Diálogo con Miguel Serrano Larraz
Por Jordi Corominas
Son las ocho de la tarde de un miércoles lluvioso en Barcelona. Salgo de dar clase y corro. He quedado en una parada de metro con Miguel Serrano Larraz, de gira por la irredenta Cataluña para presentar su última novela, Autopsia, donde sumerge al lector por un recorrido lógico pero no lineal donde todas las piezas, poco a poco, van encajando sin prisa pero sin pausa, con una dura suavidad que engancha entre humor, crónica, reflexiones, McGuffins y otras cosas que la charla, como no, desgranará.
El como no quiere ser redundante. Llego a la estación, miro por todos lados y no encuentro al escritor aragonés. Algo vibra en mi chaqueta. Consulto el móvil y compruebo que sólo nos separa la calle porque Miguel, se lo perdonamos porque está de visita, se ha equivocado de salida. Cruzo el tramo que nos separa, sonrío y al cabo de un instante, que bonita palabra es santiamén, estamos en un bar a la espera de unas birras mientras rompemos el hielo y chafardeamos como todo buen hijo de vecino hasta que decidimos ponernos el mono de faena, disparar nuestros quehaceres y posponer la cháchara para después, con toda la tranquilidad del tiempo y la noche. Enciendo la grabadora.
Jordi Corominas i Julián: ¿Ha sido muy largo el proceso de escritura de Autopsia?
Miguel Serrano Larraz: Sí, ha sido laborioso, unos seis años más o menos.
¿Y ha sido tan largo porque eres lento o por una cuestión estructural de la novela?
Por ambas cosas. Soy muy lento y me preocupa la estructura, hasta el punto que cuando terminé la novela pensé que era ilegible. Mi gran alegría al salir el libro es que la gente dice que se lee muy bien.
Se nota esa preocupación por la ausencia de linealidad y la abundancia de elipsis y otros recursos que, por otro lado, no afectan al curso de la narración, no obstruyen su desarrollo.
Ese era mi miedo, que se perdiera el hilo.
Pero al mismo tiempo la ausencia de linealidad no es un obstáculo para su comprensión y aporta un extra. ¿Cuál era tu intención?
En principio el origen de la estructura de Autopsia era la idea de dosificar muy bien la información. Por eso llegué a la estructura final.
Y que se dosificara bien no significa que quisieras economizar información.
No. Mi deseo era que todo se supiera en el momento justo.
Uno cuando empieza a leer la novela puede pensar que vas a contarnos una evolución desde que al protagonista le pegan los skinheads hasta el desenlace, pero esa evolución lineal no tenía ningún tipo de sentido porque el aspecto psicológico es fundamental.
Claro, uno de los temas es la memoria, la memoria como ficción, que es algo que me interesa mucho, y para que se entendiera el texto debía estructurarse tal como lo he hecho. La linealidad es muy peligrosa.
La linealidad hubiera convertido Autopsia en otra novela más, de ahí la importancia de tu juego estructural.
Y parecería que todo lo que se cuenta es verdad. La linealidad tiene eso, que es muy engañosa. Quería que se supiera que es una historia filtrada por la memoria, y por la culpa.
Lo de la culpa es mue interesante. Juegas todo el tiempo a una especie de despiste con la verdad y la mentira . Hay momentos confesionales donde parece que seas tú sin serlo.
Llevo repitiendo todos estos días, a todas horas, que en la novela hay un 90% de ficción y un 10% de verdad, pero no se lo cree nadie. (Risas)
Pero el 90% de ficción está basado en una verdad que no sale.
Sí, está basada totalmente en hechos reales.
¿Y lo del sentido de culpa?
Es uno de mis grandes temas de siempre. Yo siempre me siento culpable de todo. En cambio el personaje de Hans es todo lo contrario. Esto también tiene que ver con la noción de criterio. El personaje en cierto modo se siente culpable porque no tiene criterio.
