Entrevista a Cristina Morales

Por Cristina Consuegra

Perder la confianza en los políticos sería un logro fenomenal

Es tiempo de mirar a los ojos del acontecer para intimidarlo, para cuestionar cada centímetro de su geografía. Es tiempo de plantar cara a la realidad, de abrirla en canal. Es tiempo de que el entramado literario salga de esa suerte de letargo para ofrecer algo más que palabras y certezas entrelazadas, y así apostar por una literatura plástica y vertical que potencie la duda, la fractura. Los combatientes (Caballo de Troya, 2013), de la granadina Cristina Morales, premio INJUVE para la creación 2012, es un incendiario ejercicio literario que aboga por el riesgo -asunto que soporta el andamiaje de la obra- para armar un discurso a favor de la creación, la libertad y la identidad que todo individuo debe adquirir en relación con el presente, especialmente, el creador quien debe medirlo desde la extrañeza y desconfianza.

¿Cómo se presenta Los combatientes en tu vida?

El texto nace a partir de un encargo. La editorial Fin de Viaje me invitó a colaborar en una antología de cuentos sobre el viaje. Ana Tapia, la editora, me explicó su idea con las siguientes palabras: El concepto de “viaje” entendido de una forma elástica, por así decirlo, no sólo viajes en sentido literal (lugares lejanos, travesías) sino también entendido como cambio, como aventura iniciática, en fin, será tarea de los propios colaboradores decidir el enfoque de su cuento con total independencia. Por entonces al grupo de teatro de la Universidad de Granada, al que pertenecí hasta el año pasado, le habían salido varios bolos en España y en el extranjero (hasta Moscú llegamos) con montajes y también con performances que creábamos in situ, y eso nos tenía saliendo de Granada al menos una vez al mes en bus o en avión o en barco. El día que me senté a escribir el cuento acabábamos de llegar de una pequeña gira por Galicia y el norte de Portugal, que además sería la última, y es nuestro paso por Portugal el que inspiró el cuento que luego se transformaría en el primer capítulo de la novela. Mi implicación en el grupo era grande. Entre los miembros se había generado un vínculo hermoso, una intimidad y una forma de enfrentarse al mundo que marcaba nuestros comportamientos tanto cuando nos reuníamos como individualmente, tanto en escena como fuera de ella, y a pesar de no ser una compañía profesional en el sentido convencional del término (o sea: que cobra por su trabajo) nosotros nos tomábamos nuestro quehacer muy en serio. Nos sentíamos responsables de cada acción y de cada palabra que se ejecutaba y que se pronunciaba en escena, responsables en tanto que portadores de mensajes, de significados; lejos de misticismos pero convencidos de que nuestro trabajo, por poca repercusión que tuviera, por poca que fuera la gente a la que llegara, nuestro trabajo, digo, nombraba o señalaba o revolvía cosas que nosotros, como actores o como creadores o como seres humanos o como máquinas, deseábamos nombrar, señalar o revolver. Nosotros tirábamos la piedra y enseñábamos la mano porque lo más importante era la mano. Los combatientes se alimenta de esa enseñanza, quizá la más valiosa de mis años universitarios. La novela es un homenaje a ese grupo de teatro (hoy el elenco se ha renovado casi por completo), y a sus miembros está dedicada.

Los combatientes, ¿es un ejercicio de libertad, de creación o de quemazón?

Es un ejercicio de creación y una defensa y una apología de la labor creadora, sin lugar a dudas: la manera en la que se abordan los temas y los propios temas que se abordan cobran sentido e interés por todo el artificio que se pone al servicio de los mismos, algo que en esta novela es además especialmente palpable porque acude a estructuras a veces narrativas y a veces teatrales, a veces discursivas y a veces musicales, en función de lo que mejor le sienta a la idea que se quiere transmitir. Por ejemplo, cuando Alonso Cano, maestro barroco, conversa con Vladimir Maiakovski, futurista soviético, se está creando un artificio colosal para que esa conversación de cuatro páginas pueda tener lugar, dotarse de coherencia interna y dar coherencia al resto del texto. Ese es el momento más artificial del libro por la imposibilidad espacio-temporal que media entre los dos personajes, pero ocurre lo mismo en escenas más realistas. Los propios personajes apuestan por el artificio, por la intermediación de ingenios como mejor forma de penetrar la realidad: dos actrices del grupo desenmascaran a un violador no mediante la acusación directa, no avergonzándolo personalmente, sino montando una escena en la cual él mismo interpretará el papel de un violador, y a ver cómo se las apaña cuando la realidad y la ficción coinciden, cuando esas dos categorías, realidad y ficción, se exacerban.

