Entrevista a Juan Pedro Aparicio
Esta entrevista se complementa con la reseña que ha realizado Miguel Barrero de “Nuestros hijos volarán con el siglo”
Bajo el membrete de novelas históricas se cuelan bastantes bodrios
Juan Pedro Aparicio, leonés de alma británica cuyo parecido a Sean Connery es admirable, autor de obras tan destacadas como El año del francés, La forma de la noche o esa joya intimista que es Tristeza de lo finito, acaba de publicar una de sus mejores novelas: Nuestros hijos volarán con el siglo (Salto de Página).
Narrada por un Jovellanos en el último tramo de su vida y que navega rumbo a Londres huyendo de las tropas francesas, este magnífico texto combina aventuras y reflexión sobre la España del momento, y recrea de forma prodigiosa la época y la voz del personaje: un Jovellanos complejo, ambiguo, enamorado platónicamente de una joven llamada Ramona, amante de la libertad y de los animales, enfrentado con la Iglesia y admirador de Inglaterra.
Dividida en dos partes, la segunda y mucho más breve, ambientada en el Londres de 2012, arroja luz sobre algunos aspectos de la anterior y sirve como epílogo (casi un estrambote, según Aparicio), además de estar impregnada de la ligereza, el humor y el vitalismo de algunas narraciones británicas (me viene a la cabeza David Lodge o el Amsterdam de McEwan). Sin más rodeos, disparo:
¿Por qué una novela sobre Jovellanos?
Existe la convicción generalizada de que fue la figura más destacada de la Ilustración española. El acercamiento a su persona ayuda a entender la época, ese cruce de siglos, el XVIII y el XIX, en el que se asientan los cimientos de todo lo que ocurre después.
Ésas serían las razones objetivas o, más bien, la justificación para ponerme a escribir. Pero lo que de verdad me movió a hacerlo tiene poco que ver con ello. Y ni yo mismo lo sé. Acaso por mi infancia, muy ligada a Asturias y a Gijón, y en donde su figura es omnipresente; quizá por el escozor que me provocaba una laguna en mi conocimiento del siglo XVIII tan denostado por mis educadores del franquismo. No sé, ambas cosas debieron de influir, porque lo cierto es que durante más de diez años no pude apartar de la cabeza a Jovellanos como protagonista de una novela.
Ha estado más de diez años documentándose.
No exactamente documentándome, sino impregnándome de la persona y de su entorno. Jovellanos es un personaje muy biografiado. No menos de una decena de libros se ocupan de su vida. Muchos más se han ocupado de su obra; fue un intelectual, pero también un político de primera magnitud y en ese sentido cabe decir que fue un hombre de acción, pues se esforzó para conseguir que sus ideas se pusieran en práctica y moldearan la realidad social. Y todavía más: escribió unos diarios en los que anota experiencias, opiniones, lecturas y observaciones puntuales a lo largo de bastantes años. Conoció los reinados de Carlos III y Carlos IV, la revolución americana y la revolución francesa, la invasión napoleónica. Por eso, ponerse en su lugar –y en la novela es él quien narra en primera persona– exigía algo más que conocer su intimidad, con ser ésta muy compleja y con algún que otro enigma.
El narrador es el propio Jovellanos que, mediante el uso de la primera persona, nos cuenta esa huida en barco de los franceses y también los hechos fundamentales que han jalonado su vida. Es la voz de un hombre de más de sesenta y cinco años, alguien maduro, experto en la vida… Supongo que conseguir esta voz le habría sido casi imposible de haber escrito la novela con treinta años.
No lo sé. Pero creo que todo es posible en literatura. Ahí está Los Buddenbrook de Thomas Mann, toda una saga familiar, escrita en plena juventud. Claro, yo no soy Mann y acaso no hubiera sabido hacerlo. Es cierto, sin embargo, que antes de ponerme a escribir la novela yo era más joven que el Jovellanos que la protagoniza y que cuando la acabé ya había rebasado su edad. Lo importante, a mi juicio, es que Jovellanos siempre fue un hombre de una entereza admirable. No le vencieron los años, como tampoco las circunstancias tan desfavorables que le rodeaban, el cúmulo de adversidades por las que tuvo que pasar, con ese final terrible de una huida precipitada en barco para escapar de los invasores franceses. Su vigor y su entereza de ánimo fueron un ejemplo hasta el último momento.
¿Cómo se las ha ingeniado para construir una novela con tanta información y que en ningún momento ésta lastre el ritmo de la historia? Historia y ficción están perfectamente imbricadas.
Bueno, lo que yo hago es una novela. No un libro de historia. Y para ello busco el ámbito que le es propio al novelista. Allí donde el historiador no puede entrar por falta de documentación. Porque la Historia no es el relato de unos sucesos, sino el comentario de unos documentos. Y sobre esa dramática huida no hay documentos. Pero si toda novela requiere verosimilitud, con más razón se le ha de exigir a la novela que trabaja con personajes históricos para que no traicione lo que se conoce de ellos. Así, a la verosimilitud narrativa ha de añadirse la verosimilitud histórica. Y ésta es muy exigente. Se precisa de una cierta honradez que obliga a un trabajo serio, que no siempre se hace.
