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La vida interior de las plantas de interior

La vida interior de las plantas de interior

Por Juan Gómez Bárcena

Tras un vistazo superficial, el libro puede parecer una colección heterogénea de relatos, o más exactamente, el resultado de fusionar varios ciclos temáticos: el retrato del mundillo literario, sin olvidar sus pequeñas mezquindades –Un jodido día perfecto sobre la Tierra, Trofeos de amantes que han partido, Diez mil hombres, Algunas palabras sobre el ciclo vital de las ranas-; la lucha de los actores de la industria pornográfica por redimir su pasado –El Nuevo Orden de la Última Lluvia, La cosecha-, una visión melancólica y desencantada de las relaciones humanas –Rododendro, tradescantia, tillandsia, bromelia o En tránsito– o panorámicas que pretenden abarcar tiempos y lugares diversos –Como una cabeza enloquecida vaciada de su contenido, El cerco-. Sin embargo, tras una lectura atenta descubrimos que a pesar de la diversidad temática se impone en último término una fuerte vocación unitaria. Este efecto se consigue en parte gracias a la homogeneidad de estilo, que dota de sentido global al conjunto con un tono que por cierto recuerda a la prosa envolvente, hipnótica, de Roberto Bolaño.

Pero al margen de la unidad estilística, todos los textos parecen compartir además los mismos personajes: individuos solitarios y desamparados, que han perdido las claves para interpretar y reinsertarse en el mundo que los rodea. Personajes que están, como en el cuento homónimo, permanentemente “en tránsito”, vagando desorientados a través de una geografía deshumanizada que tal vez simboliza su propia desolación: carreteras sin rumbo, aeropuertos donde se intenta sostener sin éxito una relación amorosa a distancia, una ciénaga que apresa en sus aguas seres de otros tiempos; el inmenso basurero de la Mancha del Atlántico. Un símbolo de esta desorientación lo encontramos en el cuento Como una cabeza enloquecida vaciada de su contenido, donde asistimos a la reclusión de un pez que ha crecido en el interior de una botella y ahora es ya demasiado grande para desandar el camino y regresar al océano. Y por supuesto, volviendo al enigma del título, también en la imagen que el propio Pron parece sugerir: seres humanos semejantes a plantas de interior, que luchan mudamente por sobrevivir y prosperar en un entorno hostil, allá donde la vida parece imposible, para acabar marchitándose sin remedio.

Esta desvinculación entre individuo y tejido social llega a veces a derivar en patologías mentales, especialmente en trastornos obsesivos-compulsivos. El propio narrador parece contagiarse de la naturaleza de estos delirios, con un estilo obsesivo, anormalmente minucioso, casi enfermizamente preciso –estoy pensando, por ejemplo, en el primer texto de la colección, y las nueve veces que se repite en él la frase es marzo, es sábado, es el año 2010, es el día veintisiete; por no hablar de la redundancia del título–. A lo largo de las páginas del libro asistimos a todo un catálogo de estas enfermedades mentales: la actriz porno que ha perdido la memoria por su dependencia de las drogas; la modelo anoréxica; el hombre que comprueba letra a letra que dos periódicos son exactamente iguales; la mujer que se lava las manos una y otra vez hasta despellejárselas, o el niño que se automutila reproduciendo las heridas de un accidente de automóvil.

El interés por expresar los límites de la cordura nos recuerda a momentos y personajes puntuales de la obra de Andrés Barba. Pero mientras el narrador español se propone una profundización exhaustiva en la psicología de los personajes, lo que preocupa a Pron es mostrarnos a los suyos desde fuera; investigar el modo en que se produce la externalización de sus traumas a través de gestos, ritos y costumbres insólitas. Es una mirada distante, por momentos incluso fría, pero afortunadamente esa frialdad no está exenta de compasión ni tampoco de un deje de ironía. Así, a lo que nos invita La vida interior de las plantas de interior no es tanto a comprender sus personajes en el sentido psicologista del término, sino a sufrir con ellos; a acompañarlos en su largo periplo en busca de una redención que no se produce, como el actor porno enfermo de sida que empieza de cero con una casta relación en Brasil, o el jurado de concursos literarios de provincia que a través del descubrimiento de un prometedor escritor novel intenta suavizar la sordidez del mundillo literario. Y en los mejores momentos del libro, se consigue algo más difícil todavía: que no sólo sean los personajes, sino también el mundo y la sociedad que habitan, los que de golpe comiencen a parecernos un escenario insólito y enfermo, víctima de un desquiciamiento que hemos de diagnosticar.

Con La vida interior de las plantas de interior, Pron ha colocado una nueva piedra en uno de los proyectos más sólidos y originales de la joven narrativa hispanoamericana. No sé si puede decirse que anticipa el cauce por el que discurrirá la literatura del futuro, pues la obra del escritor argentino es lo suficientemente excepcional para no tolerar discípulos. Pero desde luego se perfila, al menos a mi juicio, como un referente ineludible del panorama actual, y lo que es más importante, también como un generador de preguntas que tendrá que contestar la narrativa del futuro.

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Sobre Juan Gómez Bárcena:

Nace en Santander en 1984. Licenciado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada (UCM). Es autor de las novelas El héroe de Duranza (Ed. Ir Indo, 2002) y Farmer Stop (Ed. Complutense, 2010) y con sus obras ha obtenido, entre otros, los premios José Hierro de Relato y Poesía del Ayuntamiento de Santander, el Premio Internacional CRAPE de cuento o el Premio de Narrativa Ramón J. Sender, y ha sido finalista del XII Premio Mario Vargas Llosa NH de libro de relatos. Su última obra es el libro de relatos Los que duermen (Salto de página, 2012).

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