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Entrevista a Constantino Bértolo

Entrevista a Constantino Bértolo

Por Cristina Consuegra

El cortoplacismo transforma la crítica en publicidad

 

Qué escribir sobre Constantino Bértolo, una de las mayores figuras del entramado editorial en nuestro país, que siempre ha pugnado por profundizar en la carne de la literatura, evitando lo epidérmico para intentar, así, entender el mundo, entender a uno mismo. Llegar al Otro. Qué decir para presentar esta entrevista y quedar a la altura de las respuestas certeras y beligerantes. Comprometidas. Qué opinar cuando, con su salida del tablero de juego, la escena literaria es menos literaria y más otra cosa rara cercana al intercambio de cromos. Quizá escribir, decir y opinar, que sin Bértolo la edición se queda aún más débil y temblorosa en una esquina de ese habitáculo enorme y ajeno que los grandes grupos están edificando. Sin más, pasen y lean.

PRH te preparó una fiesta por tu jubilación a la que acudieron amigos y personas de diverso pelaje. Una curiosidad, ¿cuál fue el pensamiento que más te acompañó durante el evento?

El motivo real de la celebración fue el décimo aniversario de la puesta en marcha de la editorial Caballo de Troya y no mi jubilación aunque se llegó al acuerdo de que durante su transcurso se comunicase oficialmente mi cese por jubilación  y por eso quise dejar claro,  y así se hacía ver en la invitación que se envió,  que en ningún caso asumía el acto como una celebración de carácter personal. Dicho esto no deja de ser cierto que aquel encuentro festivo con el entorno más cercano a la editorial inevitablemente, y ya conocida la noticia de mi cese, se transformé en un ágape un tanto paradójico durante el cual tuve la sensación de estar asistiendo de cuerpo presente a mi propio funeral. Una especie de postrimería irónica porque la jubilación no deja de ser al menos en teoría ese espacio temporal de descanso entre la muerte laboral y la muerte física o definitiva que el capitalismo nos ofrece a cambio de habernos explotado durante los mejores años, física e intelectualmente, de nuestra vida. Curiosamente la jubilación, que hoy la crisis ha teñido de privilegio generacional, además de un momento fúnebre es también un momento de fiesta lo que vendría a confirmar que el trabajo en sociedades como esta se sigue viviendo no como algo connatural a la condición del vivir sino como un castigo. En mi caso, y supongo que como en bastantes otros, esto dio lugar a un sentimiento esquizofrénico pues si por un lado con el cese de mi actividad en la empresa terminaba la explotación directa de mi fuerza de trabajo por otro también abandonaba – o me hacían renunciar-  el ejercicio de aquellas capacidades a través de las cuales me había venido relacionando con mi entorno social y construido parte decisiva de mi identidad personal y social. Además, y dado que yo no había elegido libremente la fecha de mi cese, la celebración, a pesar de resultar francamente amistosa y amable, no dejó de ser un acontecer irónico en el que solo la prudencia general evitó derivar hacia una especie de cinismo o sarcasmo laboral. No soy muy defensor de la ironía como recurso literario pero por una vez he de confesar que la ironía de tal situación resultó ser un territorio felizmente adecuado.

Viajemos ahora al punto de partida. En la presentación de Caballo de Troya, hace de eso poco más de una década, Claudio López De Lamadrid dijo que el sello surgía con espíritu y estrategia editorial independientes dentro de un gran grupo. Del recorrido realizado hasta la fecha, ¿qué ha sido más difícil mantener el matrimonio entre ‘espíritu’ y ‘estrategia’, o tener presente en todo momento la idea de gran grupo?

