Esa engañosa levedad
El hombre que dijo adios. Lumen. Barcelona, 2013. 224 páginas, 20,90 €
Cuando mencionamos nombres como los de Amy Hempel, Alice Munro o Mavis Gallant acude a nuestros labios una palabra: maestría. Si además consideramos qué comparten estas escritoras al margen de una lengua de expresión, en este caso el inglés, se nos impone un adjetivo: sencillez. Hay algo en la escritura de estas autoras que hace pensar en la literatura como un ejercicio delicado y diáfano. Sus textos, por complejos que resulten estructural y temáticamente, parecen estar redactados en estado de gracia. Fluyen, son permeables a pesar de la habitual crudeza de las historias que los nutren. Pero todo eso es parte del truco, por descontado, la aparente sencillez de la prosa es una mentira refinada y maravillosa. No hay nada más difícil a este lado del texto, donde se urden las ficciones, que alcanzar esa página donde todo discurre como en un acto orgánico e inconsciente: la respiración, el latir del corazón, el parpadeo.
Anne Tyler pertenece por derecho propio a ese selecto grupo de maestras de engañosa levedad. Su texto más célebre para un público medio, El turista accidental, al cual William Hurt prestó memorable encarnación en la película de Lawrence Kasdan, es un compendio de los valores representados por su escritura con sugestiva transparencia: la ironía como guía para espíritus perplejos, cierta confianza en la bondad de las personas, un punto ineludible de sabrosa excentricidad. Aunque los personajes de Tyler a menudo aparecen en contextos dramáticos (la pérdida del hijo en El turista accidental; la huida del padre en Reunión en el restaurante Nostalgia; la viudedad en la presente El hombre que dijo adiós), todo en la acción que los rodea muestra un perfil amable, como si a las inclemencias de la vida la prosa de esta gran escritora opusiera, sagaz y felizmente, un antídoto de acatamiento, de aceptación en la fatalidad. Es curioso este expediente tan común en la narrativa de Tyler. Cuando la realidad pisa fuerte y acentúa sus perfiles, ella recubre a sus personajes con una pátina de cortesía, sentido del ridículo y estoicismo. Quizá el amor de Tyler por la literatura rusa no sea ajena a estas decisiones argumentales y caracteriológicas. No parece descabellado afirmar que, salvando la ubicación espacio-temporal de los personajes, la influencia de autores como Turguéniev y Chéjov es notoria en su prosa adelgazada, precisa y, sin embargo, rotunda, así como también en su concepción del ser humano, piadosa y, a la vez, sombría. Los hombres y mujeres de Tyler se derrumban sin estrépito aunque a menudo parezcan lunáticos, y cuando vuelven a la vida, cuando la resaca del estupor los escupe a la superficie, sus heridas han cicatrizado. El suyo es un mundo, en esencia, tragicómico.
El hombre que dijo adiós resulta, en ese sentido, una fábula tyleriana desde la primera hasta la última página. Su protagonista es un representante de esa locura cotidiana que nos rodea y que la escritora de Mineápolis ha sabido retratar con pericia: un editor de libros mediocres, con un par de minusvalías físicas, y al cual le ha sucedido una aventura tan extraña como patética: un árbol ha caído dentro de su casa y ha matado a su mujer. Con estos mimbres Tyler teje una soberbia narración en torno a ciertos universales del dolor, pero lo hace de tal modo que, mientras leemos una novela acerca del duelo y la muerte de nuestros seres queridos, sentimos que también leemos una novela acerca del renacimiento y la felicidad no como un deber impuesto, sino como un derecho adquirido. Las cosas verdaderamente importantes, parece sugerir Tyler, exigen ser narradas sin estridencias, a media voz, a media luz, con una palabra para el Cielo y otra para el Infierno, pero siempre con esa engañosa levedad sólo al alcance de unos pocos maestros.
Sobre Ricardo Menéndez Salmón:
Licenciado en Filosofía y novelista. Ha obtenido más de cuarenta premios literarios y es reconocido como uno de los narradores españoles más originales e intensos. Sus últimas novelas son La ofensa, Derrumbe, El corrector y Medusa, todas publicadas en Seix Barral.