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Cash

Cash

Por Esther García Llovet

Qué bien va todo ahora, esto parece Mallorca. Por fin ha llegado el momento de hablar de las cosas guapas. Cuánta Mirinda. Hablar de la Lana del Rey, por ejemplo. La lana del rey, la guita de los Borbones, que son los únicos que a estas alturas llevan cash para viajar a Nairobi y brindar por ti, por mí y por nóos. Dinero. Cash, suelto, argent de poche, metralla. Vamos a ver dónde se mete el resto de tanta moneda suelta.

Las diez rupias.

Hay una moneda de diez rupias que lleva un buen número de meses circulando por ahí. Como es igual que la de dos euros te la cuelan sin pestañear pero luego es complicado colocarla porque los comerciantes están al loro y no hay manera. En la cara A sale un templo y en la B un político indio, con gafas. No tengo idea de cuánto son diez rupias ¿Cincuenta céntimos? Pongamos que son diez, diez céntimos. No importa. Si os las meten guardadlas bien. Guardadlas bien, en casa, que  dentro de poco nos darán diez de dos euros por cada una de ellas.

Los Chinos.

Los chinos, las chinas. El gran viral de la economía capitalista. Qué bien me lo pasé aquél fin de semana en Cobo Calleja, el polígono industrial de los chinos en Fuenlabrada, al sur de Madrid. Kilómetros de naves idénticas con mercancía idéntica y chinos idénticos: gran capacidad de mimetismo y de adaptación al medio, la de los chinos. Su invisibilidad casi religiosa. Cuando entras a un chino parece que estuviera vacío; tienes al chino delante pero no lo ves. Como si camuflara con la estantería. Ropa de camuflaje de Tigretones, otra pesadilla Warholiana. No les ves el blanco de los ojos: ése es el misterio. Hace poco vi a una china pesando monedas en la báscula de las chuches. Un buen montón. Le pregunté qué hacía. “Cuento euros: cien monedas pesan siempre lo mismo. Así no tengo que contarlas una por una”. Lo dijo como si fuera algo de sentido común pero a mí me iluminó la existencia: ahí radica la gran verdad, el secreto definitivo de la sabiduría oriental: la práctica de una paciencia milenaria destinada a no perder ni un minuto  de tu tiempo.

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La propina.

Nos acordamos, verdad, de la propina. Era aquello que dejaban nuestros padres al acomodador del cine. Ahora ves que alguien deja alguna moneda de céntimo, de vez en cuando, la lentejita. Si coges una moneda de un céntimo y la sueltas pesa tan poco que parece que va quedarse suspendida en el aire, que no fuera a caerse, impasible a la inflación. La perra chica. El verano pasado descubrí que habían colocado un vaso con agua junto a la caja registradora de mi cafetería habitual. Había unas cuantos céntimos al fondo. Me dijo la chica que el agua era para evitar que la gente se llevara las propinas. Esto fue el junio, más o menos. En septiembre dejó de poner el agua. En noviembre dejó de colocar el vaso.

Rayito.

El payaso Rayito tenía su sitio antes por Moncloa y Chamberí, barrios de comercio medio y mucho tránsito. Llevaba peluca naranja de Ronald Macdonald y la cara pintada de blanco. Se sentaba junto a un cartel: “Soy el payaso Rayito. Tengo hambre”, y la gente echaba su monedita. (Hay otro que pide en el barrio de Salamanca, en Serrano, también tiene un cartel: “I am hungry”). Todo iba más o menos hasta que llegaron los de la guitarra. Suelen ir de tres en tres y tocan la guitarra o el acordeón, se disfrazan de Bob Esponja o montan su pequeño espectáculo latinogitano. Suelen pillar bastante. Los de Sol y el Bernabéu sobre todo porque hay mucho turista. El que no se lleva nada ya es Rayito. Ni los mendigos de las iglesias. Ni los que piden sólo con un vaso en la mano porque no sabe hacer nada y se quedan mirando con cara chunga a Los Tres Tenores de la esquina de la Fnac.

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La cabina de Teléfono.

Antes siempre te encontrabas al loco del barrio golpeando el aparato con el auricular para ver si soltaba algún euro hasta que la gente dejó de usar las cabinas. Ahora están los parquímetros, sí, pero no hay con qué golpear . (¿La cabeza?).

El clan de Las Bosnias.

Por fin han vuelto las bosnias al metro de Madrid de donde no debieron salir nunca. Nos guste o no son las últimas macarras, nuestras chicas “Spring Breakers”, menos vistosas y fluorescentes pero igual de chorizas y de chonis.  No se cortan nada a la hora de moverse por los vagones ni de vacilar a la policía: “¿De dónde venís?”, le pregunta el agente al detenerlas. “De un país muy lejano”, le contesta la más joven. Las otras se parten la caja. Esto lo veo en un telediario. La noticia es sobre cómo han cambiado los hábitos de los carteristas en España. Cuando confiscan lo que se han llevado no aparece más que móviles, iPhones, androids. “¿Y el dinero? ¿Y las carteras?”. “No queremos carteras. No hay nada dentro”.

Feliz otoño.

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Sobre Esther García Llovet:

Esther García Llovet es una de las narradoras más imaginativas y perturbadoras de las últimas décadas. Es psicóloga clínica. Ha publicado las novelas Coda (Lengua de Trapo, 2003), Submáquina (Salto de Página, 2009) y Las Crudas (Ediciones del Viento, 2009).

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