La estructura en la que se soporta tu libro permite entender la obra como una única pieza o como conjunto de relatos. Esta estructura dual, ¿es la mejor opción para transmitir el entramado narrativo en su totalidad?

Como te decía, el primer capítulo nació como un relato y creo que así funciona aisladamente, sin necesidad del resto del texto. Sin embargo, no creo que el resto de los capítulos funcionen por separado, y desde luego no fueron así concebidos. Yo creo que la novela es acumulativa, es decir, que conforme avanza incluye más temas y motivos y ahonda en los ya existentes (como cualquier novela, por otro lado), de manera que una lectura separada de los capítulos no daría buena cuenta de lo que está pasando. A lo largo de todo el texto se tejen varias historias sin que ninguna de ellas se limite a un solo capítulo. La historia de los dos amantes, por ejemplo, es central en el capítulo dos pero aparece recurrentemente en el resto, para volver a adquirir protagonismo hacia el final. Las reflexiones que la protagonista hace sobre literatura explican parte de su visión del amor, y su visión del amor nos ayuda a entender sus posiciones políticas, y todo ello se encuentra diseminado en capítulos distintos de la novela. Creo que la estructura del texto permite, más que la dualidad novela-conjunto de relatos, la dualidad novela-teatro, es decir, que el texto es representable, que se puede llevar a escena: hay descripciones de escenografía, vestuario e iluminación; hay indicaciones sobre el modo en que los actores representan el texto, y hay, por último, diálogos dramáticos, donde el nombre del personaje antecede a su frase. De hecho, una compañía de teatro de Santander, Ruido Interno, se ha interesado en representar una parte del texto. Yo lo presenté tanto a la modalidad de narrativa como a la modalidad de dramaturgia del premio Injuve, y el que quería ganar era el de dramaturgia, que tiene el doble de dotación económica, pero al final me dieron el de narrativa.

El humor es fundamental, casi urgente, para entender la esencia de Los combatientes. ¿Es ésta la manera más contundente de cuestionar la realidad? ¿Te inclinas por su empleo para aliviar cierta carga que puede implicar la lectura de tu obra?

Si con cierta carga te refieres a que la novela se hace pesada de leer, creo que eso no lo puede remediar ni el humor ni ninguna otra cosa: eso será que la novela es un tostón. El humor no es un aliviadero de novelas pesadas, sea la mía o sea cualquier otra. A mi entender, el humor no es un salero con el que aliñar algo insípido, no es un bote del estante de las especias al que uno recurre para añadir sabor a la comida. El humor no es para mí un recurso en la escritura, algo que está a mi disposición en función de mis necesidades. En Los combatientes el humor, cuando surge, es algo estructural e inevitable: si algo es gracioso lo es porque no encontré otra manera de contarlo, no porque yo piense que un tema serio le entra mejor al lector con comicidad. No hay en Los combatientes, ni en nada que yo escriba, una vocación didáctica o una voluntad de hacerse entender a toda costa, de llevar al lector de la mano o, siguiendo con la metáfora culinaria, de darle la novela a cucharadas. Me gusta pensar que el lector de Los combatientes se ríe aunque no sepa muy bien por qué, que se ríe aunque la situación que se le plantea no tiene, de entrada, gracia ninguna: una mesa redonda sobre mujeres que cultivan el género del relato en la actualidad. Yo, que estuve en esa mesa, te puedo asegurar que sí que fue un tostón. Es que la realidad es muy tostón, y yo lo que me propongo no es hacer literatura que aligere el aburrimiento, sino construir una realidad nueva, una que no me aburra.

En este título revisas buena parte del tejido teórico en el que se apoyan diferentes estereotipos culturales para cuestionar su vigencia y validez. Esta revisión de corte incisivo, ¿te la encuentras durante el proceso de escritura o es algo que tuviste claro a priori?