Desde ese punto de vista conyugal que propones creo que la cosa resultó bastante comparable a lo que llamaríamos un arreglo matrimonial a la antigua: sin mucho amor, con escasa pasión compartida, sin demasiado interés ni demasiadas esperanzas pero sin engaños a la hora de hablar de la dote y la distribución de jerarquías en la convivencia. Matrimonio no solo de dos camas sino, diríamos, de habitaciones separadas aunque dentro de un mismo domicilio fiscal. La cosa quedó clara desde el principio: a Caballo de Troya se le adjudicaba un abrigo y techo editorial en el seno de la gran mansión en las condiciones de libertad y atención propias de quien tiene ante todo la obligación de molestar lo menos posible, es decir, a cambio de escasa atención comercial se le adjudicaba un alto grado de libertad en su programación. Un experimento que entiendo ha resultado positivo para ambas partes aun cuando ni el espíritu ni la estrategia fueron coincidentes en muchas ocasiones.

A priori, la jugada parecía redonda, se publicaría a autores primerizos de los que el sello principal se podría nutrir. ¿Por qué RHM no apostó, con firmeza y contundencia, por Caballo de Troya?

El hecho de que Caballo de Troya llegase a existir ya fue en sí mismo toda una apuesta y si esa apuesta se mantuvo durante diez años cabe pensar que fue una apuesta asumida con responsabilidad por PRH. Es evidente sin embargo que la editorial no gozó del apoyo decidido de la maquinaria editorial que un gran grupo editorial puede aportar. De ahí que en alguna ocasión definiera la editorial como el pariente pobre de una familia rica y de ahí, supongo, que Herralde antes de vender Anagrama a una multinacional italiana hablase en alguna ocasión de Caballo de Troya como una editorial “consentida”. En todo caso y por desgracia el consentimiento no conllevó ningún mimo estructural o económico sino todo lo contrario: sueldo discreto, presupuesto mínimo.

Luego del primer impulso que incorporó su aparición en el mundo editorial no se iba a lograr sostener ni la apuesta ni el espacio que la iniciativa posibilitaba. Hasta fechas muy recientes, por ejemplo, la editorial no contó con recursos definidos en el campo de la promoción y el marketing e incluso soportó carencias graves en ese sentido durante un largo período de su existencia. Personalmente entiendo que el grupo podría haber apostado más para dotar al sello de mayor relevancia y visibilidad en el mercado procurando que funcionasen adecuadamente las sinergias favorables que una economía editorial de escala proporciona, pero es obvio que en última y primera instancia es la rentabilidad a corto plazo la que en definitiva modula las estrategias empresariales y aun cuando la estrategia diseñada para Caballo de Troya no implicaba presión económica, esa ausencia de presión va a dar origen a que lo que llamo “sinergias negativas” hagan su aparición: la colocación se descuida o burocratiza, las tiradas decrecen de manera automática, el marketing y la promoción resultan inviables y el sello se vuelve marginal e inexistente en el interior de la estructura editorial de la propia empresa. Ni para bien ni para mal entra en la dinámica del grupo y aunque la dirección literaria del grupo mantenía su empatía  e interés hacia la labor de Caballo de Troya estuvo pronto claro que la dirección general apenas se implicaba en el proyecto  de un sello que aportaba en todo caso una cota de prestigio cultural en unos momentos en los que el prestigio que no pase por las cifras de ventas más que un valor es una rémora.  Conviene no engañarse y reconocer que la única ambición que la llamada cultura empresarial reconoce y homologa es la ambición económica.

Para más paradoja y como ya he señalado, entiendo que es precisamente esa falta de atención por parte del grupo empresarial lo que permite altas cotas de autonomía y libertad a la hora de programar y trazar las  señas de identidad a la editorial.

¿Qué valoración haces de esta década?

