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En busca de la presentación perfecta

En busca de la presentación perfecta

Por Eduardo Laporte

 

Desde estas mismas páginas digitales nos arengan a ser militantes de la literatura, activos evangelizadores de las obras de nuestros semejantes y ensalzadores de los textos ajenos, algo que muchos éramos ya y a mucha honra. Hemos calentado bancos en los principales centros de difusión de las nuevas obras literarias, Tipos Infames, FNAC, La Central de Callao, La Fugitiva, El Dinosaurio Todavía Estaba Allí e incluso hemos hollado el norte de Madrid, ese universo remoto y fascistón, como de secretarios de estado olvidados y altos cargos de la UCD con alzhéimer, hasta llegar a la Librería Lé. Ha habido presentaciones en bares de diseño con muebles en venta, como la de la archipromocionada en redes sociales (sí, esa) Las flores de Baudelaire, que su padre tuvo a bien presentar en el Kikekeller, en la gentrificada Corredera Baja de San Pablo, Madrid.

Tenemos horas de vuelo, y me sale este plural mayestático en plan Patrulla de salvación, en presentaciones literarias. Vamos a las presentaciones de libros, a veces incluso los compramos. Apoyamos a los escritores. Les ofrecemos nuestro tiempo para su glorificación, les servimos de clá para evitar el horror vacui del nadie ha venido a mi estreno. Es momento, pues, de exigir algo a cambio. La presentación literaria perfecta no existe, pero hay que creer en ella.

A continuación, algunos aspectos que todo escritor debería tener en cuenta a la hora de presentar su fundamental novela:

1. Duración

Más de una hora de presentación es una caída en el amateurismo más flagrante. Media hora quizá sea algo precoz, aunque deja el regusto positivo de lo bueno si breve… A partir de los 45 minutos llegan los bostezos, carraspeos, wasapeos, murmullos en el respetable, sed de cerveza.

Todo esto se arregla con un reloj digital tipo el DeLorean de Doc, condensador de fluzo y tal, para que la gente sepa a qué atenerse. Buena parte de la tortura de un secuestro viene de no saber cuándo van a liberar al cautivo. Convirtamos la cultura en una cosa placentera, con su cierta enjundia e invitación a la reflexión, no en un funeral de Estado.

2. Lugar

Es importante elegir bien el lugar, asegurarse de que hay micrófono y un mínimo de sillas para tus amigos y seguidores de Facebook. Si quieres garantizarte una cierta asistencia, apuesta por lo seguro y opta por algunas de las librerías o librebares que hemos citado en la introducción. En Tipos Infames te puedes sentir como parte de ese La noche que llegué al Café Gijón de los años diez que nadie ha escrito todavía. Y que sepas, escritor, que en el mundo literario madrileño aún hay clases; el alquiler de la parte de arriba de este local, más espaciosa y elegante, tiene un precio notablemente superior a del sótano. No obstante, la parte de abajo tiene un clima propicio al roce y permite la visión de las faldas del piso superior a través de la indiscreta cristalera.

En otras plazas, como la FNAC o La Central de Callao no hay tarifa, pero tampoco dan vino y hay que luchar con calendarios y programaciones, aparte de que son sitios más impersonales y sin el encanto de la librería de barrio. Otra opción es La Fugitiva, al lado de La Filmoteca, donde ofrecen berenjenas y cava, cortesía de la casa, tras el acto. Sin olvidar Traficantes de Sueños, Graphicbook Diseño, Méndez, La Buena Vida, Arrebato, Tres Rosas Amarillas, Cervantes y Cía, Rafael Alberti y, ojo, la librería Cervantes, de Alcalá de Henares, una especie de Shakespeare & Co castiza, dirigida por Francisco Javier Rodríguez, librero vocacional que ha convertido su negociado en una referencia de la cultura literaria madrileña en donde todo autor que se precie quiere figurar.

Para ti, que quieres presentar tu libro: elige el lugar que te venga en gana, en función del presupuesto y tu poder de convocatoria. Cuanto más céntrico, mejor, a no ser que tengas tanto tirón que prefieras hacerlo en Parla para cribar a los fans más incómodos.

En Barcelona son recomendables, me informa Jordi Corominas, La Central de Mallorca, Laie, Alibri, Pequod Llibres o La Central del Raval.

3. Asistentes e invitados

Como se aconseja en el punto anterior, haz un cálculo ajustado de la gente que acudirá al acto y aléjate del espíritu graduación universitaria. Desperdiga por toda la sala a padres y abuelos como secretas en una concentración del 15M y evita cualquier interacción con ellos.

Intenta que un escritor de prestigio y algún premio nacional en el curriculum acuda a la presentación y se siente en el extremo izquierdo de la primera fila. Antonio Gómez Rufo da lustre.

