Entrevista a Ricardo Menéndez Salmón

Por Cristina Consuegra

No hay literatura sin memoria.

 

Ricardo Menéndez Salmón* conoce muy bien lo que tiene la literatura de cinética y orgánica, prueba de ello es Medusa (Seix barral, 2012), su último título. Esta novela apuntala el entramado poético del asturiano al tiempo que refuerza su condición de autor de obra. Con una prosa contundente y poderosa, implacable, Medusa mide el ejercicio del mal a través de las obsesiones literarias de su autor y centradas en la figura de Prohaska, epicentro de este artefacto narrativo, principio y fin de las cuestiones universales en torno a la condición humana.

Con la publicación de Medusa, tu condición de autor de obra se refuerza, al igual que las ideas capitales que conforman tu poética. A la luz de lo publicado, ¿qué te ha concedido esa reflexión, desde ángulos tan diversos, en torno al ejercicio del mal?

Lo ya insinuado en Derrumbe y que Medusa confirma: el doble movimiento fascinación/repulsión que la maldad opera en sus actores y en sus espectadores. Y también la evidencia de algo que intuí hace tiempo, desde mis años de estudiante de Filosofía: el hecho de que quien desee aproximarse a la pregunta por la condición humana, antes o después debe interrogarse acerca de las encarnaciones históricas del mal.

Eres un autor que destaca, entre otros motivos, por una relación personal con la literatura. ¿Se ha modificado por el paso del tiempo? ¿El autor ha llegado a afectar a la persona?

Me sorprende la premisa de tu pregunta. No sé cómo un escritor podría mantener una relación no personal con la literatura. Para mí literatura y vida se alimentan inextricablemente. Soy escritor cuando contemplo una exposición, cuando viajo, cuando estoy con mis hijos. Lo único que el paso del tiempo ha ahondado es mi convicción de que la literatura es mucho más que un oficio, que en ella existe algo que se resiste a ser contemplado única y exclusivamente desde la perspectiva del trabajo. A falta de una palabra mejor, y sin pretender otorgarle ningún sentido espiritual al término que empleo, diría que la literatura es un don.

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Con La luz es más antigua que el amor, incorporas al entramado de tu poética nuevos elementos que apuntalan tus obsesiones literarias. Quiero hacer referencia a la relación entre literatura y práctica artística. En este momento de tu trayectoria profesional, ¿qué logra despertar mayor interés o qué te conmueve con mayor dureza, la palabra o  la imagen?

Querría escapar a cualquier disyunción. No palabra o imagen, sino palabra e imagen. La imagen, cualquier imagen, me seduce precisamente por su aspiración a ser dicha, a ser traducida a palabras. Nunca olvido que si existe una maquinaria sin parangón a lo largo del tiempo para generar imágenes, esa ha sido la palabra del filósofo, la del poeta, la del novelista: la caverna de Platón, el ángel de Rilke, las parábolas de Kafka.

Con la publicación de La luz es más antigua que el amor y dentro de una trayectoria coherente, parece que inicias un enfoque/ajuste de tratamiento de tu poética, ¿compartes esta sensación.

Si eres un autor consciente de lo que la literatura debe significar, no puedes olvidar los libros que ya has escrito. En ese sentido, veo mi escritura como un embudo por el que cada vez pasa menos agua, pero con la condición de que ese líquido sea cada vez más puro. La luz es más antigua que el amor nace de una doble crisis, personal y de escritura, en la que no veía grietas en el muro, así que tuve que pelear y pelear para encontrar un resquicio por donde seguir, algo que se percibe, pues es un libro complejo en su arquitectura y ambicioso en su propuesta metaliteraria.

Uno de los grandes aspectos de Medusa es ese carácter evocador de tu propia obra, especialmente, La ofensa y La luz es más antigua que el amor. Parece que con cada nueva obra revisas/escribes al mismo tiempo las anteriores, ¿espontaneidad o revisión perpetua?

Isaiah Berlin decía que había dos tipos de escritores: los zorros, que se mueven en horizontal, oteando el paisaje y adecuándose a él, y los erizos, que se mueven en vertical, cavando un hoyo cada vez más profundo bajo su vientre. Yo me siento cómodo en el segundo casillero zoológico. Dicho esto, el trabajo de escritura es espontáneo. Cuando comencé a redactar Medusa no me dije a mí mismo: «Bueno, ahora vamos a tender puentes con mis novelas anteriores». Es el propio proceso de escritura el que te devuelve a esos parajes ya conocidos.

Hay quien defiende que el acto de fotografiar/filmar es un acto de no intervención. Si esto también lo aplicamos al hecho pictórico, tal como lo concibe Prohaska, en la novelaestableces un juego muy interesante ya que el narrador actúa como cronista subjetivo de los días y trabajos de Prohaska. ¿No tuviste cierto vértigo o temor a que la mirada del narrador determinará la del lector?

Es un riesgo inevitable. Donde hay narrador, hay juicio, y donde hay juicio, existe un propósito, consciente o no, explícito o no, de modificar la realidad.

En relación con el resto de tu obra, ¿es Medusa la novela en la que la mirada del lector es más urgente y prioritaria?

Quizá sea la que con mayor inmediatez interroga al lector. Y lo hace en una doble dimensión: como un plausible narrador, obviamente, pero lo que quizá sea aún más importante, como otro plausible Prohaska.

Otro gran logro de la novela es hacer que el motor de la historia, en ocasiones, la propia acción, pase ineludiblemente por el narrador que testimonia, calibra y opina,… ¿esto no crees que puede dejar a Prohaska en una suerte de fundamental segundo plano?

Es posible, pero siempre teniendo presente que Prohaska, su obra y su vida, son el hechizo innegociable, el talismán, el enigma que pone en marcha la maquinaria de la ficción.

