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Isis entre los charlatanes

Isis entre los charlatanes

Por Javier Calvo

Como cultura, hemos perdido la capacidad de entender el espiritismo. No forma parte de la tradición esotérica, ni tampoco de la filosofía oculta. Al contrario, tiene sentido dentro del cientificismo que se fue consolidando durante su medio siglo largo de vida, el intento por parte del triunfalismo científico de conquistar esa última frontera que es la muerte. Ese afán totalizador, iluminista, sistemático, ideológico, está presente en todos los padres de la disciplina, desde Kardec hasta Mesmer o el mismo Conan Doyle. ¿Fue el espiritismo una simple dirección equivocada del espíritu científico del XIX, un callejón sin salida frente al que solamente se podía dar marcha atrás para desviarse por otro ramal? Ciertamente lo fue desde la perspectiva de la ciencia actual, que tuvo que esperar hasta la revolución cuántica para volver a introducir otra modalidad completamente distinta del misterio: espíritus hipotéticos, fantasmas en la máquina, materia oscura.

Desde otras perspectivas, sin embargo, como la artística, la religiosa o la fecunda mitografía freudiana-jungiana, la reflexión sobre la impronta de la existencia humana y la resistencia a su extinción marcan un periodo fascinante. El espiritismo generó nuevos mitos ultramundanos, versiones del Más Allá que desbancaron momentáneamente a las oficiales de las religiones establecidas, y en sus versiones más sofisticadas constituyeron sistemas filosóficos articulados a base de orientalismo teosófico, teorías de la reencarnación, sufragismo y protofeminismo, estilos de vida alternativos, vegetarianismo y muchos rasgos de lo que más tarde evolucionaría hacia las corrientes New Age.

Es precisamente esta reflexión sobre la extinción y su contrario lo que hace que una de las huellas más fascinantes del fenómeno espiritista sea la que dejó en la ficción. Solamente hay que ver, en el ámbito anglosajón, el magnífico legado novelístico que dejó el espiritismo durante los periodos victoriano y eduardiano. En el terreno de la sátira, y de las visiones más críticas del fenómeno, nos han llegado novelas tan apasionantes como esa certera execración moral que es El amor y el señor Lewisham (1900) de H.G. Wells. En el “bando” espiritista, obras como la maravillosa The Gates Ajar (1868) de Elizabeth Phelps, cuya representación de la vida de los espíritus en el Más Allá quizás solamente puede competir con la de Conan Doyle; The Dead Man’s Message (1894) de Florence Marryatt, otro cuento gótico que da una visión espiritista de las consecuencias de nuestros pecados en el Otro Mundo; y, quizás, la más conocida, La tierra de la niebla (1926), donde Conan Doyle narra la conversión al espiritismo del profesor Challenger, el popular protagonista de El mundo perdido, en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial, a partir de una serie de episodios con casas encantadas y sesiones espiritistas. De todas maneras, éstos solamente son algunos ejemplos destacados de lo que terminó convirtiéndose en todo un subgénero de su periodo, la novela espiritista.

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A esta tradición pertenece claramente La barca d’Isis (1933), novela del barcelonés Joan Oller i Rabassa, felizmente reeditada ochenta años más tarde por el excelente sello Les Males Herbes. No ocultaré que la novela ha supuesto para mí, y espero que para muchos otros, una de las grandes sorpresas editoriales de los últimos años. Novelista menor de su época, Oller pervive en las enciclopedias por dos razones: por ser hijo del gran Narcís Oller y por su novela Quan mataven pels carrers (1930), crónica del pistolerismo y de las luchas sociales en Barcelona de principios de los años 20. Ambas novelas comparten ciertos elementos obvios: se trata de sendos estudios de individuos existencialmente desorientados, en entornos sociales convulsos, que se ven captados por figuras mesiánicas e ideologías que le ofrecen consuelo fácil. En el caso de Claudi Roca, protagonista de Quan mataven, las quimeras son el anarquismo y la violencia. En el de Soter Feliu, protagonista de La barca d’Isis, es el espiritismo lo que puede paliar la tragedia familiar y darle sentido a su vida vacía y hastiada. En una primera impresión, por tanto, se trata de una historia con moraleja del estilo de El amor y el señor Lewisham, una cautionary tale sobre los peligros de buscar consuelo en embaucadores y gente de mal vivir. Pero es una primera impresión falsa. Porque La barca d’Isis no es eso ni mucho menos.

