W. G. Sebald, el extranjero perfecto

Por Manuel Astur

Mi padre lleva desde que comencé a leer tratando de descubrirme escritores y obras, en su opinión, descomunales, pero como es casi medio siglo mayor que yo, de un modo y otro, aún inconscientemente, a no ser con los clásicos inapelables, nunca me prodigué demasiado en darle el gusto de tener razón. Ahora, ya entrado en la treintena, quizás un poco hastiado de este aluvión de novedades que a los dos días son pasado que a nadie interesa, a cada cual mejor, todas la gran obra del S.XXI según las notas de prensa, puede que mostrando los primeros síntomas de cansancio, que se asemeja a la sensación que te queda después de comer una gran bolsa de pipas, los labios resecos, la boca pastosa, que en nada nutrirán tu cuerpo, estoy, poco a poco, dejándome aconsejar por este anciano gourmet del que soy hijo. Y qué viejo cabrón mi padre. Resulta que tenía razón.

Algunos son libros de hace pocos años, otros tienen ya un siglo, algunos son de sobra conocidos, otros están descatalogados, me es indiferente; en cualquier caso es una gran excusa para escapar un rato del frenesí del aquí y ahora y, quién sabe, quizás lograr que volvamos la vista atrás, descubramos algo que se nos había pasado y lo pongamos en el sitio de la estantería que se merecía.

W.G. Sebald, el extranjero perfecto.

“En mis paseos por la ciudad, miro en alguna parte uno de esos patios tranquilos en los que, desde hace decenios, nada ha cambiado, siento casi físicamente cómo la corriente de tiempo se desacelera en el campo de gravitación de las cosas olvidadas” Austerlitz

Este autor -nacido en un Wertach im Allgäu, Baviera, en 1944  y muerto en 2001 en Norfolk, Reino Unido, donde vivió tras exiliarse con 20 años junto a su familia, autor de una amplia obra elogiada por la crítica en su momento y conocido en nuestro país con cierto retraso- es, permitidme la expresión, de la que comienzas a leerlo, desconcertante, ya que, cuando empezamos a asimilar el gran chorro de una voz narrativa dada a las frases kilométricas y en absoluto sencillas, nada autocomplaciente, damos por hecho que estamos ante literatura de viajes – “En agosto de 1992, cuando los días caniculares se acercaban a su fin, salí a caminar por el distrito de Siffolk, con la esperanza de disipar el vacío que se apodera de mí cada vez que concluyo un tramo de trabajo”, Los Anillos de Saturno– , pero no es así, porque el viaje, como descubrimos pronto, es una excusa para pensar. Lo que nos lleva a dar por hecho que es un ensayo, pero tampoco, porque no hay realmente ninguna tesis y sí una gran tendencia a evocar el pasado y la vida de personajes – Stendhal, Kafka Chateubriand, Conrad- y periodos de la Historia – las guerras napoleónicas, la colonización del Congo, el Holocausto nazi-, con lo que asumimos que se trata de Historia novelada. Pero tampoco es así, porque uno sospecha que muchos de los datos que, con gran profusión, desgrana en su prosa – que mientras tanto ya nos ha hipnotizado y fluimos con ella como si nos dejáramos llevar por un río, a veces caudaloso, a veces tranquilo, que en ocasiones discurre por paisajes hermosos pero  otras junto a parajes de auténtica desolación- son claramente dudosos o directamente inventados, lo que lo emparenta con el mejor Borges, y, además, dichos personajes y periodos históricos, muchas veces, no tienen la más mínima importancia- un profesor de escuela, una conferencia sobre literatura francesa, una clase de anatomía, un borrachín veneciano- y al autor salta de unos a otros a capricho, con lo cual, por último, lo dejamos en auto-ficción, incluso en novela de descubrimiento, de carretera. Pero no, porque, realmente, el autor importa muy poco y de él apenas sabemos nada, aparte de que viaja, se dedica a la literatura y en sus viajes piensa y siente, casi parece una conciencia con piernas. Hasta que, finalmente, ya dándonos igual qué sea o qué etiqueta encaje con su literatura, comprendemos que ésta es, ni más ni menos, un viaje en sí misma, un paseo en el que divaga sin prisas e, ignorando la gran catedral por todos conocida, se detiene ante un detalle sin la más mínima importancia que se revela – una vez vaciada la mente del autor por el caminar y el observar y la del lector por su hermosa prosa de suelas de zapato gastadas- como algo de suma importancia, para tratar de descubrirnos lo que es la vida; junto con la la verdad, la memoria y la soledad, auténtico tema de toda su obra.