Los estereotipos culturales (que nunca son sólo culturales sino que conllevan dimensiones políticas y sociales, o sea, que la cultura no es algo inocente, no es algo libre de condicionamientos ideológicos y materiales) los percibo yo a la legua. Identificarlos es para mí un ejercicio, indagar en ellos es una investigación, recrearlos es un divertimento. Desde antes de la escritura de Los combatientes ya me relacionaba yo con la élite académica, las feministas progres, las parejas abiertas y los artistas psicoanalíticos, pero es cierto que nunca antes los había llevado a la literatura, nunca había visto en ellos material digno de escritura. Y es también cierto que al llevarlos a la escritura estoy no sólo recreándolos sino creándolos, dando a luz caracteres completos que antes eran difusos. Los combatientes pone nombres y apellidos (literalmente) a una serie de comportamientos y de tics extendidos en diferentes círculos, mundillos y microuniversos de la cultura. Los combatientes no es una lección de ecuanimidad y justicia, porque coge cabezas de turco con nombres y apellidos para condenar (o sea, para estereotipar) a grupos enteros. Creo que la literatura de nuestro tiempo tiene miedo a hablar en plural, a usar el nosotros y el ellos, y esto porque nos han convencido de que no hay que generalizar,  de que cada ser humano es único y no subsumible en reduccionismos. Esto es, en fin, el clásico optimismo liberal que no comparto, este humanismo a toda costa, y sobre todo a costa de la crítica. Mi opinión es exactamente la contraria, muy bien expresada en esta reflexión de Emil Cioran: «Un retrato no es interesante si uno no consigna lo ridículo. Es por eso que es tan difícil escribir algo sobre un amigo o sobre un autor contemporáneo que uno respeta. Es ese ridículo el que humaniza un personaje».

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Otra de esas claves totémicas que te atreves a cuestionar es la propia literatura. Entre tanto ruido y confusión, ¿por qué merece la pena seguir escribiendo?

Como ya te he dicho en otra pregunta, Los combatientes es una defensa del acto creativo, una exacerbación del acto creativo, una apología de la creación total, del artificio e incluso de la demagogia y la mentira. En un momento de la novela los actores dicen que «esto de que interpretamos los textos como nos da la gana puede sonar a que hacemos demagogia, que es una forma barata de cinismo, cinismo para las masas. Puede ser. Porque a nosotros, más que hacer teatro, lo que nos gusta es contar mentiras, y eventualmente la demagogia ocurre».Eso es una declaración de intenciones de la compañía que yo personalmente comparto: la literatura hay que entenderla elástica, mutable, llevarla adonde no es bienvenida, reventarla, malversarla, maltratarla. Esta idea nos da Juan Bonilla en su poema Juanramoniana en el que habla de la poesía como de una díscola de la que se enamora,  gamberro homenaje a otro poema de Juan Ramón Jiménez, (Vino primero puta,/ vestida de insolencia,/ pidiéndome lo que no estaba escrito), cuya última estrofa dice

Oh poesía sucia de la vida,

de todos y de nadie,

mía también por eso alguna vez.

Precisamente del ruido y la confusión nacen Los combatientes, responde al ruido y la confusión y ruido y confusión pretende crear. Si Adorno decía que no se podía escribir poesía después de Auschwitz yo digo que es después de Auschwitz cuando más poesía hay que escribir, no para sacudirnos el terror sino para retratarlo: lo que hay que escribir es una poesía terrorífica. Maiakovski dice en su poema La nube en pantalones que sólo quedan dos palabras:

“cabrón”

y otra,

creo que “gazpacho”.

Los poetas,

empapados de gritos y llantos,

huyeron de la calle alborotando las melenas:

“¿Cómo con esas dos cantar

a la mujer,

el amor,

las florecillas cubiertas de rocío?”

Adorno sería para Maiakovski uno de esos poetas llorones de melena alborotada. Maiakovski iba rapado al uno.

¿Y puede ser la práctica literaria un arma efectiva con la que combatir el acontecer y así lograr que cambie?

