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Entrevista a Javier Gomá

Entrevista a Javier Gomá

Por Mario S. Arsenal

Parece que la filosofía sigue llamada a ocupar un lugar preeminente en la actualidad. Y es que resulta necesario repensar, hoy más que nunca, la fantasmagoría de nuestros tiempos sin olvidarnos de sus alegrías y bondades, y hacer de ellas una especie de espejo poliédrico donde poder dar respuesta a las preguntas que todos nos hacemos. Precisamente este es el pretexto de la entrevista que nos concede Javier Gomá (Bilbao, 1965). Doctor en Filosofía y licenciado en Filología Clásica y Derecho, lleva más de 10 años al frente de la Fundación Juan March más de 10 años. Su último libro se titula Razón: portería (Galaxia Gutenberg, 2014) y es la segunda entrega de artículos reunidos (microensayos) extraídos todos de su columna periódica en Babelia, suplemento cultural de El País. Antes de aprovecharnos de su amabilidad y enfilar las cuestiones más peliagudas del libro, decidí formar un lienzo de pequeños detalles suyos, anécdotas extraídas de datos irrelevantes o notas de color que nos ayudaran a introducirnos poco a poco en este personaje tan notable del humanismo y la filosofía actuales. Mi impertinencia y osadía encuentran aquí, en el método inductivo, el resultado de un diálogo. Es este.

Para los que no te conozcan. ¿Quién es Javier Gomá y qué tipo de filósofo es?

En lo personal me defino como una medianía sin relieve. Uno más del montón, un común de los mortales, sintagma que me gusta mucho, pues aúna dos cosas que me parecen esenciales. Una es evidente, somos mortales, es decir, vivimos y envejecemos, y dos, que esto nos iguala y nos hace a todos comunes. Aquiles en el gineceo [Pre-Textos, 2007] trata de esto mismo.

En este sentido, háblanos de tus vicios y virtudes.

Te diré algo que es al mismo tiempo una virtud y un vicio: la vocación literaria. La vocación genera sus habilidades –ideas, sentimientos, intensidad, concentración– pero tiende a ser totalitaria, a ocupar todo el espacio como los gases nobles, instrumentalizar personas y cosas. Por eso hay que educarla y domesticarla.

¿Cuál es el último libro que has leído?

Ha empezado para mí esa época en que tiendes a las relecturas. Acabo de releer la primera parte de El Quijote y saboreo lentamente los comentarios al Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz. Ayer, por ejemplo, leí Alcestis de Eurípides después de asistir a la ópera de Gluck.

Dime uno al que acudas en caso de desorientación (existencial, vocacional o literaria).

No uso los libros como medicina, terapia o aspirina. Toda mi inspiración procede del libro de la vida y mi placer es interpretar sus signos.

¿Algún poeta predilecto tal vez?

No sé si es predilecto pero sí una lectura reciente fecunda: Poemas humanos de César Vallejo.

Confiésanos tu película por excelencia.

Viaje a Italia de Rossellini.

La última exposición que has visitado.

Déjame que por una vez hable de lo propio: la miniexposición de gabinete (sólo dos cuadros) que en la Fundación hemos dedicado a Arcimboldo.

¿Coleccionas algo?

No colecciono absolutamente nada, salvo pensamientos, experiencias y amigos.

Por lo que se extrae de tus escritos, es evidente que existe una tendencia literaria que deriva del estilo y la filología clásica. ¿Flirteas con la literatura?

Desde muy temprano, cuando tenía 15 ó 16 años. Soy una persona con una vocación literaria radical, totalitaria y rapiñadora. Tanto que he tenido que organizar mi vida en torno a ella, muy intensa y violenta, y que además requirió mucho tiempo de maduración.

Acerca de tu columna periódica en Babelia, muchos pueden pensar que este libro se trate de una maniobra editorial con intereses deshonestos. ¿Por qué este afán de recopilar los artículos en un volumen unitario?

Ya lo dije en la introducción de mi primer libro de artículos Todo a mil [Galaxia Gutenberg, 2012]. Desde la primera colaboración fue concebido como un libro por entregas. Desde luego estaba destinado al lector de Babelia, pero al mismo tiempo también al lector del libro, que tiene otra mirada. Porque este lector, el del libro, tiene una mirada más intensa, más crítica, más grave que el lector de periódicos cuyo ejercicio de interpretación es algo así como la lectura de una hoja volandera, hoy se lee y mañana se tira.