Criterio moral.
Sí, por eso lo digo. Se dice que no tiene criterio estético, pero en realidad no tiene criterio moral, por eso necesita que alguien le explique las cosas.
Casi hablamos de dos Españas, pero no desde un sentido guerra civilista, hablo de dos Españas modernas, propias de lo que le ha tocado vivir a nuestra generación. Hans es el cinismo…
Sí, y el personaje de Hans está basado en este tipo de personajes carismáticos, magnéticos, completamente exagerados que sólo generan u odio o pasión. El personaje genera eso, no se puede juzgar desde un término medio.
Es fascinante y es un cretino absoluto.
Es un farsante, y hay una contraposición con Mensajero, su amigo. Hans es el ángel de luz y a la vez es un farsante, mientras que Mensajero es el ángel exterminador y a la vez es la verdad.
Y también es un seguidista que mantiene una cierta pureza.
Esa era la idea, contraponer la farsa y la realidad de la sinceridad y la coherencia. Dos polos que conviven en dos amigos inseparables.
¿Y tú personaje?
Está en tierra de nadie.
Y tiene algo que me gusta mucho porque comparto: observa las cosas y está presente todo el rato, pero es más una especie de cronista.
Él está convencido que nunca le ha pasado nada importante en la vida si exceptuamos el momento en que le jodió la existencia a una compañera de colegio. Ha construido su biografía a través de vivencias ajenas, se ha dejado llevar y nunca ha tomado parte de manera activa.
Pero representa una ética muy fuerte.
No lo sé, ¿tú crees?
Sí, es como si representará la ética que vendrá, en el sentido de cómo se enfoca la cultura en este país. Hans piensa en forrarse con algo que no es suyo, y ha estado en Crónicas Marcianas, mientras que tu personaje es como una hormiguita laboriosa que quizá recogerá sus frutos sin hacer mucho ruido.
Si te soy sincero creo que me había fijado más, le había dado más vueltas a Hans que al protagonista, pero tienes parte de razón porque va trabajando y no le interesa mucho ni el éxito ni la fama…
Pero curiosamente creo que se está dando lo que hace el protagonista, puede que lo veamos después de la crisis de la crisis. Vemos muchos libros que copan opinión y quizá nadie hable de ellos en diez años. Y quizá otros textos sin hacer tanto ruido permanezcan.
Ayer en una presentación del libro Jordi Llavina dijo que él forma parte de la primera generación que ha tarareado cosas de otros. Se sintió muy identificado con Hans en este aspecto. No hacía falta leer los libros, bastaba con citarlos. Le di muchas vueltas a la apropiación de Hans por lo ajeno, que es muy evidente.
Y hay la atracción por lo opuesto, Hans es un contrario.
Y lo mismo ocurre con Hans y Mensajero. Son totalmente divergentes, pero pese a ello son muy buenos amigos.
Y Hans no es mala persona.
Es un farsante, pero no es mala persona.
Su perfil es muy preciso y me parece un personaje muy interesante porque responde a un estereotipo de personaje de la crisis.
El prototipo del cínico.
Y triunfa siendo muy consciente que su labor no tiene mérito alguno.
Lo tiene clarísimo.
Y contrapones este tema con la evolución principal del protagonista, que en cierto sentido es la evolución de nuestra generación.
No pensaba que estaba escribiendo una novela generacional, pero todo el mundo la lee como tal. Me parece bien, ya lo he aceptado pese a que mientras escribía pensaba que escribía sobre mí.
Es generacional porque cuenta cosas que todos hemos vivido, de la infancia con la tele, pasando por el instituto hasta por una adolescencia que no cambia tanto de una capital a una ciudad de provincias.
Lo cuento desde que lo he vivido, no tenía esa pretensión, pero claro, es normal que todos tengamos experiencias compartidas. No sé si también la del acoso escolar.
Y con el acoso escolar juegas con el engaño.
