Conectando con Serzo

Por Sofía Amechqar y Luis Daza

José Luis Serzo es ante todo un artista coherente y valiente. Coherente consigo mismo y su trayectoria. Y valiente porque crea su obra al margen de lo que digan las tendencias predominantes del arte contemporáneo. Nos sentamos con él con motivo de su exposición en el Museo ABC y lo primero que le preguntamos es sobre el origen del proyecto.

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Es el artista invitado el que elige y conecta un par de obras, en este caso una del Museo ABC y otra de la Fundación Santander, y a partir de ahí construye una serie nueva.

¿Cuál es tu método de trabajo?

Yo retomo métodos antiguos, clásicos, con la intención de intentar lanzar una nueva mitología. No va en la línea de encajar en una tendencia concreta porque, aunque soy consciente de lo que ocurre hoy en día, quiero que conecte con una parte auténtica y verdadera, universal.

¿Te dejan libertad o te dan directrices?

No me dan ninguna directriz, este programa surge, como muchos programas de otros museos, para reactualizar sus colecciones y que estas no se queden en el fondo de un cajón o en archivos inaccesibles. Están muy bien para que se lance una nueva mirada y se refresquen esas colecciones con la mirada de un artista actual que está construyendo un nuevo futuro en el arte.

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¿Dónde diriges tu mirada para empezar a trabajar?

No puedo alejar mi vida personal de la artística porque es lo mismo para mí. Mi obra tiene un parte autobiográfica pero extrapolada a un mundo universal a través de la metáfora, la cual tiene mucho de narrativa fantástica, pero que son al fin y al cabo historias verdaderas. La ficción no es necesariamente algo falso o una mentira. Yo no tengo claro lo que diferencia lo real de lo fantástico porque toda da realidad tiene un lado fantástico y toda fantasía una parte de realidad.

¿Cómo describirías tu obra?

Es una realidad paralela cargada de símbolos y referencias que me han nutrido como persona. Mi obra es incluyente, aditiva, que conjuga lo que me configura como persona “culta”, en el sentido de que toda la cultura que me ha formado está ahí, me guste o no. Lo que es bueno para uno es bueno para todo, más es más. Trato de avivar una esperanza, soy muy excesivo o barroco como reacción a una generación que ha sido precisamente reduccionista de muchas cosas.

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El nihilismo del arte.

Parece que no nos podemos creer ya nada. Esa enseñanza de los conceptuales que refleja muy bien esa idea de que si podemos poner un caballo en sala, para qué representarlo, es ese atajo que escogió el arte en un momento dado y que estuvo muy bien porque refrescó y lo aireó de unos vicios en un oficio relamido y pesado, y propuso empezar de nuevo, a replantearse todos esos métodos de trabajo, ese virtuosismo. Sin embargo, hoy lo más antiacadémico es dibujar como un renacentista, por todo lo que eso te presta para crear una historia que emocione.

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¿Te interesa el academicismo?

No me interesa la virtud por la virtud. Pienso que todo va unido: el artista virtuoso también tiene que saber cristalizar todo lo que está ahí y es etéreo. El artista es el que condensa todo lo que existe y, para eso, el oficio o la virtud son muy necesarios. Pero para mí no es solo algo académico el virtuosismo. La virtud para mí es la honestidad con tu trabajo, no tanto una técnica. Si me preguntas para qué o por qué trabajo, cómo lo hago, te respondería que para emocionar, he de sentir que soy capaz de abrazar a un desconocido más allá del tiempo y del espacio, es decir, que cuando esas personas anónimas vean mi obra en las antípodas o cuando yo me haya muerto se sigan emocionando a pesar de mí. Eso me motiva para trabajar, más allá de pertenecer a un estilo o tendencia.

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¿Te identificas con los artistas actuales?

Hacía años pensaba que estaba dentro de algo diferente, pero ahora hay una generación de artistas que retoman como yo otra vez esta forma de trabajar sin prejuicios y empiezan a mirar al mundo de la pintura y el dibujo, e incluso el de la ilustración, que ha estado muy denostado en el mundo del arte, de una forma que intenta reconstruir la belleza. Somos artistas que sí estamos venciendo ese gran prejuicio que nos inculcaron: que la belleza tiene que desaparecer del lenguaje artístico. Antes parecía que había que ser transgresor, crítico, morboso, provocador para ser artista, pero creo que hay una resistencia, una especie de acción-reacción, no tanto para provocar, sino que sale sola como un péndulo. A veces no sé si el artista reacciona a una tendencia o la tendencia sigue al artista de un modo u otro.

¿Cómo es tu proceso creativo?