No llames a los amigotes bullangueros y a los que vengan dales estrictas indicaciones para que no se hagan notar. Como con tu familia, evita los saludos, guiños, gestos de luego hablamos y pulgares hacia arriba. Te debes a tu público, el gran público, a ese tipo que solo conoces de Twitter y que ha venido a verte porque le interesa lo que escribes y escribirás.

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4. Subalternos

Inevitable, en España, no caer en el símil futbolero o taurino. Entendamos por subalternos a esa parte de la cuadrilla literaria que acompañan a la figura de turno, el editor banderillero y el amigo-prologuista picador que, flanqueando al primer espada, lidian con el comienzo de la faena, esos minutillos previos al speech de leve nudo en el estómago. Sugerencia para ti, que escribes: elígelos bien y recuerda la máxima de Michi Panero: “Lo peor que se puede ser en esta vida es un coñazo”.

Al editor no puedes elegirlo, es como tu padre o tu madre, no hay nada que hacer. Lo ideal es que haya buen feeling entrambos y que se transmita un aroma saludable de win-win editorial. Huye del pasteleo mutuo y los agradecimientos abrumadores: nos la pelan. Limítate a unas pinceladas sobre el espíritu de la editorial y explica por qué ese libro casa bien en ese sello y no en otro.

No puedes elegir a tu editor, que llega a ti, como las parejas, por una serie de causas y azares, pero sí puedes elegir al introductor-prologuista, que aportará una visión personal, con más libertad que el editor y desde un enfoque más cercano, pero no por ello pelota o familiar. Evita que la parrafada sea más larga que la del propio autor y, sobre todo, el recurso a conceptos abstractos, abstrusos, metaliterarios y plúmbeos ante una audiencia que NO HA LEÍDO EL LIBRO y que asiste como convidado de piedra a un banquete en que se describen difusamente unos manjares que no se dan a probar. Amigo-prologuista del autor, limita tu faceta de ensayista para el premio Anagrama de Ensayo 2024 y trata de DESENTRAÑAR al público las claves, sin caer en el spoiler de la novela que presentas y trata de darle al público unos cuantos motivos para que lea ese jodido libro y no otro.

Amigo-prologuista-introductor: huye de los lugares comunes. Sabemos de antemano que el autor es amigo de sus amigos y que es “una persona culta”, coñe, que está presentando un libro. Reduce la lectura de su currículum a la mínima expresión y defínelo con alguna anécdota y algún rasgo peculiar de su carácter: el hombre al que se le morían los cactus. Todo lo demás sobra.

*Tironcillo de orejas en plan Flanders para Marta Sanz y su borgesiano, digamos, texto introductorio en la presentación de Todo irá bien, de Matías Candeira, y otro para Fernando Castro Flórez, con cerca de una hora de speech introductorio y atomizado en la presentación de Intento de escapada, de Miguel Ángel Hernández Navarro (MAHN).

5. El discurso en sí

Evita el “Gracias por haber venido” si lo dices por decir. El “Buenas noches por haber venido” tiene al menos su gracia.

No leas.

No digas “Voy a ser breve”.

No te enrolles con las circunstancias que motivaron “la génesis” de la novela. Al público le interesa EL TEMA de la novela, no tanto las llamadas al editor con dudas sobre el título a las cuatro de la mañana o los consejos, sabios, de tu novia sobre tal personaje inverosímil.

Deja lo fragmentario para Agustín Fernández Mallo y articula un discurso con al menos cuatro ideas interesantes que trasciendan al propio libro y que el público se pueda llevar a casa, además del vino español que se sirva (“Al final del día cuentan las ideas, no los ingresos”, decía Keynes). Intenta que tengan unas dosis, mínimas, de alma, de autenticidad, una vibración, un algo. No es tan difícil. O sí.

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6. Detalles

No te metas el micro en la boca, no te tapes el careto con los folios si hablas de pie (Txe Peligro, autor de La Crisis! Econopoemas, esto hay que mejorarlo), no hables bajo, no hables alto, no carraspees, no tosas, no te rasques la nariz como Iniesta en las ruedas de prensa, ni digas ehhhhh, ni ahhhhhh.

No digas A NIVEL DE.

No bebas a morro el agua (mejor que sea Mondariz, de elegante envase y no Bezoya o similares).

No bebas vino si el público no lo tiene: da envidia.

Coloca el libro de modo visible, inclinado, en la mesa de presentación, y no tumbado.

Evita la falsa modestia.

Sé natural pero no tan informal como Bertín Osborne en Contacto con tacto.

Introduce humor pero modera las risotadas de camaradería excluyente tipo Carrusel deportivo.

7. Turno de preguntas

En la era del imperio de la corrección política, puede resultar violento cerrar el acto sin abrir el turno de preguntas. Lo bueno es que te ahorras esos segundos de plomo que siguen al “Si alguien tiene una pregunta…”, aunque quedará algo unidireccional y puede que ese seguidor de Twitter se quede, chafado, con la pregunta en la boca.

