Les toca a los jóvenes tomar el testigo de la lucha
Entrevista a Lola López Mondéjar
Gracias a la publicación de Lazos de sangre (Páginas de Espuma, 2012), Lola López Mondéjar afianzó su trayectoria narrativa con un conjunto de relatos que diseccionaba, sin paliativos y con ferocidad, la cosa de las relaciones humanas desde el prisma familiar. Por ello, con su siguiente entrega, la autora murciana se exponía a una suerte de reválida que superó, con contundencia, gracias a La primera vez que no te quiero (Siruela, 2013), una novela de formación en la que López Mondéjar realiza un ejercicio de memoria narrativa a través del cual revisa conceptos fundamentales que, dado el acontecer, se antojan urgentes, tanto en su revisión como ejecución: el testimonio político, la juventud como herencia, la tradición educacional desde la perspectiva de género, el hecho revolucionario, la libertad… Una novela cuyo aspecto formal refuerza la red de conceptos que López Mondéjar traduce a lo literario, así, encontramos una estructura con saltos temporales –una especie de geografía emocional de la protagonista, Julia- que cuentan, de forma precisa y emocionante, lo que suponía ser joven en la década de los ochenta. Lo que implicaba la experiencia de la vida cuando se decide vivirla de una tacada, con efervescencia, y venciendo al miedo, con cada nuevo paso.
Tras la lectura de La primera vez que no te quiero, tengo la sensación de que título tras título vas tejiendo una malla, cada vez más amplia y compacta, con todo aquellos elementos que te definen como autora. ¿Recoge este título todo el eco de tu trayectoria literaria? ¿Te has convertido, consciente o inconscientemente, en una autora de obra?
Después de siete novelas y dos libros de relatos, un autor empieza a pensar en su propia trayectoria, hacia dónde va, qué poética le mueve, qué literatura quiere o no quiere hacer. Mi trayectoria es una consecuencia natural de intentar ser fiel a mí misma, de escribir lo que me apetece, aunque cada novela constituya un giro drástico respecto a la novela anterior.
La primera vez que no te quiero es una novela muy sensual porque su protagonista, Julia, es joven, y para escribirla abandoné a la mujer madura que soy, y que sirvió de base para escribir Mi amor desgraciado, para hacer una inmersión en mis recuerdos de juventud, con las emociones concomitantes. Corría el riesgo de que pareciese una novela escrita con anteriorodad a esta, pero no me importó, o sí me importó pero lo asumí plenamente.
Antes de analizar algunos elementos de La primera vez que no te quiero, tengo curiosidad por saber cómo irrumpe, en tu vida, esta novela de aprendizaje…
Creo que estoy cada vez más incómoda con los acontecimientos que me han tocado vivir en estos últimos años, y que mi incomodidad me hacía pensar con insistencia en las décadas 70/80 en los que la joven que yo era, junto con mis amigos y compañeros, luchamos contra el franquismo para conquistar la democracia, implantar unos servicios sociales y una sanidad universal, ampliar los derechos de la mujer -al aborto, por ejemplo-, por el derecho al divorcio, y tantas otras cosas con las que ya nació la generación siguiente, y que ahora sufren una involución sin precedentes. Quería mostrar cómo fueron los padres de los jóvenes de hoy. Al menos un sector de ellos, y decirles: fuimos jóvenes, soñamos, conquistamos libertades, pero hemos perdido la batalla. Ahora os toca a vosotros coger el testigo de aquella lucha.
Es muy curioso lo que haces en esta obra, en apariencia, parece una historia sencilla sobre la vida de una joven en un momento crucial de la historia más reciente de nuestro país; sin embargo, si el lector se deja llevar por las profundidades que planteas a través de los personajes y sus relaciones, La primera vez que no te quiero puede fracturar al lector, puede llegar a doler. ¿Ha sido difícil calibrar el peso de la novela a través de los personajes, medir cada elemento de la poética a través de ellos?
La voz de Julia es omnipresente, me propuse que fuese portavoz de la vida en toda su complejidad, y que los personajes que atraviesan su historia lo hicieran de distinto modo: unos son determinantes, pero otros, también, pasan por la novela con misma facilidad para ser olvidados que tienen algunas personas en nuestra vida real. La novela gira alrededor de un eje principal que es ella, y las personas que ama y que le rodean son vistas desde su propia perspectiva. Esto me permitía analizar profundamente sus emociones en los ejes que me interesaba resaltar: el pasaje de la vida rural a la urbana, del catolicismo al laicismo, de la ignorancia al saber, de la represión sexual a la libertad sexual, de la sumisión a la independencia. Sin embargo, me interesaba subrayar también la dificultad de establecer una certeza biográfica. Julia, ya avanzada la novela, duda de que todo sea según ella lo está contando, que las razones que encuentra para explicar su dolor sean las auténticas. Esta sensación de constante revisión de la memoria me interesa mucho, porque la memoria, muy a menudo, es en gran parte inventada.
