrumento pedagógico para la sociedad, de manera que se valore el conjunto de los contenidos culturales y la labor de creación, que elimine esa creencia de que la cultura ha de ser gratis. Los poderes públicos españoles han de ser conscientes de la importancia económica de contar con una normativa que proteja la creación, columna vertebral de la sociedad del conocimiento.”
Los editores tienen mucha razón al juzgar la laxitud del gobierno que, en mi opinión, sabe lo que se hace al evitar cabrear a los españoles “tocándoles las descargas”. Una vez hablé con un politólogo del PSOE, convencido de que la red que se organizó contra la ley Sinde fue capital como estructura para la explosión súbita del 15M que tumbó a su partido. Pero además, como residente en China desde hace años, no puedo dejar de leer con ironía las consideraciones morales de los editores y escritores su fe en el poder de un gobierno para “reeducar” a la sociedad en materia de derechos de autor. Los enrocados en estas actitudes son innumerables; como último ejemplo,sirvan los artículos de Antonio Orejudo y Rafael Reigpublicados en El Diario días atrás, donde negaban cualquier diferenciación entre propiedad física y propiedad intelectual. Y así, afirmaban “la distinción entre bits y átomos es caprichosa y extremadamente conservadora” (Orejudo), o “mí me hacen chiribitas los ojos cuando oigo a algún majadero repetir con tono pomposo, como si dijera algo sensato, que no se pueden poner puertas al campo. ¿Cómo que no? Barástolis, pues no hay pocas puertas en el campo, y rejas y vallas y alambradas y cercas y muros y cotos privados de caza y fincas y cortijos…” (Reig). Al margen de cualquier planteamiento ético, una parte importante del gremio parece empeñado en ignorar aspectos del uso social de la tecnología que le restan cualquier efectividad a las soluciones legislativas que andan buscando. Voy a intentar aportar una explicación que nace de mi observación como usuario de internet en China, y que he contrastado con dos informáticos españoles con más de una década de experiencia, uno en el sector bancario y otro en la gestión de webs empresariales. Espero que mis conclusiones se hallen a la altura del debate que tantos interlocutores cualificados han mantenido al respecto a lo largo de los años, y no caigan en esos acaloramientos de tertuliano desinformado que poseen a algunos respetables escritores cuando abordan este tema. Me centraré primero en una herramienta ya usada por muchos, y que los internautas españoles conocerían a la semana siguiente de que su gobierno levantara un muro en la red: las VPN.
Una VPN crea una red privada entre mi ordenador y otro punto de la red pública, de manera que puedo sortear los cortafuegos que intentan espiar los contenidos que consulto y descargo. Gracias a una VPN, mi conexión atraviesa la censura china y se conecta a un servidor exterior, desde donde opero con libertad y sin las restricciones impuestas a mi internet local. La primera vez que escuché hablar de una VPN fue en Chequia,un país donde Megavideo ya estaba censurado antes de que en España ni siquiera saliera en las noticias. Me lo enseñó un niño de once años que jugaba con licencias pirata,virtualmente conectado fuera de su país. Cuando llegué a China, no había estudiante de universidad o extranjero que no supiera lo que era una VPN y la usara todos los días para saltarse el llamado Great Firewall. El tiempo que se tarda en integrar las VPN en tu rutina diaria de telecomunicaciones es más o menos el mismo que con el Skype o el Whatsapp.
Las VPNs son harto difíciles de prohibir sin causar un grave perjuicio a la economía. Prueba de ello es que solo se restringen en países con controles tan férreos como Irán, y en época de elecciones presidenciales. Los programas de encriptado son usados masivamente por cualquier empresa, institución o particular que quiera proteger los datos que manda por internet. Lanzarse a su persecución resultaría más o menos igual que tratar de que todos los sobres de correos fueran transparentes. Una vez los datos han pasado por los cortafuegos de los guardianes, los usuarios se pueden conectar a servidores que están más allá de su jurisdicción. Imaginemos que entonces, editores y escritores, cual reinas de corazones, pusieran de nuevo el grito en el cielo exclamando, ¡que les corten a todos la cabeza! ¡Impongamos leyes mundiales contra la piratería!
Ellos mismos reconocerán que lograr algo semejante suena tan imposible como acabar con los paraísos fiscales. Siempre habrá países dispuestos a hacer un buen negocio ofreciendo legislaciones a la carta para captar empresas que ya no puedan operar en otros territorios. Por la misma razón que las industrias contaminantes se van a contaminar a otra parte (pero contaminan para nosotros, no lo olvidemos), y las cadenas de montaje vuelan allá donde la mano de obra carezca de derechos, las bibliotecas y servicios de descargas migrarán a otros países, y los particulares irán tras ellos.Y no,no es que los usuarios se tengan que venir a China.
