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Entrevista a Matías Candeira

Entrevista a Matías Candeira

Por Juan Gómez Bárcena

Pesadillas, suicidios, muertos resucitados, escenarios apocalípticos y carnicerías abandonadas son algunos de los ingredientes con los que el joven narrador Matías Candeira (Madrid, 1984) ha cocinado la perversa receta de Todo irá bien (Salto de Página, 2013). Es tal vez un exceso de confianza por mi parte invitar a un chef tan particular a pasar noche en mi residencia de verano, que por cierto parece sacada de uno de sus terroríficos relatos: una vieja casa de piedra, en un rincón aislado de la costa de Cantabria, la diminuta aldea de Toñanes. Esta entrevista, que tiene lugar en el desván de la casa a altas horas de la madrugada, es el resultado de mi osadía. Todo sea por Micro-revista.

Bueno, lo primero cuéntanos qué te trae por aquí.

Estoy haciendo el camino jacobeo de la costa con unos amigos. Lo vamos haciendo por tramos cada verano, y este año tocaba de Laredo a San Vicente de la Barquera. Y aquí estamos.

Aquí estamos. Descansando del cuento por una temporada, entonces.

Espero descansar durante más tiempo que una temporada, la verdad.

 ¿Y eso?

Creo que después de tres libros de relatos necesito una oxigenación. La verdad es que ahora no sé qué más voy a decir que no haya dicho en mi último libro. Me dejó agotado, y no he vuelto a tener esa especie de esponjosidad que uno debe tener para escribir relato…¿Sabes a lo que me refiero con lo de esponjoso, no…? Pues eso, que ya no estoy esponjoso.

¿Tienes pensado escribir novela o descansar de la escritura?

Sí, sí, llevo ya algún tiempo con diferentes proyectos de novela; lo que pasa es que a la hora de la verdad he abandonado muchos. Pero creo que este año tengo un proyecto bastante sólido.

¿Algo que se pueda contar?

Me temo que no, porque hay una buena noticia por medio que todavía no se puede hacer pública….

Bien, pues si no podemos hablar del futuro hablemos del pasado. Empieza por contarnos cómo empieza tu carrera literaria, y en concreto esa manía tuya de escribir cuentos, que al parecer estás a punto de interrumpir.

Mi vocación empieza a los quince años y se afianza a los diecinueve, pero creo que no es hasta los veintiún años cuando empiezo a plantearme dedicarme a esto de manera profesional. O mejor dicho, de manera más seria, más comprometida, porque no creo que la idea de la escritura como profesión tenga excesivamente que ver con la vocación.

Tengo entendido que por esa época estabas muy centrado en el cine.

Es que estudiaba Comunicación Audiovisual. Me gustaba mucho el cine, pero por desgracia en la carrera no supieron hacérmelo nada atractivo. No es que el cine no tuviera interés, sino que no lo tenía la universidad en general, que salvo honrosas excepciones recuerdo como un lugar alienante, del que sólo se puede sacar un provecho humano y no de otro tipo. Por lo menos la facultad de Comunicación Audiovisual de la Complutense es un museo arqueológico, con momias dando clase que no saben lo que está pasando fuera. Luego hice el máster de guión en la ECAM durante tres años.

Y en ese contexto, ¿cómo comienzas a interesarte por la escritura? ¿A través de talleres?

Sí, comencé a formarme en talleres a los diecinueve años y esos estudios se prolongaron más o menos hasta los veinticuatro. Y sí, fueron importantes en mi carrera. Los talleres no son la panacea, de acuerdo, pero sí un vehículo bastante aceptable para entender una serie de cosas, sobre todo en cuanto a lecturas y en cuanto a la manera en que puede abordarse la crítica. Es, además, un pre-ensayo de lo que es el mundo literario tiene a nivel humano: te relacionas con gente que entiende literatura y esa gente puede darte su opinión. (Una pausa) O no, que de todo hay.

Dejaste los talleres a los veinticuatro años como alumno, pero has seguido implicado como profesor, ¿verdad?