Soter Feliu, el protagonista de esta anti-epopeya moral, vive atormentado por la muerte de su hijo Tomaset y la posterior marcha de su esposa Genoveva, que se ha escapado al extranjero del desastre de su matrimonio. Su pecado a ojos de todos es la ira, la amargura que lo lleva a pelearse con todo el mundo y el sometimiento a un mundo de vicios: la codicia, la lujuria y el egoísmo. En una Barcelona donde los lupanares comparten simbólicamente espacio con los salones de espiritismo, Soter se ve atraído por dos figuras radicalmente distintas que le prometen sendas salidas al vacío existencial en el que ha caído. El barbudo y excéntrico estudioso de la filosofía oculta Dionís Ribera y el apuesto auto-denominado hipnotizador Ràfols. Éste último se dedica a llevar a Soter por una serie de antros donde tienen lugar diversas demostraciones poco claras o grotescas, casi siempre involucrando a médiums de clase baja que trabajan conchabados con el hipnotizador. Como resultado de estas excursiones al submundo mesmérico, Soter acaba perdiendo el poco contacto que le quedaba con la realidad: se convence de que su hijo muerto no era suyo, de que le está mandando mensajes y por fin, como resultando de las divagaciones de una médium, acaba convencido de que es la reencarnación de un famoso pirata de novela.

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Dionís Ribera, por el contrario, propugna únicamente el estudio y la práctica de los regímenes orientados a la purificación del yo, como el vegetarianismo o el pacifismo. En su biblioteca se reúnen el materialismo, el escepticismo, el catolicismo, la teosofía y el esoterismo. Frente a la visión determinista de la reencarnación, que lo explica todo por medio de la contabilidad kármica, Dionís defiende el poder de la voluntad y asegura que la ley moral del karma es común a todas las religiones. Los principios de la ciencia oculta, empezando por la inmortalidad del alma, nos dice, ya eran conocidos por Abraham y Moisés, Krishna y Buda, Hermes y Platón, Pitágoras y Jesucristo. Ante las ansias de Soter por encontrar un poder paranormal que solucione sus problemas, Dionís le recomienda el estudio, la meditación, la lectura y el no entregarse a la violencia y a los estados negativos del espíritu.

La intención alegórica de La barca d’Isis no tarda en ponerse en primer plano. Se trata, ante nada, del retrato de un idiota moral, Soter, paradigma del hombre de su tiempo, atrapado en una sociedad enferma que el autor se dedica a radiografiar con escalpelo a veces de satirista (sobre todo cuando describe las sesiones espiritistas “de pega”) y a veces de un pesimismo oscurísimo. Los distintos personajes burgueses que rondan la escena espiritista son igualmente banales, y rechazan la religión convencional que podría guiar sus vidas al mismo tiempo que abrazan siempre la última moda mesmérica. Entretanto, la tía de Soter, representante dentro de la novela de la espiritualidad católica ingenua y a la antigua usanza, languidece y muere ante la indiferencia de todos.

Dionís Ribera se erige ya desde las primeras páginas como brújula moral del libro y portavoz del autor. Su búsqueda es individual, por oposición a la afiliación de grupos organizados como la teosofía, y su aspiración, nos dice, es resucitar “la Ciencia única, aquella las agermane a todas dentro de la poca luz de la verdad que el hombre puede encontrar”. Para él la ciencia oculta, por tanto, sigue un principio sintético, y todos los supuestos avances científicos basados en el éter, el magnetismo y la hipnosis solamente tienen valor en la media en que la ciencia experimental se acerque a los preceptos éticos de la filosofía oculta: la no-violencia, el perdón y el amor al prójimo. Dionís nunca juzga a quienes afirman tener poderes paranormales, aunque sí censura la mitomanía de quienes construyen fabulosas historias al respecto para embaucar al personal (el espiritismo, obviamente, no solamente pertenece al ámbito de la ciencia popular, sino también del espectáculo, el entretenimiento de masas y la publicidad). Sus poderes los han de emplear para “cosas buenas, elevadas y estudiosas”.

