No tan incendiario: los chispazos de Marta Sanz

Por Eduardo Laporte

No tan incendiario. Marta Sanz. Periférica. Cáceres, 2014. 192 páginas. 14,75 €

Comienza este pequeño tomo recién publicado por Periférica con una declaración de intenciones: “Parte de la base de que es necesario formular preguntas, pero se siente incapaz de responder todas”. Estamos, pues, antes un libro integrado, que diría aquel, en contraposición a lo apocalíptico, en cuanto que reconoce que “responde a las exigencias del discurso hegemónico”.

Dicho esto, es al lector a quien le corresponde sacar sus propias conclusiones, si está por la labor,  porque este no es un manual de autoayuda ni la piedra filosofal que resolverá las cuestiones candentes de esta pos-posmodernidad o post Cultura de la Transición, o donde quiera que estemos (periodo de preguerras, quizá no sea mala etiqueta para un pesimista). El No tan incendiario de Marta Sanz no es un panfleto que nos diga qué hacer o qué pensar a lo Stéphane Hessel en ¡Indignaos!, ni aporta las soluciones del jeroglífico en el que andamos metidos. Y cabría preguntarse si realmente necesitamos respuestas a las preguntas, como si la vida fuera un ejercicio de matemáticas.

“Este texto aspira a manchar de tinta las manos que lo agarren”, dice Marta Sanz, en lo que entiendo una invitación a la reflexión. Una ducha de ideas. Una fogata intelectual cuyo crepitar tiene algo de adictivo. Así he sentido yo este peculiar ensayo, como una serie de chisporroteos —“soflamas”, dice Sanz— cuya razón de ser ignoro, más allá de provocar y hacer pensar al lector y, quizá, en última instancia, llevarlo a la acción. Pero No tan incendiario se disfruta de principio a fin, al margen de motivaciones, y quizá ese sea el objetivo con el que debieran nacer los libros. Alimento intelectual. Lo plantea Vila-Matas en su reciente Kassel no invita a la lógica, reportaje novelado sobre su experiencia en la dOCUMENTA , en la que fue invitado a escribir durante una semana en un restaurante chino, en calidad de artista residente. Vila-Matas, el personaje que hace de Vila-Matas en su propio libro, no sabe muy bien en dónde se ha metido, es difícil explicar o resumir en 140 caracteres qué carajos es el arte contemporáneo, la vanguardia, (¿concepto proscrito?), y hacia dónde va o deja de ir esa creatividad expuesta en espacios cada vez menos acotados. Pero el mero hecho de estar ahí, de entrar en contacto y sin prejuicios con estas instalaciones —cita mucho Untilled, de Pierre Huyghe— convence a Vila-Matas no solo de que el arte no está acabado, sino que le ha permitido entrar, tras un colapso, “en un proceso de recuperación que me ha ido llevando a espacios mentales donde la euforia parece carecer de límites”.

No tan incendiario es un libro estimulante, una especie de instalación en forma de libro. Chispazos, lucecitas, chisporroteos, soflamas, llámenlo como quieran, en un ensayo que ni siquiera se considera tal, sino, poema.

Teclas y temas

En este libro se tocan teclas, las de temas por los que pasamos a diario sin detenernos mucho. No es que aquí haya un abordaje en profundidad de esos temas, pero sí un enfoque más agudo de lo que uno puede encontrar en los mentideros habituales, virtuales y reales. La censura, por ejemplo. La censura con la cultura. ¿Existe? Y, en el caso de existir, ¿importa a alguien? ¿Importa que nos censuren temas culturales en el sentido de que callan mensajes que no conviene oír? ¿Es eficaz realmente esa censura para quien la practica? Pienso en esa censura, o veto, que quisieron imponer desde el Banco Santander al documental Edificio España y cómo en realidad le han hecho una fenomenal promoción, una vez facilitada la emisión de la película (que, por otra parte, no resulta ofensiva hacia el banco de Botín).

“La censura se aplica a lo que importa, a lo que repercute, a lo que trasciende. Lo literario ya no le importa a nadie”.

Nos quitamos los velos ante ciertas verdades que a veces no gusta oír, pero es bueno atreverse a  mirar de frente, aunque duela. En tiempos del chavismo más intenso, me reuní con dos escritores autoexiliados en España para hablar sobre lo que ellos consideran una “democratura”, la del difunto Chávez, con más sombras que luces, como los cierres de televisiones y el control de los medios. Pero, ¿y la literatura? A excepción de que en los festivales literarios y certámenes patrios los declarados chavistas gozaban de los favores del establishment bolivariano, editoriales nacionales como Monte Ávila parecían no hacer especiales discriminaciones. En Cuba, la disidencia es cada vez más alta y clara pero no hay nada nuevo bajo el sol.