¿Qué pretendes entonces con ello?

Quería, si fuera posible, seducir o atraer o interesar al mismo tiempo a los dos lectores, que pueden ser las mismas personas pero con actitudes distintas. En todo caso desde “Ganarse la vida”, primero de los microensayos reunidos en Todo a mil, me puse en la posición de un Dickens o un Balzac cuando hacían novelas por entregas publicándolas en los periódicos de la época.

¿Cada cuanto tiempo salen esas “novelas por entregas”?

Cada tres semanas.

Casi podríamos llamarlas novelas exprés…

Lo hacía con esa intencionalidad e incluso el ritmo de las tres semanas me permitía ir anticipando las tonalidades, de tal manera que el menú temático era bastante variado. Además sucede que los libros tienen una vocación sistemática, mientras que los artículos es volver a los mismos temas con una mirada distinta.

Explícanos esto.

La aproximación a los artículos siempre es más lúdica, más poética. Los asuntos pueden ser graves, serios e importantes, pero quizás la mirada es distinta que la de los libros sistemáticos.

Hablas con generosidad sobre el papel central de la filosofía en la actualidad, pero ¿cuál es la labor del filósofo en la sociedad moderna?

El libro se titula Razón: portería porque Platón hace decir a Sócrates que el filósofo es logondidonai (dar razón), que es exactamente lo que hacen los porteros cuando alguien, habiendo leído el cartel “Se vende”, acude a pedir cuenta del mismo.

¿Todos somos filósofos?

Allá donde te encuentres un hombre y una mujer, te encontrarás una persona que desea, que sufre, que envejece, pero también una persona que filosofa, porque todo el mundo interpreta la realidad y tiene su visión del mundo con mayor o menor sofisticación de una manera más o menos consciente. Por tanto, el filósofo no hace nada distinto de lo que hace cualquier persona, simplemente con una mayor sistematización.

¿La realidad es entonces la misma para ambos?

Sí, es el libro de la vida, el gran dilema del vivir y envejecer. Por eso pienso que el filósofo es como el portero a quien cualquier ciudadano acude. Ese portero-filósofo debería proporcionarle las respuestas que necesite.

Otro tema principal de los microensayos es la individualidad. Al margen de la herencia romántica adquirida por nosotros a lo largo de estos siglos, ¿es el individualismo el anhelo del hombre moderno o acaso seguimos siendo lobos románticos con piel de corderos modernos?

Más bien lo segundo, pero con matizaciones. El Romanticismo proporcionó a la civilización unos bienes y unos valores irrenunciables. Nos ayudó a tomar conciencia y a sentir la dignidad infinita incondicional, la realidad irrestricta del hombre y de la mujer por el hecho de serlos. Una especie de dignidad resistente a todo, incluso al interés general, porque el Estado puede expropiar tu casa si así lo considera oportuno, pero nunca podrá expropiar tu dignidad. Sobre el interés general ha de prevalecer la dignidad individual.

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¿Y ahora cómo podemos interpretar esa sentida dignidad?

Lo que ocurre es que esa conquista civilizatoria ya la tenemos. Y ahora la gran tarea no es tanto insistir una y otra vez sobre esa dignidad, esa subjetividad o esa espontaneidad en línea con la exaltación del genio, sino que el problema de la civilización democrática no es tanto ser libres, que es la ética de la individualidad, sino ser libres juntos.

¿Cómo se consigue esto?

Hay que domesticar, educar, civilizar esas tendencias infinitas del individuo. No hay que suprimir ni anular ni demonizar, hay que educarlo. Y este estadio de la cultura no significa propiamente una superación del anterior, que por otra parte nos ha proporcionado múltiples beneficios a la historia de la Humanidad, sino que significa gestionar o administrar de tal manera que los ciudadanos puedan convivir de manera urbana y civilizada.

Me ha llamado la atención que hagas distinción entre la figura del escritor y el filósofo, pensador y escritor y, por último, entre filósofo y pensador. ¿Cuál es el límite entre la escritura y la filosofía? Dicho de otro modo, ¿son cosas distintas?

