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Entrevista a Miguel Noguera o cómo acabar de una vez por todas con la segunda ley de la termodinámica

Entrevista a Miguel Noguera o cómo acabar de una vez por todas con la segunda ley de la termodinámica

Por Esther García Llovet

A la gente normal suelen ocurrirles cosas normales casi siempre pero a la gente rara le pasan cosas raras todo el tiempo. Por la cabeza les pasan cosas raras, o muy raras pero imprescindibles. Como hervir un oso. ¿A quién se le ocurre hervir un oso? ¿Dónde cabe el oso éste de largas mechas californianas? Pues en el cráneo centrífugo de Miguel Noguera, alguien a quien no vamos a definir como personaje inclasificable porque eso lo clasificaría ya de alguna manera y Miguel Noguera constituye un género por sí mismo. Un género absoluto. El chicle de forraje. Miguel Noguera nació en Canarias en el 79 y hace cómics, monólogos, sale en pelis de Vigalondo. Todo muy rápido. Todo sobre la marcha. Lo ideal para disfrutar de Miguel Noguera -a quien podéis ver en El Teatro Alexandra de Barcelona casi todos los viernes y muy ocasionalmente en Madrid- es que no te ocurra nada de nada los dos días anteriores. Encerrarte en casa y dejar la mente en blanco, un vacío zen, para dejar sitio, como antes de la cena de Navidad. Luego vas y lo disfrutas, al Noguera, un tipo que no parpadea en la hora y media de espectáculo, los ojos muy abiertos: un cirujano plástico. A veces se pone a cantar con acento medio italiano, igual que el tenor cutre del Metro de Concha Espina. Canta y habla de cosas a medio hacer, a punto de ocurrir, cosas que es como si fueran a manifestarse del todo en un universo especular y preocupante, derretido de entropía y caos formal, osos, Cristos y niños muertos.

Aquí lo tenéis en carne y hueso. Miguel Noguera.

La media de edad de tu público es de unos veintitantos años, tirando a treinta. ¿Por qué crees que es así?

Sí, creo que entre 25 y 35, y más jóvenes también. Una vez llevaron a un niño… Creo que lo llamativo es que una parte importante de público es más joven de lo que cabría esperar. No sé cómo valorar este hecho… Cuando lo pienso surgen dos imágenes que se contraponen, siento que hay como un contrapposto en el tema de la juventud de los espectadores, por una parte la imagen de “el viejo loco del que solo se reían los muchachos”, y por otra, “el viejo que por un azar conectó con lo más incipiente de su tiempo y llenaba auditorios con jóvenes estudiantes inquietos, bla, bla…”. No sé, no sé… También pienso que quizá estos jóvenes evolucionen, se harten de mí en unos años y digan “¿Os acordáis de cuando lo flipábamos con Noguera? ¡Qué inocentes éramos entonces!”, o quizá digan, “Tengo cuarenta años y siempre vuelvo a Noguera. Lo he aburrido mil veces, pero siempre vuelvo… Los amores de juventud son los mejores, bla, bla…”. En fin, siempre aparece el contrapposto…

¿Tienes ideas recurrentes? ¿Hay algún tema que se repita quieras o no? Muchos niños y señoras por ahí.

Claro, claro… Es más, solo tengo ideas recurrentes. Anoto siempre la misma cosa, como la mayoría de los artistas… En fin, el juego de siempre con las propias obsesiones formales. Voy puliendo unas maneras y voy durando en unos medios (libro y escenario), pero el material es siempre el mismo… Aunque quizá ahora anoto más cosas que antes. Me he permitido afinar el registro. Hago un grano más fino de la misma sustancia… Y sí, la visión de la demencia y de la infancia me inspira, es una de mis alegrías. Es un poco feo, pero es así. No hay nada como los viejos estropeados o los niños jugando; ya sea como pura presencia o como fuente de contenidos. Pero tengo otras fuentes, por favor, no todo serán viejos y niños… también me gustan mucho las rampas y los muros antiguos… Todo desde la barrera, claro, pura contemplación y registro de la contemplación. El poeta en el rincón del café, con el ceño fruncido…

¿En qué se parece el miguel del Ultrashow al que sale de cañas con sus amigos? ¿No te china un poco estar hablando en serio con alguien y que se ría?

Apenas salgo de cañas con mis amigos, y encima no bebo… En todo caso, es una bendición que alguien te ría las gracias, dentro y fuera del escenario. Es un bálsamo, no solo para el ego sino también para el espíritu, porque indica que compartís mirada (al menos en parte), que hay un aliado, alguien que te coge el testigo… Pero bueno, es cierto que tengo dos fases principales, dos modos profundos que se complementan, el modo embobado, cobarde y culposo, y el modo humorístico o alegre. El terror de saberse medio muerto y la alegría de la muerte. Uno necesita del otro. Incluso creo que en el escenario, pese a que domina la alegría, puede intuirse como el terror lo ancla todo. Una vez, mi amigo Jonathan Millán (el artista-gato de las sensaciones) definió mi trabajo como La Risa de Satán. No puedo estar más de acuerdo.

Me interesa mucho el lado melancólico y un poco sádico de algunos cómicos (Andy Kaufman, Andrés Pajares, Peter Sellers, Gracita Morales). ¿No te parece que a veces el personaje privado y el público no tienen nada que ver?

