Eugenides o el sufrimiento juvenil
Por Recaredo Veredas
América es pródiga en novelistas superdotados. No olvidemos que a sus 316 millones de habitantes debe unirse una clara supremacía universitaria y el torrente narrativo que causa la lucha por la supervivencia en una sociedad darwinista. Jeffrey Eugenides es uno de los logros más completos que nos ha regalado la tradición gringa en las últimas décadas. Conseguir tal mérito con un corpus que hasta ahora se limita a tres novelas evidencia una eficacia absoluta y una considerable confianza en su calidad. Si escribes 20 novelas y fallas en 1 el golpe es asumible. Si fracasas en un 33% de tu obra puedes hundirte para siempre.
En Middlesex (2002), su mayor éxito hasta la fecha, evidenció que dominaba la novela como si fuera su juguete favorito (con mínimos deslices, como la justificación de la decisión crucial del protagonista) tanto en términos de ritmo, estilo o construcción de personajes como de desarrollo de la historia. Ya había mostrado su potencial en esa magistral reivindicación del morbo nabokoviano titulada Las vírgenes suicidas (1993). Tal exhibición no se ha vuelto a repetir: en La trama nupcial (2011) la musculatura, aunque exista, queda oculta tras una rigurosa labor de poda y contención y tras unos propósitos bastante menos épicos aunque, por el contrario, más místicos.
Una de las ventajas que posee Eugenides frente a sus muy masculinos rivales en el trono de la gran esperanza blanca (una de las características de muchos de sus colegas, denominados por el crítico James Wood realistas histéricos, es el predominio de la mirada y la palabra sobre la construcción matizada de los personajes y la consecuente empatía) es su dominio de la femineidad, su capacidad para escribir desde el punto de vista del sexo opuesto sin caer en la impostura ni en una falsa sensiblería. Eugenides conoce las virtudes de la compasión: sabe que los lectores necesitan identificarse con los protagonistas que les acompañan durante cientos de páginas y ofrece cercanía sin alejarse de la modernidad (el atrevimiento que supone intentar la gran novela americana con un protagonista hermafrodita así lo demuestra). Además sabe que la brillantez debe moderarse, que ese artefacto llamado novela precisa cumbres y valles, que, en consecuencia, el deslumbramiento constante descoyunta a una amplia mayoría de lectores.
No puede afirmarse que Eugenides posea un estilo propio aunque sí una mirada original. Es uno de esos autores capaces de escribir en cualquier registro, desde el lírico al informativo, y modificarlo en función del fin de su obra, convirtiendo a la palabra en un correlato imprescindible del propósito. Así lo verifica la turbiedad menstruante de las vírgenes, el misticismo salingeriano de la trama nupcial (no son casuales las menciones continuas a Franny and Zooey) o el desenfreno (más próximo al realismo histérico que en el resto de su obra) de Middlesex. Son estilos tan distintos que, si solo nos atuviéramos a este factor, sus tres novelas parecerían escritas por tres novelistas diferentes. La capacidad de adaptación también se percibe en la variedad de los narradores. La voz de la trama nupcial es la más convencional: un simple narrador apoyado que, a la manera clásica, oscila entre las conciencias de los tres vértices del triángulo, manteniéndose a la altura de su mirada. Sin embargo, los narradores de sus dos obras previas son prodigios de originalidad, emplazados al borde de lo inverosímil. No en vano, en Middlesex utiliza una voz omnisciente en primera persona que, pese a la dificultad, resulta creíble: el autor consigue emplazarse en un territorio intermedio entre la leyenda y la historia con mayúsculas –las devastaciones de Esmirna y Detroit- y con minúsculas, definida por la enorme saga familiar. Pero su hallazgo más escurridizo y fascinante tal vez sea el narrador periodístico de las vírgenes suicidas: la creación de ese colectivo de amigos de las mártires que nunca llega a presentarse pero cuyo perfil se intuye es un prodigio de mezcla de géneros, parece que Nabokov hubiera decidido ser Capote por una temporada.
Pese a tales diferencias las tres novelas están unidas por vínculos que, como puentes, trazan un mapa de Eugenides mucho más borroso que el de Faulkner pero con perfiles más o menos precisos. El nexo más importante es el amor por la juventud, cuyos traumas se describen con una precisión muy poco frecuente. Además consigue que el dolor connatural a la postadolescencia sea legible para lectores adultos, cuya madurez provoca una inevitable huida de la puerilidad (no hay que olvidar que la juventud termina mucho antes en Estados Unidos que en España. Allí un hombre de 25 años es un hombre no un desempleado inmaduro). Pero no es este el único vínculo. También debe destacarse la locura y sus duras consecuencias sobre los inocentes, ejemplificada en el transtorno bipolar del doble de Foster Wallace en La trama nupcial, la bifurcación sexual de Caliope en Middlesex o la obvia insania que domina a la madre de las vírgenes suicidas, transmitida con la fuerza del peor virus a sus vástagos. También, aunque sea un nexo que une a casi toda la narrativa estadounidense, la importancia del capitalismo como marco inamovible de la acción: en el capitalismo se pudren las hermanas Lisbon, el capitalismo marca la ambigüedad sexual de Caliope y define las posiciones del triángulo de La trama nupcial. No lo hace de manera directa pero sí marcando las reglas del juego, aquello que no precisa ser escrito. Tampoco debe obviarse la importancia de la religión: extremadamente católica en Las vírgenes suicidas, ecléctica, aunque con predominio católico, en La trama nupcial, y ortodoxa en Middlesex. Una religión que puede ser castradora o iluminadora (la exaltación mística es uno de los rasgos diferenciales más interesantes y originales de La trama nupcial). Por último destaco uno de los aspectos más autobiográficos, la sombra de Detroit, la ciudad natal de Eugenides, esa urbe derrumbada, intuida en el plácido suburbio de las vírgenes, protagonista en Middlesex y cuna de uno de los protagonistas (claro doble de su autor) de La trama nupcial.
Eugenides posee un futuro espléndido. Escritores como él, capaces de convocar los favores del público y la crítica, resultan imprescindibles para salvar a la novela en estos tiempos aciagos. En su mano queda convertirse en una referencia de la narrativa americana del Siglo XXI o en una estrella brillante y fugaz.
Sobre Recaredo Veredas:
Licenciado en Derecho. Máster en Edición. Reseñista en numerosos medios, como Quimera, ABC, The Objective, Política Exterior o Qué Leer. Profesor en la Escuela de Letras. Fundador, junto a otros, de Culturamas y creador de micro-revista. Autor de los libros de relatos Pendiente (Dilema Nuevos Narradores, 2004) y Actos imperdonables (Bartleby, 2013), del manual Cómo escribir un relato y publicarlo (Dilema, 2006), del ensayo No es para tanto (Silex, 2019), de los poemarios Nadar en agua helada (Bartleby, 2012) y Nadar en agua helada (Bartleby, 2019 y de la novela Deudas vencidas (Salto de página, 2014).