Jota Erre, o el ruido y la furia

Por Rebeca García Nieto

Jota Erre. William Gaddis. Traducción de Mariano Peyrou. Sexto Piso. Madrid, 2013. 1136 páginas, 35 €.

“-¿Dinero…? –con voz susurrante.

-Papel, sí”.

Ya desde la primera línea queda claro de qué trata la novela. Jota erre (Sexto Piso, 2013) va del dinero, es decir, del papel. De cómo un crío de once años, Jota Erre Vansant, va acumulando acciones de distintas empresas igual que otros chavales de su edad acumulan cromos. El imperio económico de Jota Erre empieza a fraguarse en una excursión escolar al templo pagano con más fieles de América: Wall Street. La señora Joubert, la “seño” para los amigos, lleva a sus pupilos de peregrinaje a ese santo lugar para enseñarles “en qué consiste América”. El dinero, se nos dice, es lo que mantiene unidos a los Estados ídem. El dinero, y no Obama, es el verdadero presidente de esa multinacional con sucursales en el mundo entero llamada “Estados Unidos de América”, ¿no es así, chicos y chicas?

Con esta temática, no es de extrañar que Jota erre sea más actual que gran parte de las novelas que se escriben hoy en día. Algunas frases, pese a haber sido escritas hace casi cuarenta años, siguen siendo vigentes: “A todo el mundo lo están jodiendo menos a los bancos esos, nunca los joden”. Todos sospechábamos que, para hacerse millonario, no hace falta “entender de economía, lo que tiene que entender es los miedos de la gente a la economía”. Y, como Jota Erre, todos nos hemos preguntado en algún momento “¡Por qué la gente va y roba, infringe las leyes para coger todo lo que pueden si siempre hay alguna ley, que puedes ser legal y cogerlo todo de todas formas!”. Sí, por todos es sabido. Pero no está de más que alguien nos lo recuerde de vez en cuando: los reyes son los padres; quiero decir, el dinero.

Jota erre podría haberse titulado como el libro de relatos de Witold Gonbrowicz, Memorias del tiempo de la inmadurez. Lo que novelas como Jota Erre o Ferdydurke muestran es que el infantilismo ha escapado del ámbito del patio de recreo y ha invadido el planeta entero. Así es, chicos y chicas, el mundo se ha convertido en un patio de recreo gigantesco en el que los alumnos cumplimos sin rechistar imposiciones que no nos gustan, nos guiamos por la miopía del cortoplacismo y no nos hacemos responsables de nada. Ya lo dijo un personaje de Los reconocimientos, la primera novela de Gaddis: “Somos cómicos. Vivimos en tiempos cómicos. Y cuanto peor se ponen las cosas, más cómicos somos”.

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Desde el punto de vista formal, Jota erre marcha en dirección contraria a Los reconocimientos: si en esta última el narrador tenía un papel protagonista, en Jota erre la presencia del narrador es erradicada por completo. Utilizando una metáfora que el propio escritor propone en la novela, lo que hace Gaddis es disparar al pianista y dejar que la partitura se interprete sola: “Disparar al pianista, de eso va, pianola toca sola, hay que disparar al pianista”. Volveremos al pianista más adelante, ahora basta decir que Jota erre es una composición polifónica en la que suenan múltiples voces… La novela está hecha a base de diálogos fragmentados, conversaciones interrumpidas por llamadas de teléfono, frases que quedan a medias por problemas técnicos… Para más inri, apenas hay indicaciones de quién está hablando o con quién. Por eso, hasta bien adentrado el libro, el lector tiene la impresión de estar escuchando psicofonías de origen desconocido… En mi opinión, Jota erre es una divertida sátira no sólo del capitalismo, sino de la sociedad contemporánea. Y el ruido, el caos, es consustancial a nuestro modo de vida: “El orden no es más que un estado débil y peligroso que tratamos de imponer sobre una realidad básicamente caótica”, escribe Gaddis.

