Lavar aparte 3

Por Esther García Llovet

Antón Chejov. Diecisiete o dieciocho años, vestido con una chamarra y un pantalón de faena y nada más. Dos de la madrugada. Con una bota puesta y el otro pie descalzo, abre una caja de laca en la mesa del recibidor. Saca una pistola: la mete en el bolsillo. Se abrocha la otra bota. Sale al porche con una linterna y baja las escaleras, pisando cáscaras de pipas, peinándose la barba con los dedos, camino de encontrarse entre los árboles blancos con la mujer de su profesor del instituto.

anton chejov

En 1967 Martin Scorsese rodó “Who is that knocking at my door” en un fulgurante blanco y negro de melancolía y violencia. En “Who is that knocking at my door”, o “Alguien que llama a mi puerta”,  aparece un jovencísimo Harvey Keitel jugando al chico malo que ya era en una fiesta de chicos, solo chicos preparándose para la juerga del viernes por la noche en un apartamento cutre de Queens. Se ríen, bromean un rato. Italianos contra irlandeses. De pronto uno saca una pistola, una pistolita fea y un poco femenina. Parece robada o de juguete pero es real, todas las pistolas son reales, están ahí, en la realidad pura y dura, aunque no sean de verdad. Eso es lo bueno de las pistolas. La pistola tiene un caño muy largo. La pistola empieza a pasar de mano en mano entre los amigos, que van vestidos de abrigo y corbata estrecha en esa elegancia fácil de los sesenta. Se ríen, salen corriendo a otra habitación, la pistola sale de cuadro. Esto ocurre sólo unos segundos, un momento, pero parece que durase otra película aparte, una película entera. Porque cuando una pistola sale de cuadro es cuando el horror entra por la ventana. O peor; el horror se queda al otro lado de la ventana, que es la verdadera definición del horror: lo que no se ve pero se imagina, lo que ocurre a nuestra espalda. Lo que no se puede contar. El miedo, el verdadero miedo, no es el susto si no la angustia de no saber. (“Dibuja un monstruo ”, dicen los padres sabios a sus hijos cuando tienen pesadillas, “Y ahora ponle nombre”). Qué bien funciona el susto como clímax anticlimático de la angustia, expulsándola de la garganta contra la pared. Por un momento la coloca ahí fuera. El susto podría llevarnos a la muerte, a donde vamos a ir de todas formas, pero la angustia a donde nos lleva es a la locura, al pasillo sin fondo de la locura y la paranoia, mucho más oscuro y profundo y vacío que el de la muerte.

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Pero luego: cuántas películas de terror se echan a perder por no calibrar bien esto de la angustia, por tener que explicar y cerrar una historia poniéndole cara y nombre al fantasma y explicando la historia del fantasma y los motivos del fantasma cuando lo cierto es que todos tenemos un fantasma que no queremos saber quién es. Cuánto terror en ese pomo que gira sin llegar a abrirse, esa puerta entreabierta, tan inglesa, tan Oliphant, que deja apenas ver sin dejar nombrar.

Ahora se abre la puerta, está bien abierta. Es Antón. Antón Chéjov. De vuelta a la casa en silencio, seis de la mañana, esa luz de tiza. Entra y no enciende la luz. Lleva la pistola en la mano, el pelo sucio. La pistola. ¿La ha disparado? ¿Ha ocurrido ya? ¿Cuándo? ¿Dónde? No te veo la cara. No veo nada. Y yo te pregunto: ¿Ha ocurrido ya lo peor?

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Sobre Esther García Llovet:

Esther García Llovet es una de las narradoras más imaginativas y perturbadoras de las últimas décadas. Es psicóloga clínica. Ha publicado las novelas Coda (Lengua de Trapo, 2003), Submáquina (Salto de Página, 2009) y Las Crudas (Ediciones del Viento, 2009).

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