¿Por qué la novela histórica suele estar desprestigiada entre la crítica?
Los géneros poco importan cuando hay calidad. Sí es cierto, no obstante, que bajo el membrete de históricas se cuelan bastantes bodrios que hace algún tiempo no hubieran encontrado editor. La ficción llamada histórica no da licencia para disparatar.
El barco donde navega Jovellanos sirve como metáfora de la España de la época.
Es natural que sea así, incluso aunque yo no lo hubiera pretendido. Porque entre las setenta personas que huyen hacinadas en la bodega habría todo tipo de personajes que representarían en mayor o menor medida a las ideologías en pugna en aquellos momentos. La situación límite que viven, su lucha por sobrevivir, pues la posibilidad de una muerte violenta está siempre presente, exacerba las conductas y brotan los conflictos que de otro modo quedarían ocultos, revelando secretos y miserias. Pienso, sin embargo, que desgraciadamente mucho de lo que se debatía en aquel desafortunado barco puede servir para ilustrar todavía hoy algunos comportamientos políticos. Las cosas no han cambiado tanto.
La historia está dividida en dos partes: cuando parece que ha terminado, empieza una segunda parte, mucho más breve, ambientada en el Londres de 2012. Tengo entendido que tuvo muchas dudas a la hora de estructurar la novela.
Sí, porque el tono es obligadamente distinto y puede extrañar a algunos lectores, aunque también satisfacer, y mucho, a aquellos que, habiendo disfrutado de la aventura marítima, deseasen profundizar en otros aspectos de la vida de Jovellanos. Por eso lo hice así. Y también porque de esa manera evitaba que la novela finalizara con la muerte de su protagonista. En esa brevísima segunda parte se constata que siglos más tarde su memoria despierta el respeto unánime de sus conciudadanos. Y eso es una especie de final feliz. Además, la perspectiva inglesa me permite comparar los dos entornos, aquel, más afortunado, en el que vivió lord Holland, que tantas concomitancias tenía con Jovellanos, y el más opresivo y desesperanzado en el que vivió éste.
La novela es un homenaje a Londres, a todo lo inglés; la misma admiración que sentía Jovellanos hacia el país de su amigo Lord Holland.
Puesto que Jovellanos es el protagonista, parece coherente que así sea. Hay cierta pereza cuando se habla de la Ilustración española como cosa de afrancesados. Jovellanos, que es su máxima figura, no puede ser considerado como tal. Su preferencia por la cultura inglesa es tan marcada que acaso sea el elemento determinante para rechazar su nombramiento de ministro por el rey invasor José Bonaparte. Jovellanos quería para nuestro país transformaciones políticas a la inglesa, basadas en la puesta al día de las antiguas instituciones españolas en las que apreciaba valores democráticos no inferiores a los que reconocía en las inglesas. Seguir el modelo francés, a la par retórico y violento, como se acabó haciendo, le parecía tan arriesgado como incoherente con nuestras tradiciones. Defendía una constitución sencilla, de pocos artículos, y que se cumpliera, a la manera americana, no a la francesa, como así se hizo.
Jovellanos aparece como una persona tolerante, abierta, amante de los animales y enemigo de la Iglesia. ¿Qué cree que diría Jovellanos de la España de hoy?
No, no era enemigo de la Iglesia. Más bien, una parte de la Iglesia, la más cerril y egoísta, era enemiga suya. De hecho, la Iglesia prohíbe su Informe sobre la Ley Agraria, un texto convincente, elegante, persuasivo, iluminador, necesario para sacar a la nación del marasmo económico en el que se encontraba.
¿Nuestros hijos volarán con el siglo?
Bueno, ahora mismo estamos todos un poco por los suelos. Tantos ajustes nos han cortado las alas. El vuelo de la Transición ya se acabó. Unos por una cosa y otros por otra, parecen haberlo olvidado. Hay incluso algunos sedicentes demócratas radicales que le niegan sus virtudes. Por las mismas podrían negar, y acaso lo hacen, la calidad humana y la inmensa virtud política de Mandela, al que tanto se elogió en su funeral. Mandela fue el eficaz artífice de una transición política en su país, no muy distinta de la que se había hecho aquí. Allí había blancos y negros; aquí, azules y rojos. Bueno, y nacionalistas que, para algunos, pasaban por rojos (y siguen pasando) y así nos va.
Hace varios años publicó dos divertidas novelas policiacas (Malo en Madrid y La gran bruma) cargadas de crítica hacia la clase política de entonces. Ahora que está de moda lo policiaco, ¿no piensa volver al género?
Quizá haga una tercera entrega, esta vez llevando la acción a Londres. Malo en Londres se llamaría. Pero antes quiero hacer otras cosas.
¿Qué cosas?
Estoy a punto de acabar un libro de relatos que también transcurre en Londres. Creo que saldrá, si todo va bien, en el otoño de 2014. Y alguna cosa más de la que hablaré en su día.
Sobre Lorenzo Rodríguez Garrido:
Lorenzo Rodríguez es un joven periodista y divulgador cultural. Fue uno de los fundadores de la revista Culturamas y es director editorial de la revista Otro Lunes. Ha colaborado con varias editoriales en labores técnicas y creativas.