El plantador de tabaco
John Barth. Editorial Sexto Piso, Madrid, 2013, 1.173 páginas, 34 euros. Traducción y prólogo de Eduardo Lago.
Recientemente la editorial Sexto Piso ha incorporado a su imponente catálogo El plantador de tabaco, esperada reedición de la aclamada novela de John Barth. Además, entre las novedades que Sexto Piso publicará este otoño figura Jota Erre, de William Gaddis, de quien ya publicaron Ágape se paga y Gótico carpintero. Así que, gracias al buen hacer de esta editorial, los aficionados a los clásicos modernos estamos de enhorabuena.
Para hacerse una idea de la trama de El plantador de tabaco basta con echar un vistazo al título completo de la obra: “El factor de tabaco, o Viaje por mar a Maryland, composición satírica en la cual descríbense las leyes, gobierno, tribunales y constituciones del lugar, junto con los edificios, fiestas, diversiones, entretenimientos y embriagados humores de aquel enclave americano”. Los principales personajes son Ebenezer Cooke (a.k.a. el Laureado), virgen y poeta a partes iguales, su hermana gemela, Anna, y su tutor, Henry Burlingame, pretendiente, en cierto modo, de ambos.
Como se podrán imaginar, en una novela de 1.173 páginas pasan muchas cosas. Aun a riesgo de simplificar, uno de los principales temas de la novela es la virginidad. Mujeres caídas, putas ambulantes, corsarios sifilíticos… Y en medio de todos ellos, el Laureado, que, pese a su voluntad de mantener su virginidad a salvo de mujeres, hombres y viceversa, se encontrará en más de una ocasión al borde del desfloramiento. Como dice el Laureado: “La pérdida de la virginidad siempre es aleccionadora y el mundo jamás se cansa de oír el cuento (…) La humanidad ve dos moralejas en semejantes cuentos: la pérdida de la inocencia y la pérdida del orgullo”. En torno a la virginidad, y la merma de inocencia que su pérdida conlleva, se van concatenando, muy hábilmente, diversos relatos, entre los que destaca la “verdadera”, y divertida, historia de la virginal princesa Pocahontas, una historia bien distinta a la que nos contó Terrence Malick en El nuevo mundo.
Sería un chiste fácil decir que, dada su longitud, El plantador lleva a la práctica el título del ensayo que el propio Barth publicó en 1967: La literatura del agotamiento. Aunque muchos pensaron que el título aludía al apocalipsis de la novela, en realidad se refería al fin del modernismo. La literatura se encontraba en un callejón sin salida, había que buscar un nuevo rumbo y Barth, tal y como Eduardo Lago dice en el prólogo del libro, llevaba “bajo el brazo un programa de renovación de la novela”. En este contexto, cabe preguntarse: ¿es El plantador de tabaco una novela rompedora con la estética anterior?, ¿hasta qué punto abre nuevos caminos para la agonizante novela?
La intención de John Barth en El plantador de tabaco parece ser parodiar algunas de las grandes novelas inglesas del siglo XVIII, como Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, de Laurence Sterne, o Tom Jones, de Henry Fielding. Como dice el narrador de El plantador: “un escritor inteligente puede, merced a unos cuantos ajustes delicados, parodiar un estilo hermoso”. No obstante, al poner frente a frente El plantador y estas novelas observamos un curioso fenómeno temporal del que ya se ha hablado en otra parte: aunque fueron escritas doscientos años antes, las novelas de Sterne y Fielding parecen más modernas que El plantador. En La literatura del agotamiento, Barth afirmaba que si alguien compusiera la Sexta Sinfonía de Beethoven hoy en día, podría ser motivo de vergüenza; sin embargo, tendría sentido si fuese escrita con intención satírica por un compositor consciente de en qué punto de la cultura estamos y cómo hemos llegado hasta aquí. Siguiendo con esta metáfora, habrá personas que se maravillen al escuchar una sinfonía “satírica” idéntica en calidad a la Sexta Sinfonía de Beethoven y habrá otras que piensen “Esto ya lo he oído antes” y prefieran escuchar el original. Incluso habrá otras (como yo) que, aun reconociendo que siempre es un placer escuchar a un niño prodigio interpretando sus paródicas partituras, se pregunten si realmente era necesario que la satírica sinfonía durara tanto.
No obstante, El plantador de tabaco es mucho más que una parodia de las novelas dieciochescas. Cabe la posibilidad de que con El plantador haya sucedido lo que ya apuntaba el narrador en la novela: “Sin embargo, en el transcurso de los años siguientes, El plantador de tabaco gozó de una popularidad constante entre las gentes de letras de Londres, bien que no era la clase de popularidad que hubiera deseado su autor. Los críticos lo consideraban un buen ejemplo de la clase de farsa satírica entonces en boga; elogiaban la rima y el ingenio; aplaudían las caracterizaciones y lo grotesco de la acción…, pero ni uno solo se tomaba en serio el poema”. En esta novela, Barth reescribe el origen del estado de Maryland y, por extensión, de la propia América. El lugar al que vuelve el poeta tras su odisea marítima, Malden, un lugar convertido en casa de putas y fumadero de opio, es lo opuesto al Walden de Thoreau, prototipo del Edén americano. El mito del buen colono, de moral intachable, que batalló “contra la naturaleza bárbara y los temibles salvajes, para rescatar su territorio inculto y transformarlo en un paraíso terrenal” es puesto en entredicho a lo largo y ancho de la novela.
En una de las partes más bellas de la novela, el poeta defiende la necesidad de la literatura para contar la historia: “¿Qué sería Grecia sin un Homero, Roma sin un Virgilio cantando sus glorias? Los héroes perecen, las estatuas sucumben, los imperios se desmoronan; pero la Ilíada se ríe del tiempo, y los versos de Virgilio son hoy tan verdaderos como el día en que fueron compuestos”. Para Barth, la historia no es patrimonio exclusivo de historiadores y cronistas: los escritores tienen también mucho que decir sobre el pasado. Probablemente muchos historiadores se lleven las manos a la cabeza al pensar que la crónica de unos hechos reales pueda estar contaminada por la ficción. No obstante, El plantador de tabaco, con la revisión que propone del mito del nacimiento de América, nos recuerda que no es posible saber a ciencia cierta cuánto hay de real y cuánto de ficción en la llamada historia oficial. De hecho, El Plantador parece decir que la auténtica farsa burlesca es la de la historia que nos han contado.
Sobre Rebeca García Nieto:
Rebeca García Nieto es psicóloga clínica, profesora universitaria y escritora. Su primera novela, “Historia de una mirada”, fue publicada recientemente por Eutelequia. Con su segunda novela, “Eric, una vida en ausencia”, ha quedado finalista del Premio Azorín de Novela 2012.
Gran reseña, no es un libro fácil pero lo disfruté mucho. Mi comentario de lectura en http://heroinasdiscolas.blogspot.com.es/2013/12/el-plantador-de-tabaco.html
Un saludo,
Sonia
Muchas gracias, Sonia. Ahora le echo un vistazo a tu reseña.