La crítica y el silencio (o piedras sobre el estanque)

Por Francisco Solano

Está muy extendido el veredicto de que, frente a un mal libro, el mejor proceder de la crítica es el silencio, es decir, no ocuparse de ese libro. Visualizada, se diría que la crítica actuaría, de ese modo, con cierta amonestación elegante que no casa bien con sus condiciones. La crítica es un fantasma (hoy aún más evanescente) que para aparecer necesita un ámbito que la acoja (el periódico, la revista) y un libro donde se confronta y del que deriva su discurso. Para evitar equívocos, diremos que con crítica nos referimos al reseñismo, en tanto que actividad más o menos continuada que atiende las propuestas editoriales del momento. Sospecho que con esa apelación al silencio, además de una cesión a la comodidad (que encubre la prevención de no contaminarse con malas lecturas), se cuela la consideración de que la crítica, sometida a la creación, es un discurso subrogado; que su lucidez, de tenerla, reside menos en la pertinencia de su análisis que en la obra que interpreta. De ahí que la proposición de silencio ante un mal libro suponga la anulación de su función primordial.

Veamos esto por otro lado. Si la crítica, ante un buen libro, se enaltece y despliega encomios, ¿en qué se diferencia de la publicidad? Y si, por precaución, se evitan los adjetivos entusiastas (o no), pero se destaca como una resonancia que valida la publicación, ¿no está la crítica delatando complacencia en participar en la cadena de montaje cultural, a la manera de la guinda (en general inútil, pero colorista) que se pone al pastel? Si la crítica se complace con un libro, cabe suponer que ha alcanzado su nivel de máxima tolerancia, y más allá se invalidarían sus instrumentos de análisis, por lo que estaría obligada, frente a otros libros semejantes, a prodigarse en encarecimientos, encantada por el descubrimiento de tantas maravillas. El problema es saber, en cada crítico, a qué altura se sitúa su nivel de máxima tolerancia. Se me dirá, con razón, que su función también es orientativa y que, en el maremagno de novedades, su escrutinio es alentador para el lector. Sin embargo, cuando esto sucede (con harta frecuencia), en realidad no ha sucedido nada que no estuviera previsto en la cadena de montaje antes mencionada, y tiene el mismo efecto que el silencio crítico al que se apela ante un libro malo. Los libros no leídos por no haber sido reseñados (y que tal vez merecían ese silencio) se sitúan, aunque en el lado oscuro, en una obediencia del lector equivalente a los libros leídos a raíz de una alabanza crítica.

Pues ni silencio (mudez) ni alabanza (guinda). La crítica debería ser siempre una impugnación. Y si no se puede decir claramente ‘no’, tampoco el silencio es un mérito. Quedan las conjunciones adversativas.