Mamut

Por Emilio Ruiz Mateo

Mamut. Esther García Llovet. Malpaso. Barcelona, 2014. 174 páginas, 18 €

 

Con la narrativa de Esther García Llovet me ocurre algo curioso, pero no irrazonable: he leído todo lo que ha publicado y no recuerdo ninguno de sus argumentos. Paradojas de la escritura, esto no supone un descrédito de su buen hacer, más bien lo contrario.

Nos da igual lo que García Llovet nos cuente, porque siempre lo hace con una forma de mirar e interpretar la realidad que no se parece a la de nadie. Los hallazgos descriptivos de la autora (“Junot piensa de pronto en el desorden de las casas tristes, tan diferente del desorden de las casas alegres”, pág. 112) parecen nacer del arrebato: más que corregir hasta pulir la expresión perfecta, Esther lleva años entrenando el ojo de tal manera que ya no sabe mirar como miramos todos. Lo que otros se pasan la vida buscando, ella parece disfrutarlo de forma natural.

Todas las formas verbales que encontrarás en Mamut pertenecen al presente. Todas. Como en una película. La cámara de cine es incapaz de hablar en pasado: puede jugar al flashback, pero siempre estaremos viendo “en presente” lo que quiere contarnos del pasado. Así García Llovet, haciendo de la lectura de Mamut un fluir constante. “Se lee en dos sentadas, dura lo mismo que una peli”, ha declarado su autora. No serán estas dos las únicas coincidencias que encontremos entre su obra y el cine. Nada extraño: estudió Dirección y nos consta que visita los patios de butacas varias veces a la semana. A fuerza de tanta oscuridad de sala, hay aspectos de la realidad que García Llovet parece entender mejor si se enmarcan en el rectángulo de una pantalla. Algo de eso se contagia en su escritura. Mucho de eso.

En las historias que cuenta Esther siempre estamos en situaciones cercanas al fin del mundo y siempre sentimos que algo va a ocurrir(“Junot recuerda todas las veces en que ha visto un acuario en alguna escena de una película en la que algo muy malo acaba por suceder”, pág. 45). Como si no hubiera nada que esperar ya y, al mismo tiempo, todo pudiese pasar.

Amarillo y negro, dos colores antagónicos de esos que en la clase de Pretecnología del colegio te prohibían juntar dominan en la edición que Malpaso ha creado de Mamut. Y le sientan bien a una autora que no dudaría en saltarse cualquier principio del buen escritor con tal de conseguir otra buena imagen, de esas que frecuenta.

Si no existiese el género de la novela negra diríamos que Mamut es una historia sobre la desidia contemporánea, sobre la falta de moral que nos hace aspirar a metas intrascendentes, sobre las leyes que se marcan ciertos hombres para gobernar sus días. Pero como existe, por qué no enmarcarla en la estantería de novela negra. Total, las etiquetas tardan poco en saltar por los aires cuando se trata de un autora como ésta, alejada de cualquier camarilla literaria, con más vida de calle que de mesa de trabajo, con muchas lecturas pero aún muchas más horas pasadas en la sala de cine, creyendo que la vida se puede contar en 90 minutos. O en dos sentadas de lectura.

Hay milenarismo en Mamut. Drogas alucinógenas. Cárceles que nos hacen pensar en un Foucault reinterpretadopor la HBO. Amistad masculina. Poco amor. Se montan y se bajan de sus coches a menudo los protagonistas de esta novela, que viajan sin fin ni destino concreto, además de fumar y beber sin parar. Y hablan. Domina el diálogo en esta historia que deambula en la frontera entre el realismo y lo fantástico. Pero a estos personajes no te lo encuentras en la calle: te los encuentras en las novelas de Esther García Llovet, aunque supongo que ella opina lo contrario.

En una cata a ciegas de relatos, no se me pasaría uno suyo. Aunque al cabo de unas semanas se me olvidara el argumento.