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Un artículo de opinión

Un artículo de opinión

Por Juan Carlos Suñén

Lo más difícil de escribir un artículo de opinión (además de tener una mirada, a ser posible sólida, sobre un asunto de actualidad y, a ser posible, interesante) es ceñirse a un tema. Y no sólo ceñirse, sino pegarse a él “como el suero al queso” (que decía Claudio Rodríguez), ser uno con él y todas sus consecuencias. Para conseguir semejante proeza sólo hay dos vías posibles: o se es un intelectual o se es un escritor. Esto es un axioma de tan probada irrebatibilidad que hasta funciona al revés. Léase: si es usted capaz de escribir un artículo de opinión, entonces es usted un intelectual o un escritor. Pero si es usted un intelectual o un escritor, entonces ya está usted desacreditado.

Por ejemplo: hace unos días los científicos realizaron la proeza indiscutible de modificar un suceso del pasado desde el presente. Si usted anota algunas dudas no por  sencillas menos pertinentes, como por ejemplo: ¿desde dónde si no?, o ¿qué clase de suceso?, o ¿pero le importa el tiempo una higa a la mecánica cuántica? y consigue mantener la mente despejada en la diferencia entre una partícula elemental y una cualidad emergente, debería poder facilísimamente escribir la oportuna refutación del experimento (o al menos de su explicación). Pero hay un problema: usted no es un físico.

De poco le servirá pretextar su condición de intelectual o de escritor. No es usted un físico y se le nota a la legua.

Puede usted, eso sí, dar a su artículo de opinión un enfoque ligeramente distinto y utilizar la noticia de agencia para reflexionar sobre el hecho, demostrable, de que por más que se nos quiera vender futuro como inversión rentable, este siempre será un peligro para el pasado y, lo miremos como lo miremos, el pasado es (y seguirá siendo por los siglos de los siglos) nuestra única fuente de ingresos (junto a la ignorancia del mismo por el común que, como bien sabe Dan Brown, es una de las más felices cualidades del común). Están ustedes pensando que los bancos han hecho una fortuna con el futuro, y que en eso se basa el sistema de préstamos que cimenta nuestra economía, pero no. Es tan evidente que no que ni siquiera me voy a molestar en advertirles de la ruina que semejante creencia (que no hace más que alimentar la asociación entre Dan Brown y los bancos: unos y otros, vuelven imprevisible nuestro pasado) implica. Además, no es de eso de lo que trata mi artículo de opinión de este mes y si he puesto este segundo ejemplo ha sido para señalar lo aventurado de semejante actitud. Su hipotético artículo de usted, si planteado en los términos expuestos, debería de ser rechazado por la sencilla razón de que usted no es un economista.

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De poco le servirá aducir su condición de intelectual o de escritor. No es usted un economista y se le nota a la legua.

Quizás, entonces, decida aprovechar el experimento cuántico para ejemplificar con él la necesidad de una administración del devenir que impida, o cuando menos minimice, las desagradables sorpresas que, en ambas direcciones, el control de ciertos recursos en malas manos podría llegar a causar a nuestra ya maltrecha sociedad. No le será muy difícil, si deja correr su talento intelectual sobre su versátil sintaxis, encontrar la falacia que conduce al hecho, cruel pero más que verosímil, de que hemos sido manipulados por gente tan tarada que prefiere comer de lo más caro que de lo que más le gusta porque sin tal exhibición sería un verdadero gilipollas al lado de cualquiera capaz de hacer un injerto. Da igual. Aunque fuese usted el mismísimo Shakespeare su artículo debería de ser rechazado por la contundente razón de que usted, mi querido amigo, no es un sociólogo.

De poco le servirá exhibir su condición de intelectual o de escritor. No es usted un sociólogo y se le nota a la legua.

Quizás podría usted intentar una aproximación más filológica. Al fin y al cabo ser filólogo no es algo tan estricto como ser médico o sacerdote, y centrarse en algunas oscuras y largas frases que ilustren con profusión de adjetivos y quiebros, citas y paráfrasis,  cómo el pasado es inversión en sentido y el futuro su usura. Bien puede, ya en harina, apelar a San Juan de la Cruz, que esperó trescientos años para ser el mejor poeta que jamás ha escrito versos en cualquier idioma conocido; no dejará por ello de escuchar voces que le advertirán de que, por mucho que cite a don Marcelino o parafrasee a Valéry, no es usted filólogo, lo cual ya es mucho no ser.

De poco le servirá documentar su condición de intelectual o de escritor. No es usted un filólogo y se le nota a la legua.

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Desde que Sixto Rodríguez demostró ser peor ignorado que atendido (¿no han visto Searching for Sugar Man?, ese documental que superó a la causa que lo justificaba para felicidad de quien lo producía) el mejor ejemplo de que el pasado es una gran inversión nos lo ha proporcionado Andy Kaufman, el cómico que no sólo falleció de cáncer en 1984, sino que ha sido visto y grabado en vídeo  en Nuevo México hace como quien dice cuatro días.  La canción  Man on the Moon de R.E.M. está dedica a este humorista, pero la leyenda sobre su falsa muerte me llegó gracias a la película que usó el tema como banda sonora y que, por lo visto, es una de esas que sólo me gustan a mí:   Man on the Moon, de 1999, dirigida por Milos Forman (nada de tonterías) y protagonizada por un más que correcto Jim Carrey (yo también le odio, pero créanme, créanme: más que correcto). La película (que vi unos pocos años antes de ser asesinado por un enano albino a sueldo de la mediocridad) hace creíble la tesis de que la desaparición del cómico no es más que su última broma.  Es difícil que un cómico pase a la posteridad, aunque lo es más que lo hagan un actor o un intérprete, ya que su presencia (incluso en forma de trío) es una  exposición de repertorio ajeno que no se justifica por sí misma, sino que depende del todo de so más que el oficio que justifica términos como “intelectual” o “escritor”. Los actores, los cómicos son, como los profesores de “escritura intelectual”, un producto del anafabetismo de clase. Dicho lo cual me ratificaré en el elogio de Carrey: consigue ahorrarnos a Kaufman en persona, ese tipo al que dejaron de contratar porque, definitivamente, no era un humorista.

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Sobre Juan Carlos Suñén:

Se declara poeta por exclusión, crítico literario por inercia, profesor por necesidad, ocasional caricaturista y compositor frustrado. Vive actualmente en Magaz de Abajo, en el Bierzo, dedicado a la lectura, la relectura, la escritura y la reescritura mientras aprende a defenderse de una naturaleza poco dada al diálogo. A regañadientes, mantiene un blog (Magaz de Letras). Su última obra publicada es "La habitación amarilla", Bartleby, 2012.

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