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Quizá por la propia estructura de la novela y el empleo tan eficaz del narrador, el protagonista surge, en ocasiones, como elemento integrador de temas o asuntos de tu poética más que como un personaje al uso. ¿Esto es algo intencionado o que el propio personaje asume/reclama conforme la historia va adquiriendo forma?

Estoy convencido de que Prohaska es el personaje más intenso que he creado en los quince años que llevo publicando. En él se condensan buena parte de mis intereses universales (la pregunta por el sentido de la Historia, la pregunta por la existencia de Dios, la pregunta por el drama de la libertad), pero también todo ese mundo íntimo e intransferible que cada uno de nosotros arrastra consigo: como padres, como amantes, como hijos. Su importancia como personaje es mayor en la medida en que, no resultando una personalidad con la que parezca sencillo empatizar, sin embargo, antes o después, sospecho que la mayoría de los lectores son Prohaska.

La figura de Stelenski, personaje indispensable para el desarrollo de Medusa, se me antoja inquietante… ¿cómo se presenta en la novela?

El hecho de que Stelenski sea judío desmonta cualquier pretensión de contemplar a Prohaska como un nazi al uso. Stelenski es el salvoconducto de Prohaska hacia un arte sin filiación ni apellidos, la garantía de que Prohaska es ese técnico disciplinado y eficaz, pero al tiempo carente de cinismo alguno, cuya función es clínica, representativa, forense. También, sospecho, Stelenski representa en la novela una sabia advertencia de Juan José Saer: para poder contar siempre con alguien es preciso no tener que recurrir a él nunca. Quizá esa sea la definición más profunda de la amistad que conozco.

Y para crear a Prohaska, ¿profundizaste en la vida de algún artista en concreto?

Rotundamente, no.

En Medusa, la memoria vuelve a hacer acto de presencia, quizá con menos reclamo o fuerza que en otras de tus obras. ¿Tema ineludible?

No hay literatura sin memoria. Al fin y al cabo, somos logos, somos tiempo y somos memoria. No hay más.

¿Y la constante ficción/vida?

Cada autor la resolverá a su modo. Cuanto más escribo y más vivo, más consciente soy de que la ficción, cualquier ficción, palidece ante la realidad, cualquier realidad, pero que a la vez existe eso que Franzen, citando a Jane Smiley, llama simpatía liberal, el hecho en virtud del cual el acceso a la vida interior de las personas, con toda su riqueza de gradaciones, es algo que sólo la ficción puede regalarnos.

Hablemos ahora del ejercicio de la palabra. La prosa que exhibe esta novela es más plástica y contundente, implacable. ¿Cómo has trabajado la palabra en Medusa?

En los últimos años, de La ofensa en adelante, mi prosa se ha adelgazado, se ha hecho más meditada y exacta, pero a la vez también se ha vuelto más sustanciosa. Es como un músculo bien trabajado, con poca grasa. También he aprendido a renunciar a una página hermosa si no aportaba nada al desarrollo de la historia. Mi sueño hoy es que cada palabra, cada frase, cada párrafo resuenen inolvidablemente en la cabeza del espectador, que el lenguaje constituya por sí mismo una experiencia estética, pero que al tiempo cada página escrita labre un surco en las razones de la historia que cuenta.

Otro asunto que llama la atención es la selección de nombres propios que se deslizan por entre las páginas de Medusa, Bramantino, Caravaggio, Barthes,… ¿cómo llevas a cabo esta selección?

Dialogo siempre con aquellos a quienes admiro. En este caso, un artista de la imagen como Prohaska demandaba corresponsales a la altura: los citados, por ejemplo, o Turner. El caso de Barthes es distinto. Su correspondencia no se opera con la obra de Prohaska, sino con la sensibilidad del narrador sin nombre de la novela, que obviamente soy yo. Creo ser un escritor que no siente pudor alguno en mostrar cuáles son sus referentes culturales.

Me consta que eres un autor preocupado por el presente, por el acontecer. Relacionando este momento con Medusa y siguiendo los pasos de Benjamin Buchloh, todo arte, ¿debería realizar crítica política?

El arte es política. Siempre. Por exceso, por defecto, por omisión o por vocación. Todo es política en el fondo: relación del sujeto con el tiempo y el espacio en que le toca vivir, con los tiempos y espacios de los que procede, con los tiempos y espacios a los que aspira. Baselitz decía que, tras la Segunda Guerra Mundial, el arte quedaba ineludiblemente ligado a dar cuenta de la fealdad. Hago mío este pronóstico, aceptando que el término fealdad no está aquí empleado en un sentido exclusivamente estético, sino también ético y existencialista.

Fotografía de Ricardo Menéndez Salmón de Javier Fernández Largo

Cristina Consuegra se define como escritora, crítica y agitadora cultural. Es miembro del consejo editorial de la revista universitaria de cultura de la Universidad de Málaga. Colabora con medios digitales e impresos. Sus cuentos y poemas han aparecido en diversas antologías.

Licenciado en Filosofía y novelista. Ha obtenido más de cuarenta premios literarios y es reconocido como uno de los narradores españoles más originales e intensos. Sus últimas novelas son La ofensa, Derrumbe, El corrector y Medusa, todas publicadas en Seix Barral.

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Sobre Cristina Consuegra:

Se define como escritora, crítica y agitadora cultural. Es miembro del consejo editorial de la revista universitaria de cultura de la Universidad de Málaga. Colabora con medios digitales e impresos. Sus cuentos y poemas han aparecido en diversas antologías.

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Comentario

  1. Esther
    14/02/2013 at 10:48 · Reply

    genial. con una entrevista así comemos una semana entera.

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