Escribo estas líneas desde Pekín, pero virtualmente estoy conectado en Amsterdam. Con solo apretar un botón, mi VPN me situaría Alburquerque, Los Angeles, Londres o Lisboa. En un escenario hipotético donde Occidente logre leyes muy duras de defensa de la propiedad intelectual, yo auguro la generalización de lo que podemos llamar paraísos culturales, que no serían sino los equivalentes a los paraísos fiscales en materia cultural. ¿No me creen? Ya hay europeos y yanquis que usan VPNs para saltarse el cortafuegos occidental y descargar desde China: desde carísimos programas de arquitectura, a simples streaming de teleseries en Youku. Y quienes crean que la política de derechos del nuevo líder va a mejorar en los próximos años, mejor que vayan cambiando de idea. Hace poco cenaba con un cargo público que trabaja aquí para velar por la propiedad intelectual europea; su diagnóstico: mejorará en materia de patentes industriales porque los chinos se han concienciado de los peligros que implica hacer un avión defectuoso, pero en material cultural, imposible. Primero, porque el derecho de copia forma parte de la ética colectiva más arraigada, hasta el punto de que hay universidades, como la de Nanjing, donde se permite a los alumnos copiar (no citar) hasta el 30% de sus tesis de fin de carrera. Y segundo, porque el negocio pertenece a familias todopoderosas e intocables, como la del mismísimo hijo de Deng Xiaoping, quien posee el emporio de los dvds piratas.China seguirá siendo un “paraíso cultural” durante mucho tiempo. Pero si cambiara, solo tengo que pulsar botón para conectarme ala siguiente economía emergente que me lo permita.
Paradójicamente, China a la vez lidera el control de contenidos de Internet. Nadie gasta más recursos humanos y materiales, y nadie tiene más tecnología para rastrear y banear. Sin embargo, todos los días, docenas de millones de internautas nos saltamos a censura y navegamos con plena libertad. Y el gobierno chino sabe que imponer más restricciones perjudicaría gravemente su economía. ¿Creen los editores que España o Europa invertirán una mínima parte de los recursos destinados al Great Firewall para luchar por sus derechos de autor? ¿Creen que incrementarán restricciones que entorpezcan el flujo de información, que es más o menos lo mismo que el flujo de capital? De nuevo, apelo a su sentido de la lógica neoliberal: en un mundo que tiende a la desregularización masiva de las transacciones, y las transacciones no son otra cosa que información, el levantamiento de fronteras inexpugnables, que ralenticen y entorpezcan el flujo empresarial de capital/información se considerará, simplemente, fuera de programa.
Sin embargo, algunos podrían argumentar: los firewall no pueden leer la información encriptada, y resulta endiablado legislar para espiar a un usuario sin atentar contra el derecho a la privacidad. Pero sí se puede mirar “el contador de la luz” para ver cuánto se descarga un particular. Y si está bajando muchos gigas al día, ¿no es evidente que está pirateando? Si no he entendido mal, así es como han atrapado a algunos piratas. Y es un buen sistema, pero no funcionará para la industria del libro; sus formatos de archivo son tan minúsculos que resultan indistinguibles de cualquiera de los miles de paquetes de datos que el navegador descarga todo el tiempo para componer cada página web. La diferencia de dificultad entre detectar descargas de pelis y descargas de libros es más o menos la misma que entre detectar en un tráiler una piedra de 2 gramos de hachís o un alijo de ciento veinte kilos. Toda la colección de una editorial pesa lo mismo que un capítulo de Friends en baja resolución. Y da igual lo que digan: nadie está persiguiendo a nadie en ninguna parte del mundo por descargarse 10 megas al día de lo que sea. Leyes como la HADOPI en Francia, que citan los editores en su informe, han servido para condenar a un usuario por descargarse unos 13.000 archivos de música, es decir; lo que equivaldría a más de 50.000 libros. Le cayeron 150 euros y fue el único condenado junto con otros dos antes de que la ley se derogara; lo cual parece no haber importado al gremio de editores para citarla como legislación ejemplar, como tampoco insistir en el ejemplo de Estados Unidos, cuando ninguna de las últimas iniciativas legislativas en la línea han prosperado(véase SOPA).
Por todo ello, opino que todo el sector editorial deberá aceptar que los lectores seguiremos pirateando hagan lo que hagan, y eso no tiene solución posible. Y aunque un estado puede cerrar empresas, jamás podrá impedir que los internautas se salten el firewall para descargar libros desde cualquier “paraíso cultural”. El negocio editorial está condenado a convivir con las descargas ilegales, porque, mientras el mundo siga siendo un lugar abierto de piernas para el mercadeo y el flujo indiscriminado, la información seguirá viajando sin restricciones, y los ciudadanos gozarán de esa libertad paradójica. La libertad de delinquir, según muchos, la libertad de compartir, según otros, y un poco de las dos cosas, según mi perspectiva. A los editores y escritores que esperan volver a dar sentido a sus oficios con “la prohibición” de la piratería,les auguro un futuro tan prometedor como al emprendedor a la espera de la erradicación de las prostitutas.
¿Soluciones? Desde mi humilde punto de vista, los editores deben asumir que la piratería será su mayor competencia para lo que les resta de vida. No podrán vencerla, así que deberán competir con ella igual que compiten entre sí. El hecho de que el mercado editorial exista en China -un país donde la copia para fines educativos es legal y en la puerta de las universidades se venden los libros de texto fotocopiados- es la prueba fehaciente de que SÍ se puede, como también lo demuestran muchísimos conceptos de la edición tradicional que siguen funcionando en España. Ahí fuera hay lecciones tan valiosas como la de Spotify -que de golpe y porrazo hizo que piratear música fuera peor que usar su web- o la revista Orsai, una de las pocas publicaciones culturales que paga las colaboraciones, y encima se puede descargar gratis en la red. Ojalá el mundo editorial y literario se concentre seguir los pasos de estos pioneros y reforzar sus virtudes dentro del nuevo contexto. Les queda todo por hacer.
Sobre Miguel Espigado:
Nació en Salamanca en 1981. Es crítico y novelista, y trabaja como profesor lengua y literatura en la Peking University y el Instituto Cervantes. Publica gran parte de su obra con licencia abierta en http://elespigado.wordpress.com, donde funde literatura con crítica cultural, viajes, música e imagen.