¿Por qué?
Porque parece mucho más importante de lo que es a posteriori.
Para él es muy importante. Me lo han dicho, que no pasa nada, pero ahí está la culpa. Es posible que a Laura Buey no le haya marcado, pero a él le ha condicionado la existencia.
Es un personaje que me fascina, aquel del que siempre se habla pero nunca aparece.
El centro oculto. Tenía que ser así. Las pocas veces que aparece sale muy filtrada por su memoria, de hecho con su memoria la sigue humillando, y se da cuenta, se la imagina peor de lo que era…
Lo hace, y al mismo tiempo se humilla a sí mismo.
Claro, y busca la humillación como expiación.
Como tiene un recuerdo muy negativo del acoso también negativiza sus experiencias anteriores, se considera un enorme pringado.
Cuando le pegan los skinheads no es eso lo que le duele, le fastidia que digan eso de “déjalo, que es un pringado.”
Él tiene varios yoes. No quiere ser la prima donna, pero al mismo tiempo siempre está ahí.
Quiere estar en la mesa sin querer ser el protagonista.
Es una clarísima autoprotección. Cuando va al Bar con Hans y Mensajero se siente irrelevante entre ellos dos, pero los que están en otras meses consideran que es alguien importante.
Porque está con Hans.
¿Cuándo terminaste de escribir la novela?
En verano.
¿Y en ese punto qué hay de autobiográfico?
No me considero como el protagonista y tampoco creo que los de la mesa de al lado, donde por cierto ahora no hay nadie, me consideren importante.
Por como está construido el personaje de Hans y de su relación con el protagonista se puede entender la evolución de este. Su primer contacto es en la librería de Hans.
Sí, donde el protagonista es un ser anónimo que observa a una especie de ídolo.
Y cuando conoce a Hans se produce una metamorfosis.
No quiere estar en un lugar destacado, ve las cosas desde fuera, pero está en el meollo.
¿Cuál era tu idea cuando empezaste a escribir Autopsia?
Quería centrar la novela en historias de violencias, pero luego se fue disparando en un montón de sentidos. Quería enfocar la violencia cotidiana desde muchas facetas, desde la estructural hasta la cotidiana pasando por la de género.
Una novela de tesis.
Pero por suerte no ha sido así, me daría mucha rabia.
La riqueza fundamental de Autopsia es que no está pensada desde una linealidad, pero al mismo tiempo está ruptura de la estructura clásica de narración no altera exactamente el orden.
Y creo que surgió de forma natural, no tenía un afán estructural, es una consecuencia lógica de lo que quería contar.
Para lograr tu objetivo, que tampoco lo es, usas dentro de la novela como muchas trampas.
Sí, me has pillado, lo confieso. La dosificación de la información es otra trampa.
Con estos trucos haces que el lector en ningún momento se sienta seguro.
Es contradictorio que el personaje vaya dando bandazos constantemente. No quiere contar algo y lo cuenta, no quiere exponerse y resulta que toda la novela es una confesión.
De repente, algo alucinante cuando estás fuera de casa, Miguel se encuentra con una amiga. Durante dos minutos se sorprenden y se cuentan sus últimas peripecias mientras le prometo a la chica que también saldrá en el diálogo. Continuemos.
El protagonista cuenta hechos de una cotidianidad absoluta.
Quería que tuviera un tono menor, no quería contar cosas espectaculares, en cierto sentido lo de Laura Buey, la expectación que genera, es otro truco para que el lector piense que pasará algo destacable, pero en ningún momento fue mi intención.
En la reciente narrativa española parece que todo lo que se cuente deba ser trascendente, pero a eso se llega desde una pequeña suma de factores.
Hubiera sido muy fácil inventar que Laura Buey se suicida o algo por el estilo, pero no, perdería todo el sentido. Habría sido un truco malo.
¿Y el título?
