Entrevista a Eloy Tizón
Por Recaredo Veredas
Esta entrevista forma parte del especial Eloy Tizón y se complementa con la reseña que ha escrito Sergi Bellver sobre Técnicas de Iluminación.
Eloy Tizón es uno de los grandes cuentistas españoles, por no afirmar europeos. Lo demostró hace ya décadas con aquella maravillosa sorpresa titulada Velocidad en los jardines, lo ha confirmado con Parpadeos y rematado con la reciente Técnicas de Iluminación. También ha escrito novelas, algunas tan brillantes como Labia, pero es en el relato donde ha alcanzado un dominio casi absoluto del género. Ha tenido la gentileza de responder a mis preguntas.
¿Qué importancia tiene para usted el estilo, la elección de la palabra justa?
Evidentemente, mucha. Con el lenguaje me lo juego todo. Sólo puedo contar mis historias de una única manera. Si las contara de otra, empleando palabras distintas, serían historias diferentes. No se parecerían en nada. Así que más me vale acertar.
¿Sitúa por encima al estilo que a la creación y progresión de una historia?
Intento no separarlos. Me parece importante lograr cierta combustión del lenguaje, tensar sus posibilidades poéticas y narrativas, sin que eso suponga caer en ningún tipo de gratuidad preciosista, lo que me resultaría odioso. Recuerdo, en este sentido, una frase que el gran Flaubert le escribió en una carta a su amante Louis Colet cuando estaba escribiendo la segunda parte de Madame Bovary: «He tardado cinco días en escribir una página. Hay poca acción. Pero sigo opinando que las imágenes son acción». Suscribo esa idea.
En este libro coexisten relatos puramente poéticos y otros donde existe una historia más o menos lineal. ¿Con qué criterio los escogió?
El criterio principal fue llevar al personaje a una situación comprometida, empujarle hasta un límite, llegar hasta ese punto peligroso en que el personaje se rompe y no le queda más remedio que mostrarse tal cual es, sin maquillajes ni engaños. Ya no caben disimulos: esto es todo lo que hay. Esto es lo que somos. Te aceptas o te rechazas. Alcanzar ese momento de verdad, de revelación, de belleza triste o furiosa, fue una de mis prioridades al escribir el libro.
¿Son distintos los criterios que utiliza para escribir una novela y un libro de relatos?
Cambia la metodología, en el sentido de que escribir un libro de relatos permite cierta indisciplina, o cierta intermitencia, si preferimos decirlo así, mientras que una novela te ata más a la mesa: hay que ser más metódico y mantener una regularidad de horarios más estricta. Si no, caes en el caos.
¿Cuáles son sus mayores influencias?
Tengo muchas, casi incontables, sobre todo procedentes de la literatura y también del cine, del que he aprendido y sigo aprendiendo muchísimo. Este libro en concreto está puesto bajo la advocación de Robert Walser, con quien vagabundeo en el primer relato (que es el que sintoniza la música de todo el volumen), pero también hay otras, varias de escritoras a las que adoro: Djuna Barnes, Virginia Woolf, Simone Weil… o incluso de la enorme Clarice Lispector, que no está pero se espera que llegue en cualquier momento.
¿Cómo ha evolucionado su narrativa desde Velocidad en los jardines?
Siempre resulta complicado hacer estos balances valorativos sobre uno mismo, pero yo diría que he ido aprendiendo a despojarme de lo superfluo, o del enjoyamiento excesivo de mis primeros pasos; de ese punto exhibicionista de muchos jóvenes al empezar a escribir, fruto de la ansiedad de demostrar cuanto antes, a los demás y a nosotros mismos, que ya somos escritores. Esa ansiedad ha ido remitiendo con el transcurso del tiempo, hasta casi desaparecer, a medida que he publicado libros que en general han sido bien recibidos y valorados. En su lugar ha ganado terreno la necesidad de ir más a lo esencial, de ser más profundo y no hacer concesiones fáciles, de intentar llegar al hueso. No hay adornos en el hueso.
¿Ha pensado alguna vez, dado lo poético de su estilo, en escribir poesía?
Aun a riesgo de sonar petulante, me atrevería a decir que, en mi opinión, ya escribo poesía. Me resisto a establecer una división tajante entre géneros. Mis relatos son narrativos, eso desde luego, en el sentido de que cuentan alguna historia (aunque sea mínima), pero también, creo yo, tienen vuelo poético. Entonces, ¿por qué no pueden ser poesía? ¿Quién se lo impide? ¿Una etiqueta?
¿Se considera un escritor experimental?
Históricamente, el término experimental va asociado a la figura del escritor vanguardista, a cuya categoría no creo pertenecer. Sin embargo, desde cierto punto de vista, todos los grandes libros (empezando por el Quijote) son experimentos. Si la palabra «experimental» nos resulta antipática, por las razones que sean, podemos sustituirla por exploratoria o incisiva, qué sé yo. La buena literatura es la que explora, la que indaga, la que problematiza, la que no se conforma con lo que hay y busca otra cosa: ensanchar los límites de lo posible. Con esa visión de la escritura como búsqueda inquieta sí me identifico, claro.