Si apuestas por la interacción con el público, pacta con un colega disfrazado de público anónimo una pregunta comodín que rompa el hielo y evite el atronador silencio post-presentación.

Tolerancia cero con el preguntador-conferenciante, esa figura eventual dispuesta a robarte protagonismo con una pregunta-río plagada de críticas al gobierno, autorreferencias y reflexiones improbables.

Cuidado con la pregunta pelota, tipo “¿Qué hay que hacer para convencerte de que des el salto a la novela?”.

Pon fin, con toda la mano izquierda posible, a la sucesión de preguntas si el reloj del DeLorean ha marcado ya el límite de tiempo.

8. Coda: las presentaciones poéticas

Dice Enrique Vila-Matas que se hizo escritor para no tener que hablar en público, pero que luego descubrió que ser escritor implicaba hablar en público y ya era tarde para convertirse en otra cosa. Pero el miedo al público está ahí, como demuestra el protagonista de Doctor Pasavento, dispuesto a a desaparecer a lo Houdini con tal de escaquearse de un acto en público que le revuelve el estómago hasta la angustia.

Muchos de nuestros poetas, en cuyo interior habita un pájaro triste, que no azul, no han pasado por los cursillos del paro para aprender a hablar en público. La lectura de las propiedades nutritivas de los krispis de kellog’s puede ser un poema maravilloso si quien lo recita le echa ganas, y los versos más sentidos no valdrán nada con una lectura atolondrada con voz timorata. No es mala idea ingerir un Sumial antes de la lectura o venir recién follado de casa; todo sea en pos de una declamación sentida verso a verso.

*

Nos gustan las presentaciones de libros, de novelas, ensayos, relatos, diarios íntimos y poemas. Iremos a todas las que haga falta. Son el pulmón de la vida literaria, la salida de la pantalla, constituyen una red social paralela a la virtual, necesaria para que esta tenga sentido. Pero, ya que estamos, abracemos el ideal, inalcanzable como la raya del horizonte, de la presentación perfecta.

 

 

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Sobre Eduardo Laporte:

Nació en Pamplona en 1979. Es periodista cultural para las páginas de Vocento y ha publicado en papel textos literarios que nacieron en un blog ('postales del náufrago digital') y un libro de duelo, 'Luz de noviembre, por la tarde', con Demipage Editorial. En abril de 2013 presentó sus andanzas cubanas en 'habana 2009' y pronto verán la luz nuevos proyectos. Vive en Madrid desde 2005 y odia hablar en tercera persona de sí mismo.

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3 Comentarios

  1. 02/07/2013 at 17:54 · Reply

    Muy buenas reflexiones. Te apunto un sitio que no mencionas y que a mí me gustó, Café Molar, en la calle de la Ruda 19. Es pequeño pero tiene la ventaja de que es fácil llenarlo y luego puede tomarse algo allí mismo. Yo presenté hace unas semanas allí y quedé contenta. Creo que los que fueron, también. En mi blog hice la crónica de la presentación.

  2. Alena Collar
    04/07/2013 at 11:26 · Reply

    Por todos los dioses de los “asistentes”…
    Menos mal que alguien dice estas cosas.
    He asistido- sufrido- presentaciones de mas de una hora, y he visto y sufrido de todo. Y cuando digo ” de todo”, digo “de todo”. Desde el editor que larga un muermo de cuarenta minutos, hasta el autor/a que se dedica a contar anécdotas-que me importan un bledo-, pasando por las presentaciones en las que no se oye a partir de la segunda fila, porque el micrófono no existe, o existe pero se desprecia como si fuera un adorno, hasta las que el prologuista nos cuenta qué guapo/a, alto/a, simpático/a es el autor- que también me la suda-,; aquellas en las que “todoelmundo” va a ver “una cosa muy original”, y al final da lo mismo presentar un libro que una caja de cervezas Mahon; otras en las que el autor tiene tal lista de agradecimientos que podría escribir otro libro; otras en las que después de una hora de coñazo leído de editor, autor y prologuista, hay coloquio y entonces llega el plasta y larga el rollo de la pregunta que se tira diez minutos, etc…
    Y ya de paso, una cosa que se me ocurre y que a mí particularmente me jode un montón: Si cita usted a una presentación a las ocho, empiece a las ocho. No a las nueve menos cuarto: es una falta de respeto absoluta y una grosería para el público pensar que su tiempo es para esperar que usted decida que ” ya ha llegado Zutanito y se puede empezar”.

  3. 10/07/2013 at 03:50 · Reply

    Estoy de acuerdo con usted, en términos generales, pero creo que el público debe saber dos cosas importantes, a saber: que una presentación comienza un cuarto de hora después de la hora anunciada (se llama “cuarto de hora académico” o “de respeto”); que al presentador no se le aplaude.

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