Me resulta difícil definirlo. Depende. No tengo una metodología concreta. Me muevo por impulsos y por intuición. La matemática no me suele funcionar, aunque luego esté detrás de todo. Llevo a cabo esa idea de que cuando uno es libre (la libertad es algo que trato de mantener y no perder por encima de todo) el gozo es el impulso absoluto. Si se fuerza, malo. Claro que en el proceso hay mucho sufrimiento y dolor, pero, al menos en mi caso, que trato de aportar algo bueno a la sociedad, no quiero que mi obra sea algo donde lanzar vómitos que el otro se tenga que tragar. El arte puede ser una terapia, pero no un saco de boxeo para que sean los demás los que tengan que lidiar con él. El espectador se merece un respeto, hasta que se demuestre lo contrario, porque siempre he preferido ser antes una persona que un artistas. Mi obra tiene que estar estructurada hacia ese placer, ese gozo que es una semilla que el espectador se lleva para que germine y florezca más tarde.

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¿Por qué es tan oscura tu obra?

En mi obra hay un punto inquietante, de oscuridad, porque yo mismo la tengo. Me quedan muchas sombras y penumbras en mi vida, por eso mismo no puedo estar haciendo una obra luminosa, porque en mi vida no tengo luz. Pero siempre hay, o intento que haya, ese punto de luz al final de túnel, que siempre exista una esperanza. Hay algunas de mis obras o series que repelen a la gente porque son mas duras, y ello se explica porque coinciden con momentos de mi vida que han sido igual de difíciles. Incluso en esta exposición, donde estoy tratando de retomar la esperanza más conscientemente con el juego de la construcción de una gran obra que Blinky y Maya, mi alter ego y mi hija (y que es como se llama la propia serie: Ensayos para una gran obra), siempre está esa tensión que ofrecen las flores y las calaveras: la esperanza y la belleza por un lado y, por otro, ese memento mori o recuerdo de que somos seres mortales, mera materia que se termina evaporando.

Para los que no conocen tu obra hasta el momento, ¿Quién es Blinky?

Blinky soy yo y está en todas mis obras. Hay personajes que han ido apareciendo en series mías pero también hay personajes nuevos en esta serie de ‘Conexiones’ que luego pueden seguir o quedarse como anecdóticos y no representar más simbología.

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¿Qué te ha interesado de las obras elegidas para conexionar?

Me gustó retomar el prejuicio de lo kitsch y construir esa tramoya de hacer una alegoría para mejorar el mundo. El ser humano está intentando siempre pasar del sufrimiento carnal y llegar a un punto elevado, de trascendencia y liberación del espíritu. Se ha visto en la ciencia y el arte una manera de vencer a la muerte. Yo trato de manifestar eso también con mi mundo y personajes. Deseo que mi hija, como un alter ego mío a través de mi propio alter ego que es además también su hija, sirva para impulsar la esperanza que se va apagando a lo largo de la vida porque las cosas no son como nos gustaría.

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Eso es un canto al positivismo.

Soy siempre muy positivo y quiero trabajar conscientemente el optimismo. Es el optimista el que construye el mundo, el que sube a la montaña. El pesimista al final va a cuestas del optimista, que es el que ve la posibilidad de vencer una imposibilidad. Blinky, a través de su hija, y Maya, a través de su inocencia, construyen una obra que pueda emocionar y contar una historia verdadera a través del engaño.

¿Qué se vea el engaño no podría quitarle fuerza a la obra?

En mi obra se ve la tramoya, muestro ese atrezzo, mentira o trampantojo y que resulta muy postmoderno en el sentido de que se muestra el truco. Mi madre era directora de teatro de mi pueblo y yo me crié con esa construcción de historias, de cómo se construye una obra para que el que esté abajo mirando se la crea, aunque sepa que es mentira. Como un niño al ver un guiñol, que ve trapos mal hechos, pero se emociona, se olvida de todo en ese momento. También que esa tramoya sea un recurso para disfrutarlo aunque tenga esas partes oscuras.

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¿Cuál es el origen de tantos personajes?

En esta serie también hay recopilación de personajes pasados que he sacado el cajón escenas que deseché y quiero que otra vez tengan sentido, porque todo tiene sentido en mi vida: todo lo que hago en mi vida me conduce a donde estoy, como decía Steve Jobs. El guión de nuestra vida no se sabe dónde va, es una incertidumbre que puede causar angustia, pero que se convierte en el motor de todo. ¿Por qué gusta el fútbol? Porque no se sabe qué va a pasar (risas).

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Sobre Sofía Amechqar y Luis Daza:

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