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Cuatro por cuatro

Cuatro por cuatro

Por Matías Candeira

Sara Mesa. Editorial Anagrama. Barcelona, 2013. 17,90 €, 272 páginas.

No estoy seguro de que haya alguna manera válida de registrar las bondades de Cuatro por cuatro (Sara Mesa, Madrid, 1976), reciente finalista del Premio Herralde, sin que la propia anatomía de la reseña pueda parecerse demasiado a muchas otras que glosan escuetamente las virtudes de una trama con alguna sorpresa. Un enfoque algo corto de miras. Por supuesto, el libro admite sus lectores de hechuras tradicionales, pero también —deseo encontrarme en ese terreno— esos otros lectores más perversos, gustosos de remover hormigueros literarios con un palo. Esos lectores devotos de las elipsis creativas, la falta, el hueco, la defensa del meandro.

Por si desean recibir en este mismo instante la píldora clasicista, les diré que Cuatro por cuatro es una suerte de novela estructuralmente desigual, que comienza con la huida de cuatro adolescentes de un internado cuyos secretos sólo se completarán en la última página. Son magníficos su tramo inicial y final, con un narrador salvaje, lleno de hallazgos poéticos y sugerencia. Es algo más conservadora su parte central, con la estructura del diario del nuevo profesor, aunque supongo que necesaria por las hechuras del narrador deficiente que es Isidro, ese hombre cuyo pasado y mentiras lo persiguen hasta el punto de falsear su estatus de profesor de literatura y participar en esa espiral del silencio hecha piedra y cemento que es el colich. El profesor será el motor fundamental para seguir los pasos de la peripecia. Investigación, descubrimiento, epifanía del horror, ese nada es lo que parece, ya se lo saben. Serán todas las mentiras, los atajos y el largo muestrario de miserias morales humanas —delación, maltrato, manipulación— los que construyan el tapiz narrativo y les depositen, menos seguros y más inquietos, en Los papeles de García Medrano, una extraña coda muy de mi gusto.

cuatro por cuatro

Diría que la cuestión de por qué merece ser leído este libro no compete tanto a la trama de la novela —impecablemente clásica— como a la posible responsabilidad del reseñista de decantarse por un enfoque algo menos habitual, de la misma forma que la autora ejercita con envidiable atletismo una mirada perversa, desencantada y nada complaciente sobre el contrato social. Es igualmente útil observar el experimento desde el enfoque literario, las leyes darwinianas y las antropológicas. Las lecturas serían complementarias y perfectamente válidas para una novela que gana, en mi opinión, a medida que la experiencia lectora la termina, la guarda y la recuerda.

Ya les digo que el libro encierra las sorpresas que toda buena novela contemporánea quiere mantener para funcionar en el mercado. Una parte de la receta de peripecia y otra –quizás la que más interesa a este crítico — de lenguaje como agente interviniente. Estén atentos a la cantidad de palabras perversamente escogidas, y a esos tramos donde vemos a alguno de los personajes modificar a propósito una palabra para construir un juego de realidades, más suavizado. Este tipo de elecciones narrativas son con las que gana la obra de Mesa, por ejemplo en la impagable escena donde el director del colegio invita al profesor a participar en un rito del colich sólo revelado a unos pocos. Sean los libros buenos o malos, los interesantes siempre contienen una de esas escenas que justifican su escritura y a las que uno vuelve siempre. Pero quizás lo que es más interesante de Cuatro por cuatro  es la multiplicación de un eco, repetido, poético, totalmente siniestro en el mejor sentido, pues la autora trabaja de continuo con el material de la otredad, la alegoría y a la falta de información; esta cosificación de lo real a través de la mirada de cuatro niñas que escapan de un internado, y la del profesor que quiere defenderse, aunque también comprender, un entorno cada vez más hostil que le exige adaptación evolutiva.

Dice la autora que su obra es apolítica, y ciertamente la densidad simbólica de la novela se basa también en la escritura de un campo semántico sin referencias a la realidad conocida, obviando toda paja tecnológica, posmoderna y, en fin, histeria literaria de marca. Aunque esto discutible,  en mi opinión, porque la novela se hace sospechosamente y densamente real con el descubrimiento del secreto más oscuro del colegio. Entran en juego la construcción de lo real, el contrato social, la lucha de clases —toda la trama y consecuencias que vienen de ser becado en el internado— y hasta los mandatos de la biología. Cuatro por cuatro no dista tanto de una novela como Crematorio, de Rafael Chirbes, y funciona en corriente alterna con ese gran clásico, también alegórico, sobre la crisis argentina: El año del desierto, de Pedro Mairal. Todas ellas encuentran ese petróleo apestoso que cada vez mueve más este  mundo, y el placer de la iluminación —vaya, la literatura, insisto— que no nos hace sentir nada cómodos.

 

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Sobre Matías Candeira:

Nace en Madrid en 1984. Es licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad Complutense y diplomado en guión de cine y televisión por la ECAM. Ha publicado los libros La soledad de los ventrílocuos (Tropo editores, 2009) y Antes de las jirafas (Páginas de Espuma, 2011) y Todo irá bien (Salto de página, 2013), aunque parte de su trabajo creativo también ha transitado la publicidad, el cortometraje o los videojuegos. Actualmente es profesor en la Escuela de Escritores de Madrid, donde imparte cursos de creación literaria. También ha recibido numerosos premios literarios por su trabajo y sus textos han sido recogidos en revistas como Quimera, Ribera del Duero, y diversas antologías, entre otras Prospectivas (Salto de página, 2012), Pequeñas resistencias 5 (Páginas de Espuma, 2009) o Siglo XXI: los nuevos nombres del cuento español (Menoscuarto, 2010).

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