En otro momento de Jota erre, Gaddis nos advierte: “Ruido, te escondes en el ruido cada vez que puedes, ¡cuidado!”. Y lo que, a mi modo de ver, se esconde bajo el ruido es la furia. Gaddis tenía razones para estar enfadado. Por boca de uno de los personajes, nos hace saber cómo fue escribir esta novela en la que invirtió casi dos décadas: “Dieciséis años, como vivir con un inválido (…) Cada vez que entras ahí, sentado, esperando, igual que lo dejaste, mueve un palito, ahuecarle la almohada, cortar un párrafo (…) Ojos que te siguen por toda la habitación, tienes que imaginarte qué coño quiere”.  A pesar de que con esta novela ganó el National Book Award en el 76, Gaddis nunca obtuvo el reconocimiento que merecía. El escritor era plenamente consciente de que su literatura no era para todos los públicos: “problema, joder, es que casi todos los lectores preferirían estar en el cine.  Prestar atención, pensar algo, sacar una conclusión, problema, joder, es que casi todos los libros están escritos para lectores completamente satisfechos con lo que son, preferirían estar en el cine (…) Como que eso es lo que la gente quiere, libros que les cuenten lo que ya saben, o sea, por eso están todos llenos de estupideces”.

Pero el mundo de las altas finanzas no es el único imperio de papel parodiado en la novela. No parece casualidad que una de las empresas de Jota Erre se dedique a la industria editorial, tan despiadada y sucia como Wall Street. Es irónico que en el mundo de las letras sólo importen los números: “Averiguado cómo funcionan sus cuentas, diez por ciento de gastos generales, diez por su dinero, diez en almacenamiento, diez en vendedores y empleados, diez por los derechos de autor, joder, las librerías se quedan con el cincuenta del total, devuelven lo que no venden te dejan con el culo completamente al, a ver (…) eliminando el diez por ciento ese de los derechos de autor que se llevan esos sinvergüenzas, a lo mejor se podría hacer algo”. Para Jota Erre, lo que no puede canjearse por dinero no vale nada. Por eso, al final de la novela, Bast, el adulto que ha ayudado al chaval en sus correrías por el mundo de los negocios, intenta enseñarle el valor de los activos intangibles. Para ello le hace escuchar una cantata de Bach. Lo que Jota Erre oye al escuchar a Bach es lo siguiente: “Lo primero que oí fue la música esa muy alta, ¿no? Y entonces la señora esa empieza a cantar que te den que te den y, entonces, el señor empieza a cantar que me den, entonces, se oyen unas palabras y ella empieza a cantar que me den y entonces él empieza a cantar que te den y, entonces, los dos van, primero uno y luego el otro, todo el tiempo así, que me den que te den que me den que te den, ¡eso es lo que he oído!”.

Curiosamente, habría que esperar casi treinta años, hasta la publicación de su novela póstuma, Ágape se paga, para saber cómo terminaba la pieza para piano que Gaddis comenzó a interpretar en Jota erre. En ésta, uno de los personajes, Jack Gibbs, lee fragmentos del libro que está escribiendo, un libro “muy difícil” sobre la mecanización de las artes y las pianolas. Este libro, dice Gibbs, se llamará Ágape se paga. En la novela póstuma de Gaddis, publicada también en Sexto Piso, asistimos precisamente a los últimos compases de Jack Gibbs, un escritor obsesionado con los pianos mecánicos… Habrá personas que al leer a Gaddis les pase como a Jota Erre con Bach, que escuchen “que me den, que te den” y poco más. En cambio, a otras, como a mí, les parecerá estar escuchando una obra maestra.

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Sobre Rebeca García Nieto:

Rebeca García Nieto es psicóloga clínica, profesora universitaria y escritora. Su primera novela, “Historia de una mirada”, fue publicada recientemente por Eutelequia. Con su segunda novela, “Eric, una vida en ausencia”, ha quedado finalista del Premio Azorín de Novela 2012.

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