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Magma (Spurious)

Magma (Spurious)

Por Javier Calvo

Dos tontos muy tontos

Magma (Sporious). Lars Lyer. Editorial Pálido Fuego. Málaga, 2012. 165 páginas, 14,90 €.

En una escena de la inolvidable Withnail & I, los dos protagonistas, Withnail y Marwood, moradores decadentes del Norte de Londres, supuestos aspirantes a actores, desempleados eternamente cansados y eternamente alcoholizados, sufren en sus carnes los rigores de una de las pruebas más duras que puede soportar el ser humano: están en el campo. Sumidos en la desesperación absoluta, Marwood intenta impedir que su amigo se beba una lata de líquido para encendedores

Marwood: Yo de ti no me bebería eso.
Withnail: ¿Por qué no?
Marwood: Pues porque no lo aconsejo. Eso no se lo beben ni los capullos de la obra, es peor que el metanol.
Withnail: Tonterías. Esto es una bebida muy superior al metanol. Los capullos no se la beben porque no se la pueden permitir.
Withnail se bebe el líquido.
Withnail: ¿Tenemos más?
Marwood niega con la cabeza.
Withnail: Mentiroso. ¿Qué tienes en la caja de herramientas?
Marwood: No, no tenemos nada, siéntate.
Withnail: Mentiroso. Tienes anticongelante.
Marwood: ¡Tonto de los cojones, no hay que mezclar nunca las bebidas!
 

Cuando hace dos años salieron a la luz Lars y W., los dos protagonistas de la serie de novelas de Lars Iyer, la crítica los saludó como herederos de las grandes parejas literarias de la tradición paródico-filosófica, desde Bouvard y Pecuchet hasta Vladimiro y Estragón. La comparación debió de poner contento a más de un editor, sobre todo en una época en que la novela de ideas ya es un lejano recuerdo y Samuel Beckett sirve para nombrar puentes de Santiago Calatrava. Evidentemente, la serie de Iyer facilita esta confusión, con su alusión argumental continua a las obras de Flaubert y Beckett: dos amigos en plena prospección del mundo de las ideas, esperando un satori intelectual que nunca llega. La realidad, sin embargo, es que la filosofía, igual que Godot, jamás aparece por las páginas de los libros de Lars Iyer. Cuando aparece, es puro pitorreo, un name-dropping efervescente de pensadores continentales terriblemente graves y serios, Levinas y Blanchot como marcas de prestigio intelectual que esconden el vacío tenebroso del name-dropper de farol, del hipster pedante e incapaz de pasar de la primera página. La filosofía como coñazo doloroso. Esa apreciación que compartimos el noventa y cinco por ciento de los mortales.

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La realidad, mucho más pedestre, es que Lars Iyer viene de la tradición de la farsa británica, de Noel Coward a Joe Orton, pasando por la ya citada Withnail & I, John Cleese y su mujer en Faulty Towers, Mayall y Edmonson en Bottom o incluso el gran Edmund Blackadder, que le dispensa a su eterno esbirro Baldrick el mismo tratamiento de insultos y collejas con que W. fustiga incansablemente a Lars. Una tradición muy rica en parejas de tontos y cuyo tema suele ser la insondable incompetencia de sus protagonistas. La llegada de Spurious (2011), Dogma (2012) y Exodus (2012) a esta tradición no está exenta de paradojas. La más escalofriante de ellas es su rápida propagación por la escena hipster, que ha acogido con los brazos abiertos esa supuesta condición de “novela filosófica”, con su supuesto pesimismo del Final-de-los-Días y su aura de comedia “inteligente”. Esto lo agrava el hecho de que la trilogía original se publicara en la editorial brooklynita Melville House, uno de los principales focos internacionales de hipsterismo literario y hogar de patanes de la talla de Christopher Boucher y Tao Lin. El círculo de la confusión se cierra en Internet, por supuesto, dónde iba a ser, allí donde las novelas de Iyer empezaron en forma de wordpress, con los centenares de blogs que alaban las virtudes de su supuesta sátira de la decadencia del mundo intelectual del Siglo XXI.

