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Lavar aparte (2)

Lavar aparte (2)

Por Esther García Llovet

Noche del 24 de julio de 2009. Llueven perros y gatos en el pequeño pueblo costero de Long Branch, estado de Nueva Jersey, al sur de Nueva York. La oficial de policía Kristie Buble, de 23 años, que imagino menuda y con las uñas pintadas y el moño bien apretadito, sale despacio del coche de policía, con la pistola agarrada en horizontal como los polis macarras y la linterna dirigida hacia lo árboles de la calle donde los vecinos han avisado que se encuentra un merodeador, alguien que va caminando solo, a oscuras, “de aspecto excéntrico”. Hay un hombre ahí, es cierto, un tipo con botas de agua y la capucha puesta, la cara blanca. La cara de goma. No hace nada.  Es un hombre mayor, delgado, bigote de cine mudo. “Identificación”.  No lleva identificación, ni dinero encima, el hombre. Parece muy tranquilo.  “He venido a ver una casa que está en venta”, es todo lo que dice. La sargento Buble asiente como se asiente a los locos. Lo mete en la parte de atrás del coche patrulla y se lo lleva porque eso es lo que hay que hacer con la gente que va por ahí sin identificación y que además va sola, sola, que es otra forma, la peor, de no identificarse. Ir solo da miedo pero no a uno mismo. Ir solo da miedo a los demás. A los otros. A los que sólo nos ven de espaldas. Qué miedo el último Bond y el último Bourne y el Haydon de Smiley y todos esos espías que de pronto desaparecen del MI5 o de la CIA, esos que abandonan la manada y vuelan bajo radar, sin dejar huella, ni restos. Ni recuerdos. Qué miedo Sebald sobre la ceniza de los camposantos, Pynchon en su coche de lata sobre los baches descerebrados de Perdido Street, Walser y Herzog, los verdaderos hermanos Tanner, comiendo frío y de pie, de cara a la pared pelada antes de separarse en la nieve cada uno hacia un monte completamente diferente pero buscando lo mismo, buscando eso, lo que no queremos ver porque ya no sirve o hace daño. Buscando lo que está apartado y escondido desde hace mucho tiempo o buscando al que falta de la multitud de la plaza. Buscando al otro que tampoco tiene nombre. Eso es lo que hacemos los escritores, eso es lo que hacemos los espías. Buscar lo  que sólo se manifiesta cuando no hay más testigos y se está solo, la mano en el pomo de la casa desierta. Buscar al fantasma.

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-Identificación.

Ya están en el hotel, uno grande y caro junto a la playa. El hombre le tiende su pasaporte a la oficial Buble:

-Soy Bob Dylan.

La sargento Buble mira al hombre que tiene delante y luego su foto. Es cierto. Son la misma persona. Es Bob Dylan. Bob Dylan. La oficial se disculpa, se sonroja, le da los buenos días. Sale. Dylan cierra la puerta y luego se queda un buen rato riéndose en el baño, dando vueltas y vueltas al jabón de tocador bajo el agua caliente mientras la sargento Buble vuelve a casa, despacito, sintiéndose fatal y pensando si no habrá visto a un fantasma, el fantasma de Dylan, y es probable que lleve razón porque eso es lo que ocurre cuando se han visto y buscado demasiados, que uno acaba por volverse otro fantasma.

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Sobre Esther García Llovet:

Esther García Llovet es una de las narradoras más imaginativas y perturbadoras de las últimas décadas. Es psicóloga clínica. Ha publicado las novelas Coda (Lengua de Trapo, 2003), Submáquina (Salto de Página, 2009) y Las Crudas (Ediciones del Viento, 2009).

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