¿Qué relación mantiene con el realismo? Sus relatos parecen escritos por una voz que contempla el mundo desde una perspectiva radicalmente distinta de la habitual.
Con el realismo municipal y sanchopanzesco mantengo una relación de rechazo. Me interesa poco y me aburre, porque me parece pobre y epidérmico; creo que es una de las peores plagas de la literatura española: la literalidad. Por el contrario, me atraen esas otras miradas más excéntricas que intentan escarbar en las apariencias, perforar la superficie de la realidad, ir un poco más allá, descubir ángulos inéditos y forzarnos a abandonar nuestra zona de confort y mirar el mundo de otra manera, desde otra perspectiva, con otros ojos. Uno de los cometidos del arte, en mi opinión, es precisamente ese: no quedarse en lo banal de la reproducción realista, sino añadir nuevas capas, nuevos matices, que nos enriquezcan.
¿Qué sector de la realidad ilumina Técnicas de iluminación? ¿Cuál es la causa del título?
Eso es algo que cada lector debe descubrir por sí mismo; no debo estropearle el placer. Creo que cada relato es lo suficientemente ambiguo como para permitir diversas interpretaciones, dependiendo de cada persona y del momento por el que atraviese. El título, por otra parte, es un pequeño anticipo del contenido del libro, de mi modo de concebir la literatura; no sólo la mía, sino también la de los demás: la literatura tiene una faceta técnica, racional, de puro oficio, casi de carpintería; y otra faceta más visceral, salvaje, en la que predominan el instinto y el sonambulismo. Cómo lograr un equilibrio entre ambas, que ninguna de los dos anule a la otra ni la reemplace, es uno de los misterios del arte.
¿Qué papel concede a la reescritura? ¿La brillantez de su escritura, de sus hallazgos poéticos, ocurre sola, de una vez o es producto de un largo proceso de elaboración?
Casi nunca ocurre sola, por azar. Casi siempre, aunque no lo parezca, es fruto de largas horas de corrección y reescritura. Los hallazgos, si llegan, sólo lo hacen después de un largo proceso de sedimentación y criba. La reescritura, en mi caso, ocupa mucho más espacio que la mera escritura, que suele ser más breve, casi como un fogonazo.
El papel de lo onírico en su ficción. Aunque haya distintos narradores, aunque los relatos sean más abstractos o más centrados en las peripecias, un extraño lirismo onírico siempre aparece.
Pues sí, esa parece ser una de las marcas de la casa. Aunque no lo pretenda, siempre se filtra ese lirismo onírico, como tú le llamas, por un lado o por otro. No lo fuerzo, no necesito forzarlo, porque surge casi solo. Parto de un comienzo más o menos «realista», pero poco a poco el propio relato se va deslizando hacia un territorio de extrañeza fantasmagórica, a medida que profundizo en él va empapándose de una atmósfera como de fiebre y de tiritona, imposible de evitar. Yo diría que son relatos-centauro, con medio cuerpo hecho de realidad y medio cuerpo hecho de sueños.
¿Cómo se siente respecto a otros escritores de su generación? Visto desde fuera, por su reivindicación de su palabra frente a la concesión actual, parece una isla.
Quizá sea algo excesivo llamarme «isla», ¿no? Tampoco me veo tan aislado. Estoy solo, pero no tanto. Es cierto que mi apuesta literaria tal vez sea algo peculiar, o tienda a lo extremo, pero hay otros autores cercanos en edad que trabajan con un nivel de exigencia elevado, y de cuyos libros disfruto y aprendo mucho: Carlos Castán, Luis Magrinyà, Ángel Zapata, Hipólito Navarro, Andrés Ibañez, Menchu Gutierrez, Pablo d’Ors… y algún otro que seguro olvido y lamentaré más tarde. Y entre las generaciones jóvenes también hay muchísimo talento: por ceñirme al terreno del relato breve, puedo citar a Ricardo Menéndez Salmón, Paul Viejo, Andrés Neuman, Nuria Labari, Cristian Crusat, Isabel Mellado, Inés Mendoza, Juan Gracia Armendáriz, Almudena Sánchez, entre otros. Como ve, no son pocos. Cada uno en su terreno, todos ellos trabajan en un registro lírico y de potencia verbal e imaginativa que a día de hoy es el que más me interesa.
Sobre Recaredo Veredas:
Licenciado en Derecho. Máster en Edición. Reseñista en numerosos medios, como Quimera, ABC, The Objective, Política Exterior o Qué Leer. Profesor en la Escuela de Letras. Fundador, junto a otros, de Culturamas y creador de micro-revista. Autor de los libros de relatos Pendiente (Dilema Nuevos Narradores, 2004) y Actos imperdonables (Bartleby, 2013), del manual Cómo escribir un relato y publicarlo (Dilema, 2006), del ensayo No es para tanto (Silex, 2019), de los poemarios Nadar en agua helada (Bartleby, 2012) y Nadar en agua helada (Bartleby, 2019 y de la novela Deudas vencidas (Salto de página, 2014).
He disfrutado mucho con la lectura de esta entrevista. Las respuestas de Eloy Tizón son agudas, llenas de talento y sabiduría. Un placer.