Sí. Lo hago fundamentalmente porque es lo que me da de comer, pero sólo los disfruto de verdad cuando puedo hilar fino, y cuando el nivel de los alumnos es suficientemente alto para no tener que llevarlos por ese camino recto, canónico, de la narratología básica. Porque un profesor no enseña lo que quiere sino lo que tiene que enseñar, y a veces lo que a uno le gustaría es romper con lo canónico y no seguir tantas pautas.

Supongo que es en esos primeros talleres cuando comienzas a perfilar los cuentos de tu primer libro, La soledad de los ventrílocuos (Tropo Ediciones, 2009).

Sí. Lo escribí íntegramente en talleres. Y la verdad es que es un libro que me sigue gustando. Me parece fresco, aunque quizás es un poco inocente. Los cuentos son correctos, pero también muy blancos; digamos que se notan mucho las referencias de las que bebía entonces. Se nota que estaba probando, experimentando cosas.

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Dices que se perciben muy claramente tus influencias. ¿Los relatos son menos personales entonces?

Bueno, sí son personales, porque todo es personal. Cuando escribes, una parte de las tripas te dice “esto está bien”: ojo, las tripas, ni siquiera el cerebro. Y cuando empiezas de hecho te riges mucho más por las tripas que por el cerebro, que es lo que me pasaba entonces. Pero es verdad que quizás era menos exploratorio en el sentido de hallar una voz, de descubrir toda la energía del lenguaje. Por aquel entonces parecía fácil escribir: luego te vas dando cuenta de que el lenguaje es una herramienta muy difícil, que cada vez cuesta más dar por bueno un texto. Y a lo mejor La soledad de los ventrílocuos es muy fresco precisamente porque cuando no sabes nada, lo puedes hacer todo. Mi último libro tal vez no sea tan fresco, pero es mucho más potente, porque tengo más herramientas.

Antes de ese libro que mencionas viene otro. Háblanos un poco de él.

Sí. Antes de las jirafas, que publiqué en 2011 en la editorial Páginas de espuma.No se parece demasiado al anterior, aunque algunos de sus temas ya estaban apuntados en La soledad de los ventrílocuos: de hecho, si uno explora los cuentos que escribe en orden, muchas veces se dará cuenta de que está anticipando el libro que vendrá después.

¿Y cuáles son esas diferencias entre los dos libros?

Antes de las jirafas tiene más unidad. Es también un libro que me parece muy divertido, y con un discurso que se mueve entre lo pop y la serie B. Trata una serie de temas monstruosos, intangibles, una exploración de lo que está fuera de la humanidad. Y lo hace a través de homenajes a diferentes códigos: las mutaciones, los asesinos en serie, los monstruos malignos, el cómic, la novela negra…Luego viene Todo irá bien.

Y ahí cambias de registro de nuevo.

Sí, y el resultado me gusta mucho más que los dos libros anteriores. Si tuviera que escoger un libro me quedaría con Todo irá bien: ahí estoy más hecho como escritor, no estoy homenajeando ni imitando, ni las referencias que tengo me pesan lo suficiente como para sepultar lo que tengo que decir. Es un libro mucho más fuerte en el buen sentido, más desinhibido, aunque para lograr esa desinhibición he tenido que pasar antes por los otros libros.

También me parece percibir un giro hacia planteamientos menos narrativos, más ambiguos.

Pues yo sí creo que son relatos narrativos, aunque es complicado eso que mencionas de la ambigüedad. Al libro se le ha achacado precisamente eso: que como narrador me estoy guardando cosas para mí, que aludo a las cosas lateralmente, lo cual es en parte cierto y en parte no. Es verdad que juego con la ambigüedad en ocasiones, que no todo está claro, pero la verdad del texto está en el texto: no estoy ocultando información relevante para que puedan ser disfrutados. (Reflexiona) Así que eso que dices de ambiguo…No sé, puede ser.

A mí como lector sí me lo ha parecido. Incluso he creído observar en la prosa un cierto coqueteo con la poesía. ¡Pero teniendo en cuenta tu respuesta anterior, seguro que no estás de acuerdo!