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Perdido en ese mundo violento y confuso de entreguerras, de avances científicos que zarandean los pilares de todo lo conocido, ante la imagen de su hijo, “vacío de alma”, SoterFeliu siente que “todo está vacío a su alrededor, como si todo el mundo, como si la vida, no fuera más que una figuración”. Obviamente, elegirá el camino del consuelo fácil y del engaño, y será castigado por ello, kármica o alegóricamente, en la conclusión de esta fabulosa novela. En el centro de la trama, repetida en un juego de espejos, vibra la imagen de la Barca de Isis, la Barca del Millón de Años de la mitología egipcia, aquélla en la que según Dionís, “todos vamos hacia la luz de Osiris a través del universo y sus evoluciones. Ése es el símbolo, y es necesario no dejarse impresionar por [las cosas terrenales]”. La barca es el proceso de aprendizaje, con la luz de Osiris de fondo, pero no hay que aspirar a ésta última, sino únicamente al millón de años, al recorrido por las sombras. Ésta es la sabiduría del filósofo oculto Dionís, y también de Joan Oller, por supuesto, a quien vale la pena citar de forma un poco más extensa.

“Isis conduce a las almas a la luz de Osiris. Los no iniciados no pueden levantar su velo, y por eso estaba a la puerta del Templo de la Iniciación. ¡El mortal que pretenda levantarlo morirá o se volverá loco! Sólo los inmortales, los maestros, los iniciados, han divisado el sentido oculto del Universo. Tú, como yo, como todos los mortales, no somos más que tripulantes de la gran barca que Isis dirige! ¡La barca invisible, la barca del millón de años, en la que navegamos, a través de la vida y la muerte, hacia la luz de Osiris, que es la luz divina, la Unidad!”

Esta inesperada reedición obliga a reconsiderar al menos en parte la figura de Joan Oller i Rabassa. Entremezclada con la sátira obvia, la novela hace gala de una profundidad y una espiritualidad que la alejan, al menos parcialmente, de la tradición costumbrista y la erigen como precedente ilustre de autores de las dos década siguientes como Perucho o Cirlot.

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La edición de Males Herbes ha coincidido en las estanterías con otra novedad sorprendente de una editorial igualmente excéntrica. Me refiero a Sherlock Holmes contra Houdini, extrañísima aunque apasionante recopilación de textos victorianos sobre espiritismo a cargo de los responsables de la editorial madrileña La Felguera. Como muchos otros libros de La Felguera, Sherlock Holmes contra Houdini es un libro-objeto, una preciosa edición fabulosamente maquetada e ilustrada con cientos de fotografías de la época que reúne cuatro fragmentos re-traducidos o bien traducidos aquí por primera vez. Se trata del capítulo 9 de A Magician among the Spirits (1924) de Harry Houdini, dedicado a la afición de Arthur Conan Doyle por el espiritismo. Le siguen un capítulo de La nueva revelación (1918) de Conan Doyle, y dos capítulos de El mensaje vital (1919) también de Conan Doyle. Ambas obras, dedicadas a las investigaciones espiritistas de su autor, ya se publicaron durante los 90 en la legendaria colección de Valdemar El Club Diógenes. Ambas, de prosa prodigiosa y gran exuberancia descriptiva, componen un tríptico fabuloso junto con El misterio de las hadas (1922), el famoso ensayo de Conan Doyle sobre las hadas de Cottingham, que también se publicó en España en el mismo periodo.

Los capítulos seleccionados de La nueva Revelación y El mensaje vital se dedican a la descripción de la cosmogonía de la nueva religión materialista y racionalista propugnada por Arthur Conan Doyle a partir de sus contactos con espíritus y sus investigaciones de los mensajes del Más Allá. Su punto de vista, nos dice, es puramente materialista y sigue el método científico. Consecuentemente, las razones que defiende para creer en la existencia del Más Allá son: (1) Que los mensajes de ultratumba van acompañados de manifestacionesfísicas, las que de forma equivocada solían calificarse de “milagros”; (2) que los mensajes van acompañados de informaciones certeras sobre nuestra vida terrenal; y (3) que entre todos los mensajes existe un gran parecido, incluyendo las comunicaciones recibidas por tradiciones no occidentales como la de los faquires.