Me gusta esa expresión de “práctica literaria”, como si la literatura se practicara. Practicar literatura como quien practica taekuondo. Practicar literatura vendría a ser para mí, en tanto que autora, describir realidades susceptibles de ser adoptadas, y en tanto que lectora, actuar de acuerdo con lo que dicen los textos, obedecer a las palabras. Algo cercano a hacer propaganda o a adoctrinar, algo cercano al catequismo. Por supuesto que la propaganda y el catequismo han sido y son armas muy efectivas con las que influir en los comportamientos, ganar guerras y elecciones. Yo estoy convencida de que las ideas no existen hasta que se plasman, y si me apuras diría que no existen hasta que se escriben. Las grandes transformaciones sociales pasan por saber plasmar el nuevo pensamiento, por saber verbalizar las nuevas consignas: para que el cambio ocurra este debe fijarse, valga la paradoja. El cambio propuesto o impuesto debe ser legible (y cuando digo legible quiero decir comprensible: no es que el cambio proceda y se dirija únicamente de y a los letrados) para ser efectivo. Creo que una de las muchas fallas de las supuestas propuestas de cambio del sistema de nuestros días es la falta de un discurso comprensible, y esta carencia no es casual, no responde sólo al hecho de no saber expresarse por escrito.  Responde sobre todo a la mala concepción que se tiene de la literatura política, de la propaganda, que en el mejor de los casos es entendida como desfasada, chabacana y falta de altura artística, suena a soñolienta resistencia situacionista; y en el peor de los casos algo manipulador y malvado propio sólo de las dictaduras, como si en sede democrática no se emplearan toneladas de manipulación y persuasión para hacernos creer que esto de los parlamentos es lo menos malo que nos podría pasar. En efecto, manipuladora es cualquier propaganda, ¿pero cómo se pretenden transformar los modos de pensar sino manipulándolos, sino convenciéndolos a golpe de discurso? Grandes discursistas fueron los futuristas italianos, que no sólo escribían poesía sino que además se presentaban a las elecciones. No creo que nadie pueda poner en duda la maestría literaria del programa político del Partido Futurista italiano. Y su efectividad, bueno: las elecciones no las ganaron nunca, pero fueron unos estupendos propagandistas del partido que sí las ganó, el de Mussolini, y tampoco nadie pondrá en duda la efectividad del poder de Mussolini.

Además de buena literatura, en Los combatientes, ¿hay más de explicación, confesión o exhibición?

Antes me preguntaste si era un ejercicio de libertad, de creación o de quemazón y te dije que de creación. En línea con eso, ahora te respondo que es más una exhibición. Confesar no confieso nada que ya no haya dicho antes, y explicar explico muy poco. Como también te comentaba antes, no tengo yo vocación didáctica ni tampoco ganas de pasarle al lector las lentejas por la batidora para que se las coma sin rechistar. “Exhibir” es un buen verbo que aplicar a Los combatientes, porque más que mostrar situaciones y personajes para describir o poner en situación al lector, la novela se abre la gabardina y quiere obligarle a mirar.

El uso que haces del lenguaje es clave para que el lector llegue al aliento de Los combatientes. ¿Cómo trabajaste este elemento?

La verdad es que no hay un trabajo demasiado consciente en ese sentido. La novela está escrita muy de oído, muy oralmente, tratando al lector también como espectador de un montaje teatral. No se perciben las palabras lo mismo leídas que escuchadas, pero Los combatientes busca el camino de en medio: en muchos momentos intenta trasladar la charla al papel, o el mitin al papel, o la avalancha de pensamientos al papel, es decir, registros propios del lenguaje hablado al lenguaje escrito. El resultado es que la retórica se reduce pero también hay mucha divagación, una búsqueda en voz alta de las palabras oportunas, búsqueda que no se omite. Los rodeos, las dudas y las correcciones son explícitos.

¿No te da un poco de miedo o vértigo el que comiencen a etiquetarte bajo el lema «voz de una generación», a lo Lena Dunham?

Esto sí es una confesión: he tenido que buscar en internet a Lena Dunham para saber quién era. Una directora de cine y televisión de mi quinta, dice wikipedia. No he visto ninguno de sus trabajos, o sea, que no tengo ni idea de cuánto de generacional hay en sus películas y en sus teleseries, ni si guardará alguna similitud conmigo. Así que eso de poder yo ir a lo Lena Dunham me parece del todo imposible, más que nada por puro desconocimiento, porque además yo no veo ni cine ni tele, ni en la tele ni en el cine ni en internet. Lo de «voz de una generación» me haría mucha gracia, no me daría ni miedo ni vértigo.