Sí, también me han dicho lo de la poesía, pero…No sé. El problema es que yo no sé el libro que he escrito. Hay una frase de Lou Reed… (Busca en su móvil) Aquí está. “El que yo sea autor de estas canciones no quiere decir forzosamente que sepa de qué van”. Pues eso. Yo sí sé de qué trata el libro, claro, o al menos creo tener una idea, pero no tiene por qué coincidir con lo que habéis percibido los lectores.

Bueno, aunque no sepas qué has escrito, al menos sí podrás decirnos cómo lo has escrito. ¿Cómo se desarrolló el proceso de escritura?

Pues escribí casi todo el libro como becario de la Fundación Antonio Gala. Salvo el último relato, que era bastante antiguo, y los relatos más breves.

Así que los relatos más breves los escribiste en otro momento. Me alegro de que lo menciones, porque precisamente quería preguntarte por otro elemento llamativo del libro: la alternancia de relatos muy largos, que tienen casi la extensión de una nouvelle, como “Los que vuelven”, con relatos tan breves que casi parecen microrrelatos, como “Babette”.

Bueno, es cierto que “Los que vuelven” es muy largo y “Babette” muy corto, pero creo que ambos tienen la respiración de un cuento, no de la nouvelle ni del microrrelato. En cualquier caso, sí, era una mezcla arriesgada, y no sé si ha funcionado. Algunas críticas han hecho notar que los textos breves son menos potentes. Y puede que tengan razón, pero es que no puede medirse por el mismo rasero un texto de treinta páginas, en el que hay mucho tiempo para generar un clima, y un cuento de apenas tres páginas.

No seas tan humilde. Citas mucho las críticas negativas, pero has tenido también valoraciones muy positivas, como la de Marta Sanz o de Santiago Eximeno.

Sí, quizás tenga un poco más en mente las críticas negativas porque son de las que uno más aprende. Además es verdad que la crítica ha estado muy polarizada, y eso es raro: críticos a los que claramente les ha gustado y críticos a los que claramente no. Al escribirlo yo ya sabía que era un libro que no era fácil de leer, pero era el libro que yo quería escribir.

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Te he oído decir alguna vez que “escribías para que te entendiera hasta tu abuela”. ¿Ya no piensas igual?

 Bueno, entonces claramente me he contradicho (risas). No, ahora en serio, yo eso lo decía en un contexto muy concreto: como forma de oposición a un discurso esnob que circula sobre el relato. Todo eso de que debe ser un género difícil para lectores exigentes. Antes yo era un militante del género, pero ya no; no me gusta formar parte de ese grupito de escritores españoles de cuento que sólo se leen entre ellos. Por eso decía que quería que me leyera hasta mi abuela: otra cosa es que lo entienda o que me lo lance a la cara. Y si yo formo parte de ese grupo minoritario no quiero que sea por escribir cuento y porque eso sea en cierto modo una diferenciación esnob, sino porque quizás los temas que me interesan no tengan una amplia acogida por parte del público.

Eso me recuerda a algo que escribiste hace poco en la revista Quimera: un manifiesto titulado “Contra el cuento”. Esto de que un cuentista que está promocionando libro se pronuncie en contra de la publicación de libros de relatos no deja de ser sorprendente…¡Matiza, por favor!

Sí: es algo en lo que me reafirmo. Estoy a favor de que sea más difícil publicar libros de cuentos. Creo que se han publicado demasiados, generalmente irregulares; por eso soy partidario de que el rechazo editorial sea la norma, y que sólo en caso de que un editor encuentre una joya que verdaderamente le deslumbre se decida a publicarlo. Ahora por desgracia estamos inmersos en la corrección política de ese discurso de que “todos los libros tienen algo bueno”.

Cuidado, que a lo mejor con el listón tan alto nos quedamos todos sin editor…

Sí, claro: a lo mejor no se habrían publicado mis libros tampoco, y habría tenido que escribir otros diferentes. Bueno, no pasa nada. Aun así soy partidario de que aumente el rechazo editorial, porque es en los escenarios hostiles donde uno puede escribir algo bueno de verdad.

