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La habitación oscura

La habitación oscura

Por Emilio Ruiz Mateo

La habitación oscura. Isaac Rosa. Seix Barral. Barcelona, 2013. 18 €, 256 páginas.

Me pregunto si, de no existir un Isaac Rosa en las letras españolas actuales, alguien tomaría ese papel. No sé si necesario (me pone un poco enfermo el uso de ese adjetivo en las críticas literarias, más que nada porque nunca me lo creo) pero, en cualquier caso, oportuno y conveniente. Cierto es que tenemos a Rafael Chirbes o a Belén Gopegui, pero la posición de Rosa es aún más clara, como sabe cualquiera que siga su Twitter o sus intervenciones en presentaciones de libros ajenos y debates. Tal vez resida ahí el prejuicio del que, mucho me temo, no podrá desprenderse en años: Isaac Rosa es el escritor comprometido de los nacidos en torno a la década de los 70. Pero ojo, hay mucho más. Mucho más.

Isaac Rosa podría escribir ficciones sobre un mundo selvático perdido en las utopías de XIX o novela negra y seguiría provocándonos la misma fascinación lectora. Porque este sevillano del 74 tiene una capacidad para la prosa de la que carecen la mayoría de sus compañeros de generación. Huyan los amantes del minimalismo made in USA, los degustadores de fragmentariedades y nocillismo. Rosa es capaz de construir más de dos páginas sin un punto, y que no nos ahoguemos leyendo, sino al contrario: que degustemos esa prosa que juega a resumir una vida mainstream en una frenética sucesión de imágenes, a golpe de gerundios, enumeraciones y apuntes bancarios. Por ejemplo. Podríamos escoger muchos otros logros en esta novela que valen más que cualquier soso taller de escritura creativa.

Reconozco que cuando conocí, sinopsis de editorial mediante, el argumento de La habitación oscura, me produjo esa pereza a la que me induce siempre el género parábola. Leer un relato con tufo didáctico y lección moral me atrae tanto como una novela supuestamente erótica y femenina con prendas íntimas fotografiadas en blanco y negro en su portada. Nada. Un grupo de jóvenes se reúnen periódicamente en una habitación oscura para buscar nuevas formas de relacionarse, para huir de la miseria circundante, para esconderse del horror. Súmese esto al conocido compromiso político con el presente que caracteriza al autor y es fácil que salte el paralizante prejuicio. Pero lo que en un principio podría oler a metáfora machacona, se descubre a las pocas páginas en una herramienta perfecta para hablar no de lo que ocurre a oscuras, sino a la luz del día, en la vida de esos jóvenes.

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Y lo que les ocurre dibuja un inteligente esquema de la crisis económica en la que, claro está, todos tenemos mucha culpa. “El malo” en La habitación oscura no es sólo el banquero, el político o el constructor, como sucedería en una parábola surgida de una mente devota del 15M, sino también esa gran masa que nunca llegó a creerse abocada al desastre, y se lo encontró de bruces. Turistas del desmoronamiento, a los protagonistas de la novela de Isaac Rosa se les llena la boca hablando de capitalismo y de cambiar las cosas, pero sin convencimiento total, con la distancia que provoca haberse creído el cuento de la lechera, pero sin creerse lechera del todo. Lo mismo que nos ha sucedido a muchos.

El juego de voces que Isaac Rosa realiza en La habitación oscura puede pasar desapercibido, algo que sólo un escritor con buena maña sabe hacer. Gracias, Isaac, por saltar de la tercera a la segunda persona (ese arriesgado “vosotros” que en Rosa no suena a bronca de cura ni fragmento de mitin) sin resultar forzado, más bien al revés: utilizando el recurso como valor narrativo de primera. La novela se pone generacional cuando ese “vosotros” se convierte en “nosotros”, cuando los que habitan la treintena-cuarentena leen esta novela y se sienten aludidos, estén donde estén reflejados: en el militante habitual de manifestaciones, en el parado, en el propietario que hace cuentas a final de mes y siente su parte de culpabilidad en la burbuja, en el paralizado por el miedo. El juego de voces llega a momentos sublimes cuando salta incluso de un género al otro, y nos lo creemos: “Las madres perdíamos el apetito sexual mientras los padres nos masturbábamos”. Bingo, Rosa.

Hay ambigüedad en el final de La habitación oscura, como no podía ser de otro modo en una historia que se prolonga a lo largo de los últimos quince años y acaba en este presente derrumbado en el que nos encontramos. Lo contrario sonaría a ensayo autoayudesco de “Cómo sobrevivir a la crisis”. Hay inquietud por parte del autor, activista de la izquierda, cierta incomodidad ante el “¿Estaremos haciendo lo suficiente? ¿No habría que afilar las guillotinas?” que empieza a escucharse a menudo. Hay un brillante ejercicio de hasta dónde puede llevar a un escritor la fuerza de una imagen, la de la habitación oscura, en este caso. Pero ante todo hay un gran narrador en Isaac Rosa que, como ocurre en la mejor Belén Gopegui (la de Lo real y La conquista del aire), es capaz de hipnotizarnos con su prosa, contarnos una buena historia y, de paso, ofrecernos una mirada concreta y personal sobre el presente. Todo eso esconde la habitación sin luz de Rosa.

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Sobre Emilio Ruiz Mateo:

Nacido en Córdoba en 1974, es periodista, crítico y gestor cultural. Estandarte, Notodo, La Noche de los Libros, Enfemenino, BlowUp Novelas Cortas, Fnac, Festival Eñe, Numerocero, Matadero Madrid y Conde Duque se encuentran entre sus colaboraciones y proyectos más destacados.

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2 Comentarios

  1. marga
    09/12/2013 at 16:07 · Reply

    Me lo han recomendado pero no he tenido aún tiempo de leerlo. En cuanto me compre mis pikolin seguro que me lo leo casi del tirón.

  2. 12/03/2014 at 09:54 · Reply

    Isaac Rosa es de estos autores españoles que, tan sólo por ojear sus libros en las librerías, parece que ha venido a la literatura para aportar algo nuevo y con calidad en su contenido.

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