Bueno, ya te digo, es la paradoja del payaso triste, ja, ja, ja… Bueno, quizá la paradoja se encarne más claramente en la figura del bufón. De hecho, apenas veo cine, pero hace poco volví a ver Andrei Rublev, de Tarkovski, y sale un bufón que respira muy bien ese doble origen. Hay una frenada muy marcada entre su espectáculo y el post, muy melancólico, justo en 2:09. El hombre se gana el sustento exhibiendo cierto tipo de energía que después deja lugar a un hueco melancólico donde se rearma la energía.

¿Qué y quién te hace reír a ti? Te hemos visto muchas veces con los Venga Monjas.¿Por qué te gustan? ¿Qué crees que diferencia a un cómico en solitario de las parejas de cómicos?

Hombre, las caídas, los accidentes repentinos, etc. siempre te arrancan una carcajada. El clásico accidente del café que se derrama y quema a un señor exageradamente. El tropiezo ridículo que desemboca en una cara llena de sangre. También me hacen gracia los ridículos existenciales severos. Hoy mismo he descubierto el caso de Simon Parkes, un político inglés que propone una desbarrada muy embarazosa, el clásico delirio del sexo extraterreste (el hombre dice tener diez hijos con una extraterrestre), todo ilustrado con muchos dibujos pueriles… El ridículo serio, el ridículo adulto. Aparte de esto, no suele interesarme la comedia como tal, apenas la consumo. No me considero un cómico, pero en el fondo no importa. De los Venga Monjas, aparte de la empatía y el afecto que me inspiran, me gusta cómo trabajan, la economía de medios y la inmediatez, la apertura a los imponderables y al humor privado, en ocasiones completamente abstracto, lo que Nacho Vigalondo definió como humor formal. Corto y pego del difunto blog de Nacho

“Si pudiésemos concentrar todo el valor de La Hora Chanante en un punto, ese sería explotar una modalidad de humor que, igual me equivoco, nunca se había desarrollado con continuidad en España: El humor formal. O sea, todos aquellos chistes que nunca vendrán en un guión. Zooms a ninguna parte. Planos inexplicablemente breves. Pausas contrahechas. Ráfagas musicales a traición.  Descomposición del plano contraplano. Recursos cuyo valor se demuestra, como poco, en el hecho de que antes no existían. Y que han creado escuela.” 

¿Qué tal te fue en Buenos Aires? ¿Te parece que tuviste un público como el de aquí?

Fue muy bien, la verdad es que todo se debe a la buena organización de Federico Winer, el chico que decidió invitarme a Buenos Aires. El público reaccionaba más a los contenidos que al personaje, y eso es bueno. Supongo que se debía a que apenas me conocían allí. No existía el rollo fetiche que puede haber aquí. Contento con la experiencia.

¿Te gusta el término freak? ¿Cómo definirías lo freak y por qué crees que hace unos años jamás nadie se hubiera definido a sí mismo de esa manera?

Buf, no uso casi nunca esa palabra. Una frikada, un frikazo… Supongo que quiere reflejar la estética de la rareza personal o la adhesión a gustos más o menos minoritarios. Siempre resulta violento cuando alguien se autodefine como freak. “No me hagáis caso, soy un poco freak”, o el violentísimo “No me hagáis caso, se me va mucho la olla”. No sabría responderte a la pregunta por el auge del término, yo qué sé… internet, Jackass, los anuncios de Aquarius, el Habbo Hotel… Quizá lo freak se vería confrontado a sí mismo si alguien se sacara del bolsillo una hez envuelta en papel de plata y se pusiera a masticarla diciendo: “No me hagáis caso, soy un poco freak” o si alguien disculpara a su padre con un “No hagáis caso de mi viejo y sus fotos de bebés… el tipo es un frikazo”.

En tus Ultrashows a veces parece que te quedas estupefacto con lo que se te ocurre en ese momento como si el primer sorprendido fueras tú. ¿Qué pasa ahí? ¿Cómo es que siendo tan anticlímax rematas con semejantes bombas? 

El show es una mezcla de clímax y anticlímax. El mejor momento es aquel en que se me ocurre algo, claro. Cuando surge una bifurcación en lo que iba a explicar, una vía viva, un pensamiento en directo. No siempre sucede, pero es de lo más gratificante. También hay “bombas” que se me ocurrieron en un show y que luego repito en los siguientes fingiendo que se me ocurren en el momento. En ocasiones finjo frescura, claro. Todo es una lucha por sentirme lo suficientemente cómodo y conectado a lo que digo como para que brote un pensamiento o una imagen instantánea. Es una lucha por mantenerse conectado a la propia pasión.

¿Qué quieres hacer ahora?

Tengo que acabar el próximo libro… Aparte de eso y los shows programados, poca cosa. Cantar y leer.

Ilustración de Jorge Freire.

Esther García Llovet es una de las narradoras más imaginativas y perturbadoras de las últimas décadas. Es psicóloga clínica. Ha publicado las novelas Coda (Lengua de Trapo, 2003), Submáquina (Salto de Página, 2009) y Las Crudas (Ediciones del Viento, 2009).

Miguel Noguera nació en Las Palmas de Gran Canaria en 1979. Licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Barcelona. Ha escribo Hervir un oso (Ed. Belleza Infinita, 2010), Ultraviolencia (Ed. Blackie Books, 2011) y Ser madre hoy (Blackie Books, 2012).

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Sobre Esther García Llovet:

Esther García Llovet es una de las narradoras más imaginativas y perturbadoras de las últimas décadas. Es psicóloga clínica. Ha publicado las novelas Coda (Lengua de Trapo, 2003), Submáquina (Salto de Página, 2009) y Las Crudas (Ediciones del Viento, 2009).

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