Bien podría resumirse afirmando que hemos pasado de un país donde la autosatisfacción parecía ser un sentimiento general a un país donde el descontento parece marcar el tono y la tonalidad sociocultural dominante. Creo sin embargo que esta valoración está reclamando óptica narrativa dotada de mayor capacidad de comprensión y precisión y a este respecto confío en que pronto aparezca alguna obra literaria que aborde con ambición esa tarea. Mientras tanto sí me gustaría señalar que ya en el 2005 apareció en Caballo de Troya un título ilustrativo de aquellos momentos: El año que tampoco hicimos la revolución, en el que el Colectivo Todoazen narraba, a su especial modo y estilo, un misterio social: cómo era posible que en una sociedad en la que los empresarios lograban tasas de beneficio cercanos al 30% y los salarios sólo se incrementaban un 3% no estallara el descontento. A través de un collage de datos económicos y sociales se daba cuenta también del alto grado de corrupción que a modo de contrapunto atravesaba toda la escala social  al tiempo que la banalidad y la frivolidad mediática y cultural campeaban por doquier. Por esos mismos tiempos también el catálogo daba cobijo y existencia a una serie de “novelas de la precariedad” como eran, entre otras, El malestar al alcance de todos de Mercedes Cebrián, Unas vacaciones baratas en el miseria de los demás de Julián Rodríguez, El esqueleto de los guisantes de Pelayo Cardelús o Cartas clandestinas de un cartero casi enamorado de Pablo Caballero. Quiero hacer ver con esto que aquella autosatisfacción general llevaba dentro de forma clara y manifiesta una situación de crisis social y económica que al poco afloraría de manera radical provocando esa actual tonalidad de descontento que, aun sostenido en razones y causas tanto cualitativa como cuantitativamente insoslayables, no debería hacernos olvidar la necesidad de tener en cuenta, -contar, narrar, tomar en consideración- que en este país todavía el número de “contentos” acaso sigue siendo, intrahistóricamente hablando, más mayoritario de lo que desde algunos sectores de la vieja o nueva izquierda se piensa. Y aunque ojalá me equivoque, a ese respeto no deja de llamarme la atención el éxito de determinadas narrativas que han abordado en clave de tremendismo existencial el tema de la crisis desde ópticas un tanto miserabilistas que nada ofrecen más allá de la estética de la desgracia ajena. Es llamativo comprobar como tantos “ganadores” culturales de éxito nos venden una y otra vez  fracasos y desgracias de perdedores.

Con un catálogo como el de Caballo siempre se tiende a relacionar los títulos que en él habitan con su efecto en el horizonte editorial. En ocasiones, obviamos u olvidamos el trayecto inverso, el efecto de ese catálogo en quien lo planifica y alimenta. ¿Qué te ha aportado Caballo de Troya?

Comentaba antes la extraña esquizofrenia que produce el hecho de que la libertad y autonomía (acaso sería mejor hablar de indiferencia o condescendencia) a la hora de plasmar un catálogo se asentase de alguna manera en la escasa relevancia que el grupo editorial concedía a la editorial. Esa “libertad” que tenía como contraparte la escasa atención comercial al sello la viví durante mucho tiempo como la posibilidad de poder “leer editorialmente” de manera diferente a la de aquellas editoriales en las que la cuenta de resultados inevitablemente interfiere sobre los criterios de calidad y oportunidad. Sin embargo y con el paso de los años, esto, que en principio parece algo muy positivo me ha llevado a reflexionar sobre la dificultad de encontrar criterios de orientación en cualquier actividad, cultural o no, que tenga lugar en un contexto en el que la rentabilidad parece ser la única brújula posible. Fue precisamente esta última y sospechosa paradoja la que ocupó mi pensamiento y mi tarea en los últimos años como director y responsable de la programación, haciéndome tener la desagradable sensación de que más que estar “publicando” a nuevos autores quizá los estuviera condenando a ingresar en las filas de una posible y marginal lumpenaristocracia literaria. Lamento por eso que el cese de mi actividad como editor sea precisamente ahora, cuando en la sociedad española ha surgido un manifiesto sentimiento de rechazo o cuestionamiento de las rentabilidades meramente economicistas y han entrado en juego  y con fuerte presencia otras demandas y subjetividades menos mercantilizadas. Podría decir por tanto que la construcción de ese catálogo del que me siento bastante satisfecho me ha concedido a la vez la incómoda sospecha de haber estado “publicando en el desierto” y que más le hubiera valido a los escritores editados haber crecido en tierras con mejor sistema de regadío. Me consuelo pensando que en ese caso el catálogo no hubiera podido ser el mismo y se hubiera perdido la oportunidad de dar a conocer obras, autorías y voces que, aun en la reducida escala de recepción que han tenido, merecen ser escuchadas.

