Operación dulce

Por Recaredo Veredas

Operación Dulce. Ian McEwan. Anagrama. Barcelona, 2013. 400 páginas. 19,90 €

Puntuación: ****

Casualmente, hace unos pocos meses, antes de conocer la existencia de Operación Dulce, leí un interesante, y a ratos plomizo, ensayo sobre la guerra fría cultural escrito por la aristócrata británica Frances Stonor Saunders. En sus páginas detalla las múltiples y pintorescas maniobras que la CIA realizó para contrarrestar la creciente influencia soviética en la intelectualidad europea. Sin duda, como el propio McEwan reconoce en el primero de sus agradecimientos, el libro de Stonor Saunders es la base en que el ilustre escritor británico se ha apoyado para la escritura de ésta su última y, adelantémoslo, excelente, novela.

No creo que sea necesario presentar al autor. McEwan es uno de los eslabones de la generación que revitalizó la narrativa británica, junto con Amis, Ishiguro o Barnes. No son todos iguales, por supuesto y McEwan es uno de los que mayor suerte comercial ha tenido, gracias a su consumada habilidad para combinar ágiles peripecias, en el límite de lo estrambótico y lo descaradamente comercial, y personajes completos y reconocibles. Operación Dulce tal vez no sea su mejor novela, un lugar que posiblemente siga ocupando Expiación, pero sí una de las más notables de su ya larga trayectoria. Narra, en una muy convincente primera persona, los tormentosos primeros años de vida de una espía de segunda del mítico M15 británico y sus apasionadas relaciones, tanto con uno de sus profesores como con uno de los autores apadrinados por el servicio secreto británico.

Operación Dulce consigue varios objetivos bastante difíciles de lograr: por un lado dibuja a la perfección, sin perderse en análisis históricos ni disgresiones que obstaculicen el avance de la novela, el depresivo ambiente que vivía la sociedad británica prethatcherista. No en vano la novela transcurre en 1972, en mitad de la crisis del petróleo y con el IRA golpeando más fuerte que nunca. Vemos con nitidez un país cubierto de mugre y apatía, que no termina de asimilar su decadencia postimperial. Por otro lado McEwan mezcla con precisión distintas subtramas, conjugando con habilidad y riesgo una narración de espías y la historia de amor y traición que, al fin y al cabo, constituye el núcleo de esta novela. Y, por supuesto, como ya he indicado, construye una excelente protagonista, tanto por sus zozobras, fortalezas y debilidades como por lo apropiado de su voz, plenamente coherente con su carácter y su educación, muy distinta a la utilizada por el autor en muchas de sus novelas (por ejemplo en su precedente Solar). Resumiendo, McEwan sigue en plena forma y nos regala una lectura tan entretenida como enriquecedora.