Houellebecq

Por Recaredo Veredas

Francia, paraíso de la provocación, posee una larga tradición de escritores ácrata-reaccionarios, adalides de la libertad para dañar, sea al otro, sea a uno mismo. Houellebecq es el último eslabón de una cadena habitada por aristócratas, parafílicos, médicos nazis o adictos al opio. Además, como algunos de sus predecesores, es un excelente novelista y un agudo lector del zeitgeist occidental. Pero su éxito planetario no se debe solo a su condición de cliché galo o a su calidad narrativa. Si no fuera  por su dominio del marketing sería solo un novelista reputado, tal vez traducido, y más o menos polémico. Su mejor obra es la creación de un personaje-escritor llamado Michel Houellebecq, que a la vez ejerce de bufón de la tribu y de portavoz de sus miserias. Posee un vestuario demencial, entre rapero y yonqui, una manera de sujetar el pitillo más que difícil y un discurso incoherente y autoparódico. Ha creado un perfil público tan lamentable como atractivo. Su afán de protagonismo –o de mantener su posicionamiento en el mercado gracias a un excelente dominio de los medios- le llevó a protagonizar un documental más o menos cómico sobre su supuesto secuestro.

Su carrera narrativa comenzó con Ampliación del campo de batalla, certera descripción de la mercantilización de las relaciones amorosas. Siguió con Las partículas elementales, una compasiva mirada a las debilidades del ser humano y, al mismo tiempo, un ametrallamiento de los ideales del 68 y, sobre todo, de sus nefastas consecuencias en las relaciones paterno-filiales. Luego vino Plataforma, su primer golpe al islamismo, que contiene una insólita defensa del turismo sexual y una inmersión en las parafilias propias de las sociedades occidentales. Después vinieron La posibilidad de una isla –que no he leído- y la magistral El mapa y el territorio, una mirada a la trivialidad del arte contemporáneo, a la decadencia de Francia, al abismo existencial del ser humano y a la incomunicación inherente a los vínculos familiares.  Houellebecq es, como todos sus predecesores en la larga cadena de malditos franceses, un profeta de la oscuridad, un experto en hurgar en las miserias de la vida y mostrarlas de una manera comprensible por todos, incluso didáctica. Un hombre inteligente, sin duda, que ha sabido rentabilizar unos traumas familiares que podrían haberle amputado de por vida. Además sabe desarrollar una historia y construir personajes complejos –tal vez demasiado parecidos entre sí en su misantropía-. Pero la gran virtud de Houellebecq es su capacidad para interpretar y exponer la crisis de occidente. Como buen conservador, no posee otra solución que el regreso a los orígenes, a una tradición despedazada por la globalización. En tan utópica nostalgia de los bellos tiempos de vino y queso, en el olvido de los crímenes de occidente, coincide con todos los reaccionarios occidentales, ciertamente escasos en España (una de nuestras desgracias culturales es la extrema vulgaridad de nuestra intelectualidad derechosa, apenas representada por Juan Manuel de Prada y Fernando Sánchez Dragó).

La perspectiva de Houellebecq sobre el ser humano es incompleta, pues excluye la luz, pero su atractivo resulta innegable. A todos nos encanta hocicar sobre nuestras miserias, y más cuando son expuestas con tanta precisión. Como antes he indicado, Houellebecq es un maestro del marketing y un hombre moderno que, como tal, se pasa lo antes conocido como ética por la entrepierna. No he leído su última novela, pero la campaña orquestada por él mismo y la editorial muestra una distopía de muy difícil cumplimiento –la instauración de un gobierno islámico en Francia-, que aprovecha sin el menor rubor la creciente islamofobia de Europa y genera una polémica barata con el único fin de mantener su posicionamiento como líder del pensamiento libre. Por otro lado, es posible que, como El mapa y el territorio, sea una novela magistral. En cualquier caso –y siendo, repito, seguidor acérrimo de su obra- tengo claro que ha obrado como un hombre temeroso, que contempla la cercanía de la vejez y teme que la fuerza de los jóvenes le robe los focos.

Pero la jugada de Michel no contaba con la masacre de Charlie Hebdo (muertes estúpidas que revelan lo necio de la condición humana: unas caricaturas absurdas, pueriles, llevan a unos descerebrados a arruinar sus vidas y a matar, nada menos que matar, a doce seres humanos). Ha decidido cancelar la promoción,  que prometía convertirse en un torrente de titulares, perfectos para la era de Twiter. Se ignora la causa. Tal vez sea el miedo.

Mientras tanto, en Nigeria, anteayer, una niña de 10 años fue utilizada como arma suicida en un mercado, causando 20 muertos. Creo que ninguno sabía quién es Houellebecq, ni conocía la ilustre cadena de malditos de Francia.

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Sobre Recaredo Veredas:

Licenciado en Derecho. Máster en Edición. Reseñista en numerosos medios, como Quimera, ABC, The Objective, Política Exterior o Qué Leer. Profesor en la Escuela de Letras. Fundador, junto a otros, de Culturamas y creador de micro-revista. Autor de los libros de relatos Pendiente (Dilema Nuevos Narradores, 2004) y Actos imperdonables (Bartleby, 2013), del manual Cómo escribir un relato y publicarlo (Dilema, 2006), del ensayo No es para tanto (Silex, 2019), de los poemarios Nadar en agua helada (Bartleby, 2012) y Nadar en agua helada (Bartleby, 2019 y de la novela Deudas vencidas (Salto de página, 2014).

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