En tu novela atizas con dureza al andamiaje político de este país, ¿qué debe suceder para que el político recupere la confianza de la ciudadanía? ¿Tiene sentido la política en un momento como el que atravesamos?

La ciudadanía, si es verdad que le ha retirado su confianza al político (cosa que no creo), lo que debería hacer es no devolvérsela nunca. Perder la confianza en los políticos sería ya un logro fenomenal de por sí. Darse cuenta de que el sistema político que nos gobierna está podrido de cabo a rabo pero no desde que empezó la crisis, sino desde que existe el sistema; y darse cuenta de que cualquier remedio que la ciudadanía se avenga a celebrar no será sino en detrimento de ella misma; darse cuenta de eso sería, digo, la verdadera virtud ciudadana. Aunque a mí no me gusta usar la contraposición “ciudadanía-políticos”, que se usa mucho en los medios y en los discursos de las dos partes del binomio. No me gusta porque no deja de ser una referencia romántica a la polis y al bien común, y al decir que todo el que no es político es ciudadano se le está bailando el agua al político, porque el argumento del político es que él está ahí por el bien común. O sea, que al ponerse la gente el título de ciudadano está depositando su confianza no sólo en el político sino además en el sistema entero, un sistema que los buenos ciudadanos creen perfectible. A mí me gusta más la nomenclatura que usa el derecho administrativo, “administrado-administrador”. Cuando uno empieza a sentirse administrado en vez de ciudadano y empieza a percibir a los de las listas electorales como administradores en vez de como políticos, el esquema empieza a desproveerse de floritura democrática y empezamos a estar en condiciones de sacudirnos la sugestión esa del bien común.

¿Es la indignación la respuesta a todas nuestras preguntas?

No sé a qué te refieres exactamente con indignación, ni tampoco entiendo muy bien la pregunta. Si con indignación te refieres a la proclama de los indignados del 15M y las de otros indignados que han seguido su ejemplo en otros países, yo creo que esa indignación no es respuesta a ninguna pregunta sino que es una pregunta en sí misma: ¿Indignación ante qué? ¿Ante la inhumanidad del mundo que nos ha tocado vivir y el papel represivo de cualquier Estado, o ante los precios de los pisos y la inutilidad de los títulos universitarios para conseguir un trabajo bien remunerado? ¿Con qué se indigna la clase media occidental? Yo creo que el tiempo de la indignación del 15M es el tiempo de la defensa de los privilegios. Pero habría que ver la pregunta.

Uno de los elementos más fascinantes de Los combatientes es ese retrato total de la juventud, un retrato que no se circunscribe exclusivamente a lo generacional, sino que aspira a ser definición del concepto juventud. En relación con esto, ¿crees que el eco de tu obra puede verse condicionado por la edad? 

La novela está claramente situada en el hoy y la mayoría de sus protagonistas son jóvenes, pero no creo que eso circunscriba su interés a sólo los jóvenes y a sólo el hoy. Es más, yo creo que en el discurso que a lo largo de toda la novela representan sus protagonistas hay cierta atemporalidad, hay una proclama revolucionaria intercambiable en distintos momentos y sujetos históricos dentro de la modernidad. Sería buenísima cosa que los jóvenes de hoy y los de mañana se vieran reflejados en los jóvenes de Los combatientes, pero mejor cosa sería que los no jóvenes de hoy y de mañana vieran en Los combatientes su propia juventud.

¿Cuál es el próximo paso de Cristina Morales?

Ando con otra novela terminada bajo el brazo que aún no ha sido publicada. Con las opciones de su publicación estoy, y montando un libro de entrevistas sobre nacionalismo y catalanismo aprovechando que me he mudado a Barcelona.

Se define como escritora, crítica y agitadora cultural. Es miembro del consejo editorial de la revista universitaria de cultura de la Universidad de Málaga. Colabora con medios digitales e impresos. Sus cuentos y poemas han aparecido en diversas antologías.

Nacida en Granada, “Los combatientes” es su primera novela, con la que ganó el premio INJUVE 2012. Ahora vive en Barcelona y aguarda la publicación de su siguiente obra.

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Sobre Cristina Consuegra:

Se define como escritora, crítica y agitadora cultural. Es miembro del consejo editorial de la revista universitaria de cultura de la Universidad de Málaga. Colabora con medios digitales e impresos. Sus cuentos y poemas han aparecido en diversas antologías.

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