Lo que no entiendo es por qué personalizas esa supuesta mediocridad de las publicaciones en los libros de relatos. Lo mismo pasará con la novela, digo yo.

Sí, claro, pero es que además en el caso del cuento hay un discurso esnob que me molesta mucho. Y también una cierta complacencia por la repetición clónica de los mismos tipos de libros, formados por cuentos redondos de cinco páginas, sin errores pero también sin atrevimiento. No veo exploración. Me gustan los autores que experimentan, que ensayan otras dimensiones, cuentos más largos, por ejemplo, o cuentos que no funcionen como una máquina de relojería, sino que se permitan más imperfecciones y correr más riesgos…

Me recuerda a un pasaje de 2666 (Roberto Bolaño), en el que un personaje dice que los lectores de hoy prefieren los ejercicios de esgrima perfectos de los grandes maestros –creo que pone como ejemplo Bartleby, el escribiente de Melville- en lugar de la auténtica batalla, que se encuentra en las imperfecciones de las grandes obras, como Moby Dick.

No he leído 2666, pero sí, creo que es algo así. Se trata de no repetir lo que ya ha funcionado, para intentar abrir nuevos caminos. Lo peor de escribir siempre el mismo tipo de libro –que en España es por ejemplo el mal horneado de imitar la escritura de Carver- es que produce además el mismo tipo de discurso crítico clónico: “Bueno, el libro está bien, tiene cuentos buenos y otros con altibajos…” Estoy cansado de eso.

Sí, te veo cansado.

De los relatos sí, ya te lo he dicho al empezar. Pero todavía no tengo sueño. Podemos seguir hablando un poco más. Eso sí, prohibido hablar de relatos.

De acuerdo, nada de relatos.

  (Y nos quedamos callados)


Nace en Santander en 1984. Licenciado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada (UCM). Es autor de las novelas El héroe de Duranza (Ed. Ir Indo, 2002) y Farmer Stop (Ed. Complutense, 2010) y con sus obras ha obtenido, entre otros, los premios José Hierro de Relato y Poesía del Ayuntamiento de Santander, el Premio Internacional CRAPE de cuento o el Premio de Narrativa Ramón J. Sender, y ha sido finalista del XII Premio Mario Vargas Llosa NH de libro de relatos. Su última obra es el libro de relatos Los que duermen (Salto de página, 2012).

Nace en Madrid en 1984. Es licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad Complutense y diplomado en guión de cine y televisión por la ECAM. Ha publicado los libros La soledad de los ventrílocuos (Tropo editores, 2009) y Antes de las jirafas (Páginas de Espuma, 2011) y Todo irá bien (Salto de página, 2013), aunque parte de su trabajo creativo también ha transitado la publicidad, el cortometraje o los videojuegos.  Actualmente es profesor en la Escuela de Escritores de Madrid, donde imparte cursos de creación literaria. También ha recibido numerosos premios literarios por su trabajo y sus textos han sido recogidos en revistas como Quimera, Ribera del Duero, y diversas antologías, entre otras Prospectivas (Salto de página, 2012), Pequeñas resistencias 5 (Páginas de Espuma, 2009) o Siglo XXI: los nuevos nombres del cuento español (Menoscuarto, 2010).

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Sobre Juan Gómez Bárcena:

Nace en Santander en 1984. Licenciado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada (UCM). Es autor de las novelas El héroe de Duranza (Ed. Ir Indo, 2002) y Farmer Stop (Ed. Complutense, 2010) y con sus obras ha obtenido, entre otros, los premios José Hierro de Relato y Poesía del Ayuntamiento de Santander, el Premio Internacional CRAPE de cuento o el Premio de Narrativa Ramón J. Sender, y ha sido finalista del XII Premio Mario Vargas Llosa NH de libro de relatos. Su última obra es el libro de relatos Los que duermen (Salto de página, 2012).

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