Entre los muchos planteamientos sobre la condición del filósofo, me decanto más por la asimilación de las figuras del filósofo y el literato. En “La vanidad literaria” explico que la diferencia entre las ciencias y las otras disciplinas literarias, incluyendo entre éstas la novela, el teatro o la poesía, es que la ciencia conoce los procedimientos de verificación, que son el laboratorio o el experimento, mientras que nadie ha verificado a Shakespeare, a Tolstoi, a Dante o a Homero, pero tampoco a Platón, Aristóteles, Descartes, Leibniz, Kant o Hegel. Todo lo que tenga que ver con lo literario no tiene más verificación (laboratorio o experimento) que el consenso.

Entonces…

El poeta celebra esa emoción, el filósofo la define. El filósofo es el encargado de definirla en concepto. Los instrumentos son distintos, pero el sentimiento original es el mismo, de manera que si un filósofo no tuviera esa emoción original, a mi juicio, no sería propiamente un filósofo, sino un historiador de la filosofía.

Mencionas a Walter Otto contraponiendo la figura del mousóleptos [el raptado por las musas] frente al poeta artífice. Se me antoja necesario preguntarte si existe todavía la inspiración o si seguimos siendo artificiales hasta incluso en el arte.

Creo que en esa especie de rapto por las Musas, en el entusiasmo originario, en definitiva en el eros hacia el mundo, se halla el origen de todo. Poesía, teatro, novela y filosofía. Lo que ocurre es que quien tiene ese rapto acaba desarrollando un cierto oficio.

¿Insinúas que es esa familiaridad con la emoción la que te hace desembocar en el oficio?

Absolutamente así. Uno tiene la visión del mundo (visio), y éste es fragmentario al igual que la mirada, un conjunto de piezas que encajan entre sí como un puzle. Quien tiene la visión, tiene el puzle entero. Una vez terminado, ves el río, el bosque, el castillo o el mapamundi. Ahora bien, esa visión es una visión mental, como todo lo humano. Entonces buscas algo que le dé fijeza y permanencia, un soporte. Ese algo, si eres músico, es una partitura; si eres pintor, es un lienzo; y si eres escritor, es un texto. Ahí está el rapto. El soporte (missio) depende del oficio, es como componer con las reglas de dicho oficio. El oficio sin emoción te convierte en un artesano, pero nunca en un literato o un poeta si no te asedia previamente el rapto erótico.

La falsa modestia y el fingimiento de nuestros propósitos muestra cómo los autores, siempre hablando dentro de una generalidad siempre sumaria, rehúyen del heroísmo. ¿Tenemos todavía el pudor de ser grandilocuentes o es que está de moda ir en contra de los grandes relatos?

Curiosamente estás anticipando cuestiones que estoy trabajando en estos momentos. Siempre he defendido que toda gran filosofía es ciencia del ideal. Y el ideal siempre es aspiración de la perfección. Vivimos en una sociedad en la que los grandes relatos son imposibles. Hay demasiada multiculturalidad, pluralidad y especialización. La propuesta de perfección de un solo ideal parece algo utópico e inviable. Nuestra sociedad es postutópica. Frente a eso sigo proponiendo la importancia del ideal.

¿En qué estás trabajando ahora?

Con un concepto muy en sintonía con tu última pregunta. ¿Podemos pensar en el siglo XXI lo sublime? Porque lo sublime, el estilo elevado, lo extraordinario, lo digno de imitación o emulación como dicen los antiguos, ha acompañado a la civilización desde que surgió. Esto produce risa, cinismo, sospecha, desprecio, como si  vivir en nuestra época tuviera como precio insoslayable la renuncia al ideal o a lo sublime. Es un problema central de la cultura. Eso sí, nunca se realiza el ideal, pero sí como aspiración o tendencia. Una sociedad se dignifica a sí misma si tiene un ideal al que aspirar o si posee espacio para poder sentir lo sublime.

Volviendo a la labor de la filosofía o a la función social que ésta puede asumir, a veces no sabemos muy bien si el filósofo es un ser privilegiado o un mártir.