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Conan Doyle cita dos elementos cruciales para sus investigaciones del Más Allá. El primero es la obra La personalidad humana y su supervivencia a la muerte corporal, de F.W.H. Myers, principal precedente en materia de literatura científica de sus propias investigaciones. La obra de Myers, dice Conan Doyle, asienta los primeros elementos de un sistema científico que permite clasificar lo que hasta entonces ha sido una simple colección de datos inconexos. Myers postula por primera vez desde una perspectiva moderna la acción de un espíritu sobre otro espíritu, a la que denomina telepatía. Pero si un espíritu es capaz de obrar a distancia sobre otro espíritu, dice el autor de El mundo perdido, es que existe un poder humano completamente independiente de la materia. Si el pensamiento puede obrar a distancia del cuerpo, es que algo actúa hasta cierto punto separado de nuestro cuerpo. ¿Por qué pues, no puede existir el espíritu por sí mismo tras la muerte del cuerpo? Las manifestaciones de muertos recientes, concluye Myers, son transmitidas por algo idéntico al cuerpo, pero que obra fuera de él y le sobrevive.

El otro factor crucial para su investigación es, por supuesto, la Primera Guerra Mundial. La Gran Guerra, en la que murió el hijo de Conan Doyle, supuso el desplome de la barrera que separaba a los dos mundos, y junto con su avalancha de muerte trajo una avalancha equivalente de mensajes del otro lado, muchos de ellos destinados a guiar a la humanidad por el nuevo mundo y según las bases de una nueva religión. Dice Conan Doyle:

“A no ser por la guerra, probablemente me hubiera pasado toda la vida limitándome a realizar investigaciones psíquicas, manifestado por el problema una simpatía de aficionado, tratándose de cuestiones impersonales, tales como la existencia de la Atlántida o la controversia baconiana. Pero llegó la guerra, y esa terrible prueba resucitó el fervor en nuestras almas, reanimó nuestras creencias y restableció su valor”.

El nombre que le pone Conan Doyle a la nueva religión racionalista es la Nueva Revelación, un nombre consecuente con el hecho de que ha sido revelada por los espíritus. Es, por tanto “la religión de dos mundos bajo su forma más nueva”, en lugar del resumen de las antiguas creencias de uno solo de esos mundos. De hecho, en el Más Allá revelado, ninguna religión terrestre predomina sobre las demás, sino que reina un sincretismo como el propugnado por Oller, el sincretismo de la ciencia oculta, donde lo que impera son las cualidades individuales y la perfectibilidad.

A nivel de imaginación, posiblemente Conan Doyle y Wells serían de los pocos autores del periodo capaces de recrear el mundo ultramundano que describe el primero en sus tratados sobre el Más Allá. Influido poderosamente por corrientes filosóficas de la época como el socialismo utópico, el igualitarismo, el feminismo o el comunitarismo, Conan Doyle reemplaza la cosmogonía cristiana –que él considera oscurantista e irracional– por una nueva y detallada ordenación cósmica, distribuida en los siguientes niveles:

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EL CIELO

El cielo de la Nueva Revelación viene a ser una comunidad socialista utópica, basada en las leyes del trabajo vocacional y las afinidades interpersonales. El paso al Otro Mundo es indoloro y conlleva una profunda sensación de paz, bienestar y felicidad, tan unánime que ningún espíritu quiere volver a la Tierra.El mundo en el que se encuentran se parece mucho al que han dejado, pero muy superior:“jardines magníficos” y “comunidades felices [que] viven en lugares agradables en donde disfrutan de todos los encantos de la belleza y la música”. Se puede decir que rigen tres preceptos:

a) Reina la afinidad entre personas: los espíritus viven en hogares con otros espíritus a los que amaron en vida y con quienes son felices. Aunque no hay nacimientos, ni sexo, perduran los matrimonios armoniosos, igual que la simpatía y camaradería entre sexos.

b) Los espíritus siguen desarrollando las facultades que poseyeron en vida y trabajando en cosas relacionadas con sus aptitudes naturales, dado que “la naturaleza y la evolución se oponen a las transformaciones bruscas y truncadas”. En este sentido, no conservar las aptitudes o rasgos esenciales de carácter implicaría que el espíritu dejara de ser el mismo individuo.

c) En vez de convertirse en ángel glorioso, el individuo se encuentra con un cuerpo espiritual idéntico al que dejó en la tierra, pero sin enfermedades, deformidades ni debilidades. No existe el envejecimiento y el cuerpo espiritual no puede mutilarse.

Conan Doyle asegura que su idea del cielo no se opone radicalmente a la teología existente. Simplemente, “en nuestra teología existen territorios que se encuentran mal delimitados y que, por esta razón, se han omitido. ¿Qué hombre en su sano juicio ha creído alguna vez en un cielo como el descrito en nuestros cánticos religiosos, tierra de una ociosidad aburrida, de adoración estéril y pesada? Así pues, al darnos una concepción más clara, el nuevo sistema no tiene nada que sustituir: pinta sobre un lienzo en blanco”.

