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Nostalgia del diálogo, pertinencia de la crítica

Nostalgia del diálogo, pertinencia de la crítica

Por Juan Carlos Suñén

Hace tiempo que no veo cine más que en casa. Tengo una buena colección y disfruto del placer de la relectura (me niego a decir “del revisionado“) de los clásicos, pero echo de menos, de cuando en cuando, aquella sensación de salir de la oscuridad de la sala, tras la proyección, a la distinta oscuridad de la calle tal vez, con suerte, bajo una fina lluvia abrigadora, en compañía de alguien querido (nadie va al cine acompañado si no es de alguien querido) y dejando que la experiencia repose en un silencio agradable hasta el cercano café preferido donde, ofreciéndonos su local privado dentro del local público, la conversación despliega su suave y cálida luz. Al principio, naturalmente, la conversación trata de la película, de su estructura, de su equilibrio,  de la intención de su peripecia; pero pronto aparecen los nombres de otros directores, e incluso el de algunos escritores,  y muy seguramente, la opinión de unos pocos y respetados críticos. Todo ello mezclado con la experiencia. Así lo recuerdo, al menos.

Ahora basta navegar unos minutos por la Internet para hacerse una idea de lo mucho que ha descendido la consideración del crítico. La verdad es que leer lo que los pretendidos aficionados (a la narrativa, al cine, a la poesía) afirman allí sobre los críticos da vergüenza ajena; y sin embargo esa es la actitud que va creciendo, e incluso ganando adeptos fuera del mundo plano. “¿Quién es ese señor para opinar?, ¿quién se cree ese pedante, escritorzuelo frustrado, para juzgarnos?” Uno, a su vez, podría preguntarse por qué se sienten tan personalmente aludidos por la valoración de la obra que acaban de leer (¡ni que fueran el autor!) pero demostraría que ha caído en una de las grandes trampas del proceso a la crítica: suponer que se hace para el autor. Cuando explico que (y porqué) Paolo Coelho no es un buen escritor (no lleva dentro un buen lector), no lo hago para que el autor de El alquimista tenga más cuidado la próxima vez, sino para que el lector sepa a qué atenerse ahora. La crítica es, en todos los casos y a pesar de que llamemos “crítico” a quien la realiza con autoridad demostrada, un trabajo que pertenece al lector. Lo ha recordado con notable finura José María Merino cuando, al recibir el Premio de la Crítica de Castilla y León 2013 (por la novela El río del Edén), ha insistido en que sin ese lector, “formado y profesional”, el escritor se enfrenta a uno esquemático, mudo, que en nada le ayuda.

Dans la maison

Dans La Maison, del francés François Ozon, basada en una pieza (El chico de la última fila) del dramaturgo español Juan Mayorga, es una película que esas personas deberían ver para recordar algo muy simple, terriblemente sencillo, pero que prefieren olvidar: el crítico es parte inseparable del acto creador. Un lector (pero también un autor) que no lleve dentro a un crítico, incluso a uno de esos pedantes y malhumorados, es alguien que, al mirar atrás, verá la sombra de un nonato.

Dans La Maison arranca presentándonos a Germain (Fabrice Luchini), un profesor de literatura cansado del escaso interés de las redacciones de sus alumnos que, un buen día, se topa con el ejercicio de Claude Garcia (Ernst Umhauer) un joven aparentemente obsesionado por la vida familiar de uno de sus compañeros de aula. Buen lector, Germain reconocerá de inmediato en el texto lo malsano incipiente, lo inquietante de un narrador instintivo, sin formación, y se encontrará, casi sin proponérselo, víctima de su propia pasión didáctica, provocador fascinado de la habilidad de su pupilo (educando). Se establece así un diálogo, un contrato que garantiza la ayuda del análisis en la estilización de la idea. La historia bordea el drama, es (seguramente) una comedia cruel, pero es, sobre todo una fábula moral a la que François Ozon sabe dar el recorrido justo y el ambiente preciso. O sea, que es una muy buena cinta, una de las mejores del año pasado y, en mi modesta opinión, la mejor de su director (lo que es decir mucho). Si la ven y les parece una crítica de la pequeña burguesía o una historia de suspense, vale; pero yo he visto otra película, una donde eso son materiales comprometidos (que la ficción ayuda a comprender), no objetivos en sí, una cuyo asunto es el binomio crítico-autor como garante de la consistencia literaria. Finalmente Germain habrá convertido a Claude en un escritor consciente y Claude a Germain en un lector activo. Sentados juntos en el banco de la calle, al final del film, cada uno está a un extremo de la ficción, pero ambos, ya, enmarcándola desde dentro.  Lo que se sacrifica por el camino es el precio a pagar por la enajenación de lo imaginario.

El juego se complica si pensamos que, en él, también en extremos opuestos, y enmarcando desde fuera la obra, estamos Ozon y yo, al menos mientras aún dura mi utilización de la misma, que no sirve naturalmente de única interpretación posible, pero que ya es una inevitable.

Sacar al lector de la ficción limitando su papel crítico es volverlo irrelevante (salvo como dato económico)  y también condenar a la obra a una ausencia de diálogo sin la que no puede existir como cosa útil. Ciertamente, no se comprende la escritura sin sus lectores (ninguna escritura, ni tan siquiera esa que hemos enviado al espacio por si acaba en las manos de algún extraterrestre –esperemos– medianamente culto); y si algo podemos afirmar con contundencia es que la creación literaria es de naturaleza recepticia. Pero entender que cantidad es calidad sólo puede hacerse desde oído publicitario. Semejante afirmación, desde el punto de vista crítico, cabe en un confeti.

Nota: En realidad este artículo no habla de Dans La Maison, pero si sirve para que alguno se decida a verla antes que la última de Joseph Kosinski, o de Pedro Almodóvar, habrá cumplido, paradójicamente, su función.  Si además puede hacerlo en el cine, disfrutando después, quizás, de ese excéntrico lujo de la buena charla, mejor.

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Sobre Juan Carlos Suñén:

Se declara poeta por exclusión, crítico literario por inercia, profesor por necesidad, ocasional caricaturista y compositor frustrado. Vive actualmente en Magaz de Abajo, en el Bierzo, dedicado a la lectura, la relectura, la escritura y la reescritura mientras aprende a defenderse de una naturaleza poco dada al diálogo. A regañadientes, mantiene un blog (Magaz de Letras). Su última obra publicada es "La habitación amarilla", Bartleby, 2012.

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