Magma, que es como se ha traducido al español Spurious (¿?), sienta las bases bastante sencillas del proyecto narrativo de Iyer. Dos “amigos” y asalariados del mundo universitario, W. y Lars, alternan sus viajes por la Vieja Europa en busca de inspiración intelectual con su mísera existencia en la Pequeña Inglaterra (Newcastle y Plymouth, para más inri). Sueñan con la excelencia intelectual y con escribir sus nombres en el libro de honor de la tradición filosófica, pero ninguno de ellos está destinado a perdurar. De hecho, su capacidad solamente les llega para emborracharse y, en el caso de W., para dejarse una melena leonina de filósofo y lamentarse de forma compulsiva por haber llegado demasiado tarde al pensamiento occidental como para aportar nada relevante. Lo abruman sus predecesores (Rosenzweig, Levinas, Cohen), nunca llegará a nada. A medida que avanza el libro, W. cada vez más desahoga su cólera en largas y fantásticas invectivas contra su único amigo, las descripciones de cuya idiotez constituyen la verdadera poesía del libro. W. bebe y rememora su juventud en Canadá, país al que él confiere atributos de über-civilización. La conciencia omnipresente del fin de los tiempos se materializa en forma de un moho misterioso que invade el apartamento de Lars para gran perplejidad de los expertos que lo analizan. Hacia el final, el milenarismo idiota de W. crea el cisma entre su propio mesianismo –la esperanza de que escribir un libro de filosofía salve al mundo de la incompetencia y la corrupción– y el apocalipticismo de Lars, especie de acusación genérica que viene a ser una deliciosa parodia de la vacuidad y el nihilismo que los filósofos nos atribuyen a los borregos con quienes tienen que compartir el mundo.

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Por supuesto, no hay conclusión. Esta ausencia podría ser una alusión más a Bouvard y Pecuchet, pero es que simplemente no hay nada que concluir. Magma es, literalmente, un blog. La estructura episódica de la tradición picaresca de la que viene asume aquí la forma de una serie de entradas de blog que funcionan como sketches autónomos. Tampoco hay argumento, tal como han señalado sagazmente todos los críticos y blogueros que han elogiado el “arrojo experimental” del libro. En realidad se trata de poco más que una docena de chistes hábilmente dispuestos y repetidos a lo largo de 100 páginas escasas, aunque eso sí, uno se ríe, y de qué manera. Parece increíble que todavía hoy pueda haber algo parecido a una sátira del mundo universitario que nos haga reír, de tan trillado que quedó el género en el siglo pasado. Stewart Home, un prankster con más de una cosa en común con Iyer, lo consiguió en Memphis Underground y sus libros aledaños, aunque Home es una inteligencia literaria absolutamente singular. Pero es que con  Magma literalmente te descojonas. Hay chistes recurrentes en el libro que merecen pasar a los anales de la comedia literaria inglesa, como por ejemplo las continuas elegías a la figura de Bela Tarr, los intentos de W. y Lars por actuar de forma continental, las remembranzas elegíacas del illo tempore canadiense o, por supuesto, los insultos. Éstos últimos conforman el núcleo del hilarante y abúlico mantra del narrador, consistente en registrar con insulsez de notario la brutal caracterización que su “amigo” nunca deja de hacer de él.

Por supuesto, para ser fiel al espíritu del libro, la broma dura demasiado. Después de Magma vienen dos volúmenes más de aventuras de W. y Lars, presentados ahora como segunda y tercera parte de una trilogía. En ellos hay algún que otro intento de desarrollar la anécdota para crear algo parecido a un argumento, pero principalmente son más de lo mismo. Da la impresión de que el autor se está choteando de nosotros y al mismo tiempo riéndose con nosotros. Al final uno tiene la sensación de estar teniendo un deja vu del sketch del deja vu de Monty Python, que se estira y se estira hasta mucho más allá de tener gracia, y precisamente por eso vuelve a ser gracioso. Uno le pide a Lars Iyer que pare, por favor, de la misma manera en que se lo pides a alguien que te está haciendo reír tontamente hasta que te falta el aire. Y cuando cierras el libro, por fin puedes hacerte una idea de lo que acabas de leer: Las Iyer no es para nada un autor experimental, ni un renovador de la novela de ideas, ni siquiera un satirista de la miseria intelectual de Occidente, salvo en la acepción más liviana de la palabra. Es un magnífico autor cómico, impenitentemente gamberro, ventrílocuo de una deliciosa pedantería, que ha creado a una gran pareja de personajes y que no pertenece en absoluto a los ya desbordados anaqueles de la literatura hipster. Al contrario: el suyo me parece uno de los pocos casos de frikis absolutos que han aparecido en los últimos años haciendo lo que les da la real gana, se ha pasado tres pueblos y aun así ha conseguido traspasar los márgenes del underground y cautivar a la modernidad internacional. Ahora también al público de España.

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Sobre Javier Calvo:

Javier Calvo es uno de los mejores narradores y traductores de la literatura independiente escrita en español. Ha sido a su vez traducido a distintos idiomas, como el italiano, el alemán o el inglés. Su última novela, El jardín colgante, ganó el Premio Biblioteca Breve convocado por Seix Barral. También ha escrito, entre otras, Corona de flores, Los ríos perdidos de Londres o Mundo Maravilloso.

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