La cultura no le importa a nadie, se dice, pero al mismo tiempo se anima también a seguir confiando en el “poder transformador de lo literario”. Cabría preguntarse ahora si todavía hay caballos de Troya que sean realmente eficaces en su misión, más allá de aportar calidad literaria a las mesas de novedades, con el apoyo de los grandes grupos que les dieron paradójico sustento, para solaz intelectual e ideológico de unos pocos.

martasanz

La influencia de la cultura

Leemos en No tan incendiario: “Toda la cultura encarna un posicionamiento ideológico”. “La cultura es una cristalización de la ideología”. Y todo es cultura, “hasta la madre de Marco”, el del mono Amedio, cosa en la que estoy de acuerdo. Todo afecta, todo nos marca, todo forma parte de nuestro imaginario sentimental. Pero, ¿y qué pasa si me compro el último libro de Pilar Urbano, periodista asociada al Opus Dei, porque quiero conocer sus pesquisas sobre la implicación del Rey en el 23F? ¿Te conviertes en alguien de derecha conservadora si lees ese libro? Y los medios de todas las ideologías que se hacen eco de ese polémico libro, ¿son cómplices de ello? Yendo más allá, ¿qué pasa con la propia Pilar Urbano, que se reconoce monárquica, cuando publica un libro que podría tumbar —imaginemos— al tambaleante y borbónico jefe de Estado? El amor por la verdad, supongamos, está por encima de la ideología. La historia del periodismo nos demuestra lo contrario.

Johnny Cash, Bob Dylan, o incluso Patti Smith, que no se corta a la hora de alabar en público al anterior papa Benedicto XVI, no ocultaron sus tendencias religiosas. ¿Escucharlos nos hace, de alguna manera, estar en sintonía religiosa con ellos? ¿La música es un vehículo del sentimiento religioso, que quizá todos tenemos, como todos somos de UPyD, como asegura Rosa Díez, sin que lo sepamos?

En este libro, ya lo advierte la autora, se plantean preguntas, que es un poco lo que toca, pero cabe también plantear preguntas a las preguntas que se plantean. O al menos, en las aseveraciones que se hacen. ¿Estaremos entrando en una fase de madurez intelectual en la que, como canta Jorge Drexler, la época de las certezas caduca? ¿El arrealismo va a llegar?

Lean este libro y discutan, en el sentido francés del término que significa, simplemente, hablar, debatir, a diferencia de las connotaciones cainitas que por aquí tiene el término. ¿Por qué hoy los artistas no militan? Es otro de los capítulos-pregunta. ¿Y qué fue todo aquel movimiento llamado PAZ, la famosa plataforma de la ceja, con los Sabina, García Montero, Ana Belén, Concha Velasco, cito de memoria, dando la cara y la ceja, por la opción política que creían oportuna en ese momento (febrero de 2008)? ¿Y las Pussy Riot? ¿Y el chino Weiwei? ¿Y todos los que participaron en la marcha por la cultura del pasado 9 de marzo, promovido por la Plataforma en Defensa de la Cultura, que reúne a más de 80 asociaciones?

¿Militan las generaciones más jóvenes, los escritores nacidos en los ochenta que recientemente antologaron las editoriales Salto de Página y Lengua de Trapo? No lo sé a ciencia cierta, y habría que ver que es en cada caso militar. A mí me viene como un aroma a nihilismo hedonista que lo invade todo, aunque firmemos muchas cosas en Change.org, y pienso que se puede llegar a producir un fenómeno extrañísimo, el del éxodo rural al revés, y atentos a la última novela de Alberto Olmos, Alabanza, que, en sintonía medioambiental con otras que han ido apareciendo, parecen invitarnos a una renuncia radical, un gran “pare que yo me bajo”. Como si propusieran una vuelta a lo práctico, lo tangible a ver crecer la hierba, a plantar un huerto de certezas. Y un jardín de cerezos. ¿Estaremos volviendo al hippismo de los sesenta?

Lean a Marta Sanz y su No tan incendiario, porque en sus pocas páginas se condensan los temas que marcan nuestro horizonte social y cultural, con rigor documental y sin caer en una fogosidad, que digo yo que vendrá de fuego, que abrase nuestra búsqueda de lucidez.

 

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Sobre Eduardo Laporte:

Nació en Pamplona en 1979. Es periodista cultural para las páginas de Vocento y ha publicado en papel textos literarios que nacieron en un blog ('postales del náufrago digital') y un libro de duelo, 'Luz de noviembre, por la tarde', con Demipage Editorial. En abril de 2013 presentó sus andanzas cubanas en 'habana 2009' y pronto verán la luz nuevos proyectos. Vive en Madrid desde 2005 y odia hablar en tercera persona de sí mismo.

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Comentario

  1. 20/04/2015 at 14:06 · Reply

    Es un tipo de ensayo caótico y en ocasiones parece escritura automática. Prefiero a Todorov.

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