Y la protagonista ¿cómo te enfrentas a su perfil?
Julia es una niña católica que abandona todo lo aprendido, o casi todo, para hacerse una joven militante antifranquista y asumir el nuevo decálogo que esto suponía en aquel momento histórico tan emocionante. Fue fácil entrar en ella, porque tiene mucho de mí misma y de mis amigas y amigos. Es un terreno para el que he echado mano más de esa memoria, inventada o no, que de la imaginación.
Sobre la estructura que soporta La primera vez que no te quiero, ¿por qué te inclinas por contar la historia de esa forma?
Temo que la profundidad e introspección que quiero conseguir, eso que he llamado trama clandestina -que en este caso es la propia vida interior de Julia, sus inquietudes y sus temores, sus alegrías y sus logros-, se haga demasiado árida para el lector si no introduzco esta estructura en bucle, donde los fragmentos del pasado se unen finalmente con aquellos que corren de un presente -la infidelidad de Julia a su marido- hacia el desenlace final.
Además, y esto es más importante que lo anterior, creo que me voy inclinando por una escritura de intensidades, cada día huyo más de los conectores, de las descripciones, para utilizar la elipsis. El lector participa más del texto de esta forma, y los fragmentos que selecciono para contar la historia se explican por sí mismos, funcionan como relatos algunos de ellos, con un final que intento que sea epifánico. Esto me interesa especialmente porque producen el fuerte efecto emocional de un relato, sumado a la progresión de una novela, que el lector monta como un sencillo puzzle.
El entramado poético de la novela es muy complejo, por encima de muchos elementos, destacan el fracaso y el miedo. ¿Retos para la sociedad occidental del siglo XXI?
Julia fracasa y triunfa, como creo que sucede en la vida. Es una luchadora antifranquista, pero sobre todo, una luchadora contra las identificaciones aprendidas de su madre -de las mujeres de entonces: sumisas, plenamente identificadas con la maternidad, reprimidas, poco creativas y empeñadas en que sus hijas repitan sus mismos esquemas-, y aquí es donde consigue triunfar, si bien con dificultades. El miedo es un sentimiento que siempre formará parte de nosotros, pero lo interesante es enfrentarse a él y vencerlo.
No creo que los jóvenes del siglo XXI tengan las mismas cuitas que Julia, en absoluto. Creo que ahora existe un mayor predominio de la inmediatez, una apuesta por el confort sobre el riesgo, y apenas hay rastros de represión. Los jóvenes de hoy funcionan más con mecanismos disociativos: pueden albergar simultáneamente sentimientos contradictorios y opuestos sin que entren en conflicto entre sí.
Y nuevamente las relaciones familiares y su reflejo en la identidad… ¿conflicto perpetuo del individuo contemporáneo?
Hasta que el hombre y la mujer desaparezcan de la tierra, seremos una resultante de nuestros otros significativos, aunque cada día creo más en la capacidad de modificar esa sobredeterminación, en nuestra capacidad de neogénesis, de autoreparación. Pero los otros están dentro de nosotros mismos de mil formas distintas, que no se agotan hasta la muerte. Cada edad convoca aspectos distintos de nuestros otros significativos, de ahí que nunca dejemos de contarnos, de insistir en discriminar lo que creemos ser de lo que pertenece a los otros que nos rodearon. Sí, es un conflicto perpetuo.
En relación con el miedo, reflejas/tratas el concepto de miedo según el género, por ello hago mía la pregunta que la narradora se formula, ¿siente un hombre el mismo miedo que nosotras?
Creo que no. La vulnerablidad física es constitutiva de la imagen inconsciente de las mujeres, el hombre en este sentido se siente mucho menos amenazado que nosotras en soledad. Basta pensar en los peligros para la mujer de viajar sola por algunos países. Tampoco en relación con el abandono tiene los mismos temores un hombre que una mujer, a consecuencia de los roles de género y de la educación sentimental que efectúa el patriarcado. Para la mujer el abandono suele ser muy traumático porque el aprendizaje de lo que es ser mujer pasa por tener una pareja, mientras que para el hombre no es siempre así, su identidad no se vertebra exclusivamente sobre la pareja y el amor. No obstante, creo que en ciertos sectores jóvenes, esto está cambiando muy rápidamente.
En la novela, escribes: «Es necesario viajar para descubrir la naturaleza no escrita del mundo». Dos preguntas: ¿Qué nos concede el viajar? El viaje, como elemento literario se perfila fundamental para esta obra, ahora bien, un concepto de viaje en varias direcciones, revisado. ¿Cómo trabajaste este asunto?
