Diario de campo

Por Elvira Navarro

Rosario Izquierdo Chaparro. Caballo de Troya. Madrid, 2013. 144 páginas, 12,90 €.

Lo marginal está cada vez más normalizado a través de la pornomiseria que exhiben los medios de comunicación, y que al parecer genera adeptos, pues nada protagoniza reportajes si no puede sacarse tajada con ello. Imaginemos que algún periódico o revista quisiera  usar alguna de las apreciaciones recogidas en el espléndido Diario de campo, primer libro de la escritora onubense Rosario Izquierdo Chaparro, para una de sus crónicas sobre colectivos excluidos. Desde luego, al periodista le sería muy difícil escoger algún fragmento con el que aliñar un pie de foto, pues las palabras que esta socióloga afincada en Dos Hermanas (Sevilla) utiliza para hablar de mujeres pobres y casi analfabetas no perfilan clichés. Diario de campo recoge, de una forma literaria (entiéndase aquí lo literario como el lenguaje capaz de producir en el lector una vivencia), lo que supone incorporarse tardíamente al mundo laboral para estudiar a unas mujeres que a su vez también han llegado “tarde” (entrecomillo porque “tarde” o “temprano” son crueles convenciones) hasta un espejo que les permita valorarse. A tal fin, Izquierdo Chaparro no ha tenido que desplazarse a ninguna favela brasileña ni a ninguna aldea perdida de Afganistán. Le ha bastado con tomar un autobús y bajarse en algunos barrios de Sevilla. Los otros nunca son tan otros, y esa es una de las cosas que aprendemos en este debut narrativo. Los especímenes humanos que no querríamos ser porque viven tan al margen que a veces cuesta reconocerlos como “humanos”, no están en jaulas de zoo, ni nosotros somos domingueros que hemos pagado una entrada para ver rarezas.

Con un poco de mala suerte también podemos acabar transitando por calles que se resisten a la brocha gorda de los medios precisamente porque hay algo en ellas que sí vemos a diario sin demasiado escándalo. La narradora de Diario de campo va siguiendo itinerarios vitales que entremezcla con el suyo, y lo hace con inteligencia, dejando bien claro desde dónde mira y por qué, y con una voz cercana, íntima, que permite al lector empatizar de forma inmediata no porque la narradora se haya propuesto gustar ni desvelarnos secretitos, sino porque su intimidad es común, nos apela. Su voz se mezcla con otras voces cuando reproduce el lenguaje coloquial, y a ratos se desplaza hacia el registro sociológico con el que se ha acercado a los colectivos, y que la dota a ella de una identidad laboral que en verdad es frágil.

El tránsito de registros, llevado a cabo con naturalidad, evita la monotonía en el tratamiento del tema y hace que por momentos la novela se deslice ligeramente hacia lo ensayístico, sin caer en la pedantería y en la exhibición de referencias, pues no es éste un libro que pretenda noquear al lector con los conocimientos del autor, sino dar cuenta del lenguaje con el que se construyen las identidades y lo que llamamos “conocimiento”. Y en fin, que si queremos leer un libro realmente distinto, que se resiste a las etiquetas y con cuyos motivos difícilmente vamos a volver a toparnos del modo en que son tratados aquí, vayamos a Diario de campo, porque no va a decepcionarnos.

Ilustración de Elvira Navarro de Jorge Freire. 

Fotografía de Rosario Izquierdo de Pablo Arenas.