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INFIERNO Y PURGATORIO

La Nueva Revelación suprime toda idea del infierno, “igual que se había disipado mucho tiempo atrás del pensamiento racionalista”.Dado que todos los crímenes son consecuencia de la locura, no hay necesidad de un infierno terrible para castigar más a aquéllos que ya se han visto afligidos en la Tierra.Los mensajes que nos llegan del Más Allá confirman la existencia del purgatorio, compuesto de una serie de esferas inferiores “de prueba”, adonde se ven relegadas las almas más viles, pero la expiación y la ayuda de las almas superiores las instruyen y las acaban colocando al mismo nivel que las demás. El castigo para el alma que no ha trabajado en su perfeccionamiento, dice Conan Doyle,es “ser colocada en el lugar en el que lo pueda lograr. (…) Por oscuras que sean estas incómodas antecámaras todas ellas conducen finalmente al cielo. Este es el destino supremo de la raza humana, y sería censurable el Todopoderoso si fuera de otro modo”.

EL PAÍS FRONTERIZO

Los fantasmas son una modalidad de espíritus que en vida estaban obsesionados con cosas como hacer fortuna, y en consecuencia todavía se encuentran estrechamente encadenados a la materia. Es por eso que los suelen ver personas sin un sentido psíquico muy avanzado, dado que el fantasma necesita extraer de los espectadores la sustancia necesaria para su manifestación. A la zona donde habitan los fantasmas, Conan Doyle la denomina el País Fronterizo, y es una fase intermedia entre categorías de existencia, desconocida por el dogma cristiano pero presente en muchas mitologías. En la griega y la romana, por ejemplo, ese intervalo que ha de traspasarse antes de llegar a un estado permanente en el Más Allá adoptaba la figura simbólica de un río que se cruzaba en barca.

Hoy en día, el carácter sistemático y detallado de esta cosmología puede arrancar alguna sonrisa de suficiencia en quien la considera arraigada en alguna clase de autosugestón o estafa organizada. Y sin embargo, a un nivel ético y filosófico, ¿realmente están las cosmologías del espiritismo “ingenuo” del fin de siglo tan lejos de las de la Biblia, Dante, Milton o Blake? Como cultura, repito, hemos perdido la capacidad de entender el espiritismo. En nuestro imaginario, ha perdurado como sinónimo de superchería, de montaje para embaucar a ociosos diletantes decimonónicos. Del pensamiento espiritista, sin embargo, pueden sacarse elementos muy valiosos. Gran parte de las teorías espiritistas heredan las creencias teosóficas en la reencarnación, así como nociones orientales del perfeccionamiento individual e ideas revolucionarias acerca de la salud, la nutrición o el pacifismo. El espíritu es la voz de la conciencia del otro lado, que regresa para aleccionarnos acerca de los malos usos de la violencia o el materialismo. Esto es común a los libros de Conan Doyle y Joan Oller. La idea de que la impronta humana sigue viva tras la muerte también concuerda con muchos sistemas de pensamiento primitivo y antiguo.

Probablemente lo único verdaderamente cuestionable del pensamiento espiritista sea su pretensión científica. Por lo demás, en el terreno del arte y la literatura, ha generado obras tan apasionantes como las de Phelps, Conan Doyle, Dion Fortune o Joan Oller. Obras con un ethos moderno, y una profundidad espiritual ausente en los dogmas religiosos de la época. Paradójicamente, de todos los textos recopilados en el libro de La Felguera, el que peor ha resistido el paso del tiempo es el de Houdini. Su voluntad manifiestamente iluminista da la sensación de tener los pies plantados en la antipatía personal, y su prosa paupérrima parece, en el menos malo de los casos, aspirar a una especie de tono condescendiente de Richard Dawkins avant-la-lettre.

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Sobre Javier Calvo:

Javier Calvo es uno de los mejores narradores y traductores de la literatura independiente escrita en español. Ha sido a su vez traducido a distintos idiomas, como el italiano, el alemán o el inglés. Su última novela, El jardín colgante, ganó el Premio Biblioteca Breve convocado por Seix Barral. También ha escrito, entre otras, Corona de flores, Los ríos perdidos de Londres o Mundo Maravilloso.

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