El viaje coloca al viajero en una situación de especial ligereza, despierta la curiosidad infantil, libre, y la inteligencia; al salir de la rutina, y de su cierre perceptivo -la monotonía es precisamente que nos fijamos en los mismos elementos-, el viaje amplía nuestra atención, nuestra agudeza para percibir lo diferente. Literariamente, permite introducir en la narración elementos argumentales, sucesos del propio viaje, de la nueva realidad, así como los cambios que se van produciendo en los viajeros en su encuentro con esa realidad nueva. He utilizado el viaje como elemento muy central en tres de mis novelas: Una casa en La Habana, Mi amor desgraciado y La primera vez que no te quiero.
Y el recorrido literario, musical -entre otras disciplinas-, que llevas a cabo, ¿cómo realizas tal selección?
No entiendo la literatura sino como música. Cada vez me doy más cuenta de que, frente a otros autores que encuentran en el lenguaje un mero medio, yo lo utilizo también como un fin en sí mismo: cuido los cierres de párrafos como si fueran versos, escucho la prosa para dotarla de una melodía afín a las emociones que quiero suscitar. En esta novela la música es fundamental, creo que nos educa sentimentalmente y que se inscribe en lo más profundo de nosotros. Desde las nanas que evocarán siempre la calidez de la infancia, o la melancolía de la infancia, hasta las canciones de los juegos infantiles, o de la juventud, todas juntas constituyen un mapa que va dibujando nuestras emociones, y nuestros ideales sobre qué hay que sentir en el amor, en la amistad, en la propia vida.
Ya en mi segunda novela, Yo nací con la bossa nova, la música era una constante. Si consigo una prosa musical creo que podré alcanzar la sensibilidad del lector de una forma más directa e inmediata, como nos sucede con la propia música. Creo que mi escritura privilegia el sentido del oído.
Es muy interesante la revisión y el cuestionamiento que realizas de ciertos convencionalismos sociales como el matrimonio y su efecto en la mujer. ¿Por qué mantenemos tradiciones basadas en modelos no igualitarios? ¿Qué nos lleva a tropezar en la misma piedra?
Responder a eso sería tan arduo y tan largo…, y ni siquiera así tocaríamos la realidad que está detrás de esos fenómenos que dices. Con los años he aprendido que los hombres no abandonan el poder que les ha dado la historia fácilmente. Nuestras conquistas son para ellos pérdidas, y se resisten tremendamente a aceptarlas. Es algo que se percibe en todos los campos. También en la literatura. Cuando es la mujer quien escribe, los problemas que trata parecen ser solo de una parte de la humanidad, las otras mujeres, mientras que todos los argumentos tratados por los hombres se establecen como universales. Lo mismo sucede en el cine y en todas las artes. Es un viejo axioma, no por muy utilizado menos cierto: lo masculino es universal, y lo femenino particular, que tendremos que ir cambiando con constancia, y sin decepcionarnos por la lentitud de nuestros avances. El día en el que los hombres entiendan que cuando una mujer habla sobre otras mujeres también les afecta, que las mujeres son sus compañeras en esto que es la vida, las cosas habrán cambiado.
Una de las mayores satisfacciones que me ha dado esta novela es la declaración de un lector, varón, que, entusiasmado tras la lectura, me dijo: “Yo también soy Julia”. El reconocimiento de esta identificación habla de que estamos ante un tipo de hombres distintos, capaces de conectar con una sensibilidad que su educación les había censurado.
Algo que me ha fascinado es el modo con el que reflejas una juventud concreta, cómo fue ser joven durante la transición española. ¿Qué comparte esa juventud con la actual? ¿Y en qué se diferencian?
La juventud que entró en la universidad el año en que Franco murió, o alrededor de ese año, 1975, era muy variada, pero la novela trata en exclusiva de los jóvenes luchadores antifranquistas. Éramos soñadores, entusiastas, dispuestos a abandonar lo aprendido y adoptar nuevas formas de vida, de pensamiento, de cultura. Todo ello rápidamente, porque éramos jóvenes con prisa por vivir y, por tanto, con muchas dificultades para integrarlo todo. Por fuera éramos libres, y por dentro seguíamos sujetos a convenciones, a dudas. Teníamos ansia de saber, idolatrábamos la cultura como vehículo del cambio, interno y político, leíamos todo lo que caía en nuestras manos, y nos sentíamos capaces de cambiar el mundo. Teníamos un futuro por delante, un futuro que queríamos escribir nosotros mismos, no que nos lo diesen ya escrito.