Repasando los títulos que componen el ecléctico catálogo del sello son varios los conceptos que surgen del mismo: compromiso, riesgo, certeza,… Sin embargo, hay una idea que irrumpe entre esa maraña de conceptos, que Caballo de Troya ha intentado adaptar lo literario a la respiración del modelo social, es decir, ha intentado fomentar la concordancia entre literatura y sociedad. ¿Crees que has conseguido cierta aportación –intelectual, cultural- al entramado sociopolítico de la ciudadanía?

Me limitaré a decir que como director literario he tratado de cuidar la salud semántica de nuestra sociedad procurando editar obras que además de cuestionar el imaginario dominante, tan determinado por la ley de la selva capitalista, tuviesen la capacidad de ampliar nuestros criterios de verosimilitud literaria.

¿Por qué se teme, con tanta ferocidad, a la ideología en el terreno de la cosa literaria?

Creo que la cuestión no es tanto el que se tema la ideología sino determinadas ideologías y no se trata tanto de que se las teme sino de que se las combate. ¿Por qué?: entiendo que se combaten aquellas ideologías que no aceptan que la literatura sea algo que está por encima de la materialidad social. El humanismo descansa sobre la concepción de “lo espiritual” como un excedente inmaterial e inmanente propio de una supuesta y eterna condición humana y nadie se deja arrebatar los excedentes que controla y gestiona. Y el humanismo menos.

¿Es la obsesión por la inmediatez, por el cortoplacismo, lo que está restando musculatura a la escena editorial o es la falta de criterio?

No se trata de falta de criterio sino de que ese criterio que se dice estético responde  en realidad a ese criterio dominante que el cortoplacismo provoca en todas las actividades, la literaria y la editorial incluidas.

En relación con la anterior pregunta, y teniendo presente tu otra faceta, la de crítico, dos cuestiones: ¿Es esa suerte de tendencia hacia lo inmediato lo que resta carne al aparato crítico? ¿Qué efecto tiene esa obsesión por lo efímero en la mesa de novedades?

Evidentemente el cortoplacismo transforma la crítica en publicidad y la publicidad convierte la mesa de novedades en el único terreno de juego posible al tiempo que se fusila y entierra contra el paredón de las estanterías lo poco vendible. La crítica literaria ha cedido frente al llamado “periodismo cultural” que lleva camino de convertirse en un sintagma gemelo de aquel famoso “pensamiento navarro” del chiste.

¿Ha vencido la pantalla?

No creo que sea útil hablar de victorias o derrotas al hablar de transformaciones tecnológicas que de manera inevitable provocan transformaciones culturales. Valga decir que la pantalla ha venido para quedarse. Estamos en ello, en su proceso de llegada.

Dado el acontecer, ¿qué cualidades debe tener un editor?

Las propias del perfil de un ejecutivo agresivo: capacidad para convencer al consejo de administración, para motivar a su grupo de trabajo, para comprometer o asustar a la estructura comercial y para crear complicidades y “ecos de sociedad” en el mundo de la prensa del corazón cultural. Y mejor si además es catalán (de nacimiento o vocación) y  rico (ídem de ídem) y tiene amistades o amigos o amiguetes  (que además son los mismos) en New York, Babelia y Buenos Aires.

¿Hacia dónde debe dirigirse el entramado editorial actual?

Debería dirigirse hacia políticas con mayor responsabilidad civil pero se dirige hacia el mayor beneficio con la menor inversión. Como casi siempre.

A modo de cierre, ahora que te has jubilado, y si me permites la broma, ¿a qué vas a dedicar tu tiempo libre?

A morir con moderación. A eso, siguiendo los consejos de mi cardióloga, dedicaré mi tiempo libre; el ocupado trataré de seguir dedicándolo a averiguar qué quieren de nosotros lo libros y qué queremos nosotros de ellos.

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Sobre Cristina Consuegra:

Se define como escritora, crítica y agitadora cultural. Es miembro del consejo editorial de la revista universitaria de cultura de la Universidad de Málaga. Colabora con medios digitales e impresos. Sus cuentos y poemas han aparecido en diversas antologías.

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