Los microensayos emanan un gozo de vivir. Lo que pasa es que la vocación literaria tiene una doble naturaleza, y es que, por un lado hay un cierto empobrecimiento que concentra todas tus posibilidades en una sola materia, muy rica sí, pero una sola, que es dar cuerpo a la visión a la que antes hacíamos referencia. Por otra parte, es una gran concentración de energías y te permite vivir la vida con gran intensidad. Mi maduración ha sido tardía pero la vocación nació en mi juventud, brutal y violenta. Esa ansiedad ha estado presente en mi vida durante veinte años.

En “La vanidad literaria” hablas de la validez como aceptación general. ¿Será justificada la famosa consigna del rey Salomón cuando dice “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”?

Es distinto, porque la de Salomón no es la literaria. Salomón se refiere a la banalidad de todo esfuerzo humano, el nada nuevo bajo el sol, una tendencia pesimista sobre el ser humano que, como dice Zeus sobre la condición de la naturaleza humana, es hoja de un día que cae de la rama. Pero es verdad, tenemos que tener conciencia de nuestra condición mortal, pero también hacerlo compatible con la alegría, la borrachera, el transporte.

Eso es un poco como el aforismo de Baudelaire…

Sí (risas). Eso sí, en los libros y los microensayos insisto en la importancia de la domesticación, la limitación, la proporción, la moderación, y lo cierto es que se ha convertido en un leit motiv de mis ensayos. Pero junto a eso tenemos también que tener la sabiduría, ya que la mesura necesita asimismo de la ebriedad, el exceso, el enamoramiento.

Hallo una contradicción entre el concepto de hombre moderno que propones y el concepto cultural griego de paideia que Werner Jäeger se encargó de desarrollar en su famoso ensayo entendido como un universal de ideales colectivos que cohesionan la sociedad.

De una manera más o menos explícita, en toda cultura hay una imagen de lo humano. Jäeger decía que la educación se parecía a un sello que una generación pone en la generación siguiente con cera. Según Jäeger, esa cera es la paideia. Igual que todo hombre tiene implícita una filosofía, toda sociedad la tiene de lo humano que podría proyectar en el alma de las generaciones posteriores.

En “Somos los mejores” dices deliberadamente que los contemporáneos somos los mejores. ¿Equivale esto a decir que cualquier tiempo pasado nunca fue mejor o, por el contrario, estás haciendo una loa manifiesta de nuestra modernidad?

Me considero un hijo gozoso de mi tiempo. Creo que nuestro tiempo es el mejor de toda la historia universal, lo cual no quiere decir que sea el mejor de los mundos posibles. Confío, aunque no lo sé, en que esto pueda ser mejor. El tiempo actual es, con mucho para el común de los mortales, el mejor que de la historia hemos vivido. Esto nos ha beneficiado a todos.

Sobre el héroe y el concepto, otro de los microensayos, me ha sugerido bastantes ideas. ¿El heroísmo puede ser hoy una transgresión?

Para mí es al contrario. El héroe es justamente esa medianía sin relieve que cumple puntualmente con sus obligaciones como ciudadano. Aquiles cumplió con su responsabilidad en Troya, pero mientras estuvo en el gineceo, travestido de mujer, fue eterno. Sin embargo, no tenía nombre ni fama ni individualidad, así que decidió ir a Troya para morir joven, ser mortal y tener un nombre. La transgresión es el instrumento del otro ideal, el ideal de la liberación romántica que ha estado vigente en los siglos XIX y XX. Necesitamos experimentar la libertad, y para ello hay que transgredir las opresivas normas anteriores. El heroísmo es la profundidad épica.

 

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Sobre Mario S. Arsenal:

Su formación es la de historiador del arte e investigador, pero también es crítico de arte, teatro y literatura. Fue hijo de los ochenta y estuvo amamantado por la loba de los noventa, es incontenible, contestable y superviviente del naufragio. Hasta ahora no ha dejado de interesarse por las humanidades en todos sus géneros y formas. El modo polifacético con que afronta el arte y la cultura le ha convertido en un curioso impenitente y un entusiasta enfermizo. Las letras nunca caminan solas. Un secreto: está enamorado de las ideas pero aún no ha pensado en la posibilidad del suicidio. Siempre escabroso, pero literario.

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Comentario

  1. 05/05/2014 at 19:07 · Reply

    Una de las cosas que más me llaman la atención de Javier Gomá, es esa capacidad de expresar lo que piensa, de forma tan natural. Y es que para mi, el principio fundamental de la filosofía, es ese. Pensar y exponer.

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