Hoy todo es diferente. Los jóvenes actuales no tienen ese amor al conocimiento porque no les hemos educado en él. No creen tener un futuro porque hemos fracasado en el esfuerzo que una generación tiene que hacer por abrirle paso a la siguiente. Se sienten innecesarios, son escépticos respecto a su capacidad de cambiar, no ya el mundo, sino un destino que no les depara nada bueno.
Nosotros acudíamos a la salida colectiva (manifestaciones, militancia política…) pero hoy, el triunfo del individualismo ha cortado esta posibilidad, y los jóvenes no se unen -solo lo hicieron en el 15-M sin resultados satisfactorios- para socializar sus quejas.
Esa juventud estaba muy ligada a grandes conceptos como la libertad, la revolución. ¿Por qué en la actualidad los más jóvenes han perdido ese entusiasmo por tales conceptos?
Creo que los jóvenes de entonces no tuvimos libertad, de ahí que la deseáramos con ahínco. Los jóvenes actuales han nacido en la democracia, en la libertad, en el confort, no tienen que desearla porque creen que la tienen. Aunque no sea así porque se les ha privado de la libertad de hacer un proyecto trascendente, un proyecto que incluya su futuro. Además, tienen una radical desconfianza en las instituciones, una desconfianza fundada -dado el nivel de corrupción y falta de transparencia que estas tienen-, que les hace abandonar el deseo de cambiarlas, tirar la toalla antes de intentarlo.
A menudo pienso que si yo fuera una joven de hoy estaría muy triste, tal es la descomposición que imagino que han de sentir en sí mismos y a su alrededor. Nadie les desea en este país, nadie les espera, no hay sitio para ellos.
Una vez más, me apropio de las palabras de la narradora, ¿por qué el conocimiento no sirve por sí solo para cambiar el mundo?
El conocimiento sirve para cambiar muchas cosas, sin él, sin un relato sobre la vida y sobre la realidad no es posible vivir una vida propiamente humana – una vida que trascienda el mero vivir animal, la nuda vida de Agamben, el vivir como cuerpo material, sin más–, para convertirse en una vida plena. Pero no cambia por sí solo la realidad. Para cambiar esta tenemos que sujetarnos a la pragmática de esa realidad: tenemos que ensayar las acciones. Acciones que entendemos guiadas por el conocimiento.
Y aun así, como sucede en España con este gobierno del PP, aunque aúnemos análisis, conocimiento y acción, el poder puede impedir que la realidad cambie. Por ejemplo, no sirve que la PAH reúna un millón y medio de firmas para cambiar la ley sobre hipotecas, la mayoría del PP lo impide, la mayoría se convierte casi en totalitarismo, y así muchos otros ejemplos.
Pero si el conocimiento y la cultura fuesen un ideal en nuestra sociedad (esto es, si se extendiese la capacidad para pensar por encima de los intereses propios, pensar en abstracto y no de manera irracional, en base a creencias y prejuicios ), que no lo es, podríamos confiar en que ciudadanos informados y con una conciencia democrática más profunda lucharían por profundizar en la democracia y no dejarían que estos desmanes continuasen.
En anteriores entrevistas, me has comentado que parte de tu preocupación como autora pasa por transformar al lector, ¿qué esperas de La primera vez que no te quiero en relación con esto?
Creo que invito al lector a que se cuente a sí mismo, a que se interrogue y analice cuáles son sus raíces, sus identificaciones más profundas, y de qué modo las ha ido transformando o no a lo largo de su vida. Los lectores que ya han leído la novela me comentan el propio ejercicio memorístico que acompañó su lectura. Les invito a hacer memoria, a preguntarse qué es lo que les identifica, cuál es su lugar en la vida y en el mundo.
Para cerrar esta charla, ¿por qué (siempre) Italia?
Bueno, en Italia pasé un año de formación muy intenso. Formación como analista y formación personal, y la visito con mucha regularidad. Es un país de una belleza que me sobrecoge. Este último verano he viajado de nuevo a Italia, y solo con atravesar la frontera francesa y pisar territorio italiano, y en esta ocasión ha sido muy divertivo porque lo hicimos por una ruta interior que conducía de Marsella a Turín atravesando los Alpes, de manera que entrábamos y salíamos de Francia e Italia en varias ocasiones; sólo saberme en territorio italiano ya me producía una alegría irracional e intensa. Cantaba, por ejemplo, sin darme cuenta, el ánimo se me abría y se hacía expansivo. Qué se yo. Cosas del inconsciente.
Sobre Cristina Consuegra:
Se define como escritora, crítica y agitadora cultural. Es miembro del consejo editorial de la revista universitaria de cultura de la Universidad de Málaga. Colabora con medios digitales e impresos. Sus cuentos y poemas han aparecido en diversas antologías.
Maravilloso artículo. Tengo que leer el libro. Yo también empecé en la universidad en el 1975 y me siento identificada con todo lo que cuenta.