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La dama de las camelias

La dama de las camelias

Por Francisco Solano

Una lectura homeopática.

 

Alexandre Dumas. Traducción de José Manuel Fajardo. Nocturna Ediciones. Madrid, 2012. 315 páginas, 18 €

Del Romanticismo se suele destacar más su carácter dramático que el juego de la imaginación. En su biografía del movimiento, Safranski destaca su cualidad irónica: «Entre los románticos había caído en suelo fértil la frase en la que Schiller afirma que el hombre sólo es enteramente hombre cuando juega». En efecto, antes de nada, el Romanticismo fue una implantación de libertad creadora, lo que puede llevar al exceso, a la locura o al ridículo; al riesgo de derivar la tragedia en burla y la pasión, en caricatura. La dama de las camelias, de Alexandre Dumas (hijo), pasa por ser una novela romántica, igual que el arrabal (más sentimental que urbano) pertenece a la ciudad. Pues, más que romántica (o hiperromántica, que ya son ganas de ser), esta novela es sentimental, y, más que sentimental, lacrimógena.

Armand Duval, enamorado, amante y desenterrador de Marguerite Gautier, aparece por primera vez ante el narrador, en el capítulo IV, «con voz temblorosa y lágrimas en los ojos». En el último capítulo, su padre lo recibe «con lágrimas de felicidad». Entre medias, un anciano, el duque que más tarde la mantendrá, besa llorando a Marguerite y le implora «el permiso de verla y de amar en ella la viva imagen de su hija muerta»; se llora, o mejor, se riega con lágrimas una tumba; las lágrimas caen sobre las páginas de un libro (y ahí permanecen ¡18 capítulos!); Armand llora lágrimas de alegría con las que cubre las manos de su amada; y, al leer las cartas del viejo protector de Marguerite, se le saltan las lágrimas… Tanta humedad tal vez haya propiciado que se mantengan frescas las camelias de la inmortal cortesana. (Camille se llamó la versión cinematográfica de George Cukor de 1937, con Greta Garbo muriendo en los brazos de Robert Taylor, escena que al parecer hizo llorar a Hitler.) Sea como sea, llorar ha sido siempre signo de sensibilidad, hasta el punto de atribuir indolencia a quienes nunca lloran. Las lágrimas pueden ser populistas, calculadoras o pérfidas; en La dama de las camelias, no hay ninguna duda, son verdaderas. Retóricas, exageradas, pero auténticas. Y tienen la función, sinuosa, de colaborar con el propósito del autor, que, por propia voz y delegando en su narrador anónimo, no dejó de insistir en que su novela contaba una historia verídica.

la dama de las camelias libro

El novelista José Manuel Fajardo, traductor de la obra, recuerda en el provechoso postfacio que Alexandre Dumas (hijo) se basó, para crear a Marguerite Gautier, en su relación con una conocida cortesana de la época, Marie Duplessis, de la que fue «amante de corazón» (que le excluía pagar ciertos servicios, pero no de ser generoso), muerta de tisis a los 23 años. Lo que Dumas (hijo) entendía por historia verídica es lo que hoy entendemos por experiencia. Como no tenía la imaginación del autor de Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo, necesitaba acreditar su literatura con un rango diferente. No podía tener tanta imaginación; sobre él pesaba la sombra paterna del pródigo Dumas que le imponía llevar con honor el apellido. Hijo natural (su madre era costurera), fue educado en el artificio y la sentimentalidad. Y eso fue lo que volcó en La dama de las camelias, cuya tensión, predeciblemente melodramática, poco o nada tiene que ver con la pasión o el deseo, y se amolda pomposamente a la imperante moral católica y burguesa que tanto deploraría Flaubert.