los anillos

En un fabuloso artículo de Susan Sontag sobre este autor se hace ésta la pregunta de si “¿Es todavía posible la grandeza literaria? Ante la decadencia implacable de la ambición literaria, la convergente ascensión del desgano, la verborrea y la crueldad insensible como asuntos normativos de la ficción, ¿qué sería en la actualidad un proyecto literario centrado en la nobleza?” y ella misma, como habréis supuesto, se contesta poniendo como gran ejemplo la obra de Sebald, cosa con la que, después de leer de tirón todo lo que ha caído en mis manos, no puedo estar más de acuerdo.

¿Y en qué reside su indudable grandeza? Me pregunto yo a estas alturas de mi relación con él, tratando de justificar mi enamoramiento con este escurridizo autor.

Y aventuro una respuesta que, para desarrollarla en condiciones, necesitaría todo un ensayo: en que Sebald es el perfecto extranjero. Tanto en cuanto nacionalidad, ya que, como él mismo dice en Vértigo, le gustaría “haber sido de un mejor país, o de ningún país en absoluto”, como en cultura – un ser nacido en la Alemania del romanticismo viviendo el un país como Inglaterra, y, por lo tanto, vecino de una literatura con gusto por lo intrascendente, que, como dice un personaje en Austerlitz “entre artistas e intelectuales me sentía tan mal como en la vida burguesa”-, como a nivel literario, pues en su literatura rompe todas las fronteras entre los géneros. Pero es que, además, como perfecto extranjero que sabe que su única patria es su mente y su cuerpo, ambos destinados al polvo y al olvido, no cruza fronteras para instaurar otras ni conquistar terrenos, ni se cubre de literatura, como en demasiadas ocasiones hacemos los escritores, para presumir y resurgir encarnado en un mesías que guíe al pueblo hacia la tierra prometida, sino que lo hace de una forma tan natural y humilde, sin tan siquiera recurrir al atractivo disfraz de la ironía, sin concederse importancia, o concediendo la importancia auténtica, con tanta nobleza de alma, que creemos ser él mismo y descubrimos, maravillados, que podemos vivir sin ellas, sin las fronteras, porque éstas están en nuestra cabeza y que siempre se puede aspirar a la trascendencia, a la grandeza, porque, precisamente, todo en esta vida, depende de como se mire, resulta grande.

Obras del autor en español:

Del Natural, Anagrama, 2004,

Vértigo, Anagrama, 2010

Los emigrados, Anagrama,2006,

Los anillos de Saturno, Anagrama, 2008

Austerlitz, Anagrama, 2009

Campo Santo, Anagrama, 2010

Pútrida Patria: Ensayos sobre literatura, Anagrama, 2005

Sobre la historia natural de la destrucción, Quinteto, 2010

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Sobre Manuel Astur:

Nació en Grado, Asturias, en 1980. Escritor, periodista, productor y crítico musical, dirigió la revista Arto! y es uno de los fundadores del movimiento artístico Nuevo DRAMA. Uno de sus relatos ha aparecido en la antología "Mi madre es un pez", publicada por Libros del Silencio. Además ha publicado el poemario "Y encima es mi cumpleaños" (Esto no es Berlín Ediciones).

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