Tiene dos sentidos. Autopsia como disección de un cuerpo vivo y como visión de lo mismo. El libro estuvo a punto de llamarse Autoficción, pero mi chica me sugirió Autopsia, y me parece todo un hallazgo.
¿No crees que Autoficción hubiera sido un título muy pretencioso?
Mucho, sí, y además era poner demasiado el dedo en tener cuidado con lo que estaba contando, en la verdad y en la mentira.
La otra cosa que hace que la novela sea interesante para un abanico amplio de público es que pese a que ocurre en Zaragoza podría pasar en cualquier otro sitio.
Le tengo mucho miedo al color local, pero claro, debía contextualizarla.
Y pese a que las experiencias son compartidas por nuestra generación tampoco determinan la lectura.
El miedo del color local es que algunos leyeran la novela en clave, algo que en ciertos casos sí ha sucedido en Zaragoza, sobre todo con el personaje de Hans Castorp, su identidad.
Confieso que lo busqué en Google.
¿Y?
No existe, puedes estar tranquilo.
Hubiera sido grave.
Pero significa, e insisto, en que como estereotipo funciona, resulta creíble porque lees la novela y te surgen imágenes de Hans en el plató de Crónicas Marcianas.
Dos amigos buscaron en YouTube un personaje parecido a Hans, y es normal, va con el espíritu de la época.
Hans Castorp hoy estaría en la ruleta de la fortuna, pero entonces era un hit, ahora sería una vieja gloria muy decadente.
También de alguna manera hay un declive del personaje, tiene cierta fama, pero sí, es un aristócrata decadente.
Ahí surge de forma muy sutil el tema de la evolución de la sociedad española. De ese éxito fácil a la situación actual, con una sociedad ofendida que no le puede prestar atención pese a que le da las gracias por los servicios prestados.
La novela daba para reivindicar una cierta nostalgia, pero no quise jugar con eso. Sin embargo en la novela hay este doble punto, el desprecio y la belleza del recuerdo.
Todos saben quien es pero…
No quieren reconocerse en su persona, no había pensado en eso, pero es cierto. Hacen examen de conciencia de sí mismos. Él sabe quien ha sido.
Y con eso se protege a sí mismo.
Puede que se sienta una vieja gloria.
Es lo que hace enlazar lo sociológico, el cínico que de repente es despreciado pese a que todo el mundo ha bailado sus falsas creaciones.
Sí, y luego se busca la vida en trabajos ruines.
Sólo hay un momento nostálgico, cuando van al bar y toca la canción con estribillo de María Dolores Pradera.
Ahí hay un recuerdo de que bonito fue ese tiempo, pero sólo lo sienten Mensajero y el protagonista, alrededor la chica de la limpieza friega vómitos y los demás pasan de Hans.
Hay mucha novela de crisis que es puro fuego de artificio, pero Hans puede resumir parte de España.
¡Cuidado! Pero su aparición en Crónicas es importante para el personaje, ahora bien, no sé si llega a tanto.
Pero la gente de Sálvame, o muchos de ellos, están en la tele porque salieron en Crónicas.
Y nada han hecho en la vida, están ahí porque fueron algo visualmente, sin más, al menos Hans, por muy farsante que fuera, hizo algo, es más digno.
Y con Hans desaparece un tiempo.
Eso sí es voluntario, la idea de un cambio de época.
Y con su nombre no jugaste con La montaña mágica, no es un doble exacto de Hans Castorp.
Sólo hay un pequeño guiño. El Hans Castorp de la novela de Mann lleva, en uno de los capítulos finales de la segunda parte, un gramófono al sanatorio y se encarga de elegir y pinchar los discos, es su momento de gloria, un DJ de la época, de ahí viene el guiño, no hay nada más.
¿No hay ninguna voluntad de mostrar a partir de este nombre y esta elección un síntoma de enfermedad?
No conscientemente, pero de manera inconsciente igual sí