Armand es un sufridor. Antes de convertirse en amante de la hermosa cortesana, teme que ella acepte demasiado pronto «un amor que me hubiese gustado pagar con una larga espera o un gran sacrificio». Y añade: «Los hombres somos así y es una fortuna que la imaginación conceda esa poesía a los sentidos y que los deseos del cuerpo hagan concesiones a los sueños del alma». La poesía de los sentidos; ése es el conflicto si se pertenece a una respetable familia y todavía se depende del dinero del padre. Por su parte, Marguerite Gautier, a quien se describe «alta y delgada hasta la exageración», es un alma a rescatar del fango. Aquí el fango es suntuoso y se le llama vicio. Se exhibe en un palco de la Opéra-Comique, o en el teatro de Varietés, radiantemente vestida, con un chal de la India, gruesas cadenas de oro y calesa propia. El narrador, contrafigura de Armand, dirá muy al principio: «¿Hay algo más triste que contemplar la vejez del vicio, sobre todo en una mujer?». Lo que este hombre quiere decir, pero se lo impide su educación, es que las posesiones se desgastan, que la juventud y la belleza ¡ay! no son inalterables, que la mercancía se deteriora, que los sentimientos son veleidosos. Y esto es lo que le hace desconfiar a Armand Duval, que no obstante no tiene empacho en afirmar: «Te amo más suntuosa que sencilla». Pero la cortesana, el fango, el vicio, resulta ser una mercancía sin precio. Marguerite ama a Armand, lo ama sin prescindir de su atribución de objeto deseable, e incluso le declara que es «una mujer que escupe sangre y que gasta cien mil francos al año». Con la tuberculosis destruyendo su salud y la desorbitada cifra de la que no dispone Armand, a sus ojos Marguerite no envejecerá nunca, y él puede entregarse a padecer la imposibilidad del amor y llorar su muerte.

cartel camelias

La novela está construida concediendo toda la legitimación de los hechos al confidente. El narrador se encarga de testificar el sufrimiento de Armand. Para hacer más veraz su testimonio, lo acompaña al cementerio a cambiar de tumba el cuerpo de Marguerite y que Armand pueda verla por última vez. Cuando retiran el sudario, lo que ve le apremia a exponer su impotencia de narrador: «Era horrible de ver y es horrible de contar». Podía haberlo dejado ahí, pero Dumas (hijo), que mueve los hilos, se debe al artificio, y unas líneas más adelante le hace decir: «Reconocí en aquella faz el rostro blanco, rosado y feliz que había visto tantas veces». Ya decíamos que aquí se trata de la poesía de los sentidos, que permite ver lo que la imaginación no puede tolerar.

Si a esta novela se le quitaran las lágrimas ganaría en profundidad lo que perdería en aspavientos. Pero sería una obra que habría renunciado a la tentación cristiana de la redención. La dama de las camelias no es una novela sobre el amor, aunque resulte difícil demostrarlo; no, al menos, si consideramos lo que decía Mallarmé («El amor es una infidelidad para con uno mismo»); Armand Duval y Marguerite Gautier son demasiado fieles al amor para saber qué están viviendo. El sujeto enamorado no elige amar, sino que entra en un laberinto (como Petrarca) que le sofoca y enmaraña con la misma intensidad que lo enajena. Aquí no hay nada de eso; es una historia de exageración y teatralidad perfectas para que se divulgara a los cuatro vientos en formato de ópera. En La Traviata la música transmite mejor la poesía de los sentidos. Bien lo sabía Verdi, que recogió la historia del amor enfermizo de Marguerite Gautier y Armand Duval, pero no dudó en cambiar sus nombres llamándolos Violeta Valery y Alfredo Germont y convencernos de que las lágrimas corresponden a los espectadores.

Todavía en la última página, el narrador reincide en su función notarial: «Regresé a París, donde escribí esta historia como me había sido contada. No tiene más que un mérito, que quizá se le discutirá: el de ser verdadera». Un mérito discutible, en efecto, y menor, por no decir dudoso. Pero con la historia de la cortesana de las camelias Dumas (hijo) elaboró un mito tan perdurable que no cabe extrañarse de que algunas comedias románticas, de amor y lujo, como Pretty woman, haya recaudado en todo el mundo más de 450 millones de dólares.

 

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Sobre Francisco Solano:

Francisco Solano, escritor y crítico, es autor, entre otros títulos, de La noche mineral (Debate, 1995), Bajo las nubes de México (Alba, 2001), Rastros de nadie (Siruela, 2006), La trama de los desórdenes (Bruguera, 2007).

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Comentario

  1. 01/05/2013 at 04:14 · Reply

    YO LEI ESTE LICBRO CUANDO ERA ,MUY CHICA,ME PARESIO UNOS DE LOS LIBROS MAS ROMANTICOS DE ESA ESPOCA,AHORA YA UNA MUJER ADULTA.ME ENCANTARIA VOLVERLO A LEER Y TENER LA PRIMER VERSION,MI MADRE LO GUARDO POR MUCHOS AÑOS.QUE LASTIMA QUE NO HAYA LIBROS ASI.

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